Patricio Montesinos.— A pesar de sus continuas amenazas y su actuar bélico y subversivo contra numerosas naciones, el actual jefe del régimen de Estados Unidos, Donald Trump, es un perdedor, tanto en su país como en el mundo, de ahí su conducta cada vez más histriónica y agresiva, y por supuesto peligrosa para la humanidad.
A lo interno, el inquilino de la Casa Blanca tiene récords de funcionarios de su gobierno que lo han abandonado, serios problemas con el Congreso de Washington, además de un creciente rechazo de sus conciudadanos por su política obstinada e incongruente.
Al unísono, Trump ha sido derrotado en Siria y le está ocurriendo algo similar en Venezuela, mientras sabe muy bien que no puede con Corea del Norte e Irán, y mucho menos con Rusia y China, que les sonríen en su propia cara ante sus continuas intimidaciones y sanciones económicas.
A Venezuela le ha aplicado todos los métodos subversivos y terroristas habidos y por haber, instigado por varios bufones y criminales de guerra que se ha buscado como “asesores”, sin embargo, no ha podido, ni podrá derrocar a la Revolución Bolivariana.
De poco le ha servido igual, en sus intenciones de derrumbar al gobierno del presidente Nicolás Maduro, la Organización de Estados Americanos (OEA), fracturada con la creación del “grupúsculo de Lima”, considerado por analistas un “cártel político ultraderechista” al servicio de los intereses hegemónicos de Washington en la Patria Grande.
El citado grupúsculo, integrado por varios países de Nuestra América con regímenes conservadores, ha hecho y hace los mismos e históricos papelones que la vieja y caducada OEA, por orden de quien se ha creído el emperador del planeta tierra, sin serlo.
Trump la ha emprendido también con Nicaragua, Bolivia y Cuba porque dice quiere “acabar con el comunismo”, pero tanto él como sus instigadores conocen muy bien que esas naciones, al igual que Venezuela, son huesos duros de roer.
La obsesión de Estados Unidos con Cuba, a la que ahora amenaza nuevamente con arreciarle el bloqueo y aplicarle el capítulo III de la extraterritorial Ley Helms Burton, es una enfermedad endémica transmitida de una o otra administración de la Casa Blanca durante los últimos 60 años.
Trump chocará con un muro mayor del que él fanfarronea construirá en la frontera con México, si piensa que doblegará al decano archipiélago de las Antillas con la fracasada política de guerra económica, financiera y comercial que Washington le ha impuesto injustamente a los cubanos desde el triunfo de su Revolución, el 1 de enero de 1959.
Contrario a amedrentar a Isla caribeña, como a todos los países que considera adversarios, que por cierto no son pocos y algunos muy poderosos, el mandatario estadounidense tiene pronosticado varios escandalosos nuevos reveses, que pueden llevarlo a estallar, y como diría un buen cubano a “salir por el techo” de la Casa Blanca.
Trump ya padece del “síndrome del perdedor”, lo cual es real que lo hace peligroso, pero con una buena vacuna de unidad y alianza internacional será suficiente para que termine por reconocer su ruina.