Delfín Xiqués Cutiño.— Hace 40 años, el 2 de marzo de 1960, un grupo de jóvenes recién graduados como médicos marcharon a las montañas orientales de Cuba para ofrecer sus servicios profesionales en los más intrincados lugares de la Sierra Maestra, allí donde pocas veces o nunca había llegado un galeno, donde los niños estaban llenos de parásitos y desnutridos. Donde las personas mayores morían por enfermedades curables.
De ahora en adelante los campesinos cubanos, abandonados a su suerte por los gobiernos de turno, recibirían tratamiento médico gratuito al igual que todo el pueblo cubano, tal y como lo había proclamado Fidel en su alegato La historia me absolverá.

Comenzaba un inédito y revolucionario Plan de Sanidad Rural y Medicina Preventiva, coordinado por Ministerio de Salud Pública, la Sección de Sanidad del Ministerio de las Fuerzas Armadas, el Instituto Nacional de Reforma Agraria y el Colegio Médico Nacional.
Con el inicio del Plan entra en vigor la Ley que creael Servicio Médico Social del Postgraduado. La expresada Ley señalaba que: “en lo sucesivo no podrá ocupar ningún cargo de médico en el Estado, la Provincia, el Municipio u Organismos Autónomos el médico que, graduado a partir del 1ro de diciembre de 1960, no haya hecho práctica de sanidad rural o asistencia hospitalaria en los lugares a los que se destine oficialmente”.

Desde el punto de vista estrictamente jurídico los médicos recién graduados que partieron en marzo, no estaban incluidosen la obligación establecida por la Ley. Ellos en una hermosa y revolucionaria decisión dieron el paso al frente y se anticiparon al cumplimiento de tan justa disposición legal.
El contingente lo integraban más de 300 médicos, de ellos 286 recién graduados, junto con personal auxiliar como laboratoristas, técnicos en Rayos X y sanitarios que formarían varios equipos dotados de medicinas e instrumental de cirugía menor.

Todos estaban conscientes de las difíciles condiciones que tendrían que enfrentar y de las decisiones que tendrían que tomar para cumplir con la noble tarea de salvar y preservar la salud de nuestros campesinos.
«La nueva tarea —expresaron en declaración a la prensa— abre, con la promulgación de la Ley de los Servicios del Posgrado, una etapa de justicia social para la población cubana que, necesitada de la más elemental asistencia, parecía abandonada a su suerte en nuestros campos, y aun en nuestros pueblos, así como para la clase médica a la que se ofrece un porvenir lleno de magníficas perspectivas y grandes oportunidades de trabajo decoroso, tan limitado hasta el presente por las limitaciones de estos servicios a la gran mayoría de nuestro pueblo».

Uno de aquellos recién graduados médicos, el joven Felipe Cura, fue ubicado en un intrincado lugar conocido por El Paraíso, en Mayarí Arriba. Y una madrugada, la del 5 de abril de 1960, jamás se le podrá olvidar porque cuando plácidamente dormía luego de una intensa jornada de trabajo, tocaron fuertemente en la puerta donde se alojaba. Y no eran precisamente los ángeles quienes lo procuraban, sino un campesino que había subido y bajado lomas durante varias horas.

Cuando el médico se levantó, se vistió y abrió la puerta, todavía el campesino no podía hablar claramente. Su voz era entrecortada. Le faltaba el aire. Hizo un esfuerzo y dijo: “!Doctor…por favor, que la cuñada está … con los dolores… ¡Está muy mal… Por favor, que usted vaya…
A tientas buscó su maletín en la oscura habitación. Lo abrió y comenzó a colocar en su interior los únicos recursos que tenía: una bolsita con seis o siete sabanitas, dos pinzas, una tijera, un pomito de mercuro cromo, un poco de alcohol y un paquetico de talco. Nada más.

Casualmente allí se encontraba realizando un reportaje el fotógrafo Liborio Noval (ya fallecido) del periódico Revolución, que acompañó al médico, tan pronto estuvieron ensillados los dos caballos en que hicieron el recorrido de casi dos horas y media.

Médico y fotógrafo tuvieron que cabalgar por empinadas lomas y peligrosos abismos para llegar hasta la casa donde estaba la parturienta.
Ya en la mañana, cuando por fin llegaron a la casa del campesino casi le da un vuelco el corazón del joven médico. Al examinar a la futura madre comprobó que padecía de “eclampsia”, mal que los campesinos denominan “el clan” y que puede producir la muerte de la embarazada y de la criatura por nacer.

Cuando un caso de este tipo se presenta en un hospital es grave, pero hay medios y medicamentos para enfrentarlo. Pero el recién graduado médicoestaba solo, en aquel inhóspito paraje y tan sólo disponía de dos cosas: sus conocimientos adquiridos en la Escuela de Medicina y su plena confianza en que todo saldría bien.
Y hábilmente utilizó esas valiosas herramientas durante las más de quince horas que duró el parto. Y lo logró. La Ciencia salvó de la muerte a la madre y al bebé.

Pero allí no terminaron las preocupaciones para el joven médico. Aunque el parto fue muy demorado, el bebé, un varoncito se encontraba bien, pero su madre caía en una especie de sicosis, acompañada de nuevos ataques. Hacían falta medicinas.

El mensajero que había ido a El Paraíso andando en busca del doctor, esta vez lo haría a caballo para traer los medicamentos del Hospital del Pueblo de El paraíso que le entregaría el otro doctor recién graduado, William Gil, compañero de Felipe.

Cuando el mensajero regresó puso en las manos del médico Felipe Cura, una ámpula de esparteína, dos de papaverina y dos de reserpina. Pero ninguna de esas ámpulas fue utilizada por razones médicas.
Le dieron como quince ataques, pero el médico siempre estuvo a su lado, hasta que se recuperó. Los familiares del niño, muy agradecidos nombraron al recién nacido Felipe David.
NUEVE AÑOS DESPUÉS
Nueve años después un equipo del periódico Revolución animó y logró que el doctor Felipe Cura, (ya fallecido) quien era director de la clínica Ramón González Coro, en La Habana, acompañara a los periodistas a localizar en Buey Arriba, a los familiares o al niño que nació en aquellas difíciles circunstancias en abril de 1960.
No fue fácil localizarlos porque la Revolución había transformado la vida de los campesinos y su entorno. Donde antes había un semillero de bohíos con techos de guano y pisos de tierra, casi colgados de las lomas, ahora era un poblado de confortables viviendas. Los trillos se habían convertido en carreteras.
Y El Paraíso también había cambiado. Su hospital tenía ahora 30 camas, rayos X, dispensario y 1, 572 pacientes residentes, además de un jeep como ambulancia.
Cuando la comitiva llegó a El Paraíso el doctor Felipe Cura se emocionó. Los vecinos lo saludaban y lo abrazaban con cariño y él indagando por los que no veía. Y nos decía, “allí había una mata de mago, y falta el platanal junto al río”. Era cierto. El huracán Flora había acabado con ellos.
La familia que buscaban no vivía allí, además el parto se confundía con otro ocurrido en similares circunstancias. Pero tuvieron suerte y alguien recordó que se trataba de Lucy, la esposa de Joel, y que su hermano Rubén fue el mensajero aquella madrugada. Ellos vivían en Los Laneros, a unos veinte kilómetros de allí.
Al llegar al caserío antes mencionado encuentran que la vieja casa de Joel Soria estaba abandonada. A pocos metros había otra nueva. El doctor Cura se adelantó al ver una joven con un niño en los brazos y le pregunta “¿aquí viven los Soria¿, Sí, aquí, le contestan.
¿Tú te acuerdas de mi¿ ¿Tu eres Lucy¿ Si, yo soy Lucy y usted es el médico, Felipe o William.
¿No tiene otro niño mayor¿. No el primero se me murió hace tiempo. Pero, ustedes buscan a Lucy la mujer de Joel. Yo soy la mujer de su hermano Rubén y también me dicen Lucy porque me llamo igual que ella, Luz María. Hace tiempo que ellos se mudaron para El Socorro, un pueblecito que hay entre Songo y La Maya, y dijo además, que Joel estaba movilizado por la MilicIa.
Lucy les había dicho que cuando llegaran a El Socorro, preguntaran en una bodega por la familia, que allí podían informarles con más precisión. Pero no fue necesario hacerlo.
Al cruzar el auto por una parada de ómnibus, ocurrió lo increíble. Allí se encontraba un joven moreno, bajito, con un maletín y una caja de cartón en la mano. El auto se detuvo y le preguntamos “Por favor, ¿usted conoce sabe por aquí donde vive Joel Soria¿”.
El hombre dejó en el suelo la caja de cartón y se le repitió la pregunta. Entonces respondió, “Están hablando con él… ¡Yo soy Joel Soria!”
Cuando se le preguntó por su hijo Felipe David y por su esposa Lucy, no lo podía creerlo. Estaba hablando con el médico que había salvado a su esposa y a su hijo. Por supuesto que nos llevó a su nueva casa y su esposa se emocionó al ver al doctor Felipe Cura. Con lágrimas en sus ojos lo abrazó con mucho cariño.
El niño Felipe David, estaba fuerte y sano, convertido en un pionerito que cursaba el segundo grado de primaria en el centro escolar Raúl Perozo.
Fuentes:
Periódico Revolución, 3 de marzo de 1960
Periódico Granma, 13 de junio de 1969