Granada García, una mujer de La Algaba (Sevilla), estaba pintando en la puerta de la calle con un pañuelo rojo en su cabeza cuando entró el comandante Corrales con su columna. “Ya te lo estás quitando y lo estás quemando”. Un pañuelo rojo. Podía haber sido verde, o azul, o negro. Pero era rojo, qué delito.
La anécdota es un ejemplo gráfico de que en muchas zonas de España, como en Andalucía, no hubo ninguna guerra. Fueron víctimas de la represión fascista. Allí no hubo ninguna guerra, por lo que no es necesario desmontar la excusa de que “las guerras son muy malas”, de que lo mismo hicieron unos y otros.
El historiador Francisco Espinosa ha podido contabilizar 130.199 víctimas de la represión franquista en España, una cifra que aumentará si se sigue investigando. Los cálculos aproximados en Andalucía indican unas 49.000 víctimas de la represión fascista, una cifra aún abierta.
En Andalucía hay más personas desaparecidas que en Chile, Argentina y Guatemala juntos. En Córdoba la represión franquista fue especialmente cruel: 4.000 personas fueron asesinadas y arrojadas a fosas comunes. Córdoba fue el Auschwitz de Franco.
En Écija mataron a 278 personas y los únicos tiros que hubo los dieron los sublevados. Lo mismo ocurrió en Fuentes de Andalucía, donde asesinaron a más de 100.
La historia desmonta que hubiera una cruzada contra la religión católica. De los 12 sacerdotes y decenas de monjas que había en Morón, dos salesianos murieron, ambos beatificados. Pero no fueron fusilados; murieron en un tiroteo provocado por el teniente de la Guardia Civil. Además, uno de los curas, José Blanco, disparó ardorosamente contra los obreros desde el cuartel.
El gobernador militar de Sevilla prohibió que se cortara el tráfico en la carretera que va desde La Algaba al cementerio de Sevilla. Los arrieros que iban con las mulas a abastecer los mercados de la capital tenían que escuchar los gritos y los culatazos. Es la crónica del horror que empiezan a documentar los libros de historia con 80 años de retraso.
En La Rinconada asesinaron a las diez de la mañana en la plaza a dos personas acusadas de asaltar a un terrateniente. Sabían que no habían sido ellos y aun así los ejecutaron. Luego mataron a los culpables.
Las mujeres padecieron todo tipo de barbaridades. Los franquistas consideraron a las mujeres republicanas como botín de guerra, cosificándolas, deshumanizándolas; convirtieron el cuerpo de las mujeres en un campo de batalla más, usándolo como medio y como mensaje. Para los varones vencidos, era el medio por el cual se les humillaba nuevamente tras la derrota. ”A La Trunfa le dieron una paliza y, sin dejar de maltratarla, la introdujeron en un cuarto del cortijo, donde la intimidaron” tendiéndola en el suelo, “obligándola a remangarse” y exhibir “sus partes genitales; hecho esto, el sargento, esgrimiendo unas tijeras, las ofreció al falangista Joaquín Barragán Díaz para que pelara con ellas el vello de las partes genitales de la detenida, a lo que este se negó; entonces el sargento, malhumorado, ordenó lo antes dicho al guardia civil Cristóbal del Río, del puesto de El Real de la Jara. Este obedeció y, efectuándolo con repugnancia, no pudo terminar, y entregó la tijera al jefe de Falange de Brenes, que terminó la operación. Y entre este y el sargento terminaron pelándole la cabeza”.
Tras la guerra llegaron las incautaciones de bienes, que no fueron palacios, ni grandes casas. Se llevaron lo poco que tenían: las gallinas, los aperos, las mantas, el colchón…
Llegó, por supuesto, el hambre, la otra matanza con la que el franquismo doblegó aún más a una población aterrorizada.
Llegaron también los campos de concentración, y los trabajos forzados, y la censura, y las torturas, y los estados de excepción, y las redadas, y las cárceles, y el Tribunal de Orden Público…
La guerra contra el fascismo no acabó el 1 de abril de 1939. No ha acabado. El franquismo nunca dejó de matar, de reprimir, de encarcelar… Lo hará hasta el último aliento que le quede.