Joachim Jachnow.— El 24 de marzo de 1999 cayeron las primeras bombas sobre las centrales eléctricas y las estaciones de suministro de agua de Belgrado, inutilizando la red eléctrica y destruyendo infraestructuras básicas: fábricas, vías de ferrocarril y puentes (1). La Luftwaffe alemana estaba de vuelta en los Balcanes, casi 58 años después del último bombardeo sobre la capital yugoslava en 1941, y sus incursiones repetían extrañamente la tristemente célebre estrategia del general Löhr de destruir los centros administrativos y logísticos de una ciudad ya abierta, descritos en la jerga del momento de la OTAN como blancos con un “doble objetivo”.
El resurgir militar de Alemania difícilmente pudo anunciarse más atronadoramente. Dentro de la Operación Fuerza Aliada, su Fuerza Aérea realizó casi quinientas incursiones contra lo que quedaba de una Yugoslavia ya minada por el declive económico, la intervención occidental y un nacionalismo étnico a menudo externamente fomentado con la diplomacia austro alemana al frente. El bombardeo de la OTAN no solo dejó a su paso víctimas civiles, hospitales incendiados y escuelas destruidas, sino que, echando gasolina al fuego, también sirvió para agravar la tragedia que supuestamente se intentaba prevenir, intensificando los crímenes de guerra sobre la población civil y provocando la huida en masa de civiles. El líder del Partido de los Verdes, Joschka Fischer, tenía razón cuando en 1994 declaraba que la participación de fuerzas alemanas en países “invadidos por las tropas de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial solamente avivaría las llamas del conflicto” (2).
Pero ahora Fischer era ministro de Asuntos Exteriores y vicecanciller del primer gobierno federal rojiverde alemán. Olvidadas sus predicciones, Fischer y la dirección del Partido Verde consideraban que para Alemania era una obligación moral, si no invadir Yugoslavia una vez más, sí lanzar bombas sobre su territorio desde una altura segura; naturalmente con fines humanitarios. Las bases de Los Verdes se mostraban más reluctantes: ningún partido europeo occidental se había identificado tan claramente con las exigencias, desarme nuclear y abolición de la OTAN y del movimiento pacifista. Los Verdes alemanes tenían profundas raíces históricas de oposición a la militarización de Alemania Occidental y en los movimientos de solidaridad con las luchas antiimperialistas. Pero después de largas batallas internas, el partido se había convertido en un actor ya establecido dentro del sistema parlamentario alemán, y estaba tácitamente entendido que entrar en el gobierno federal suponía apoyar tanto a la OTAN como a la “economía de mercado”. El eurodiputado verde Daniel Cohn-Bendit, un viejo socio de Fischer, había estado preparando el terreno para la intervención militar desde el comienzo de las guerras de secesión en Yugoslavia y ahora pedía tropas terrestres: una invasión del país. No obstante, en 1998 el manifiesto electoral de Los Verdes declaraba que el partido se opondría tanto a “las misiones de paz como a las de combate”, y que defendía el repliegue de la OTAN, no su expansión.
Pocos meses después, estos compromisos del manifiesto quedaban abandonados cuando Los Verdes, con un simple 6,7% del voto en las elecciones de septiembre de 1998, firmaron un acuerdo de coalición con el SPD de Schröder que ponía a la OTAN en un lugar preferente. Incluso antes de entrar en el gobierno, el propio Fischer había sido informado de los planes sobre Yugoslavia que tenía el gobierno Administración de Clinton durante un viaje a Washington con Schröder y Lafontaine (3). Como todos los pasos de su carrera, el progreso personal de Fischer se vendía como una dolorosa comprensión de verdades superiores cuya aceptación no significaba traicionar, sino, por el contrario, realizar plenamente sus ideales de una sociedad mejor. Casi unánimemente, los medios de comunicación alemanes fomentaron la política de intervención militar de Schröder-Fischer, respaldados por intelectuales como Günter Grass y Jürgen Habermas; los críticos como Peter Handke fueron anatematizados como amigos de los criminales de guerra serbios. No obstante, una gran parte de la sociedad alemana se mostraba reluctante a aprobar la utilización de las armas en nombre de los “derechos humanos” y, muy especialmente, la base electoral de Los Verdes; la resistencia creció con rapidez. Los Verdes opuestos a la guerra exigieron que el partido convocara un congreso extraordinario, que se celebró en el momento cumbre del bombardeo de la OTAN con una masiva presencia policial para “proteger” la reunión de los miembros de base. Por un breve momento pareció que Los Verdes podían dividirse y provocar la caída del gobierno. Superando incluso a la retórica de Blair, Fischer manifestó al Congreso que la represión serbia sobre los kosovares provocaría “otro Auschwitz”; cualquiera que se opusiera a la intervención de la OTAN sería por ello responsable de un segundo holocausto. Al final de la dramática y a veces violenta reunión, la resolución de compromiso del comité federal que daba a los ministros verdes carte blanche fue aprobada por 444 votos contra 318. Así, el regreso de los militares alemanes a la guerra ofensiva, explícitamente prohibida por la Constitución debido a los crímenes de guerra nazis, quedó legitimado mediante la explotación moral de esos mismos crímenes.
Una vez que el partido renunció a esta piedra fundacional de la política verde, todo lo demás se puso en venta. Después de la guerra yugoslava, alrededor de un tercio de los afiliados abandonaron el partido y fueron sustituidos por una nueva hornada, más dócil a la orientación de la dirección. Después de haber sido los defensores del Estado del bienestar y los paladines de la redistribución económica, Los Verdes se volvieron unos entusiastas defensores de la neoliberal Agenda 2010 de Schröder, que condujo a un tremendo expolio de los activos públicos, de la Seguridad Social y de los fondos de pensiones, al mismo tiempo que reprimía los salarios y concedía recortes fiscales a las empresas por valor de miles de millones de euros; de hecho, una redistribución de la riqueza de los pobres hacia los ricos. Incluso más asombrosa fue la completa rendición de Los Verdes a la industria nuclear alemana; la lucha por el cierre de las centrales nucleares había sido una cuestión básica en el partido y había sobrevivido durante largos años de compromiso parlamentario como el sine qua non de sus promesas electorales. Ahora que estaban en el gobierno, reactores agotados recibieron una nueva prórroga de por lo menos diez años, mientras que el ministro de Medio Ambiente de Los Verdes, Jürgen Trittin, conseguía aprobar medidas sobre el peligroso almacenamiento de residuos nucleares y garantías frente a la deuda para toda la industria, al mismo tiempo que permanecía indiferente a la creciente criminalización de las protestas antinucleares por parte del gobierno Schröder-Fischer. En la misma tónica, Los Verdes aprobaron nuevas leyes de vigilancia, restricciones de los derechos civiles, normas discriminatorias contra los extranjeros y la militarización de la policía, que hicieron que en perspectiva la legislación de emergencia de 1968 que entonces había provocado tanta inquietud, pareciera una trivialidad. El SPD y su socio verde consiguieron sacar adelante proyectos legislativos que ellos mismos habían obstruido con éxito durante los largos años de oposición en la era Kohl (4).
Trajes de franela gris
Pero esta reconversión política de un partido anteriormente disidente ¿fue realmente tan inesperada? Normalmente, los medios de comunicación alemanes describen el fenómeno de la volte-face Verde como los pasos finales de un lento progreso hacia la madurez en vez de una perversión: los hippies de pelos largos y zuecos finalmente desechando sus fantasías utópicas para convertirse en maduros hombres de Estado con trajes de franela gris, dispuestos a asumir la carga de la responsabilidad. De esta manera, muchos de estos medios estaban narcisistamente celebrando su propia «madurez», ya que una vez habían sido parte de los mismos movimientos. Los aplausos hacia el nuevo modelo de Los Verdes reflejaban hasta qué punto las capas disidentes de la sociedad alemana posterior a 1968 se habían reconciliado con las circunstancias dominantes; los simpatizantes en la prensa a menudo eran antiguos camaradas que también habían sufrido llamativas transformaciones. El ejemplo paradigmático es Thomas Schmid, un íntimo compañero de Fischer y Cohn-Bendit en el entorno okupa de Frankfurt de la década de 1970, que compartió brevemente su actitud en general comprensiva hacia la Fracción del Ejército Rojo; en 1983, convertido en un defensor de la “política pragmática” y, ahora, editor jefe del Die Welt de Springer, la publicación que, junto al Bildzeitung, representaba par excellence el espíritu de la restauración de Adenauer, con su consejo de redacción adornado con antiguos nazis. Más significativamente, ya hace mucho tiempo que antiguos órganos de la prensa alternativa como el Tageszeitung berlinés han asumido el papel del “hombre de Estado”, y permiten el pensamiento no conformista estrictamente necesario para hacer que la pensée unique sea más fácil de tragar.
¿El que paga al músico elige la canción? La vulgar corrupción es un habitual reproche de la izquierda, y algunos verdes recientemente retirados en verdad se han prostituido sin vergüenza a sus anteriores enemigos en las industrias nuclear o farmacéutica por unas sumas que políticos anteriores —que en la trastienda recibían unos sobornos comparativamente modestos de barones de la industria como Flick— solo podían soñar (5). Sin duda, se puede sostener que algunos de los realos agrupados en torno a Fischer y Cohn-Bendit, que desde principios de la década de 1980 habían pedido una política reformista y la participación en el gobierno, pretendían apoderarse del partido como vehículo para sus propias ambiciones personales, según entraban en la edad madura con sus sueños de cambio revolucionario dejados atrás y con un ojo puesto en los abrevaderos de oro del parlamentarismo. Christian Schmidt, un periodista freelance de la izquierda no alineada, militante del movimiento okupa en la década de 1980, proporciona una detallada, por no decir repugnante, discusión de los spontis de Frankfurt y su papel en el Partido Verde durante las décadas de 1980 y 1990 en su Wir sind die Wahnsinnigen [Nosotros somos los locos]; más recientemente, Jutta Ditfurth, una figura central del partido en la década de 1980, expulsada del comité federal por los partidarios de la vía parlamentaria en 1989, ha publicado un mordaz ataque ad hominen (6).
Sin embargo, sería demasiado simple echar la culpa exclusiva a una camarilla chovinista entre los okupas de Frankfurt, cuyos miembros demostraron ser sumamente corruptibles, o sugerir que los dirigentes realos siempre habían pretendido llevar al partido tan a la derecha. Eso sería confundir el síntoma con la causa. El ascenso de cierto tipo de personalidad dentro del aparato de un partido es un fenómeno generalizado al que se ha enfrentado la izquierda desde hace mucho tiempo. También sería pasar por alto la más amplia cooptación de los movimientos sociales, dentro de la que se produjo la deformación verde, desde la segunda ola feminista al ecologismo. La capacidad del capitalismo contemporáneo para absorber aspectos vitales de las críticas de los movimientos sociales, para así rejuvenecer sus propios procesos de reproducción, ha sido analizada por Luc Boltanski, Eve Chiapello y Nancy Fraser, entre otros (7).
En el extremo opuesto a Schmidt y Ditfurth, el libro de Paul Tiefenbach Die Grünen: Verstaatlichung einer Partei (1998) (Los Verdes: la estatización de un partido), ofrece un relato sociológico más complejo inspirado por la “ley de hierro de la oligarquía” de Robert Michels, que sugiere que los partidos inevitablemente se adaptarán al sistema político estatal existente y serán absorbidos por él (8). Pero este funcionalismo fatalista sirve para minimizar no solo las luchas y elecciones reales que han determinado la trayectoria del partido, sino también las especificidades de los desarrollos políticos y económicos alemanes —e internacionales— que han contribuido a determinar su rumbo en las tres últimas décadas. Un relato más satisfactorio necesitaría examinar la interacción de factores subjetivos y objetivos. La experiencia de los Verdes alemanes es especialmente instructiva como un raro ejemplo del proyecto de construcción de un partido que intentaba condensar gran parte del pensamiento asociado con los movimientos antinuclear, ecologista y feminista, y cuyos protagonistas anticiparon el peligro de la incorporación y buscaron muy conscientemente poner en práctica medidas que lo contrarrestaran; su fracaso plantea la pregunta de qué estrategias deberían adoptarse en el futuro para una política emancipadora (9). Pero, como una vez dijo Gramsci, la historia de un partido es la historia de una nación, en forma monográfica. Las décadas pasadas han traído no solo la reunificación de Alemania, sino su resurgir como el poder predominante en Europa. ¿En qué se ha convertido ahora el Partido Verde y qué función cumple en la nueva Alemania?
El movimiento y el partido
El semillero del que brotó el Partido Verde, en los oscuros años de finales de la década de 1970 y comienzos de la siguiente bajo la cancillería de Helmut Schmidt, fueron los grupos de acción ciudadana —Bürgerinitiativen— movilizados en contra del renovado programa de energía nuclear del SPD y de la contaminación industrial y la lluvia ácida que estaban matando ríos y bosques. Ecologistas, feministas, estudiantes y redes contraculturales se unieron a agricultores y amas de casa en masivas protestas que llevaron a detener la construcción de plantas nucleares en Wyhl (Baden-Württemberg), Grohnde (Baja Sajonia) y Brokdorf (Schleswig-Holstein). La crítica de la política industrial abrazada por los tres partidos del establishment fue el decisivo punto de partida para este heteróclito movimiento, que sacó su impulso no solo de la conflictividad civil de 1968 y posterior, sino también de capas más conservadoras, igualmente distanciadas de la moderna sociedad capitalista y de su Estado, que defendían formas de vida supuestamente tradicionales contra la “gran máquina”. Para estos grupos fue un paso natural presentar en las elecciones locales listas “verdes” alternativas contra los partidos gobernantes, pero la mayoría era contraria —por una viva cultura experimental más que por cualquier razón teórica más profunda— a cualquier forma de centralización política. Un primer intento de ecologistas conservadores alrededor del diputado de la CDU Herbert Gruhl, para unir a varias listas verdes regionales y grupos ecologistas en un partido único estaba condenado al fracaso, ya que era incompatible con la naturaleza antiautoritaria y descentralizada de los grupos de acción locales.
Sin embargo, en las primeras elecciones al Parlamento europeo en octubre de 1979, acordaron formar una lista spv-Die Grünen encabezada por Petra Kelly, una ecologista de 32 años que trabajaba en la Comisión Europea en Bruselas. La lista obtuvo el 3,2% del voto y un generoso reembolso de los costes de campaña de Los Verdes. Este demostró ser el punto de inflexión. Rudolf Bahro, el disidente ecomarxista alemán del este, recién llegado a Alemania Occidental después de su encarcelamiento en la RDA, lanzó un llamamiento a favor de una nueva política que hiciera frente al desafío existencial de la catástrofe ecológica, en la que las necesidades de las especies prevalecerían sobre las de las clases; pedía una alianza que se extendiera desde Herbert Gruhl a Rudi Dutschke. En dos tormentosas conferencias en 1980, mil delegados de campañas locales, así como varios cientos más de grupos de izquierda, feministas y contraculturales, acordaron constituir lo que Petra Kelly describiría como un “partido antipartido”. Los conservadores de Gruhl y los grupos völkisch, con su ideología de la sangre y el suelo dirigidos por Baldur Springmann, lucharon fieramente para excluir a las organizaciones de la extrema izquierda y maoístas, pero fueron derrotados por una mayoría que rechazaba por principio cualquier forma de censura o de exclusión política. Muy conscientes del peligro de la cooptación parlamentarista, Los Verdes establecieron radicales dispositivos de protección: los miembros elegidos para los parlamentos, del Estado o federales, serían sustituidos a mitad de su mandato por el siguiente candidato de la lista; al contrario de lo que establece la Constitución alemana sobre la “libertad” de los representantes electos para ser responsables ante sus conciencias en vez de ante el programa del partido, los diputados verdes respondían ante las conferencias del partido. Una fuerte presencia feminista aseguraba una rigurosa igualdad de género: el 50% de las posiciones del partido estarían ocupadas por mujeres; los nombres de hombres y de mujeres se alternarían en las listas electorales (el principio “cremallera”). El congreso anual elegía directamente un comité federal con una dirección tripartita. La afiliación formal no era una condición para participar: todas las reuniones y votaciones del partido estaban abiertas al público.
La afiliación creció espectacularmente desde 16.000 afiliados en la primavera de 1980 a más de 30.000 cuatro años después. Mientras que Los Verdes más conservadores seguían siendo fuertes en los Estados del sur, sobre todo en Baden-Württemberg, en las ciudades del norte —Hamburgo, Bremen, Frankfurt, Berlín Occidental—, la izquierda radical pronto se volvió hegemónica. Aquí, numerosos grupos heterodoxos de izquierda, junto a los maoístas doctrinarios del Kommunistischer Bund Westdeutschland (kbw) y los spontis de Frankfurt asociados con Fischer y Cohn-Bendit, acudieron a unirse al proyecto de construcción del partido. Realmente, para gran parte de la izquierda alemana, Los Verdes se convirtieron en una cierta clase de último refugio. Desde que los comunistas habían perdido su presencia en el Bundestag en 1953, para después ser (innecesariamente) ilegalizados por el Tribunal Constitucional, todos los intentos por crear un partido a la izquierda del SPD habían fracasado. La represión del Estado contra los disidentes de izquierda —notoriamente renovada a principios de la década de 1970 por las Radikalenerlaß y Berufsverbot de Willy Brandt— hizo todavía más difícil construir una nueva formación. Al otro lado de la frontera de la Guerra Fría, un Realsozialismus burocrático dictatorial provocaba nuevas divisiones entre la izquierda de Alemania Occidental que iban desde el respaldo doctrinario a la violenta desaprobación. No obstante, la extrema izquierda como tal nunca predominó en el partido, entre otras razones porque importantes componentes de la afiliación verde y del núcleo del electorado defendían posiciones esencialmente liberales sobre temas sociopolíticos o abrazaban una comprensión más conservadora de la ecología. Tampoco los recién llegados izquierdistas fueron capaces de levantar un marco teórico común para Los Verdes.
A largo plazo, su victoria puede haber sido una pírrica victoria. Aunque la congregación de tantas corrientes bajo el paraguas verde pareció al principio que había unificado a la descalabrada izquierda alemana, se puede decir que, por el contrario, contribuyó a la fragmentación y cooptación de esos elementos. Muchos anteriores sectarios —especialmente del kbw— sufrieron rápidas conversiones políticas, apareciendo en la década de 1980 como ecolibertarios defensores del libre mercado (10). Aquí hay evidentes paralelismos con los nouveaux philosophes franceses de finales de la década de 1970, o con el número más reducido de ex izquierdistas neoconservadores de Estados Unidos. Pero, aunque difícilmente fueran un fenómeno nuevo en la historia, la forma en que se han producido estas apostasías colectivas guarda cierta relación con sus resultados. La literatura especializada de las ciencias políticas generalmente no discute esta conversión, prefiriendo repetir el mito del actual establishment del partido que describe a Los Verdes como una fructífera consecuencia de los nuevos movimientos sociales que ayudaron a modernizar a la sociedad alemana rompiendo sus “encostradas estructuras”. Sin embargo, el Partido Verde fue en buena medida una respuesta al declive de los movimientos sociales: soportaba el legado de la derrota y de las frustradas desviaciones hacia el sectarismo, inmediatismo, “lucha armada”, que culminaron en el Otoño Alemán de 1977 o, simplemente, en la apatía que había provocado ese fracaso. No representaba el triunfo de una generación sobre el orden establecido, sino más bien el bloqueo de anteriores luchas emancipadoras.
Las contradicciones inherentes de Los Verdes también podían considerarse como sintomáticas de la cultura intelectual y política posmoderna en las que se desarrolló el partido. Este eclecticismo no reflejaba únicamente los orígenes de Los Verdes como un “lugar de reunión” —Sammelbecken, citando a sus dirigentes— de diversas tendencias políticas que querían obtener su entrada en el Parlamento. Todos los intentos por forjar una perspectiva teórica coherente a partir de estas corrientes se demostraron imposibles debido a sus antinomias ideológicas; los ecolibertarios que abrazaban el individualismo hedonista, o las instintivas formas de pastiche del socialismo de ecologistas radicales fueron finalmente expresiones de la ausencia de una narrativa más amplia. Su lugar fue ocupado por la percibida amenaza de una naturaleza y un género humano en peligro lo suficientemente abstracta como para ser lo más inclusiva posible; la prioridad era limpiar el desorden que había creado la modernidad sin desarrollar un nuevo horizonte de emancipación. Ese minimalismo, combinado con la máxima apertura a diferentes visiones del mundo, fue una condición para la propia existencia del partido, ya que era la única manera de integrar fragmentos heterogéneos de ecologistas, pacifistas, izquierdistas, conservacionistas, antropósofos, agricultores orgánicos o cristianos. Como Bahro, Petra Kelly convertiría esta incoherencia en una virtud.
La diversidad de corrientes enriquece a nuestro partido, incluso en ausencia de un consenso común en el análisis de la sociedad. No quiero excluir a los comunistas o a los conservadores, y no tengo que hacerlo. Una corriente aprende de la otra. No hay una destrucción mutua, sino una convergencia de opiniones. Eso es lo nuevo de nuestro movimiento (11).
Una mayoría compartía la ferviente creencia de que “algo debe hacerse” sobre la crisis del medio ambiente, pero las soluciones que proponían eran incompatibles (12). Igualmente, el compromiso del gobierno del SPD a principios de la década de 1980 para instalar misiles nucleares Pershing II sobre suelo alemán, bajo el mando de la OTAN —es decir, de Estados Unidos— movilizó a millones de personas contra la intensificación de la Guerra Fría. Sin embargo, aunque Los Verdes estaban de acuerdo en su oposición a las armas nucleares y a la utilización “civil” de la energía nuclear, nunca hubo un consenso más amplio sobre las causas subyacentes de estos síntomas. El resultado era una “estrategia de sumar”, un proceso de acomodación que en determinado momento acabó en un programa de 500 páginas para Los Verdes de Renania del Norte-Westfalia.
Dialéctica de éxitos parciales
En las elecciones federales de 1983, el comienzo de los 16 años de gobierno de Helmut Kohl como canciller alemán, Los Verdes superaron la barrera del 5% con dos millones de votos, obteniendo 27 escaños en un Bundestag dominado por la CDU y después de haber entrado en los parlamentos de los Estados y de las ciudades-Estado (13). El éxito electoral produjo nuevas tensiones: la necesidad de cubrir puestos y personal administrativo amenazaba con superar el fondo de afiliados, que, para los estándares alemanes, era mínimo en comparación con su electorado (14). A pesar de los principios de responsabilidad ante el partido y de rotación a mitad del mandato —respetado por casi todos Los Verdes, con la excepción de Kelly—, empezó a cristalizar una parlamentarista Bundestagsfraktion que contaba con un personal con dedicación exclusiva diez veces mayor que el de las sedes del partido, y que iba en contra del más radical comité federal, aunque también surgieron diferencias sobre las tácticas de “coalición” o “tolerancia” hacia el SPD en los parlamentos regionales y municipales. Estas divisiones se solaparon con la formación —realmente, a menudo constituyeron la base— de cuatro grupos internos que frecuentemente estaban separados entre sí solamente por matices tácticos, por encima de todo, respecto al SPD .
La mayor aunque menos definida de estas tendencias era la de los ecologistas radicales, apodados “fundamentalistas” o fundis por sus antagonistas en el partido y sus aliados en los medios de comunicación. Los ecologistas radicales dominaron ampliamente el comité federal hasta 1988, y su dirigente más conocida fue Jutta Ditfurth. Se aferraban a la idea de una nueva política medioambiental como un medio de provocar un total cambio sistémico que pusiera fin a una sociedad industrial militar y a su Estado. Para esta perspectiva, el Bundestag era simplemente un escenario que permitiría a los militantes de los movimientos sociales llegar a una audiencia más amplia, con una nebulosa idea de crear una crisis general en el sistema político; por ello se oponían por principios a entrar en gobiernos de coalición con el SPD. Bajo su liderazgo, los primeros congresos de Los Verdes establecieron condiciones inalcanzables para negociar coaliciones: el cierre inmediato de todas las centrales nucleares, no a los misiles de la OTAN en suelo alemán, etcétera.
Los ecosocialistas, principalmente concentrados en las ciudades del norte, eran una fuerza más pequeña, pero su contribución intelectual era más importante. Los debates teóricos en el periódico ecosocialista Moderne Zeiten, editado en Hanover, analizaban el desastre ecológico como el resultado de fuerzas destructivas, tanto “civiles” como militares, del modo de producción capitalista (15). En 1984, The Future of the Greens, de Thomas Ebermann y Rainer Trampert, preveía una alianza de la clase trabajadora y de los movimientos sociales, sosteniendo que los procesos de producción no se podían transformar sin la actuación de los trabajadores. Aunque enemigos del aparato del Estado y de cualquier concienzudo proyecto reformista, estaban preparados para considerar la política parlamentaria como una manera de aprobar determinados proyectos legislativos y de obstruir otros y, por ello, en estos círculos se discutió ampliamente la idea de “tolerar” un gobierno minoritario del SPD, apoyando u oponiéndose a las cuestiones de una en una.
Por el contrario, los reformistas como Fischer, Cohn-Bendit y Hubert Kleinert —denominados “realistas” o más informalmente realos por los medios de comunicación favorables— veían a Los Verdes como un socio minoritario de una coalición con el SPD y estaban dispuestos a hacer drásticos compromisos para entrar en el gobierno y llevar a cabo “pequeños cambio positivos”. No fue casualidad que fueran apodados koalos por sus oponentes ecologistas radicales, que consideraban que trataban de socialdemocratizar a Los Verdes. Su base estaba en Hesse y en el “sur realo”, Baviera y Baden-Württemberg. En sus contribuciones al debate interno, los realos sostenían que el cambio del gobierno federal en 1982, después de que los “árbitros” del fpd trasladaran su apoyo desde el SPD a la CDU, abrían la posibilidad de una coalición rojiverde como una “nueva esperanza”. Al mismo tiempo que criticaban la posición radical ecologista mayoritaria de “oposición fundamental al sistema”, pedían una “política de reforma ecológica” (16). Como explicaba Kleinert a la revista Stern en 1998, esto suponía “una mezcla de políticas reguladoras mediatizadas por el Estado, así como una economía ecológica con elementos de mercado”. Fischer era todavía más claro en su libro de 1989 Der Umbau der Industriegesellschaft [La reestructuración de la sociedad industrial]: “La reforma ecológica del sistema industrial vendrá determinada por el existente modo económico del capitalismo occidental”; las fuerzas del mercado eran un medio para remodelar la economía y el medio ambiente mejor que la intervención política (17). En esto, las opiniones de Fischer se habían alineado con las de la cuarta tendencia, los ecolibertarios. Estos verdes, defensores del libre mercado que inicialmente eran una pequeña minoría de individuos bien conectados, llegarían a ejercer una creciente influencia en el partido por medio de su alianza con los realos.
El momento decisivo
Las diferencias sobre la política de coaliciones quedaron temporalmente parcheadas por un acuerdo del congreso de 1984 que establecía que se decidieran localmente. Pero surgieron de nuevo en 1985 cuando Los Verdes de Hesse entraron en el parlamento regional con el SPD , a pesar de las conocidas e íntimas relaciones de este último con las “sucias” compañías de energía nuclear y farmacéuticas. Con Fischer como el primer verde en llegar a ministro de Medio Ambiente de un Estado, el partido pasó a romper prácticamente todas las promesas que había hecho hasta entonces, incluyendo permitir que las centrales nucleares continuaran a pleno rendimiento después de la explosión de Chernóbil, algo que iba rotundamente en contra de la posición oficial de Los Verdes, hasta que Fischer fue finalmente destituido por Holger Börner, del SPD. Esta debacle condujo a furiosas denuncias en el congreso de Los Verdes y la principal crítica de Fischer, Jutta Ditfurth, fue reelegida para el comité federal con una mayoría de dos tercios. En las elecciones federales de 1987, Los Verdes alcanzaron un 8,3%, con tres millones de votos. Ahora formaban un bloque de 42 diputados en el Bundestag, con mayores derechos a personal administrativo a jornada completa y fondos de investigación.
Pero el creciente peso de los parlamentarios estaba volviéndose ahora en contra de los radicales, ayudados por las mayorías estructurales a favor del reformismo y de la formación de coaliciones entre las comunitarias Bürgerinitiativen y la base electoral de Los Verdes. Recibieron un apoyo externo del establishment político y de sus aliados en los medios de comunicación, preocupados por la perspectiva de “inestabilidad” y las políticas anti-OTAN en el Bundestag, en un momento en que Gorbachov estaba impulsando un nuevo acuerdo europeo. Internamente, una feroz discusión sobre un Manifiesto de las Madres, que atacaba salvajemente a las feministas verdes por privilegiar inadvertidamente a mujeres sin hijos, sirvió para confundir y desmoralizar a los ecologistas radicales y a la izquierda. Una nueva facción —la Grüner Aufbruch, dirigida por la miembro del Bundestag Atje Vollmer y por el exmilitante del kbw y parlamentario en Bremen Ralf Fücks—, que afirmaba querer poner fin a las incesantes disputas internas entre realos y fundis, reunió la conferencia de Karlsruhe en 1988 para purgar a Ditfurth y a los ecologistas radicales del comité federal, e instalar a los realos y a ellos mismos en el poder. La conferencia también asistió a la aparición del Linkes Forum, formado por Ludger Volmer y otros: otra facción “realista” que se consideraba a sí misma “no dogmática” y promovía la participación en el gobierno. Se produjo un encarnizado contraataque, pero los radicales y ecosocialistas habían quedado decisivamente marginados.
Los Verdes todavía estaban recobrándose de la sangría interna que siguió a estos conflictos cuando el Muro de Berlín se desplomó en el otoño de 1989. El grado en que el partido y su electorado se habían acomodado a la cultura política de Alemania Occidental se hizo evidente con la implosión del Realsozialismus en el Este. Los Verdes reaccionaron con perplejidad ante la perspectiva de la unificación, marchando a remolque de acontecimientos modelados por otros. El partido estaba dividido entre la indiferencia y la parálisis. La debilitada izquierda expresó sus profundas preocupaciones por las probables consecuencias de la anexión económica para la población de la rda y por la orientación expansionista de una nueva Großdeutschland, y por ello se opuso al esfuerzo por la unificación. Aunque Los Verdes occidentales eran virtualmente la única formación política de la RFA que tenía algún contacto directo con un segmento de la oposición en Alemania del Este, el dominio de los realos de la Bundestagsfraktion hacía imposible utilizarlo para articular alternativas desde ambos lados del derruido muro. El Partido Verde del Este había crecido a partir del movimiento ecologista disidente de la RDA; se había situado como una oposición interna a la emulación del crecimiento industrial occidental del sed (Partido Socialista Unido de Alemania) y siempre había luchado por la idea de derechos civiles colectivos, no solo individuales. Por ello se diferenciaba profundamente de los tres grupos liberales pro derechos civiles que, con el respaldo occidental, se unieron a principios de 1990 para formar la alianza electoral Bündnis 90 (18). La dirección realo utilizó su poder para proporcionar apoyo unilateral, dinero y equipo al Bündnis 90 en las elecciones a la Volkskammer de marzo de 1990, mientras abandonaba a Los Verdes del Este. En este contexto de repliegue social y político, con la colonización occidental de los modos de vida y la economía del Este, en medio de una creciente violencia racista y con la nueva marginación de cualquier política alternativa tanto en el Este como el Oeste, muchos ecosocialistas —Ebermann, Trampert y otros— abandonaron finalmente el partido en la primavera de 1990, denunciando su conversión en un pilar del establishment.
Contrahipótesis
¿Podían haber acabado las cosas de otra manera? Las crisis medioambientales de las décadas de 1970 y 1980 ofrecieron una oportunidad más amplia para una renovada crítica del capitalismo industrial que hubiera presentado el desastre ecológico como una consecuencia necesaria de las fuerzas destructivas —tanto “civiles” como militares— de ese modo de producción. Los valientes esfuerzos de los ecosocialistas por llegar a una comprensión más profunda de la letal amenaza que supone para los limitados recursos del mundo natural han quedado en estado embrionario. Sin embargo, un incipiente ecologismo ofrecía la oportunidad de reconstruir a la clase obrera como sujeto político tanto en la teoría como en la práctica; una genuina colectividad del trabajo. Lejos de ser preocupaciones “posmateriales”, el miedo a la contaminación, a la radioactividad y a otros peligros de la sociedad industrial que amenazan a la vida reunieron a trabajadores de la industria química con asalariados de la clase media. Sin lugar a dudas, la gran mayoría de la clase obrera continuaba favoreciendo la expansión industrial, considerándola como la condición para su propia prosperidad. Pero la crisis del fordismo hizo que un creciente número de trabajadores —normalmente, los que estaban más cualificados— se volvieran sensibles a las reivindicaciones ecologistas. No obstante, las corrientes de izquierda dentro de Los Verdes no consiguieron desarrollar una consistente estrategia a largo plazo dirigida a integrar a la clase asalariada en una renovada concepción del ecosocialismo.
Los ecologistas radicales, incluso aunque utilizaran la fraseología socialista, mostraban poco interés por cualquier teorización profunda, de hecho, a menudo mostraban una fuerte aversión hacia ella. Su prioridad era el intenso activismo instintivo de los movimientos sociales, que luchaban por mantener incluso aunque estuvieran decayendo. Sus esfuerzos no carecieron de éxito: utilizaron el Bundestag para elevar la conciencia pública sobre las peores formas de contaminación industrial, fortalecieron la alianza en contra de la construcción de nuevas centrales nucleares y desenmascararon la fea cara del lobby industrial del establishment político. Pero sin alianzas más profundas que fueran más allá del entorno de los políticos verdes, su estrategia estaba condenada al fracaso a largo plazo. Algunas veces se formaron alianzas a nivel local con los sindicatos, pero la dirección federal nunca las desarrolló como parte de un plan coherente.
Tampoco los mecanismos que estaban dirigidos a detener la aparición de una oligarquía en el partido se demostraron finalmente efectivos. A pesar de la fuerte conciencia de los peligros de la jerarquización y su hincapié en la democracia participativa, Los Verdes dependieron desde el principio de celebridades públicas. Los realos sabían mejor que nadie cómo jugar esa carta, ya que no solamente tenían redes de periodistas afines, sino que ellos mismos se podían ofrecer a los medios como figuras dinámicas, los mejor situados para amansar al partido en conjunto. Los principios de rotación y de responsabilidad ante el partido que se adoptaron inicialmente, tomados de la Comuna de París y del anarcosindicalismo español, se demostraron ineficaces contra este estrato de personalidades a la búsqueda del poder. Desde una temprana etapa, el partido mostró síntomas de una doble vida: mientras las mayorías todavía votaban el programa radical en las asambleas, la fracción parlamentaria —dominada por los reformistas— tácitamente les ignoraba, hasta que finalmente el partido se rindió. Por debajo de este cambio se encontraban las tendencias regresivas de la década de 1980: la creciente fuerza de la reacción neoliberal en Occidente, el estancamiento del capitalismo del bienestar, la renovada Guerra Fría, la lenta implosión del bloque del Comecon. Una gran parte del electorado verde no solo llegó a la edad madura durante este periodo, sino que se las arregló para apuntalar para sí misma un lugar en las esferas superiores del empleo del Estado, los medios de comunicación, las industrias de servicios o el creciente sector empresarial “alternativo” o “bio”; así contribuyó a modelar el partido como un lobby para esta bastante complaciente capa de clase media.
El partido de la guerra
Sin embargo, en las primeras elecciones federales de la Alemania reunificada celebradas en diciembre de 1990, los triunfante realos vieron cómo se les arrebataba de los labios la copa de la victoria. En los estados del oeste el Partido Verde obtuvo solamente el 4,8 por 100, por debajo del umbral mínimo; sus 44 escaños y los recursos federales desaparecieron y sus dignatarios quedaron excluidos del Bundestag. Solamente los Verdes de la Alemania del Este, ahora en matrimonio forzoso con Bündnis 90, superaron el listón del 5%, con el 6,1. La respuesta de Fischer fue echar la culpa de la humillación electoral a residuales elementos radicales. En el congreso de Los Verdes de 1991 en Neumünster, los realos se lanzaron a limpiar el partido: los principios de la democracia participativa fueron abolidos, se abrazaron los papeles de liderazgo individuales y la “profesionalización”. Ludger Volmer, del Linkes Forum, fue elegido portavoz del partido y una lista de reformas extremadamente modestas se presentó como la base de futuras coaliciones rojiverdes. En este congreso los ecologistas radicales agrupados en torno a Ditfurth abandonaron lo que consideraban que era un partido “autoritario, dogmático y jerárquico”. En 1993, Fischer presentó un punto de partida ideológico para “la izquierda después del socialismo” que era tan ecléctico como intelectualmente vacío (19). El sujeto del reformismo liberal verde —“el consumidor-ciudadano liberal urbano”, definido por el “estilo de vida individual”, aunque “protestara contra la energía nuclear” y mostrara empatía hacia “los pobres y marginados”— había adquirido su propia relevancia (20).
Con el entusiasta respaldo de los medios de comunicación a los nuevos Verdes “reformados”, en 1994 el partido recuperó su presencia en el Bundestag, con el 7,3% de los votos y 49 escaños. Lo que quedaba del ala izquierda del partido, ahora representada por el Linkes Forum y sus correligionarios en el círculo Babelsberg, había quedado atrapada en las dinámicas de la realpolitik, con propuestas de reformas cada vez más débiles como base para participar en el gobierno, a pesar de los descensos en los estados federales: Baja Sajonia, Hesse, Renania del Norte-Westfalia, Berlín. Si durante un tiempo el Linkes Forum y el círculo de Babelsberg frenaron la neoliberalización del partido, fue al precio de un compromiso constante con los realos, cuya victoria final solamente se retrasó hasta el momento de la coalición federal rojiverde. Finalmente, la política exterior fue una prueba decisiva, y el desmembramiento de Yugoslavia ofreció la piedra de toque para el intervencionismo militar unilateral del Nuevo Orden Mundial. Como se ha señalado anteriormente, Cohn-Bendit y Fischer habían estado preparando el terreno para la remilitarización de Alemania, aunque todavía consideraban que una excusa de la ONU era esencial para cualquier operación de la Luftwaffe. El gran giro hacia el SPD en 1998 llevó a Los Verdes al gobierno como socios de coalición, aunque su propia participación en el voto había caído hasta el 6,7%. Aun así, pocos esperaban que el nuevo gobierno estaría tocando los tambores para la guerra de expansión de la OTAN en Yugoslavia, o que destacados Verdes pronto estarían aventajando al Pentágono con sus llamamientos a una invasión terrestre.
El Linkes Forum organizó su propia capitulación. Ludger Volmer, en este momento secretario de Estado con Fischer, fue el desertor más destacado rompiendo anteriores promesas para unirse a la “necesidad” de la guerra. Él y otros se convertirían en puntas de lanza de la nueva perspectiva. Privados de poderosos aliados en el comité federal que pudieran desafiar directamente a los realos, y con los medios de comunicación casi unánimemente apoyando la política de Schröder-Fischer, los disidentes que quedaron fueron fácilmente ignorados. Unos cuantos idealistas han permanecido hasta ahora dentro del partido, principalmente agrupados en torno a la red Grüne Emanzipatorische Linke [Izquierda Verde Emancipadora], pero su continua presencia ha contribuido más a proporcionar a la dirección una cierta cobertura de “izquierda” que a avanzar sus propios proyectos. Otros han regresado a los movimientos sociales, se han implicado en nuevas redes políticas como Attac o se han unido al Partido del Socialismo Democrático y, después de 2007, a Die Linke (21).
La importancia del papel de Fischer para adecuar a los requerimientos de los aliados no solo a Los Verdes, sino a una capa más grande de “disidentes” de la sociedad alemana posterior a 1968, no debería subestimarse; el antiguo autoproclamado antiimperialista estaba bien situado para asegurar a un público dubitativo que la Luftwaffe no estaba haciendo otra cosa en los Balcanes que prevenir un supuesto genocidio; contribuyendo a hacer que una Alemania reunificada pudiera hacer frente a las guerras del nuevo siglo. Incluso el habitualmente serio Frankfurter Allgemeine afirmaría que “sin Fischer y su biografía, esta guerra podía haber llevado a una emergencia nacional, una emergencia al estilo de una guerra civil”. “Si hubiéramos perdido el respaldo público en Alemania, lo habríamos perdido en toda la Alianza”, señalaba el portavoz de la OTAN, Jamie Shea, mientras describía a Fischer como ejemplo de un dirigente político que no se limitaba “a correr detrás de la opinión pública, sino que sabía cómo formarla” (22). Los veteranos de 1968 y la invocación retórica del nazismo fueron necesarios para santificar el bombardeo alemán de Belgrado.
Una vez manchados de sangre, Los Verdes demostraron ser los más entusiastas belicistas del Bundestag. Mientras en 2001 el Partido Verde de Estados Unidos se opuso resueltamente a la decisión de la Administración de Bush de desencadenar la guerra en Afganistán, Fischer levantó todas las barreras para asegurar a Schröder que tendría el apoyo de Los Verdes para enviar tropas alemanas. Como manifestaban los Verdes estadounidenses en una carta abierta:
La mayoría de los Verdes de todo el mundo reconocen que esta es una guerra por el petróleo y la dominación política, y que no hará nada para proteger a los ciudadanos de Estados Unidos o a cualquier otra gente del terrorismo. Joschka Fischer y Los Verdes que están apuntalando al gobierno alemán han puesto el poder por delante de los principios. Su afirmación de que deben participar en el esfuerzo de la guerra para hacer que sea más humana es obscena. Parecen estar diciendo que, siendo parte del gobierno, pueden hacer bombas de racimo “humanitarias” o carcasas de uranio empobrecido libres de cáncer”. Eso es absurdo (23).
La respuesta de Fischer y Schröder fue un grotesco intento por describir la oposición a la guerra como algo similar al “unilateralismo alemán” de la era nazi, es decir, a la agresión militar. En una carta conjunta a los diputados del Bundestag, afirmaban:
La alternativa a la participación hubiera sido un unilateralismo alemán que va en contra de las decisivas lecciones de nuestro pasado: lazos multilaterales, no renacionalización. Un “nuevo unilateralismo alemán” —cualquiera que sea su justificación— produciría malentendidos y desconfianza entre nuestros socios y vecinos (24).
En 2002, las conveniencias electorales se demostraron más importantes que semejantes lecciones de la historia y Schröder optó por no apoyar la invasión de Iraq. Pero esta postura, que consiguió que la coalición SPD-Verdes se mantuviera en el gobierno, no debía nada a la influencia de Fischer. Como él mismo ha explicado desde entonces, Schröder era totalmente responsable de la política del gobierno. Convertidos en el más fiable atlantista de los partidos alemanes, Los Verdes aprobaron el envío de “nuestras tropas” —citando a la portavoz verde de Defensa, Angelika Beer, una antigua maoísta y cofundadora del partido— a una “guerra contra el terror” en constante ampliación, así como de la Armada alemana a patrullar la costa este de África. De acuerdo con una encuesta de opinión de 2011, ningún segmento de la población alemana apoya el compromiso militar con más entusiasmo que el electorado verde (25). Cuando el gobierno Merkel-Westerwelle decidió no unirse a la guerra anglo-franco-estadounidense en Libia, sus críticos más duros estaban en el Partido Verde; mientras la aviación de la OTAN lanzaba proyectiles que contenían uranio empobrecido sobre Trípoli, el antiguo partido de la paz estaba censurando la “irresponsable actitud” de aquellos que habían mantenido en tierra a la Luftwaffe. Percibiendo, aparentemente, que la analogía de Auschwitz estaba siendo sobreutilizada, el diputado verde Tom Koenigs sostenía que Alemania debía unirse a la orden de bombardeo para compensar el hecho de haber vendido tantas armas a la criminal dictadura de Gadafi; Schröder y Fischer habían levantado el embargo.
Ecopromotores
El Partido Verde como conjunto nunca había abordado realmente la contradicción entre la sostenibilidad ambiental y el expansionismo económico inherente a la acumulación capitalista; la mayoría tampoco desarrolló una crítica consistente de lo que en principio era un pequeño grupo de ecolibertarios en sus filas que predicaban el “evangelio de la ecoeficiencia”; que estaba a favor de los mercados libres y se oponía a la intervención del Estado, y que inicialmente se dirigía contra la “gran máquina” tanto del industrialismo como del estatismo (26). Las políticas promercado empezaron a pasar a primer término a finales de la década de 1980, una vez que los realos habían tomado el firme control del partido; con unos déficits fiscales que descartaban el marginal gasto keynesiano necesario para llevar una política verde socialdemócrata, el pensamiento neoliberal se volvió cada vez más dominante como la única solución posible a la profundización de la crisis del Modelo Alemán. Pero los ecolibertarios también sufrieron una transformación: el discurso de una economía descentralizada y del individualismo cívico liberado de una burocracia excesiva ha dado paso al entusiasmo por la tecnocracia de corporaciones globalizadas y aparatos del Estado, iluminando el camino hacia un supuesto “capitalismo verde” en total concordancia con los dictados del FMI y del Banco Mundial, y que se apoya en los mecanismos del mercado y las soluciones tecnológicas.
Con el gobierno Schröder-Fischer Los Verdes surgieron como los defensores más dinámicos de la terapia de shock representada por el programa neoliberal Agenda 2010, una vez que el efímero intento de Lafontaine por revivir el keynesianismo social renano había sido derrotado. Los salarios y el seguro de desempleo fueron reducidos, la fiscalidad de las empresas amortiguada; impulsado por la expansión internacional el crédito, del boom de las exportaciones de la Alemania posterior a 2005 despegó en medio de crecientes niveles de desigualdad y de privación social. Las protestas contra la Agenda 2010 dividieron al SPD y los disidentes más tarde ayudaron a fundar Die Linke; en las elecciones de 2005 la coalición rojiverde fue desalojada. Pero la afiliación del nuevo modelo de Partido Verde no mostró reparos. Después de haber internalizado la idea de que “los demás sistemas son peores que el capitalismo”, Los Verdes encuentran ahora inimaginable la idea de un crecimiento cero, menos aún, negativo. Se han convertido en estridentes miembros de grupos de presión por cuenta de corporaciones que esperan sacar beneficio de la transición hacia fuentes de energía “verdes”, así como de la venta de mercancías “ecológicas”. El partido obtiene ahora de este sector gran parte de su capital político como fuerza modernizadora, proporcionando la clase de pseudoecologismo que promete convertirse en una lucrativa mercancía a la vista del desastre global, y preparando nuevos campos para la acumulación de capital (27). Desde los coches eléctricos a Desterc, promueve activamente las así llamadas “tecnologías verdes”, que ya han demostrado que no son ni pacíficas ni ecológicas en sus repercusiones (28).
Aunque Fischer desechó la idea de que Los Verdes entraran en una coalición federal encabezada por la CDU después de las elecciones de 2005, esas alianzas pronto se alcanzaron a nivel de los Estados (realmente, habían estado fomentadas por ecolibertarios como Thomas Schmid ya desde principios de la década de 1980). En 2008, el ascenso de Die Linke ofreció la posibilidad de una coalición roji-roja-verde en Hamburgo; Los Verdes la frustraron entrando en una coalición con la CDU. En Saarland, al año siguiente, un fuerte giro hacia Die Linke de nuevo dejó a Los Verdes como árbitros; vetaron una coalición de izquierdas con el SPD y el Die Linke de Lafontaine y entraron en el gobierno con la CDU y el FdP. En el incondicionalmente conservador Baden-Württemberg, una serie de manifestaciones de protesta contra planes de largo alcance impulsados por el gobierno de la CDU para reconstruir la estación de Stuttgart con un gigantesco coste condujeron a la elección en 2011 del primer ministro-presidente de Los Verdes de un estado, Winfried Kretschmann. Antiguo veterano del KBW [La Liga Comunista de Alemania Occidental. N.d.E.], Kretschmann no pudo haber sido más fanfarrón y engreído al presentarse ante el electorado como un católico de provincias de un buen linaje pequeñoburgués. Una vez en el poder, empezó a retroceder en cuanto a la suspensión de la nueva estación, declarando que se celebraría un nuevo referéndum. Los Verdes están actualmente dirigiendo su construcción.
En términos electorales, Los Verdes han pagado un precio llamativamente bajo por su mutación política. El electorado verde no ha crecido mucho con los años —pasando del 8,3% en 1987 al 10,7% en 2009–, pero se ha hecho mayor, más rico y más conservador junto a los dirigentes del partido. El apoyo al partido ha crecido entre votantes con educación superior y profesionales, mientras ha ido cada vez peor en términos de votantes de la clase obrera y (especialmente) sindicados. En 1987, el 60% de los votantes del Partido Verde tenía menos de 35 años; en 2009, el 60% tenía más de 40. No obstante, el partido tiene nuevos y significativos seguidores entre los acomodados de la generación del milenio, esto es, los nacidos después de 1980, especialmente mujeres jóvenes: en 2009, su participación en el voto de la población de entre 18 y 25 años era del 15,4%, creciendo hasta casi el 19% de votantes femeninos en ese segmento (29). En abril de 2013, una encuesta sugería que el 54% de los votantes verdes respaldaría una coalición federal con la CDU en septiembre, mientras que el 64% de los votantes de la CDU estaría contento con un gobierno verdinegro en Berlín (30). Cohn-Bendit manifestó al Bild (25 de abril de 2013) que una alianza entre Los Verdes y la CDU sería una “opción realista” con la condición de que Los Verdes tuvieran los ministerios de Economía y Energía. No obstante, en el congreso del partido en Berlín en 2013, Jürgen Trittin, Renate Künast y Claudia Roth encabezaron una rebelión a favor del SPD, votando por una subida de los tipos impositivos máximos como parte de la política del partido, para disgusto de Kretschmann y del alcalde verde de Tubinga, Boris Palmer (31).
El que esa posición pueda sobrevivir a los resultados de las elecciones de 2013 es algo que está por ver. Los Verdes pueden jugar todavía el papel de árbitro en Berlín. Hubo un tiempo en que la perspectiva podía haber causado ansiedad en Washington, pero actualmente Los Verdes son el partido favorito de la embajada estadounidense. Y ¿por qué no iba a ser así? El Partido Verde ha reducido la lucha por la emancipación universal al pequeño cambio de un consumismo “ecológico” y “comercio justo”. Los inocuos recuerdos de un pasado disidente ahora sirven como una inagotable fuente de legitimidad, no solo para sus propias acciones, sino para el poder alemán y el propio aparato del Estado. La realidad ha sido puesta del revés; no son Los Verdes los que aparentemente han cambiado, sino el mundo, haciendo que la oposición a la guerra del pasado sea la fuente moral de la “intervención humanitaria” del presente. En los documentos políticos del partido, la OTAN aparece ahora como el instrumento clave para el desarme, mientras que el Tratado de Lisboa —los estatutos de facto de la UE como una oligarquía tecnocrática— se convierte en un gran paso hacia la democracia y la transparencia, y la dominación económica sobre Grecia se ejerce en nombre de la solidaridad europea. Si los conservadores declaran la guerra bajo el estandarte del interés nacional, Los Verdes enviarán al ejército en nombre de un justo y recto “gobierno mundial de los ilustrados”. Eso no implica que Los Verdes deliberadamente hagan lo opuesto de lo que pretenden; por el contrario —y mucho más escalofriante—, es posible que hagan lo que quieren hacer.
notas al pie
2. «Ich bin der festen Überzeugung, daß deutsche Soldaten dort, wo im Zweiten Weltkrieg die Hitler-Soldateska gewütet hat, den Konflikt anheizen und nicht deeskalieren würden», Die Tageszeitung, 30 de diciembre de 1994.
3. Los medios de comunicación alemanes continúan reproduciendo la leyenda de que el gobierno de Schröder-Fischer fue tomado por sorpresa por los acontecimientos en Yugoslavia; sigue sin estar claro hasta qué punto el gobierno de la rfa –tanto con Kohl como con Schröder– fue él mismo una fuerza tras la guerra de los Balcanes. Por otra parte, se ha sugerido que Estados Unidos, preocupado porque la ue pudiera volverse más independiente bajo una fortalecida hegemonía alemana, aprovechó la oportunidad para integrar la remilitarización de la rfa dentro de una OTAN refundada. Véase Richard Holbrooke, «America, A European Power», Foreign Affairs, vol. lxxiv, 2, marzo-abril de 1995.
4. La ira ante la traición de la coalición rojiverde pronto encontró una mordaz voz en las calles: los manifestantes tomaron un eslogan de los años de Weimar –Wer hat uns verraten? Sozialdemokraten! («¿Quién nos ha traicionado? ¡Los socialdemócratas!»)– y añadieron una línea más, Wer war mit dabei? Die Grüne Partei! («¿Quién estaba con ellos? ¡El Partido Verde!»).
6. Christian Schmidt, Wir sind die Wahnsinnigen, Düsseldorf, 1998; Jutta Ditfurth, Krieg, Atom, Armut, Was sie reden, was sie tun: Die Grünen, Berlín, 2011.
7. Luc Boltanski y Eve Chiapello, The New Spirit of Capitalism, Londres, 2007 [ed. cast.: El nuevo espíritu del capitalismo, Madrid, 2002]. Nancy Fraser, «Feminism, Capitalism and the Cunning of History», nlr 56, marzo-abril de 2009 [ed. cast.: «Feminismo, capitalismo y la astucia de la historia», nlr 56, mayo-junio de 2009].
8. Paul Tiefenbach, Die Grünen: Verstaatlichung einer Partei, Colonia, 1998.
9. Frieder Otto Wolf aborda la cuestión de si la construcción de un partido debería o no estar en la agenda en su ensayo, «Party-Building for Eco-Socialists», Socialist Register, 2007.
10. En su apogeo, el kbw tenía una fortuna de millones, con bienes inmuebles en el nuevo paisaje de bancos de Frankfurt, docenas de vehículos nuevos y una actualizada imprenta; parte de esto fue a apoyar a Los Verdes. Un cierto número de sus anteriores cuadros se abrieron paso en otras instituciones del Estado y del mundo empresarial, así como en el propio Partido Verde. «Die Beerdigung war eher heiter», Die Tageszeitung, 18 de febrero de 1985.
11. Werner Hülsberg, The German Greens: A Social and Political Profile, Londres, 1988, p. 124.
12. Algunos recién llegados ni siquiera compartían la preocupación por los temas medioambientales. Como señaló Fischer: «Seamos honestos por una vez: ¿quién de nosotros se interesa por la crisis del agua en Vogelsberg, por las autopistas en Frankfurt o por las centrales nucleares de cualquier sitio, porque se siente personalmente afectado?». Véase, J. Ditfurth, Krieg, Atom, Armut, cit., p. 69.
13. En 1980, Los Verdes entraron en el parlamento de Baden-Württemberg con el 5,3 por 100 de los votos; en 1981, en Berlín con el 7,2; en 1982, en Hamburgo con el 7,7, en Baja Sajonia con el 6,5, en Hesse con el 8 y en Bremen con el 5,4. En 1984 empezaron a obtener fuertes subidas en ciudades universitarias conservadoras –Heidelberg, Freiburgo, Tubinga–, poniéndose en segunda posición tras la CDU con un voto entre el 14 y el 20 por 100.
14. En la década de 1980 Los Verdes tenían entre 30.000 y 40.000 militantes para 2-3 millones de votantes, mientras que el SPD tenía un millón de militantes para entre 14 y 15 millones de votantes. Las proporciones en 1983 eran 87 votantes verdes por cada miembro del partido; en comparación, las del SPD y cristianodemócratas eran de 16 a 1 y 20 a 1 respectivamente: w. Hülsberg, The German Greens, cit., p. 108. Una encuesta sobre los 5.000 verdes en Hesse reveló que 4.000 eran funcionarios o similares. Las presiones sobre las mujeres eran especialmente agudas debido a la cuota del 50 por 100, ya que las mujeres solo formaban entre el 30 y el 35 por 100 de los afiliados. Véase Margrit Mayer y John Ely (eds.), The German Greens: Paradox Between Movement and Party, Filadelfia, 1998, p. 10.
15. Véase también Frieder Otto Wolf, «Eco-Socialist Transition on the Threshold of the 21st Century», nlr 1/158, julio-agosto de 1985.
16. Wolfgang Ehmke, Joschka Fischer, Jo Müller et al., «Verantwortung und Aufgabe der Grünen», núm. 1, 1985, p. 15, citado en Roland Roth y Detlef Murphy, «From Competing Factions to the Rise of the Realos», en m. Mayer y j. Ely, German Greens, cit., p. 58.
17. Stern, 4 de abril de 1988, y Joschka Fischer, Der Umbau der Industriegesellschaft: Plädoyer wider die herrschende Umweltlüge, Frankfurt, 1989, pp. 59-61. Fischer había pirateado el título del programa de Los Verdes de 1986, que había tenido una fuerte orientación hacia la clase obrera y pedía que los bancos y los medios de producción fueran socializados.
19. Joschka Fischer, Die Linke nach dem Sozialismus, Hamburgo, 1993.
20. Véase el manifiesto realo de Joschka Fischer, Hubert Kleinert, Udo Knapp y Jo Müller, «Sein oder Nicht-sein: Entwurf für ein Manifest grüner Realpolitik», 1988.
21. Esto, desde luego, no es una garantía de que Die Linke con el tiempo no emulará a Los Verdes. De acuerdo con filtraciones, el dirigente del partido Gregor Gysi dio seguridades en privado al embajador de Estados Unidos sobre la política de Die Linke hacia la OTAN: su reclamación de un nuevo pacto de seguridad que incluyera a Rusia fue una simple maniobra táctica dirigida a calmar al ala izquierda del partido, ya que de otra manera podría insistir en que Alemania abandonara unilateralmente la OTAN.
23. Carta abierta a Los Verdes alemanes, 7 de noviembre de 2001, citada en Jim Green, «German Greens Off to War Again», Synthesis/Regeneration 27, invierno de 2002.
24. Citado en J. Green, «German Greens Off to War Again», cit.
25. Leipziger Volkszeitung, 22 de abril de 2011.
26. Tomo el concepto de «evangelio de la ecoeficiencia», que resume perfectamente la quimera de un capitalismo «ecorrespetuoso», del innovador estudio de Juan Martínez Alier The Environmentalism of the Poor: A Study of Ecological Conflicts and Valuation, Cheltenham, 2002. Esta delirante marca de ecologismo promercado es especialmente popular en Baden-Württemberg: el corazón de la industria alemana del automóvil y del ecolibertarismo, y el primer Estado en generar un gobierno encabezado por Los Verdes en 2011.
27. Los representantes de Los Verdes ahora son muy bien recibidos para exponer sus opiniones ante accionistas de gigantes de los combustibles fósiles como rwe o eon, donde pueden advertirles de que «no es solamente el planeta el que está en peligro, sino también el valor de vuestras acciones», como hizo recientemente el eurodiputado Sven Giegold.
28. Ozzie Zehner ha escrito una convincente crítica sobre la utilización de tecnología «ecorespetuosa» para dar un tinte verde a un insostenible modelo económico de crecimiento incesante con catastróficas implicaciones para el hombre y la naturaleza: Ozzie Zehner, Green Illusions: The Dirty Secrets of Clean Energy and the Future of Environmentalism, Lincoln, 2012.
29. Véase Lutz Mez, «Who Votes Green?», en m. Mayer y j. Ely, German Greens, cit., p. 82; Bernard Wessels, Jan Engels y Gero Maas, «Demographic Change and Progressive Political Strategy in Germany», Centre for American Progress, Washington, 2011; Federal Returning Officer, Wahl zum 17 Deutschen Bundestag am 27 September 2009, capítulo 4, «Wahlbeteiligung und Stimmabgabe der Männer und Frauen nach Altersgruppen», Wiesbaden, 2010.
30. Encuesta Forsa, citada en Derek Scally, «Greens contemplate a post-election future with Merkel», Irish Times, 26 de abril de 2013.
31. La experiencia de Trittin como ministro de Medio Ambiente en la coalición federal rojiverde debería ser instructiva: «En áreas clave, Trittin fue obligado a llevar a la práctica iniciativas de Schröder cargando con la responsabilidad política». Por ejemplo, Schröder ordenó a Trittin vetar la aprobación de una nueva directiva de la ue sobre el reciclado de coches viejos, aparentemente como consecuencia directa de las intervenciones de la industria alemana del automóvil ante el canciller». Wolfang Rüdig, «Germany», en Ferdinand Müller-Rommel y Thomas Poguntke (eds.), Green Parties in National Governments, Londres, 2002, p. 98. El viaje de Trittin desde Babelsberg a Bilderberg –asistió a la conferencia del grupo de 2012 en Chantilly, Virginia– es casi tan impresionante como el camino seguido por Joschka Fischer.