Esas epidemias que se ensayan previamente para que luego nada sea una sorpresa: el caso del ántrax

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La empresa farmacéutica BioPort fue un chanchullo desde el mismo momento de su constitución. Su único propósito era apoderarse de una empresa pública de Michigan que tenía la licencia exclusiva para fabricar la única vacuna contra el carbunco, llamado ántrax en los países anglosajones, que había sido aprobada por la FDA (Administración de Drogas y Alimentos de Estados Unidos).

Aquí lo llamaríamos amiguismo, puertas giratorias y enchufes, pero el caso es que una vez logrado su propósito en 1996, BioPort quiso expandir el negocio que tenía con el ejército de la mano del almirante William Crowe, antiguo Jefe del Estado Mayor Conjunto, y otros oficiales del ejército que funcionaban como cabilderos.

El chollo duró muy poco tiempo. En el verano de 2001 la empresa estaba al borde de la quiebra por una serie de escándalos de corrupción y porque la vacuna había causado graves problemas de salud a los soldados, algunos de ellos muy graves. Pidió un un rescate de 24 millones de dólares y el Pentágono lo apoyó aduciendo “preocupaciones de seguridad nacional”.

Una auditoría interna descubrió que gran parte del dinero concedido a BioPort no estaba contabilizado. Los problemas de salud causados por la vacuna no se habían resuelto. La empresa no había renovado sus instalaciones de producción y había perdido su licencia.

Estaba al borde de la disolución, cuando el 11 de setiembre de 2001 dios obró otro de sus milagros en forma de atentados a las Torres Gemelas, al Pentágono y… envíos de ántrax por correo.

¿Aún no había una vacuna para aquella plaga? Había que devolver la licencia a BioPort y el Pentágono debía renovar el contrato. Así lo exigieron las grandes cadenas de comunicación, que se encargaron de difundir la correspondiente alarma. Había que dejar al margen los viejos problemillas de los laboratorios de BioPort porque se había producido una situación de emergencia.

Pero a la empresa no le bastaba con volver al punto de partida; quería más. Quería asegurarse una venta masiva de vacunas al Pentágono para que las almacenaran, no sólo para los militares, sino también para los civiles, los trabajadores de correos, la policía y muchos otros que podrían correr peligro si se repitieran los ataques con ántrax.

Uno de los principales promotores de la ampliación de los contratos de BioPort, Jerome Hauer, trabajaba entonces para el el servicio de salud pública. Era un hombre con muchas caras, además de la sanitaria. Por ejemplo, era miembro de la inteligencia antiterrorista. No sólo sabía de antemano que se iban a producir los ataques con ántrax, sino que había participado en la simulación Dark Winter (Invierno Oscuro) que había pronosticado esos mismos ataques tres meses antes.

¿No les suenan familiares esos ensayos previos de “epidemias” que luego se cumplen como si fueran una profecía? La Universidad John Hopkins escribió todo un manual sobre la simulación que se llevó a cabo en la base aérea de Andrews (1). ¿Es sólo pura coincidencia?, ¿qué papel desempeñaba una universidad en un ensayo militar?

Junto Hauer, también participaron en la simulación James Woolsey, antiguo director de la CIA, y una periodista del New York Times, Judith Miller, que fue quien desató en los medios el bulo de las armas de destrucción masiva en Irak.

Unos meses más tarde de todo aquello, Hauer fue nombrado para un puesto de reciente creación dentro del sistema público de salud, supervisando la nueva reserva de guerra bioquímica de la que BioPort se beneficiaría considerablemente.

Pero era necesario maquillarse un poco y en 2004 BioPort cambia el nombre por Emergent Biosolutions, que siguió contratando sicarios dentro de los servicios públicos de salud, ente ellos el propio Hauer, que hoy es uno de los cabecillas de la empresa.

La farmacéutica forma parte del holding CEPI (Coalición para las Innovaciones en la Preparación ante Epidemias), es decir, que cuenta con el apoyo de Bill Gates y trabaja en la fabricación de una vacuna contra el coronavirus.

La nueva Emergent Biosolutions se ha beneficiado de la fuerte adicción a los opiáceos que causó “la mayor crisis sanitaria de la Historia reciente de Estados Unidos”, según El Mundo (2). La empresa tiene la patente del único medicamento aprobado para el tratamiento de las sobredosis y está llevando ante los tribunales a quienes producen genéricos porque el beneficio capitalista no está en curar ni en salvar vidas, sino en la patente.

(1) http://www.centerforhealthsecurity.org/our-work/events-archive/2001_dark-winter/Dark%20Winter%20Script.pdf
(2) https://www.elmundo.es/internacional/2019/01/06/5c30e18121efa0d70f8b466a.html

How One of Big Pharma’s Most Corrupt Companies Plans to Corner the COVID-19 Cure Market

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