La peste negra y cien años de guerra

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Juan Manuel Olarieta.— Si los libros de microbiología nunca relacionan la pandemia de gripe española de 1918 con la Primera Guerra Mundial, tampoco hacen lo propio entre la peste negra del siglo XIV con la Guerra de los Cien Años.

La peste negra se estudia en las Facultades de Biología (o de Medicina) y la Guerra de los Cien Años en las de Historia. No obstante, lo más probable es que a los estudiantes no les cuenten ni una cosa ni la otra porque en caso contrario harían algo más que alcanzar un título: aprenderían.

Sin embargo, hasta los Evangelios relacionan ambas cosas, las guerras y las epidemias, que, junto con el hambre y la muerte forman los Cuatro Jinetes del Apocalipsis. En consecuencia, quien quiera saber lo que es la epidemia y la muerte, deberá asociarlas a los otros dos jinetes: la guerra y el hambre.

Por introducir un factor de modernidad en el relato, habría que añadir el quinto jinete, que fue el cambio climático, una drástica caída de las temperaturas, denominada Pequeña Edad de Hielo (1), que provocó malas cosechas, carestía y una hambruna generalizada que se prolongó en el tiempo.

Todos los ingredientes, pues, se reunieron en el mismo cóctel, aunque, por sí mismas las batallas, no causaron grandes estragos entre la población. Lo peor fueron los “efectos secundarios” de la misma, tales como las requisas fiscales, los saqueos, el pillaje y las destrucciones de las cosechas por los ejércitos y las bandas de mercenarios que camparon a sus anchas.

La peste negra asoló Europa entre 1347 y 1352, hasta el punto de que su aparición impuso una tregua en la guerra: el Pacto de Calais. El historiador alemán J.F.C.Hecker escribió en 1832 el libro de referencia sobre la pandemia que tiene muchas connotaciones con la actual, no sólo por su concepción catastrofista y apocalíptica, sino porque consideraba que marcaba un antes y un después en la evolución europea.

Los Fernando Simón de entonces hicieron el mismo ridículo que ahora. Los médicos de la Universidad de París creían que se debía a un cierto alineamiento de los planetas.

En Florencia consideraban que era una zoonosis procedente de los gatos y los perros, por lo que procedieron a sacrificar a los animales en masa.

Muchos médicos practicaron sangrías a los enfermos, lo cual fue contraproducente porque los debilitaba aún más, e incluso mataron a muchos de ellos.

Otros preconizaban los baños calientes, la abstinencia sexual o brebajes elaborados con sangre de víbora.

Hubo quien recomendó quemar maderas fragantes en las viviendas para purificar el ambiente, que se creía el causante de la plaga.

La histeria provoca fanatismo y, ante una muerte inminente, hubo quien convocó grandes comilonas, botellones y orgías colectivas.

Los más enloquecidos partieron a viajar de un lado para otro, flagelándose en público para expiar sus pecados y obtener el perdón divino.

Los curas organizaron procesiones religiosas y rezos colectivos en público.

Los cristianos acusaron a los “sarracenos”, o sea, a los árabes, de haber exportado la peste a Europa.

Los mendigos y los leprosos también fueron acusados de envenenar los pozos de agua potable, produciéndose linchamientos.

Pero cuando se trata de buscar culpables, los judíos suelen llevar la peor parte. La peste negra marca el inicio del antisemitismo, lo que provocó feroces matanzas. Las primeras persecuciones estallaron en 1348 en Tolón, donde 40 judíos fueron asesinados.

Para impedir el exterminio, el papa Clemente VI tuvo que publicar dos bulas eximiendo a los judíos de sus pecados.

Algunas casas, e incluso localidades enteras, fueron tachadas como focos infecciosos, prohibiendo que sus moradores salieran de ellas, es decir, aparecieron los primeros confinamientos forzosos. En Milán incendiaron las viviendas marcadas con sus habitantes dentro.

Durante décadas los “expertos” han pregonado a la peste negra como “una enfermedad del pasado”, hasta que en 2017 la realidad les puso en su sitio: estalló una fuerte epidemia de peste en Madagascar (2) y la OMS la declaró como una enfermedad “reemergente”.

A pesar del tiempo transcurrido, la peste sigue sin estar bien definida en términos médicos. Es casi seguro que no hubo una única peste sino varias diferentes, las principales de las cuales fueron la peste bubónica y la neumónica, una enfermedad respiratoria parecida a la actual.

Parece bastante evidente que varias enfermedades no se propagan de un sitio para otro sino que brotan en varios sitios distintos y tienen sus propios cuadros clínicos diferenciados.

Hace 100 años un médico suizo, Alexander Yersin, descubrió un bacilo que lleva su nombre, Yersinia pestis, al que hoy se atribuye la causalidad de la peste. Yersin investigó la mayor parte de su vida viajando por Asia. Está enterrado en Vietnam y acabaré esta entrada con una frase suya que marca lo que va de ayer a hoy:

“Me gusta cuidar a los que vienen a pedirme consejo, pero no quisiera hacer de la medicina una profesión, es decir, nunca podría pedirle a un paciente que me pagara por los cuidados que le puedo proporcionar. Considero que la medicina es un sacerdocio y un apostolado”.

(1) https://www.investigacionyciencia.es/blogs/medicina-y-biologia/43/posts/el-origen-de-la-peste-en-europa-el-cambio-climtico-12984
(2) http://doi.org/10.1016/S1473-3099(18)30730-8

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