«Los malentendidos que ha suscitado la manera engeliana de exponer la dialéctica provienen esencialmente de que Engels –siguiendo el mal ejemplo de Hegel– extendió el método dialéctico al conocimiento de la naturaleza». (Georg Lukács; Historia y consciencia de clase, 1923)
He aquí una cita que basta para descartar automáticamente al «gran» autor húngaro como un autor realmente marxista, y he aquí del mismo modo una cita que explica porque Lukács fue tan propagado por la «nueva izquierda» de la década de los 60, es decir los pseudomarxistas de los existencialistas, estructuralistas, Escuela de Frankfurt, maoístas, trotskistas, anarquistas, eurocomunistas y demás.
Intentar hacer ver que Engels, compañero ideológico y personal inseparable de Marx, tenía una concepción tan sumamente diferente sobre la dialéctica y su influjo es cuanto menos absurdo. Pretender que uno [Marx] tomaba la dialéctica como algo que indica en la sociedad humana y no en la naturaleza –como un metafísico cualquiera que separaba mecánicamente al hombre de la naturaleza como se mofaba siempre el propio Marx–, y que el otro [Engels] la concibe como que abarca ambas, es un intento ridículo de separar a ambos en lo ideológico cuando no hay tal evidencia. En primer lugar, citemos al propio Marx hablando de la relación entre el hombre y la naturaleza, las ciencias naturales y las del hombre:
«Las ciencias naturales han desarrollado una enorme actividad y se han adueñado de un material que aumenta sin cesar. La filosofía, sin embargo, ha permanecido tan extraña para ellas como ellas para la filosofía. La momentánea unión fue sólo una fantástica ilusión. Existía la voluntad, pero faltaban los medios. La misma historiografía sólo de pasada se ocupa de las ciencias naturales en cuanto factor de ilustración, de utilidad, de grandes descubrimientos particulares. Pero en la medida en que, mediante la industria, la Ciencia natural se ha introducido prácticamente en la vida humana, la ha transformado y ha preparado la emancipación humana, tenía que completar inmediatamente la deshumanización, La industria es la relación histórica real de la naturaleza –y, por ello, de la Ciencia natural– con el hombre; por eso, al concebirla como develación esotérica de las fuerzas humanas esenciales, se comprende también la esencia humana de la naturaleza o la esencia natural del hombre; con ello pierde la Ciencia natural su orientación abstracta, material, o mejor idealista, y se convierte en base de la ciencia humana, del mismo modo que se ha convertido ya –aunque en forma enajenada– en base de la vida humana real. Dar una base a la vida y otra a la ciencia es, pues, de antemano, una mentira. La naturaleza que se desarrolla en la historia humana –en el acto de nacimiento de la sociedad humana– es la verdadera naturaleza del hombre; de ahí que la naturaleza, tal como, aunque en forma enajenada, se desarrolla en la industria, sea la verdadera naturaleza antropológica.
La sensibilidad –véase Feuerbach– debe ser la base de toda ciencia. Sólo cuando parte de ella en la doble forma de conciencia sensible y de necesidad sensible, es decir, sólo cuando parte de la naturaleza, es la ciencia verdadera ciencia. La Historia toda es la historia preparatoria de la conversión del «hombre» en objeto de la conciencia sensible y de la necesidad del «hombre en cuanto hombre» en necesidad. La Historia misma es una parte real de la Historia Natural, de la conversión de la naturaleza en hombre. Algún día la Ciencia natural se incorporará la Ciencia del hombre, del mismo modo que la Ciencia del hombre se incorporará la Ciencia natural; habrá una sola Ciencia». (Karl Marx; Manuscritos Económicos y filosóficos, 1844)
Si acaso esto no es suficiente para los apologistas de las falacias de Lukács, veamos una cita mucho más directa sobre cómo Marx y Engels coincidían en no distinguir la aplicabilidad de la dialéctica en los diversos campos de estudio. De hecho, ambos clásicos hablaban tan sólo de un campo de estudio unificado. En los borradores de una de las obras más conocidas de Marx y Engels se dice:
«Reconocemos solamente una ciencia, la ciencia de la historia. La historia, considerada desde dos puntos de vista, puede dividirse en la historia de la naturaleza y la historia de los hombres. Ambos aspectos, con todo, no son separables: mientras existan hombres, la historia de la naturaleza y la historia de los hombres se condicionarán recíprocamente. No tocaremos aquí la historia de la naturaleza, las llamadas ciencias naturales; abordaremos en cambio la historia de los hombres, pues casi toda la ideología se reduce o a una concepción tergiversada de esta historia o a una abstracción total de ella. La propia ideología es tan sólo uno de los aspectos de esta historia». (Karl Marx y Friedrich Engels; La ideología alemana, 1846)
Negar como hace Lukács que la dialéctica incide en la naturaleza y por tanto es totalmente aplicable para su estudio, es tirar por la borda uno de los mayores hitos científicos del ser humano sobre el funcionamiento de su entorno. Es rechazar lo que el materialismo dialéctico del marxismo precisamente se esforzó en explicar y popularizar de otros autores previos siempre bajo su manto crítico.
Pensar que la naturaleza no está atravesada por la dialéctica es similar a lo que afirmaban los metafísicos del siglo XVII, a los cuales el propio Kant, que precede a Hegel, explicaría dicho error en su obra: «Historia general de la naturaleza y teoría del cielo» de 1755; allí intentó dar respuestas al origen del planeta Tierra y el sistema solar negando por ejemplo la idea de que la naturaleza no tenia historia, que era eterna o simplemente creación de Dios, etc.
¿Por qué los marxistas o socialistas científicos –como se denominaban Marx y Engels– insisten en que la dialéctica tiene un influjo transversal sobre las cosas que lo abarca todo?:
«Todo ser orgánico es, en todo instante, él mismo y otro; en todo instante va asimilando materias absorbidas del exterior y eliminando otras de su seno; en todo instante, en su organismo mueren unas células y nacen otras; y, en el transcurso de un período más o menos largo, la materia de que está formado se renueva totalmente, y nuevos átomos de materia vienen a ocupar el lugar de los antiguos, por donde todo ser orgánico es, al mismo tiempo, el que es y otro distinto. Asimismo, nos encontramos, observando las cosas detenidamente, con que los dos polos de una antítesis, el positivo y el negativo, son tan inseparables como antitéticos el uno del otro y que, pese a todo su antagonismo, se penetran recíprocamente; y vemos que la causa y el efecto son representaciones que sólo rigen como tales en su aplicación al caso concreto, pero, que, examinando el caso concreto en su concatenación con la imagen total del Universo, se juntan y se diluyen en la idea de una trama universal de acciones y reacciones, en que las causas y los efectos cambian constantemente de sitio y en que lo que ahora o aquí es efecto, adquiere luego o allí carácter de causa y viceversa». (Friedrich Engels; Del socialismo utópico al socialismo científico, 1880)
No solo es que la dialéctica exista en la naturaleza y tome partida en ella, sino que como Engels sentenciaría para sufrimiento del revisionista Georg Lukács:
«La naturaleza es la piedra de toque de la dialéctica, y las modernas ciencias naturales nos brindan para esta prueba un acervo de datos extraordinariamente copiosos y enriquecidos con cada día que pasa, demostrando con ello que la naturaleza se mueve, en última instancia, por los cauces dialécticos y no por los carriles metafísicos, que no se mueve en la eterna monotonía de un ciclo constantemente repetido, sino que recorre una verdadera historia. Aquí hay que citar en primer término a Darwin, quien, con su prueba de que toda la naturaleza orgánica existente, plantas y animales, y entre ellos, como es lógico, el hombre, es producto de un proceso de desarrollo que dura millones de años, ha asestado a la concepción metafísica de la naturaleza el más rudo golpe. Pero, hasta hoy, los naturalistas que han sabido pensar dialécticamente pueden contarse con los dedos, y este conflicto entre los resultados descubiertos y el método discursivo tradicional pone al desnudo la ilimitada confusión que reina hoy en las ciencias naturales teóricas y que constituye la desesperación de maestros y discípulos, de autores y lectores.
Sólo siguiendo la senda dialéctica, no perdiendo jamás de vista las innumerables acciones y reacciones generales del devenir y del perecer, de los cambios de avance y de retroceso, llegamos a una concepción exacta del Universo, de su desarrollo y del desarrollo de la humanidad, así como de la imagen proyectada por ese desarrollo en las cabezas de los hombres. Y éste fue, en efecto, el sentido en que empezó a trabajar, desde el primer momento, la moderna filosofía alemana. Kant comenzó su carrera de filósofo disolviendo el sistema solar estable de Newton y su duración eterna –después de recibido el famoso primer impulso– en un proceso histórico: en el nacimiento del Sol y de todos los planetas a partir de una masa nebulosa en rotación. De aquí, dedujo ya la conclusión de que este origen implicaba también, necesariamente, la muerte futura del sistema solar. Medio siglo después, su teoría fue confirmada matemáticamente por Laplace, y, al cabo de otro medio siglo, el espectroscopio ha venido a demostrar la existencia en el espacio de esas masas ígneas de gas, en diferente grado de condensación.
La filosofía alemana moderna encontró su remate en el sistema de Hegel, en el que por vez primera –y ése es su gran mérito– se concibe todo el mundo de la naturaleza, de la historia y del espíritu como un proceso, es decir, en constante movimiento, cambio, transformación y desarrollo y se intenta además poner de relieve la íntima conexión que preside este proceso de movimiento y desarrollo. Contemplada desde este punto de vista, la historia de la humanidad no aparecía ya como un caos árido de violencias absurdas, igualmente condenables todas ante el fuero de la razón filosófica hoy ya madura, y buenas para ser olvidadas cuanto antes, sino como el proceso de desarrollo de la propia humanidad, que al pensamiento incumbía ahora seguir en sus etapas graduales y a través de todos los extravíos, y demostrar la existencia de leyes internas que guían todo aquello que a primera vista pudiera creerse obra del ciego azar.
No importa que el sistema de Hegel no resolviese el problema que se planteaba. Su mérito, que sentó época, consistió en haberlo planteado». (Friedrich Engels; Del socialismo utópico al socialismo científico, 1880)
Precisamente en su gran obra dedicada a la dialéctica y la naturaleza, Engels plasmó su visión materialista-dialéctica y su campo de actuación:
«Y así hemos vuelto a la concepción del mundo que tenían los grandes fundadores de la filosofía griega, a la concepción de que toda la naturaleza, desde sus partículas más ínfimas hasta sus cuerpos más gigantescos, desde los granos de arena hasta los soles, desde los protistas hasta el hombre, se halla en un estado perenne de nacimiento y muerte, en flujo constante, sujeto a incesantes cambios y movimientos». (Friedrich Engels; Introducción a la dialéctica de la naturaleza, 1875)
Este tipo de obras de Engels, lejos de ser una desviación del marxismo, son la confirmación de que como dijo Franz Mehring en su momento: el propio Engels fue en general bastante modesto en cuanto a sus aportes a la doctrina marxista, esto es, al materialismo dialéctico e histórico.
Lenin diría de los méritos del marxismo sintetizado por la dupla Marx y Engels:
«Marx profundizó y desarrolló totalmente el materialismo filosófico, e hizo extensivo el conocimiento de la naturaleza al conocimiento de la sociedad humana. El materialismo histórico de Marx es una enorme conquista del pensamiento científico. Al caos y la arbitrariedad que imperan hasta entonces en los puntos de vista sobre historia y política, sucedió una teoría científica asombrosamente completa y armónica, que muestra cómo, en virtud del desarrollo de las fuerzas productivas, de un sistema de vida social surge otro más elevado; cómo del feudalismo, por ejemplo, nace el capitalismo.
Así como el conocimiento del hombre refleja la naturaleza –es decir, la materia en desarrollo–, que existe independientemente de él, así el conocimiento social del hombre –es decir, las diversas concepciones y doctrinas filosóficas, religiosas, políticas, etc.–, refleja el régimen económico de la sociedad. Las instituciones políticas son la superestructura que se alza sobre la base económica. Así vemos, por ejemplo, que las diversas formas políticas de los Estados europeos modernos sirven para reforzar la dominación de la burguesía sobre el proletariado.
La filosofía de Marx es un materialismo filosófico acabado, que ha proporcionado a la humanidad, y sobre todo a la clase obrera, la poderosa arma del saber». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Tres fuentes y partes integrantes del marxismo, 1913)
Stalin se apegó a esta interpretación sobre la dialéctica y su incidencia en la naturaleza:
«El materialismo dialéctico es la concepción del mundo del Partido marxista-leninista. Llámase materialismo dialéctico, porque su modo de abordar los fenómenos de la naturaleza, su método de estudiar estos fenómenos y de concebirlos, es dialéctico, y su interpretación de los fenómenos de la naturaleza, su modo de enfocarlos, su teoría, materialista. (…) Por oposición a la metafísica, la dialéctica no considera la naturaleza como un conglomerado casual de objetos y fenómenos, desligados y aislados unos de otros y sin ninguna relación de dependencia entre sí, sino como un todo articulado y único, en el que los objetos y los fenómenos se hallan orgánicamente vinculados unos a otros, dependen unos de otros y se condicionan los unos a los otros. (…) Por oposición a la metafísica, la dialéctica no considera la naturaleza como algo quieto e inmóvil, estancado e inmutable, sino como algo sujeto a perenne movimiento y a cambio constante, como algo que se renueva y se desarrolla incesantemente y donde hay siempre algo que nace y se desarrolla y algo que muere y caduca. (…) Por oposición a la metafísica, la dialéctica no examina el proceso de desarrollo como un simple proceso de crecimiento, en que los cambios cuantitativos no se traducen en cambios cualitativos, sino como un proceso en que se pasa de los cambios cuantitativos insignificantes y ocultos a los cambios manifiestos, a los cambios radicales, a los cambios cualitativos; en que éstos se producen, no de modo gradual, sino rápido y súbitamente, en forma de saltos de un estado de cosas a otro, y no de un modo casual, sino con arreglo a leyes, como resultado de la acumulación de una serie de cambios cuantitativos inadvertidos y graduales. (…) Por oposición a la metafísica, la dialéctica parte del criterio de que los objetos y los fenómenos de la naturaleza llevan siempre implícitas contradicciones internas, pues todos ellos tienen su lado positivo y su lado negativo, su pasado y su futuro, su lado de caducidad y su lado de desarrollo; del criterio de que la lucha entre estos lados contrapuestos, la lucha entre lo viejo y lo nuevo, entre lo que agoniza y lo que nace, entre lo que caduca y lo que se desarrolla, forma el contenido interno del proceso de desarrollo, el contenido interno de la transformación de los cambios cuantitativos en cambios cualitativos». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Materialismo histórico y materialismo dialéctico, 1938)
Esto fue seguido por los filósofos soviéticos en vida de Stalin:
«De acuerdo con la doctrina del materialismo dialéctico, la Naturaleza es la materia en toda la variedad de sus manifestaciones y formas de movimiento. La unidad de la Naturaleza –del mundo– estriba en su materialidad. La explicación científica de los fenómenos de la Naturaleza no tiene necesidad de ninguna causa exterior, espiritual, divina u otra análoga. «La concepción materialista del mundo se limita sencillamente a concebir la Naturaleza tal y como es, sin ninguna clase da aditamentos extraños» (Engels). Los idealistas declaran que la Naturaleza es un fenómeno de la conciencia. Kant, por ejemplo, estimaba que sólo el entendimiento humano introduce el orden y las leyes en el caos de fenómenos que nos circunda, transformándolo así en Naturaleza. Hegel consideraba la Naturaleza como el «otro ser» del espíritu; Mach, como un complejo de sensaciones del sujeto, &c. En realidad, «la materia, la Naturaleza, el ser, son una realidad objetiva, existen fuera de nuestra conciencia e independientemente de ella» (Stalin). La Naturaleza es el resultado de una larga evolución histórica. De la materia inorgánica surgió la vida orgánica, la facultad sensorial de la materia. El hombre es una parte de la Naturaleza, su producto superior, que por intermedio de los instrumentos de producción que crea, actúa sobre la Naturaleza, la modifica y obliga a sus fuerzas a servir a sus objetivos. En los siglos XVI-XVIII imperaba en la ciencia la convicción de la inmutabilidad absoluta de la Naturaleza. El materialismo dialéctico afirmó la concepción histórica sobre la Naturaleza, examinándola en movimiento y desarrollo». (Mark Rosental y Pavel Yudin; Diccionario filosófico marxista, 1946)
Pongamos otro ejemplo sobre las concepciones idealistas y materialistas sobre la naturaleza, esta vez del famoso «stalinista» Politzer, tan odiado abiertamente o en silencio por los revisionistas, autor que de paso también fustiga a los materialistas mecanicistas, que también creían en una naturaleza inalterable:
«La metafísica considera la naturaleza como un conjunto de cosas definitivamente fijas. Pero hay dos maneras de considerar así las cosas. La primera manera considera que el mundo está absolutamente inmóvil, pues el movimiento no es más que una ilusión de nuestros sentidos. Si quitamos esta apariencia de movimiento, la naturaleza no se mueve. Esta teoría fue sostenida por una escuela de filósofos griegos a los que se llama eleáticos. Esta concepción simplista está en contradicción tan violenta con la realidad que ya no es defendida en nuestros días. La segunda manera de considerar la naturaleza como un conjunto de cosas fijas es mucho más sutil. No se dice que la naturaleza está inmóvil, queda admitido que se mueve, pero se afirma que esta animada por un movimiento mecánico. Aquí, la primera manera desaparece; ya no se niega el movimiento y esto no parece ser una concepción metafísica. Se llama a esta concepción «mecanicista» o el «mecanicismo». Constituye un error que se comete muy frecuentemente y que volvemos a encontrar en los materialistas de los siglos XVII y XVIII. Hemos visto que no consideran la naturaleza como inmóvil, sino en movimiento; sólo que para ellos ese movimiento es simplemente un cambio mecánico, un desplazamiento. Admiten todo el conjunto del sistema solar –la Tierra gira alrededor del sol–, pero piensan que ese movimiento es puramente mecánico, es decir, un simple cambio de lugar, y consideran ese movimiento únicamente bajo este aspecto. Pero las cosas no son tan simples. El girar de la Tierra es, ciertamente, un movimiento mecánico; pero mientras gira puede experimentar influencias, y, por ejemplo, enfriarse. Por lo tanto no se trata solamente de un desplazamiento: también se producen otros cambios. Lo que caracteriza, pues, esta concepción llamada «mecanicista», es que se considera solamente el movimiento mecánico.
Si la Tierra gira sin cesar y no le ocurre nada más, la Tierra cambia de lugar pero la misma Tierra no cambia; permanece idéntica a sí misma. No hace más que seguir girando siempre y siempre, antes como después de nosotros. De ese modo, todo pasa como si nada hubiese pasado. Por lo tanto, vemos que admitir el movimiento, pero haciendo de éste un puro movimiento mecánico, es una concepción metafísica, porque este movimiento es sin historia. Un reloj que tuviera órganos perfectos, construido con materiales que no se gastaran, marcharía eternamente sin cambiar en nada y el reloj no tendría historia. Una tal concepción del Universo se encuentra continuamente en Descartes. Él trata de reducir a la mecánica todas las leyes físicas y fisiológicas. No tiene ninguna idea de la química –véase su explicación de la circulación de la sangre– y su concepción mecánica de las cosas será también la de los materialistas del siglo XVIII. Haremos una excepción con Diderot, que es menos puramente mecanicista y que en ciertos escritos vislumbra la concepción dialéctica. Lo que caracteriza a los materialistas del siglo XVIII es que convierten a la naturaleza en un mecanismo de relojería. Si verdaderamente fuera así, las cosas volverían continuamente al mismo punto sin dejar huellas y la naturaleza permanecería idéntica a sí misma, lo que es precisamente el primer carácter del método metafísico». (Georges Politzer; Principios elementales de la filosofía, 1949)
Esta fue la concepción científica seguida en los años venideros por el resto de los marxistas, marxista-leninistas, stalinistas, socialistas científicos o como quiera llamarse, a diferencia de los charlatanes revisionistas y «heterodoxos» de toda clase que empezaron a dominar el movimiento obrero en los 60:
«Es un hecho incontestable que, no sólo en la época en que vivieron los clásicos, sino también más tarde y hasta en nuestros días, el desarrollo de las ciencias naturales constituye otro testimonio vivo que confirma de manera brillante los puntos de vista materialista-dialécticos de Marx y de Engels acerca del mundo. Conclusiones de la filosofía marxista como las referidas a la infinitud, en amplitud y profundidad, del átomo y de la materia en general, a la concepción de la infinitud como un proceso que entraña saltos cualitativos, al movimiento como forma de existencia de la materia, hallan hoy su confirmación en el desarrollo de las ciencias naturales modernas. Las actuales ciencias naturales prueban una vez más el carácter universal de la ley de los contrarios, de la ley de la transformación de los cambios cuantitativos en cualitativos y viceversa, de la ley de la negación de la negación, de las categorías de la dialéctica materialista, de los principios fundamentales de la teoría del conocimiento, etc., elaborados por Marx y Engels. (…) Del mismo modo que el conocimiento y la práctica, el desarrollo de las ciencias es también incontenible. El hombre descubre diariamente los secretos de la naturaleza, sus leyes. Este desarrollo ni ha afectado ni puede afectar y menos aún invalidar las tesis fundamentales del materialismo dialéctico e histórico. Por el contrario, el contenido de éstas se enriquece, se profundiza. Todas las pretensiones de las corrientes filosóficas viejas o nuevas sobre estos problemas en sentido opuesto han caído por tierra. Se trata de engaños con objetivos de clase determinados y la pretensión de abrir las puertas al idealismo y al fideísmo y arrojar barro sobre la filosofía de Marx, que a pesar de todo ello se mantiene siempre joven. (…) Entre las corrientes filosóficas revisionistas eurocomunistas o como las califica el camarada Enver Hoxha, revisionistas «sin ambages», está muy en boga el oponer una parte del marxismo al resto, oponer Lenin a Marx, etc. Rebuscando» en las obras de Marx y utilizando la especulación y la sofistería, pretenden demostrar que el Marx «verdadero», el Marx «humanista» es el de las obras tempranas y no el de las obras donde argumenta la lucha de clases, la misión histórica del proletariado, la necesidad de derrocar el capitalismo e instaurar la dictadura del proletariado. Tampoco son pequeños los esfuerzos por «argumentar» que Marx, toda su doctrina, se apoya en la filosofía de Hegel, que no trascendió los marcos de esta filosofía, sobre todo la idea hegeliana de la enajenación. Convierten a Marx en epígono de Hegel o de Feuerbach con el fin de negar o echar por tierra el viraje que él introdujo en el pensamiento filosófico». (Kristaq Angjeli; La filosofía de Marx y el desarrollo de la ciencia y de la revolución técnico-científica en nuestra época, 1984)
¿Es claro quién es el marxista o el antimarxista aquí verdad?». (Equipo de Bitácora (M-L); Las sandeces de Kohan y Lukács sobre la figura Hegel y su evaluación en la filosofía de la URSS, 15 de septiembre de 2018)