Mehdi Nemmouche: retrato de un francés que empezó en el lumpen y acabó en la yihad

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Para un periodista no hay nada mejor que reflexionar sobre los motivos por los que una noticia no aparece en ningún periódico. En este caso la noticia es que en Bélgica se celebra el juicio contra Mehdi Nemmouche, acusado de cometer en 2014 la matanza del museo judío.

Nemmouche es uno de los poquísimos yihadistas que ha sido capturado vivo y que ha podido ser juzgado, por lo que se están escuchando -para quien quiera oir- afirmaciones muy sorprendentes, que tampoco son noticia.

Su abogada, Virginie Taelman, presentó el martes un informe de 18 folios al tribunal en los cuales imputa el atentado a… al Mosad, la única banda de asesinos que tiene licencia para matar en todo el mundo. Como dos de las víctimas también eran del Mosad, el servicio secreto israelí parece asumir la doble condición de víctima y verdugo. Algo tan rocambolesco tampoco debe ser noticia…

Pero lo más apasionante es la biografía del yihadista, calcada de otras de la misma factura. Es un francés, nacido en 1985 en Roubaix de una familia de origen argelino. Nunca conoció a su padre ni a su madre, que eran lumpen. Lo mismo que sus dos hermanas, desde los tres meses de edad vivió en hospicios, la típica historia de un paria en la Europa de comienzos del siglo XXI que los europeos -en su infinita ignorancia- creen superado.

En 1999 empezó su vida lumpen: agrede a un profesor con un arma y comete robos. En 2004 un juzgado de menores le condena por primera vez y así inicia el círculo intermintente de entradas y salidas de la cárcel. En sí mismo es una bomba de relojería ambulante dispuesta a explotar en cualquier momento.

El islam no lo conoce Nemmouche en una mezquita árabe sino en una cárcel francesa, donde nada pasa desapercibido. Inmediatamente los funcionarios informan a la policía de que los incidentes sanciones se multiplican y que están amamantando a un yihadista.

Sale de la cárcel el 4 de diciembre de 2012, le dan dinero, le dan un pasaporte y le permiten viajar a Turquía inmediatamente, el paso obligado para llegar a Siria, donde pasa un año en las filas del Califato Islámico haciendo lo que mejor sabe hacer, lo que le han enseñado en Francia: de carcelero.

Nemmouche viaja por buena parte de mundo y su rastro aparece en los registros Schengen, en Estambul, en Malasia, en Singapur, en Bangkok, en Frankfurt… En 2014 regresa porque su campo de batalla está en cualquier sitio de Europa, como la propia Bruselas, donde le acusan de cometer un atentado el 24 de mayo en el Museo Judío: un hombre dispara un arma desde la calle hacia el vestíbulo del museo con un Kalashnikov y luego huye.

Cuatro personas mueren: una pareja de turistas israelíes, Emanuel y Miriam Riva, de 54 y 53 años, una francesa, Dominique Sabrier, de 66, que trabaja como voluntaria en el museo y Alexandre Strens, un belga de 25 años que trabaja como recepcionista.

La detención de Nemmouche se produce varios días después muy lejos del escenario del crimen, en la estación internacional de autobuses de Marsella, a donde llega en un autobús procedente de Ámsterdam vía Bruselas. En su equipaje lleva armas idénticas a las que se emplearon en el atentado del Museo Judío y una gorra similar a la que llevaba el carnicero.

Mientras tanto, el acusado sigue sin querer hablar.

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