La fiebre amarilla

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Lo reconozco, tengo la fiebre amarilla. La de los “chalecos amarillos” franceses. Es todavía una revuelta que ya ha cumplido su segundo mes, ha entrado en su novena semana. Una revuelta que poco a poco va entrando en un camino revolucionario, en un rechazo frontal contra la conducta liberal y globalista de una élite corrupta y depredadora.

Este sábado pasado ha tenido lugar el Acto VIII, la octava movilización y han ocurrido tres cosas relevantes: la primera, que ha habido mucha más gente que en las dos precedentes, recuperándose la gente tras las navidades; la segunda, que los manifestantes arremetieron contra un alto cargo del gobierno en su despacho y tuvo que salir escoltado; la tercera que un ciudadano -boxeador profesional, eso sí- se enfrentó con los puños a la policía en un ejercicio claro de autodefensa.

La movilización no decae, se mantiene y se radicaliza cada convocatoria. El hecho de que ya se esté atacando a los responsables directos del poder pone de los nervios, y de qué manera, al sistema y a sus panegiristas. El hecho de que un ciudadano se haya atrevido a plantar cara de esa manera a la policía indica que cada vez hay menos miedo y más decisión colectiva de autodefensa. Mi amiga Danielle me hace una relación de las ciudades donde hubo enfrentamientos con la policía: París, Caen, Perpignan, Dijon, Lyon, Tours, Beauvais, La Rochelle, Toulon, Montpellier, Epinal, Burdeos, La Mans, Lille, Besancon, Saint-Étienne, Cherbourg, Sain-Nazarie, Nantes, Valenciennes, Toulouse…

El sistema es consciente de lo que está pasando y ya no se corta un pelo. Si al principio procuró desprestigiarlo (primero, riéndose de “los palurdos”; segundo, diciendo que era de “extrema derecha”), ahora ya no oculta su miedo y habla claramente de “agitadores que quieren la insurrección”. No, aún no pero todo se andará y el camino está cada vez más y mejor trazado. Aunque aún no hay un movimiento muy estructurado.

Lo que está sucediendo en Francia tiene un relieve sorprendente en Europa. Comienza a ser uno de los desafíos más radicales, más profundos y más dinámicos en décadas tanto en términos de método (movilización masiva y su forma de aparecer) como de demandas que ya cuestionan directamente el régimen político y social. Y lo más importante: por la relación que manda Danielle, es un movimiento distribuido uniformemente por toda Francia.

Los “chalecos amarillos” tienen un impacto que va más allá de Francia y lo que con ellos ocurra tendrá una importancia crucial y vital, a corto, medio y largo plazo, para el surgimiento de un movimiento emancipatorio en Europa contra la plutocracia. Su victoria o su derrota nos afectará sin duda.

El pasado sábado, el Acto VIII, mostró un movimiento más masivo y radical que en otras ocasiones y eso pese a los desesperados intentos del poder (político, económico y mediático) de dividir al movimiento y minusvalorar su presencia. No lo logró, pero sí está utilizando la gesta -porque es una gesta- del boxeador enfrentándose a la policía para insistir en el consabido relato sobre la “violencia”. Fiorina, que ha perdido un ojo por disparos policiales, y otros heridos se están sonriendo sarcásticamente, con su mandíbulas rotas, y responden de forma clara sobre quién la ejerce.

Cada vez hay más policías de paisano apaleando a los manifestantes. Sin rubor, sin identificaciones, atemorizando. Fijaos en el de la careta blanca y el brazalete rojo. Os lo amplío.

Sobran los comentarios. Esta gentuza habla de forma abierta de que está “defendiendo la República”. ¿De quién, de la gente sin trabajo, sin perspectivas, sin futuro? Y luego hablan de que se les odia. El boxeador está siendo agredido, procesado, de todo. La campaña en las televisiones contra él es brutal. Pero la policía es defendida. Mirad.

La policía “defiende la República”. El boxeador, la ataca.

Aquí, en el Estado canalla (más conocido como España) estamos entretenidos con el fascismo de Vox y su ataque al feminismo. En el movimiento de los “chalecos amarillos” las mujeres son predominantes y tremendamente activas. Ante la incultura general, tal vez haya que recordar lo que dijo un comunero, de la Comuna de París, en 1886 (y ahora, poneos a criticar el lenguaje por no ser políticamente correcto). Ese comunero se llamaba Jules Valles, uno de sus dirigentes: “Mujeres por todas partes. Gran señal. Cuando las mujeres se involucran, cuando la ama de casa empuja a su hombre, cuando saca la bandera negra que flota en la maceta para plantarla entre dos aceras, es porque el sol se levantará en una ciudad en revuelta”.

El Lince

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