«La intelectualidad burguesa de Occidente, a semejanza de los fabianos ingleses, erige el socialismo municipal en una «corriente» aparte, precisamente porque sueña con la paz social, con la conciliación de las clases, y quiere desviar la atención pública de los problemas fundamentales de todo el régimen económico y de toda la estructura del Estado, haciendo que se concentre en las cuestiones menudas de la administración autónoma local. Es en la esfera de los problemas de este primer género donde las contradicciones de clase son más agudas; como ya hemos indicado, es precisamente esta esfera la que afecta a las bases mismas de la dominación de la burguesía como clase. Por eso, es en este punto precisamente donde la utopía filistea y reaccionaria de la realización parcial del socialismo aparece con singular claridad como una causa perdida. Se traslada la atención a la esfera de las cuestiones menudas de la vida local, no al problema de la dominación de la burguesía como clase, no al problema de los instrumentos principales de esta dominación, sino al problema referente a cómo gastar las migajas arrojadas por la burguesía para «atender a las necesidades de la población». Se comprende que si se destacan estos problemas relacionados con el gasto de sumas insignificantes –en comparación con la masa total de plusvalía y con la suma total de gastos estatales de la burguesía– que la propia burguesa accede a entregar con destino a la sanidad pública –Engels señalaba en «El problema de la vivienda» de 1873 que las epidemias contagiosas en las ciudades asustan a la propia burguesía–, con destino a la instrucción pública –¡la burguesía no puede prescindir de obreros instruidos, capaces de adaptarse al elevado nivel de la técnica!–, etc., en la esfera de problemas tan menudos es posible perorar acerca de la «paz social», de los efectos nocivos de la lucha de clases, etc. ¿De qué lucha de clases se puede hablar aquí, si la propia burguesía gasta dinero para «atender a las necesidades de la población», para sanidad y para instrucción pública? ¿Para qué hace falta la revolución social, si a través de la administración autónoma local se puede ampliar poco a poco y gradualmente la «propiedad colectiva», «socializar» la producción: los tranvías de caballos y los mataderos a que hace referencia tan a propósito el honorable Y. Larin? El oportunismo filisteo de esta «corriente» consiste en que se olvidan los estrechos límites del llamado «socialismo municipal» –de hecho, capitalismo municipal, como dicen con razón los socialdemócratas ingleses, al rebatir a los fabianos–. Se olvidan que, mientras la burguesía domine como clase, no puede permitir que se toque ni siquiera desde el punto de vista «municipal» las verdaderas bases de su dominación; que si la burguesía permite, tolera el «socialismo municipal», es justamente porque éste no toca las bases de su dominación, no lesiona las fuentes serias de su riqueza, abarca exclusivamente la estrecha esfera local de gastos que la propia burguesía entrega a la gestión del «pueblo». Basta conocer siquiera sea un poco el «socialismo municipal» de Occidente para saber que todo intento de los municipios socialistas de salirse un tanto así del marco de la administración habitual, es decir, menuda, mezquina, que no aporta un alivio esencial a los obreros, tocio intento de lesionar un tanto así el capital, motiva siempre, de un modo indefectible, el veto decidido del poder central del Estado burgués. Y nuestros municipalizadores hacen suyo precisamente ese mismo error fundamental, ese oportunismo filisteo de los fabianos, posibilistas y bernstenianos de Europa Occidental». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Programa agrario de la socialdemocracia en la primera revolución rusa de 1905-1907, 1907)
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