Pedro de la Hoz.— Carlos Puebla canta y combate desde el son y la guaracha. No ha parado de hacerlo pese a que hace 30 años, el 12 de julio de 1989, se marchó de este mundo. Canta y combate cuando la copla mordaz y desenfadada retrata a la Organización de Estados Americanos, bautizada por Raúl Roa como Ministerio de Colonias yanqui, en su actitud servil de antes y de ahora: «Cómo no me voy a reír de la OEA, si es una cosa tan fea, tan fea que causa risa…». Y allá van las carcajadas.
Canta y celebra el advenimiento de la Revolución como parteaguas de la historia patria: «Se acabó la diversión, llegó el Comandante y mandó a parar», en su imprescindible Y en eso llegó Fidel.
Canta y abraza a los hermanos de lucha en la trinchera antimperialista, tal como exaltó la hazaña del pueblo de Ho Chi Minh en su resistencia contra el agresor: «Los vietnamitas son pequeñitos, son pequeñitos sí, pero tienen unos corazones así de grandes, así…».
Canta y saluda la mañana cubana con el sabroso sucu suco en el que evoca a esa infaltable compañera, «cumplidora, halagadora, alegre y cordial» para hacernos saber que «si no fuera por Emiliana nos quedaríamos con las ganas de tomar café».
Canta y se eleva desde la sencillez del verso hasta la enorme estatura del combatiente internacionalista –«Aquí se queda la clara, la entrañable transparencia de tu querida presencia, Comandante Che Guevara»- y para recordarnos que hay héroes eternos: «Te canto porque estás vivo, Camilo, y no porque hayas muerto».
Canta uno de los más tremendos cantos de amor, íntimo y raigal, al entonar Quiero hablar contigo.
Cuánta razón le asistió a Carlos Puebla cuando se definió a sí mismo: «Yo no soy un cantante. Soy un cantor. Cantante es el que tiene con qué. Cantor es el que tiene por qué».