La psicología del niño en prisión de Oscar Wilde.

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Nota V.O. : Actualmente en numerosos países los estados encierran a los niños por diversas razones: migratorias, edad penal inferior a 14 años, por discapacidad psíquica e intelectual etc  Lo que en definitiva son sinrazones y excusas para vulnerar los derechos del niño.

Entre las diferentes reflexiones que hizó Oscar Wilde en su artículo “El alma del hombre bajo el Socialismo” de 1891 se trata la situación de los niños en prisión. Reproducimos a continuación uno de los fragmentos más significativos.

“…El trato que se da actualmente a los niños es terrible, principalmente porque viene de gente que no comprende la peculiar psicología de la naturaleza del niño. El niño puede comprender el castigo que le inflige un individuo, sea su padre, o tutor, y soportarlo con relativa resignación. Lo que no puede comprender es el castigo que le impone la sociedad. No puede darse cuenta qué es la sociedad. Con los adultos, por supuesto, sucede lo contrario. Aquellos de nosotros que estuvimos en la cárcel, podemos entender, y efectivamente comprendemos, lo que significa esa fuerza colectiva llamada sociedad, y cualquiera sea nuestra opinión sobre sus métodos o reclamos, podemos esforzarnos en aceptarlos. El castigo que nos inflige un individuo, en cambio, es algo que un adulto no soporta, o se espera que no soporte.

El niño, al ser separado de sus padres por gente a quienes nunca ha visto, de quien no sabe
nada, y hallándose en una celda solitaria y desconocida, vigilado por caras que no le son familiares y recibiendo órdenes y castigos de los representantes de un sistema que no puede comprender, se convierte en inmediata presa de la primera y más predominante de las emociones que se producen actualmente por la vida en la cárcel: la emoción del terror. El terror de un niño en la cárcel es realmente ilimitado. Recuerdo una vez en Reading, mientras salía yo a hacer ejercicios, haber visto en la celda apenas alumbrada enfrente de la mía, a un niño. Dos guardianes, que no eran hombres malos, le hablaban con aparente seriedad, o quizás le daban algún consejo útil sobre su conducta. Uno estaba en la celda con él, y el otro estaba parado afuera. La cara del niño estaba lívida por el terror. Sus ojos mostraban el terror del animal cazado. A la mañana siguiente le oí, a la hora del desayuno, llorando y pidiendo que se le deje ir. Clamaba por sus padres. De vez en cuando podía oír la voz profunda del guardia de turno diciéndole que se quede quieto. Todavía no había sido convicto del pequeño delito que quizás hubiese cometido. Estaba simplemente bajo custodia (para ser enviado a otro tribunal). Lo sabía porque usaba su propia ropa, que parecía bastante prolija. Usaba, sin embargo, las medias y los zapatos de la prisión. Esto mostraba que era un niño muy pobre, cuyos propios zapatos, si los tenía, estaban en mal estado. Los jueces y magistrados, por lo general una clase enteramente ignorante, a menudo detienen a los niños por una semana, y luego quizás condonan la sentencia que podían dictar. Llaman a eso “no mandar a un niño a la cárcel”.

Naturalmente, es una consideración estúpida de su parte. Para un niño estar en la cárcel ya sea bajo custodia o después de convicto, es una sutileza del sistema social que no puede
comprender. Para él lo horrible es estar allí, y a los ojos de la humanidad esto también debiera ser horrible.

Ese terror que se apodera del niño y lo domina, como se apodera también del adulto, se intensifica más allá de lo imaginable, como resultado del solitario sistema de nuestras prisiones. Cada niño permanece aislado en su celda durante veintitrés de las veinticuatro horas del día. Esto es lo tremendo. Encerrar a un niño en una celda apenas iluminada durante veintitrés de las veinticuatro horas es una muestra de la crueldad de la estupidez. Si un individuo, padre o tutor, hiciera esto a un niño sería severamente castigado. La Sociedad para la Prevención de la Crueldad hacia los Niños tomaría en sus manos la cuestión de inmediato. Todos detestarían a la persona culpable de tal crueldad. Sobrevendría, sin duda, una severa sentencia luego de declarársele culpable. Pero nuestra sociedad hace ella misma algo peor que esto, y para el niño que es tratado de esta forma por una fuerza abstracta, de cuyos reclamos no tiene conciencia, el castigo resultó mucho peor que si lo recibiera de un padre, una madre, o alguien a quien él conoce. El trato inhumano hacia un niño es siempre inhumano, cualquiera sea la persona que lo imponga. Pero el trato inhumano de la sociedad hacia el niño resulta más terrible, porque no hay apelación. Un padre o un tutor puede sentir lástima y dejar salir al niño del cuarto oscuro y solitario al que se le hubiera confinado. Pero un guardia no lo puede hacer. La mayoría de los guardias siente afecto por los niños. Pero el sistema les prohíbe prestar ayuda al niño. Si lo hacen, como en el caso de guardia Martín, son destituidos.

El segundo de los sufrimientos del niño en la cárcel es el hambre. La comida que se le da consiste en un pedazo de pan de la cárcel, generalmente mal cocido, y una jarra de agua para el desayuno, a las siete y media. A las doce recibe el almuerzo consistente en una repelente polenta; y a las cinco y media otra jarra de agua con un pedazo de pan seco. Esta dieta, cuando se trata de una persona adulta, produce siempre algún tipo de enfermedad, por supuesto principalmente la diarrea, con su consecuente debilitamiento. En una cárcel grande las medicinas astringentes se sirven regularmente, como cosa de rutina. El niño, por lo general es incapaz de comer esa comida. Cualquiera que entienda algo sobre niños conoce con qué facilidad se altera su digestión con un acceso de llanto o por cualquier tristeza. Un niño que ha estado llorando todo el día, y quizás la mitad de la noche, en una celda apenas iluminada, y que se encuentra presa del terror, simplemente no puede ingerir comida tan burda y horrible. En el caso del niño a quien el guardia Martín diera los bizcochos, había estado llorando de hambre el martes por la mañana y de ninguna manera podía comer el pan y el agua que se le trajo para el desayuno. Después que se sirvieron los desayunos Martín salió y compró algunos bizcochos para el niño, antes que verlo morir de hambre. Fue una hermosa acción de su parte, y así lo entendió el niño que, absolutamente inconsciente del reglamento de la cárcel, le dijo a uno de los guardias principales lo bondadoso que había sido el guardia asistente con él. El resultado fue, por supuesto, un informe y la cesantía…”

Niños inmigrantes en EEUU

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