En esta nueva fase del capitalismo el producto eres tú

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Eder Peña.— ¿Ha pasado cerca de un centro comercial y recibe en su smartphone publicidad de alguna tienda ubicada en ese establecimiento? ¿Ha descargado música de alguna banda y su red social favorita le «sugiere» que la siga?

Uno de los atributos del capitalismo, en esta fase de decadencia, es la capacidad que tiene para hacer sentir libre a la gente más vigilada de la historia. La inteligencia que apellida a cuanto aparato se inventa hoy trae, en letras pequeñas y numerosas, la condición de observar a su usuario. De tal manera que televisores, relojes, monitores para corredores, teléfonos observan a quien hace uso «personalizado» de estos aparatos.

¿Delirios de Pedro Carreño?

Ah, de aquellos tiempos en los que era un chiste decir que al entonces diputado chavista Pedro Carreño se le ocurrió insinuar que los aparatos de televisión satelital nos espiaban, pocos años después el público se enteró de que televisores inteligentes espiaban las casas de su «dueños».

La organización WikiLeaks, grupo de ciberactivistas fundado por el australiano Julian Assange, inició en 2017 la publicación de 8 mil 761 documentos procedentes de la unidad de ciberespionaje de la Agencia Central de Inteligencia estadounidense (CIA, por sus siglas en inglés), en la que trabajan unas 5 mil personas.

Refiere la filtración el caso del programa «Ángel que llora» (Weeping Angel), diseñado por las «televisiones inteligentes» de la empresa surcoreana Samsung. «Después de infectar [el aparato], ‘Weeping Angel’ pone a la televisión en un modo ‘off’ falso», según la nota de prensa colgada por WikiLeaks en su web. Cuando está en modo «off» falso, la televisión parece apagada, pero no lo está. En vez de eso, «graba las conversaciones en la habitación y las envía a través de Internet a un servidor secreto de la CIA».

Cuando en 2015 Samsung lanzó en Estados Unidos sus «televisores inteligentes», con el eslogan «La tele nunca ha sido tan lista», el gigante coreano ya advertía en el manual de instrucciones que «el dispositivo puede capturar órdenes orales» que Samsung podría «recolectar» y «transmitir (junto con información acerca del dispositivo, incluyendo la identificación de éste) a terceros», incluso en el caso de que esos datos incluyeran «información personal o sensible».

En la última generación de iPhones, Siri, el famoso asistente online de Apple, escucha siempre lo que se dice a su alrededor y lo envía a la sede de la empresa. Lo mismo que Alexa, el rival de Siri de Amazon.

Más capitalismo, pero ahora «de vigilancia»

Lo que algunos autores han bautizado como «capitalismo de vigilancia» es una fase del capitalismo en la que los medios de producción son las vidas personales y reposan sobre la infraestructura digital, ya no sobre un dueño concreto; la mano de obra es el usuario de aplicaciones, las propias vidas humanas (cuyo sentido es poder comprar, mayoritariamente) son los medios de producción que generan la verdadera materia prima: los datos personales.

Impuesto como un manto, ya el capitalismo no se basa solamente en la fuerza de trabajo de la clase trabajadora sino en la información que aporte cada individuo respecto a su sistema de toma de decisiones para votar, comprar, etc.

Bajo esta faceta del capital no solo se trata de concentrar capital, tierra y fuerza de trabajo sino datos personales como llave para amplificar dicha concentración sin dar la cara, al ejercer el monopolio del negocio digital de marcas como Google, Facebook, Apple y Amazon, que suman a todo tipo de compañías del entorno tradicional a su forma de hacer negocios.

Fórmula Google: Saber lo que te gusta (o no)

La fórmula Google tiene en su génesis a Sheryl Sandberg, encargada de la publicidad online, quien llegó a la conclusión de que combinando la información derivada de su algoritmo y los datos computacionales recogidos de sus usuarios, podían ofrecer un análisis muy interesante para que, con una predicción de quién necesitaba o deseaba qué, el anunciante supiera a quién dirigirse y qué venderle.

De esto habló en una entrevista con la BBC Shoshana Zuboff, profesora emérita de la Harvard Business School quien acuñó el término «capitalismo de vigilancia».

Se diseminó entonces el modelo mediante el cual los datos se convirtieron en fuente de riqueza debido a que facilitaban las predicciones sobre comportamientos, lo que se traduce en ventas para anunciantes, aseguradoras, almacenes y hasta partidos políticos. Fue así como entre 2001 y 2004, los ingresos de Google crecieron casi un 3.600% y, a partir de marzo de 2008 cuando Sandberg fue fichada por Mark Zuckerberg para Facebook, se implanta el mismo modus operandi exitoso para las minorías megamillonarias.

Google vende todos nuestros datos a compañías de todo tipo (Foto: RT)

En el negocio de las predicciones, cuya herramienta es el Big Data, la mano de obra es gratis; se trata de una minería en la que se extraen comportamientos, hábitos, deseos, miedos, sueños, proyectos, dudas… para ser vendidas a partir de un mito: el consentimiento del público poseedor.

Quien desea descargar algún contenido o programa gratuito acepta unos términos sin haberlos leído en profundidad o extraviado en una inaccesible jerga legislativa, técnica y conceptual, sus datos son usados para otras finalidades y cedidos a terceras empresas que buscan conocerle mejor y obtener un perfil de cómo es el usuario.

«Sin saberlo, el usuario puede estar dando consentimiento a ser escaneado en redes sociales y, de ahí, se saca el perfil de la persona. Solo con las fotos de Instagram ya se pueden deducir cosas del comportamiento», explica Paloma Llaneza, abogada, experta en ciberseguridad y autora de Datanomics.

Entre la adicción y el juego: La eterna adolescencia

Hay más. Llaneza agrega que «las aplicaciones están basadas en un inteligentísimo sistema de adicción y gamificación. Diseñan esto para hacernos adictos, todo es como un juego y tienes que participar para formar parte de la sociedad».

Lograda la adicción, parece prácticamente imposible negarse a ceder la vida personal a cambio de la app del momento. Considera la experta que las personas no son inconscientes sino adictas, y que viven en un estado de infantilización ante la tecnología.

El modelaje de la adolescencia eterna, esa en la que se asocia juventud y consumo, y consumo con eternidad, desemboca en una fiebre que consiste en querer formar parte de lo último, recibir atención y no perderse de nada, de ahí que aplicaciones de moda como aquella que convertía rostros en obras de arte terminan creando modelos para el reconocimiento facial y sirviendo a la inteligencia artificial para que, en el futuro, le sean violados a las personas los derechos a la privacidad o a ser admitidos en algún sitio.

El engaño es doble: cuando el usuario entrega sus datos a cambio de servicios aparentemente inocentes, y cuando esos datos son después utilizados para elaborar un perfil cuya utilidad no solo pareciera ser comercial.

El ciclo de la adicción se intensifica mediante otra clave: la gratuidad de los servicios. Las apps gratuitas logran captar usuarios cual anzuelo y, a través de ellas, comienza la extracción de datos y, con ellos, la acumulación de comportamientos se convertirán en predicciones listas para ser transformadas en dinero.

¿Más libres o más vigilados?

Sistemas combinados de uso entre gadgets (equipos personalizados) recopilan datos que quedan guardados y se mezclan con los datos extraídos del smartphone para reportar un conocimiento de cada usuario desde diversos ángulos, que incluyen el entorno familiar. La conexión total se ha convertido en vigilancia total pero se vende (y experimenta) como libertad.

Analizando el impacto de la hipercomunicación y la hiperconexión en la sociedad en su libro La expulsión de lo distinto, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, profesor en la Universidad de las Artes de Berlín, dice: «En la cárcel, hay una torre de vigilancia. Los presos no pueden ver nada pero todos son vistos. En la actualidad se establece una vigilancia donde los individuos son vistos pero no tienen sensación de vigilancia, sino de libertad».

Agrega que la sensación de libertad que brota en los individuos es engañosa: «Las personas se sienten libres y se desnudan voluntariamente. La libertad no es restringida, sino explotada».

Por lo tanto no es el mismo sistema represivo de la sociedad disciplinaria: en la actualidad somos teledirigidos en función de nuestra misma aspiración social expresada en posts, tweets, etc. Alimentar ese ya no tan nuevo modo de producción tiene su costo para muchos y ganancia para pocos.

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