El comercio con niñas que se venden como esclavas domésticas y sexuales en Haití alcanza las 286.000.

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En Les Verrettes, un municipio de Haití, un antiguo hábito llamado “alantran” permite a los hombres pagar a los padres entre 10.000 y 20.000 gurdes (92 a 185 euros) (1) para adquirir una adolescente de 14 a 16 años como concubina o esposa.

El municipio de Les Verrettes está en el departamento de Artibonite, en lo alto de una cima de montañas rocosas. Es un rincón de unos 2.642 habitantes que alberga el nacimiento de uno de los más grandes presidentes de Haití en el siglo XX: Dumarsais Estimé (16 de agosto de 1946 – 10 de mayo de 1950).

A la transacción económica de adquirir niñas los habitantes de la zona la denominan “alantran”.

El negocio consiste en que  los padres de la joven reciben una compensación en dinero, una especie de dote al revés (2), en el que habitualmente la joven no toma parte.

Los padres intercambian a sus hijas o adolescentes con hombres a precios variables, beneficiándose de la sexualidad de sus hijos para poder hacer frente a su pobreza. Es prácticamente la venta en subasta de personas impúberes que carecen de madurez y consentimiento sexual.

En pequeñas casas de barro, cal viva y madera, madres e hijas inventan una vida en un ambiente montañoso donde, con la altitud, la niebla descarta la calificación de Haití como país tropical.

Resimène Jacques, una madre que acababa de alcanzar la edad adulta en abril de 2019, está amamantando a su hijo de 19 meses, a quien dio a luz a la edad de 17 años. Originaria de la ciudad de Demarré, Jacques explica el procedimiento que la llevó a ser madre. “Tenía 17 años el 17 de junio cuando unos hombres llegaron a casa de mis padres con la suma de 15.000 gurdes (138 euros) (1)”, dice.

Esa fatídica fecha (17 de junio) marca el día en que su destino fue sellado y su “alantran” negociado entre los padres de su actual marido y los suyos. “Cuento la cantidad y se la doy a mi madre antes de hundirme, unos meses después, en los brazos del joven con el que ahora vivo”, explica.

Al igual que Resimène Jacques, que es una de las pocas niñas de la sección vecinal que llega al sexto año de primaria, Alcius Eliamène Joisius, de 19 años, es madre de un niño de apenas un año de edad. En octubre de 2017, cuando tenía 17 años, su actual marido, Arnold Filius, pagó 10.000 guras (92 euros) a Macilia Pierre, su madre, para que Alcius Eliamène Joisius se convirtiera en su esposa. Demasiado feliz, la madre de la niña, que fue bautizada en el ritual de “alantran”, entregó a la niña al hombre que la embarazó el mismo año antes de ir a la República Dominicana para entrar en el “batey” como bracero (3).

Mélius Michelose, otra víctima de esta práctica, no puede precisar su edad porque no tiene documento de identidad. Ella calcula que tiene 17 ó 18 años, mientras que algunos de sus parientes piensan que es un año más joven. En un asentamiento precario, la joven está cría a su hijo de 15 meses, nacido en las mismas circunstancias. Para su unión con su actual cónyuge, el hombre pagó 20.000 gurdes (185 euros) a sus padres, según cuenta ella. “Trajeron el dinero en mi nombre tal como lo hicieron con mi hermana mayor de 21 años”, dice Mélius Michelose, quien nació en una familia donde la práctica de “alantran” se está extendiendo.

Celiphète Célimène, que ahora tiene 33 años y es madre de 4 hijos, recuerda también su compra por su actual cónyuge en 2003. Ella tenía 17 años en aquel momento y estaba en su tercer año de escuela primaria. Su marido, desconocido en ese momento, ofreció 15.000 gurdes (138 euros) a su madre. Al ser menor de edad sólo obedecía las órdenes de sus padres, según dice. “Yo no lo conocía, tampoco lo amaba”, admite de su actual marido. “Después del pago empezamos a reunirnos y hoy es el padre de mis cuatro hijos”, explica con un aire de desolación.

Si los 15.000 ó 20.000 gurdes son percibidos como una forma de compensación por las familias de las jóvenes, la suma es percibida como el precio de compra de estas últimas por los hombres.

Las niñas se rebelan contra esta práctica

Tienen los mismos nombres pero provienen de familias diferentes. Las historias de Alantran teñidas de rebelión son conocidas en toda la ciudad de Démarré. Pierre Jislène no sabe su edad, pero fija el número de sus años en 30. En 2017 señaló accidentalmente el 14 de septiembre de 1989 como fecha de su nacimiento para obtener un certificado. Su desventura con la práctica del “alantran” la deja ahora con la etiqueta de “bruja” en su entorno.

A finales de 2006, cuando supuso que tenía 17 años, los padres de Jislène la enviaron a un caballero con el que tendría que compartir un techo conyugal. Mujer belicosa, cuenta que rechazó inmediatamente esta unión forzada por la que la persona en cuestión pagó 3.500 gurdes (32 euros). Se enfrentó al dilema de dejar su casa o vivir con el caballero en cuestión. Dice que salió de su casa por la fuerza el 15 de enero de 2007 para ir a la casa de su pareja a hacer las tareas domésticas.

En el proceso contó que rechazó cualquier forma de intimidad con este hombre. Una negativa que le costó serias reprimendas de sus padres. “Yo no lo quería”, dice con desdén. “Como resultado, nunca me acosté con él a pesar de las repetidas amenazas y agresiones sexuales de las que fui víctima”.

En 2008 el mencionado señor enfermó y murió a causa de una articulación inflamatoria. La familia de su pareja sospechó que era la autora de la muerte, Jislène Pierre dice que la etiquetaron de bruja. Según ellos, el hombre murió en la fecha exacta que coincide con el primer año de Jislène bajo el hábitat de su comprador.

Jislène Moncius, por su parte, es conocida por su rechazo categórico de un tal Odma, un hombre mayor que ella. Con sólo 17 años, Odma le regaló a su madre 30.000 gurdes (277 euros) en abril de 2019. Quería que la niña, que aún estaba en cuarto año de primaria, se convirtiera en su concubina. Asustada por la noticia, Jislène Moncius, que afirma haber desobedecido a sus padres, dice que se marchó el día en que la entregaron a su comprador. “Me escapé a casa de mi tía el mismo día de la ceremonia” de “alantran”, dice.

Mientras que para algunas niñas “alantran” es la mejor manera de honrar a una niña local, para Jislène, que está en cuarto grado en la escuela Baptise Conservatrice de Démarré, nada la motiva más que su educación. “Prefiero continuar con mis estudios”, argumenta con firmeza. Su sueño más preciado es terminar sus estudios clásicos y luego continuar con la educación superior.

Indignado por esta práctica degradante, el propietario de su escuela, Pierre Wistin, residente en la zona, hace un llamamiento a la solidaridad ciudadana para luchar y prohibir esta práctica. Pero algunas autoridades locales están indignadas mientras que otras están involucradas. “Esta práctica ha existido durante mucho tiempo en la comunidad”, dice un anciano que ahora tiene más de 70 años. El hombre recuerda, en su infancia, que la cantidad de intercambios variaba de 1.500 gurdes a 2.000 gurdes (13 a 18 euros), pero involucraba sólo a adultos en torno a una tradición asimilada a la dote (2). “La presencia de menores hace que la práctica sea obscena”, subraya.

Un auxiliar de la Junta Directiva de la Sección Comunal (Casec), comúnmente llamad “Ayuda Casec”, es consciente de los abusos que pueden resultar de la perpetuación de esta práctica. En su papel como policía municipal local, Ebert Alexandre destaca que la práctica causa daños en ambos sentidos. Los niños no sólo son víctimas de la explotación abusiva de sus derechos, sino que lo peor de todo es que se ven privados de toda libertad para lanzarse a una aventura sentimental a su antojo. “Un niño que no tiene los 10, 15 ó 20.000 gurdes para ofrecer a los padres de las niñas, nunca conocerá a la niña que quiere, aunque se quieran”, dice.

Joel Saintiphard, de Démarrée, fruto del “alantran”, también destaca las violaciones de los derechos que derivan de esta práctica. Según este joven profesor, el “alantran” dificulta seriamente la vida de los menores, pero también cualquier posibilidad de desarrollo de la zona. En aras del compromiso, el joven profesor, que afirma ser uno de los miembros fundadores de la organización MPDDL (Movimiento Campesino de Demarré por el Desarrollo Local), se compromete a trabajar en el campo de la educación, que sigue siendo escaso en la zona.

“Las niñas no tienen acceso a la educación, nadan en la práctica con la esperanza de tener algún día su propia familia”, dice. “En espera del apoyo de las autoridades locales, pronto iniciaremos una campaña de sensibilización para ayudarles”, promete.

El responsable de la Oficina de Protección de los Ciudadanos, Renan Hédouville, lamenta que, tras 215 años de independencia, Haití se enfrente a esas prácticas, que recuerdan los peores episodios de la trata de esclavos y el Código Negro de 1685.

Según el presidente del Comité Nacional de Lucha contra la Trata de Personas, André Ibréus, el “alantran” está considerado como trata de personas y debe ser castigado. “Esta práctica da lugar a una nueva forma de intercambio de seres humanos que resucita, en su materialización, las prácticas coloniales del siglo XVIII”.

Además del “alantran”, Haití languidece tanto bajo el peso del “restavek” (4) como del tráfico transfronterizo o institucional. El informe de este año del Departamento de Estado de Estados Unidos sobre la trata de personas indica que hay 286.000 niños y niñas que viven actualmente en “restavek”, por lo que Haití sigue siendo, a fecha de hoy, un país de origen, tránsito y destino de la trata de personas a escala nacional e internacional.

http://www.loophaiti.com/content/en-haiti-plus-dune-personne-sur-trois-souffre-de-la-faim-selon-pam

Notas:

(1) La tasa de cambio es de un euro contra 108 guras.
(2) España heredó la dote del Derecho Romano. Era una cantidad que pagaba el padre de la novia para que el prometido se la sacara de casa. La regulación se derogó en 1981, aunque subsiste en los territorios en los que prevalece el Derecho Foral, como Aragón, Cataluña, Baleares o Navarra, a menudo escondidos con la apariencia de capitulaciones matrimoniales.
(3) En la jerga criolla de Haití, un “batey” es un campamento rural en el que viven los trabajadores que cortan la caña de azúcar en la República Dominicana, a los que llaman “braceros”
(4) Expresión criolla (“reste avec”) que denota la servidumbre doméstica, donde el papel de la niña y la adolescente es a la vez laboral y sexual, al tiempo que el marido ejerce también de patrón.

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