Respondiendo a algunos comentarios del renegado Lorenzo Peña sobre Elena Ódena y el PCE (m-l); Equipo de Bitácora (M-L), 2020

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«Lorenzo Peña fue un dirigente clave del PCE (m-l) hasta 1972, momento en que abandonó la militancia por voluntad propia.

En la actualidad, dentro del movimiento marxista-leninista solo algunos le conocen por sus memorias sobre sus años de militancia del PCE (m-l): «Amarga juventud: Un ensayo de egohistoria» de 2010. A pesar de ser una obra con un gran número de datos y muy bien documentada en muchos pasajes, en otros puntos la labor de investigación brilla por su ausencia, mientras que la argumentación subjetiva y rencor personal alcanzan cuotas bochornosas para el desgracia del lector. En cuanto a los ataques válidos que realiza al PCE (m-l), suele olvidarse del papel fundamental que jugó a la hora de imponer y sostener la línea que ahora critica. Por el contrario, muchos otros ataques a la línea revolucionaria de entonces son fácilmente desmontables como veremos después, y su rechazo actual solo es una nueva certificación de que hace tiempo que cayó en posiciones socialdemócratas.

La razón de este presente capítulo no es tanto la importancia y la transcendencia del pensamiento del señor Peña, sino que queremos usar su obra como un apéndice para que el lector vea y compare. Pronto observará que las críticas oportunistas a los principios revolucionarios suelen ser iguales provengan de donde provengan.

Dicha obra no deja de ser un libro personal de autojustificación, un intento de alejar fantasmas pasados. La historia que nos cuenta recuerda demasiado a otros oportunistas que han escrito sus memorias –como sería el caso de su amado Georg Lukács sin ir más lejos–, esto vendría a ser: que si él nunca estuvo de acuerdo con esta decisión o esta otra, que si fue el único en quejarse de esto o aquello, que la dirección no quiso entrar en razón ante sus cabales meditaciones, o alude a que por razones de amor y confianza en el partido obedeció la directriz de la mayoría, pero que en el fondo no confiaba en que triunfase. Como decimos, el manido relato a posteriori del clásico oportunista.

Hay una cosa que el lector debe entender cuando lea los análisis que Lorenzo Peña vierte ahora sobre el PCE (m-l) y la historia del movimiento obrero internacional: se trata de un hombre que se reconoce como un renegado del marxismo.

«Yo sigo siendo comunista, aunque no marxista». (Lorenzo Peña; Aclaraciones sobre mis posiciones políticas, 1999)

Orgulloso proclama que sus influencias tempranas y su evolución:

«Asimismo leí mucha literatura marxista secundaria; entre otros: (…) Marxisme et existentialisme: Controverses sur la dialectique de Jean-Paul Sartre, Roger Garaudy, Jean Hyppolite, Jean-Pierre Vigier, J. Orcel; otros libros de Henri Lefebvre y de Roger Garaudy –mi autor marxista predilecto–; El asalto a la razón de Lukács; los cuatro tomos de las Obras Escogidas de Mao Zedong; un montón de libros de J.P. Sartre. (…) En cuanto a mi opción filosófica, fui evolucionando paulatinamente del inicial marxismo hegelizante (1972-73) a una especie de neo-hegelianismo con cierta influencia analítica». (Lorenzo Peña; Amarga juventud: Un ensayo de egohistoria, 2010)

No tenemos nada nuevo que comentar sobre estos autores ya que existen varios documentos con una amplia documentación:

-Enver Hoxha; Eurocomunismo es anticomunismo, 1980

-Equipo de Bitácora (M-L); El existencialismo, Jean-Paul Sartre, y su pluma al servicio de la cultura burguesa, 2015

-Equipo de Bitácora (M-L); Las luchas de los marxista-leninistas contra el maoísmo: el caballo de Troya del revisionismo durante los 60 y 70 en el movimiento marxista-leninista, 2016

-Equipo de Bitácora (M-L); Las sandeces de Kohan y Lukács sobre la figura de Hegel y su evaluación en la filosofía de la URSS, 2018

Como hemos dicho en alguna ocasión, para criticar al enemigo ideológico hay que empezar por leer directamente su obra, sin intermediarios, de eso no cabe duda. Ahora, para alguien que esté tomando contacto con las primeras obras marxistas, comenzar con una lectura de obras de pseudomarxistas como Sartre, Mao Zedong, Lukács o Garaudy puede ser contraproducente. Sin haber desarrollado previamente la cualidad analítica hacia lo que se lee, sin base de un espíritu crítico y conocimientos sólidos en marxismo, es muy posible que el lector reproduzca –como en su momento hizo Lorenzo Peña– una deformación sobre lo que él concibe en su mente como «marxismo». Irá asimilando conceptos mal ensamblados de la doctrina cuando no directamente erróneos, acabará sufriendo defectos típicos del revisionismo como el relativismo, el subjetivismo, el agnosticismo y el eclecticismo. Y es que recordemos: el conocer correctamente las bases filosóficas del materialismo dialéctico contenido en el marxismo-leninismo no solo redunda en un conocimiento general de los pormenores de la doctrina, sino que va más allá, se traduce, y esto es lo importante, en la forma en sí de acercarse a todo conocimiento, a cómo procesarlo y a cómo asimilarlo. Ahora, aunque lo recomendable e idóneo sea comenzar por una selección de obras marxistas clásicas siempre adaptadas a las necesidades del sujeto, esto no significa que quien empiece leyendo a autores revisionistas «esté condenado» de por vida a ir dando palos de ciego. Existen muchos casos de grandes marxistas que inicialmente empezaron leyendo obras de todo tipo. Es más, a decir verdad, por las condiciones que rodean a la mayoría de individuos, se suele imponer el hecho de que quien se acerca al marxismo lo hace a ciegas, mezclando churras con merinas, de lo cual se derivan las desviaciones ya comentadas. Simplemente el sujeto que no tenga una selección de obras y una compresión adecuada de lo que es el marxismo, tardará más tiempo en estar inmunizado a la ideología burguesa, pero puede llegar perfectamente al mismo punto e incluso superar a quien en su momento dispuso de una selección de obras hecha a medida para su formación. Todo depende del contexto, de la personalidad del sujeto, del esfuerzo invertido, el tiempo disponible… y al fin y al cabo de múltiples factores. Es obvio que el primero pierde bastante más tiempo y tiene que esquivar mayores escollos que el segundo. Por último cabe mencionar que aunque el estudio individual sea el prioritario no podemos restar atención a la importancia que puede llegar a tener el estudio colectivo para incentivar un aprendizaje dinámico y didáctico. Véase la teoría del pedagogo soviético Lev Vygotski de la «Zona de desarrollo próximo», donde indica que un estudiante logra mayores logros a través de la cooperación y apoyo de un adulto o de un homólogo con mayores conocimientos, el cual le hace de «andamiaje» para «escalar» con mayor rapidez a los estadios a los cuales puede ir accediendo según su capacidad.

En su momento ya comentamos sobre las clásicas posturas ambiguas y eclécticas de los personajes que pretenden con una parsimonia alucinante conjugar marxismo y su adulteración:

«Esas «correcciones» del marxismo-leninismo, son las mismas que se han visto históricamente en figuras que querían alterar las bases pretendiendo creando una amalgama de ideas contrapuestas a la doctrina donde solamente se tomase del marxismo lo que le era de interés para el autor, o su táctica paralela, creer que el autor había creado una nueva doctrina donde reconocía la influencia de ciertas ideas del marxismo-leninismo pero afirmando que era su superación». (Equipo de Bitácora (M-L); Diferencias entre unidad entre marxista-leninistas y la unión ecléctica de pretendidos o simpatizantes de dicha doctrina, 2013)

En capítulos anteriores observamos como Lorenzo Peña tuvo un peso fundamental en la mayoría de errores y desviaciones del PCE (m-l) inicial. Mientras que en otras ocasiones trató de desviar al partido de una línea correcta en lo fundamental.

¿Por qué decimos que la influencia de Peña fue tan sumamente negativa para el PCE (m-l)?

Peña también afirmaba que las escisiones revolucionarias surgidas dentro de los partidos revisionistas del mundo, como ocurrió en España en 1963 con el PCE de Carrillo-Ibárruri… ¡fue un error! Rechazando lo poco destacable de su obra como antiguo revolucionario:

«He dicho y lo repito que separarnos del PCE en 1963 fue un error». (Cartas de Lorenzo Peña al Equipo de Bitácora (M-L), 2017)

Así lo sentencia en su obra de 2010:

«El camarada Líster tenía razones para no sumarse a nuestra escisión prematura y precipitada de 1964. Aun suponiendo que entonces hubiéramos llevado nosotros más razón que sin-razón –que eso está por probar–, hubieran existido motivos de peso para ver con recelo nuestro cisma y para juzgar que no había llegado aún el momento oportuno para romper la unidad de la dirección del PCE. Que, a la altura de 1971, rehusáramos nosotros un trato diferenciado a Carrillo, por un lado, y a los disidentes pro-soviéticos, por otro, confirmaba que habían tenido fundamento esos recelos de 1963-64. Mi propia posición al respecto no fue del todo correcta. Si bien discrepé de la sectaria postura de la mayoría, no me atreví a luchar por una franca y afectuosa acogida, que es la que en el fondo pensaba que debíamos tener». (Lorenzo Peña; Amarga juventud: Un ensayo de egohistoria, 2010)

También confesaría que ya en su momento rechazaba la política de lucha ideológica sin piedad que el PCE (m-l) llevaba a cabo contra los distintos grupos revisionistas tipo: MCE, ORT, PCOE, etc., incluso estuvo preparado contraartículos para intentar que el partido adoptase una política de acercamiento ante dichas organizaciones, donde claramente se relegaba las diferencias ideológicas a una posición secundaria en aras de una unidad formal. Véase su obra: «El manuscrito «Acerca del documento «Leninismo y nacionalismo» del grupo Komunistak» de 1969. Véase el capítulo: «La forma y el contenido de las críticas hacia los adversarios políticos».

Fue el más firme defensor de las tesis derechistas del maoísmo sobre el ritmo y las alianzas de la revolución, tratando de imponer en España un esquema similar. Véase el capítulo: «El PCE (m-l) y su tardía desmaoización».

Pese a las evidentes diferencias de la economía española con la china, no creía como defendía Ódena en «el contenido predominantemente socialista de la república por la que luchamos», sino que insinuaba que en una amplia medida la burguesía media también estaba interesada en la revolución:

«Porque le reportaría de una manera inmediata, muchas más ventajas que perjuicios». (Lorenzo Peña; Las posiciones políticas y organizativas de los fraccionalistas trotskistas, 1965) 

Por lo que veía más cabal plantear una especie de «nueva democracia» a la española. Así en un anexo inédito de 1966 clamaba que:

«El objetivo estratégico de la etapa actual de la revolución es una república democrática-popular, en la que compartan el poder político todas las clases que hayan tomado parte en la revolución: el proletariado, el campesinado trabajador, la pequeña burguesía urbana y el ala revolucionaria de la burguesía nacional». (Lorenzo Peña; Las posiciones políticas y organizativas de los fraccionalistas trotskistas, 1965) 

Por lo que en su cabeza, se trataba de una:

«Primera etapa de la revolución como democrático-nacional, concebida como un largo período de transición, no como un instante». (Cartas de Lorenzo Peña al Equipo de Bitácora (M-L), 2017)

Esto suponía negar los evidentes cambios en la economía e insinuar de forma pesimista que en el momento revolucionario, el partido nunca tendría bajo su influencia a la mayoría fundamental de los obreros y trabajadores como para imponer esas condiciones a las clases explotadoras resolviendo las tareas de su tiempo.

Así mismo se apena de que el PCE (m-l) no prestara más atención a los cuatro volúmenes de Obras Escogidas de Mao Zedong, como se ve en su autobiografía ya citada. Esto pese a que como le demostramos en nuestro intercambio de cartas con documentación, cualquiera que revise los cinco primeros tomos de Mao Zedong, tanto con sus obras en su versión original como reeditada se puede observar que distan mucho de ser las obras de un marxista. Véase al respecto: «Las luchas de los marxista-leninistas contra el maoísmo: el caballo de Troya del revisionismo durante los 60 y 70 en el movimiento marxista-leninista» de 2016.

Al ser preguntado sobre el tercermundismo inicial del PCE (m-l) comentó:

«El más tercermundista era yo. Yo estaba muy influido por el folleto de Lin Piao de 1965 «¡Viva la victoriosa guerra popular!» y coincidía con la posición china de los primeros años 60 según la cual, aunque a largo plazo la contradicción principal era burguesía/proletariado, a corto plazo era la de los pueblos oprimidos con el imperialismo. (…) La camarada Elena jamás estuvo de acuerdo». (Cartas de Lorenzo Peña al Equipo de Bitácora (M-L), 2017)

Para ver algunos de los epítetos tercermundistas del PCE (m-l) antes de su rectificación, véase: Véase el capítulo: El triunfalismo en los análisis y pronósticos del PCE (m-l)».

Por si a alguien le deja dudas la posición política de Lorenzo Peña, él mismo como supimos de primera mano, ve con buenos ojos la política desarrollada por Earl Browder al que califica de:

«Combatiente comunista heroico, uno de los más dignos». (Carta de Lorenzo Peña al Equipo de Bitácora (M-L), 7 de noviembre de 2017)

Para quien no sepa que fue el [browderismo], le recomendamos echar un vistazo a nuestros análisis sobre dicho fenómeno.

En la cuestión nacional, Lorenzo Peña planteaba así los límites de la autodeterminación:

«Una vez que los pueblos catalán, vasco y gallego hayan manifestado libremente su voluntad de obtener la autonomía en el marco de la unidad federativa de los pueblos de España, habría que formular jurídicamente esa autonomía por medio de Estatutos que podrían inspirarse en algunos aspectos en los concedidos por la II República». (Lorenzo Peña; Fragmentos inéditos desgajados del folleto Acerca del problema de las nacionalidades en España, 1968)

El PCE (m-l) permitió al señor Peña alzarse como falso erudito dentro de la organización mientras mantenía posturas chovinistas con toda una serie de teorías falaces. Véase el capítulo: «Los bandazos del PCE (m-l) sobre la cuestión nacional».

Estos rasgos profundamente derechistas no le impedían manifestar conatos izquierdistas, como el calificar a cualquier figura política reformista de socialfascista:

«Situándose de palabra en «la izquierda» está el grupo social-fascista del profesor Tierno Galván». (Lorenzo Peña; Sobre las rivalidades internas del campo franquista, 1966)

O plantear la idea metafísica y totalmente lastrante que negaba la posibilidad de una evolución del régimen fascista hacia la democracia burguesa:

«Ese sistema oligárquico, esa sustitución del absolutismo autocrático de Franco por un complicado engranaje que podríamos denominar «oligocrático» –poder conjunto de un reducido número de potentados– tiende a asegurar una continuidad total e incondicional del actual tinglado fascista y a bloquear y congelar toda posible iniciativa o veleidad del futuro reyezuelo fascista por introducir ciertos cambios. (Lorenzo Peña; Sobre las rivalidades internas del campo franquista, de 1966)

Véase el capítulo: «Dogmatismo metafísico al no apreciar la posibilidad de que la burguesía transite del fascismo a la democracia burguesa».

A nuestro parecer, lo peor es el hecho que la salida de Peña en 1972 se produjese no por una expulsión directa, sino por un proceso más complejo que llevaría a su dimisión. El partido no se daba cuenta de su nefasta influencia, simplemente Lorenzo Peña creyó oportuno aparatarse con el paulatino ascenso de Elena Ódena a la cúpula como él mismo cuenta, con lo que cada vez le era más difícil dominar la línea del partido como antaño:

«Así se produjo en octubre-diciembre de 1964 y más aún a lo largo de 1965 el predominio absoluto de mis ideas, plasmadas en la primera línea política, en el Curso de Cuadros Medios, en todos los documentos ideológicos de ese período e incluso hasta 1968. Tras la caída de Paulino y aún más tras la de Ángel Campillo se inicia el período de declive de mi influencia y ascendencia de la de Doña Elena, quien no reparó en usar todos los medios, todos los ardides, todos los recursos, lícitos o ilícitos, para tener la sartén por el mango. La debilidad de carácter que Alejandro Diz me reprochó sin duda es verdadera, pero también es cierto que mi situación era difícil. Además, lo que más me hubiera repugnado sería luchar por el poder». (Cartas de Lorenzo Peña al Equipo de Bitácora (M-L), 2017)

Esto indica, que a nivel colectivo el PCE (m-l) nunca fue consciente de los pajarracos que tenía en su interior. Elementos que tarde o temprano con el tiempo se destaparían como renegados: Paulino, Peña, Hermanos Diz, Avilés, Blasco, Vega, Marco, Campillo, Chivite, Mayoral, etc. El surgimiento de elementos inestables e incluso que degeneran en antimarxistas es algo hasta cierto punto normal debido a las razones que rodean al partido en el capitalismo y que todos sabemos, en cambio el no combatir estos fenómenos no tiene justificación alguna. Esta candidez y falta de comprensión sobre la gravedad de estos problemas, se reflejaría en que varias de las teorías que el propio Peña había inoculado y que tardarían varios años en ser corregidas.

Queriendo ampliar más sobre las posturas del PCE (m-l) y también sobre su propia responsabilidad, en 2016 el Equipo de Bitácora (M-L) se puso en contacto con Lorenzo Peña en un intercambio de cartas con el fin de obtener la documentación que había citado en su obra. Lorenzo Peña como tantos otros exlíderes del viejo PCE (m-l), ahora «apóstatas» del marxismo, trajo a la palestra diversas excusas: que si ya no cuenta con el material, que si esto que si aquello…, pero por supuesto, tampoco nos dio alternativa para obtenerlo pese a nuestra insistencia, y esto era normal, ya que como tantos otros no tiene interés en que se conozca la verdad, sino en dar solo su versión.

Este intercambio de cartas con él nos sirvió en cambio para comprobar más profundamente su cariz político reaccionario actual.

Por ejemplo: últimamente se ha difundido de nuevo la tesis idealista –que Lorenzo Peña apoya en su obra– sobre que «era un error calificar a la URSS posterior a Stalin como país capitalista y socialimperialista», y que el PCE (m-l) y él mismo se equivocaron en aquella época.

Este tipo de teorías fueron popularizadas en especial a mediados de los 90 tras el desmantelamiento de la URSS capitalista y revisionista. Fue una reacción de los revisionistas prosoviéticos y renegados de distinto pelaje que empezaron a sentir nostalgia de no contar ya con un centro revisionista tan importante como era para ellos esa URSS. Muchos nuevos renegados que venían de las filas de partidos marxista-leninistas como Peña, tomaron como suya dicha idea sin el menor análisis, por mera idealización tras su epifanía «antidogmática». Acorde a este tipo de afirmaciones, publicamos un documento sobre el tema. En la introducción decíamos:

«El siguiente texto es resultado del tronco central de una carta de un miembro del Equipo de Bitácora (M-L) a un ex militante del Partido Comunista de España (marxista-leninista) [Lorenzo Peña] que estuvo en la organización hasta inicios de los años 70. (…) Dicho sujeto sostiene que la restauración del capitalismo en la Unión Soviética se dio hasta 1991, aludiendo pues que los albaneses y otros marxista-leninistas de los sesenta y setenta como el PCE (m-l) de la época se equivocaban al hablar de restauración del capitalismo y calificarlo de socialimperialista.

Esta carta tenía como propósito pues, desmontar esa defensa de la Unión Soviética de 1953-1991 como país socialista e internacionalista que gran parte de los seguidores del revisionismo soviético han querido pintar. Hemos reescrito y ampliado notablemente algunas partes para hacerlas entendibles al lector, para hacer que el documento sea más didáctico. 

Queremos dejar claro que el motivo de lanzamiento del documento es ese: la repulsa que nos produce encontrarnos con relativa facilidad con apologistas del revisionismo soviético, en parte, por culpa de los marxista-leninistas que no han sabido derribar ese mito». (Equipo de Bitácora (M-L); Algunas cuestiones económicas sobre la restauración del capitalismo en la Unión Soviética y su carácter socialimperialista, 2016)

De las tesis oportunistas de ese documento se desmontan algunas muy recurrentes… como la ridiculez de plantear que la URSS estaba liderada por una dirección revisionista –algo que casi nadie se atreve a cuestionar–, pero que el sistema político y económico no cambiaba su carácter socialista. O que aunque existiera un claro retroceso del socialismo al capitalismo, no tenía porqué reflejarse una línea reaccionaria en el ámbito exterior, y viceversa. Todas ellas, teorías idealistas y profundamente metafísicas:

«Durante largo trecho ha existido una teoría populizada entre los revisionistas prosoviéticos de que pese a todo: pese a una dirección infectada de revisionistas se mantenía o se profundizaba la construcción del socialismo en la Unión Soviética. E incluso que no apoyar a esa Unión Soviética era «hacerle el juego al imperialismo». Esa teoría no tiene ni pies ni cabeza. Como dijo ya en su día Enver Hoxha, la conquista del poder político por elementos revisionistas –y eso incluye una moral y visión económica aburguesada del mundo– no podía tener otro fin que sus manifestaciones en reformas económicas y por ende con extensión culturales. (…) ¿Que suponía para las masas trabajadoras apoyar la teoría de que «pese a todo la dirección soviética revisionista construía el socialismo»? Suponía que el proletariado internacional creyese que los defectos y fenómenos capitalista de la URSS de los revisionistas soviéticos, eran consecuencia del modelo político-económico del socialismo marxista-leninista, por lo que sí se transigía con aceptar a la URSS capitalista y socialimperialista como país de tipo socialista se estaba actuando como espantapájaros del verdadero socialismo delante de las masas trabajadoras que relacionarían y no verían diferencia entre la economía socialista y los males de la economía capitalista, ni la diferencia entre el internacionalismo proletario con el chovinismo y el imperialismo burgués. ¿Qué suponía crear ilusiones de que eran errores menores y que podían ser subsanados? Traía como consecuencia la confusión de los revolucionarios y las masas soviéticas sobre el carácter del Estado y el partido gobernante en la práctica económica. Además, el marcado carácter socialfascista podía arrastrar a trazar una estrategia errónea e ilusa de un mayor uso de tácticas pacifistas y legalistas como si se estuviera en una democracia burguesa, con lo que con ese descuido lo acabarían pagando más fácilmente con la cárcel o la muerte al intentar corregir los «fallos del sistema». (…) Otro «detalle» que sueltan ciertos apologistas del revisionismo soviético es que varias de las distorsiones de las teorías de los revisionistas soviéticos la reconocen como antimarxistas pero las presentan como algo accidental y ocasional, nada más burdo. (…) Las teorías soviéticas de la «soberanía limitada», la «división internacional del trabajo», la «comunidad socialista», los «países de vía no capitalista de desarrollo y orientación socialista» y demás aberraciones antimarxistas en el campo político, económico y cultural no eran producto de una dirigencia inocente que errara en sus formulaciones, sino de unas ideas plasmadas muy conscientemente con el objetivo de servir a sus objetivos imperialistas». (Equipo de Bitácora (M-L); Algunas cuestiones económicas sobre la restauración del capitalismo en la Unión Soviética y su carácter socialimperialista, 2016)

Se concluye pues que Lorenzo Peña es un apologista de las mayores figuras revisionistas, incluso con todo el material que existe para que este señor se informe adecuadamente, material que nosotros mismos le hemos proporcionado y que dudamos haya siquiera ojeado.

¿Y a qué se dedicó Peña a finales de los 90? A proclamar que pese a sus leves «divergencias» con el PCE, seguía creyendo que:

«Mientras el PCE no se disuelva ni abandone su nombre, persiste un pequeño resquicio de esperanza de que algún día rectifique sus errores; y no existe –ni creo que sea hoy viable– ninguna alternativa organizativa seria y atractiva para quienes tenemos ideas comunistas en España». (Lorenzo Peña; Aclaraciones sobre mis posiciones políticas, 1999)

¡¡¡Para este idealista, mientras un partido conserve sus colores, símbolos y nombre, todavía hay esperanza!!! Incluso legitima a estos renegados de clase y su plataforma como «alternativa organizativa seria» pese a sus reiteradas traiciones teórico-prácticas al proletariado español y mundial.

Su evolución política, no hace falta que sea comentada demasiado:

«¿Cuál fue el mayor error de la [II] República?

Hay dos graves errores. Uno está en la redacción de la Constitución, en el anticlericalismo, que puso en contra a un sector amplísimo de la población española. No se escuchó la premonición de Niceto Alcalá Zamora en su famosísimo y excelente discurso en las Cortes Constituyentes contestando a la frase de Azaña, que no tenía el sentido de hostilidad que se ha querido ver ni mucho menos, de que España había dejado de ser católica. Alcalá Zamora dijo que si los católicos en este país eran mayoría se debería tener en cuenta a la hora de redactar la constitución, y si eran minoría también se debería tener en cuenta porque esa minoría era suficientemente importante para merecer un respeto. Ese fue el error en la redacción». (Crónica Popular; Entrevista de Sergio Camarasa a Lorenzo Peña, 8 diciembre de 2014)

¡Vaya! Parece que Lorenzo Peña en sus maduras reflexiones coincide con Santiago Carrillo de su época eurocomunista que proclamaba que la religión lejos de ser un impedimento al progreso, era conjugable con el concepto de socialismo:

«¿Por qué habríamos de exigir que renuncien a las suyas los católicos que, de acuerdo con construir un sistema económico y político socialista entienden conservar sus concepciones religiosas? (…) La novedad más destacada de la vida política española actual, por lo que significa de cambio de fondo, es la presencia de un vasto movimiento católico progresista». (Introducción de Santiago Carrillo a la obra de José Díaz: «Tres años de lucha», 1978)

Estos renegados niegan ahora que el idealismo religioso frustra, distorsiona o limita cualquier noción científica y progresista en campos como la economía o la política. Además ocultan con total conocimiento el papel reaccionario que la iglesia ha jugado en España y en cualquier país. Recordemos lo que dijo un patriota y progresista como Pi y Margall, alguien que ni siquiera era marxista ni ateo:

«La verdad, tiene razón Mariana, no puede ser más que una. Si creéis que está en la ciencia, el cristianismo ha muerto; si en el cristianismo, no hay progreso. (…) Toda religión se opone a todo pensamiento de progreso. (…) Id ahora a la Iglesia y preguntadle qué piensa acerca de vuestros derechos político-sociales. (…) Entre el ejército y la fuerza ciudadana optará por el ejército; entre el retroceso y la revolución, preferirá siempre el retroceso. No le habléis de reformas sociales, porque no cree en las reformas. Transformad la caridad, adulterarla, viciad la, procurad estimularla con el aliciente de juegos inmorales y espectáculos sangrientos; no le importa; pero ¿le habláis de organización de derechos? ¿Os salís del círculo de esa misma caridad tan impotente? De seguro la tendréis por enemiga. Dadle, si no, un solo año de poder y veréis a dónde os lleva. Hace siglos que todo progreso se hace, en el mundo cristiano, a despecho de la Iglesia. (…) Proclamamos la autoridad de la razón, y ella le da la fe, su antagonista». (Francisco Pi y Margall; Reacción y la revolución, 1854)

Pero para Lorenzo Peña el error de la II República de 1931-1936 fue su «anticlericarlismo» y el poco tacto hacia el catolicismo. Para Lorenzo Peña un principio reformista y liberal básico como la separación entre Iglesia y Estado era una aberración que ofendía a los creyentes, nos habla como un carlista. Le parece incorrecta la redacción de la Constitución de 1931 que dice que:

«Artículo 3º. El Estado español no tiene religión oficial. (…) Artículo 26. Todas las confesiones religiosas serán consideradas como Asociaciones sometidas a una ley especial.

El Estado, las regiones, las provincias y los Municipios no mantendrán, favorecerán, ni auxiliarán económicamente a las Iglesias, Asociaciones e Instituciones religiosas. Una ley especial regulará la total extinción, en un plazo máximo de dos años, del presupuesto del Clero. Quedan disueltas aquellas órdenes religiosas que estatutariamente impongan, además de los tres votos canónicos, otro de obediencia distinta a autoridad distinta de la legítima del Estado. Sus bienes serán nacionalizados y afectados a fines benéficos y docentes. Las demás Órdenes religiosas se someterán a una ley especial votada por estas Cortes Constituyentes y ajustadas a las siguientes bases:

1ª Disolución de las que, por sus actividades, constituyan un peligro para la seguridad del Estado.

2ª Inscripción de las que deban subsistir, en un Registro especial dependiente del Ministerio de Justicia.

3ª Incapacidad de adquirir y conservar, por sí o por persona interpuesta, más bienes de los que, previa justificación, se destinen a su vivienda o al cumplimiento directo de sus fines privativos.

4ª Prohibición de ejercer la industria, el comercio o la enseñanza.

5ª Sumisión a todas las leyes tributarias del país.

6ª Obligación de rendir anualmente cuentas al Estado de la inversión de sus bienes en relación con los fines de la Asociación.

Los bienes de las Órdenes religiosas podrán ser nacionalizados». (Constitución de la República Española, 1931)

Obviamente esta declaración era un hito progresista en comparación con constituciones anteriores, incluso mucho más que la de 1869 o el proyecto de Constitución de 1873. Pero como toda carta magna dejaba en el aire la posibilidad pero no aseguraba la ejecución de dichas medidas. No nos pararemos a comentar que muchas de estas propuestas de reforma se quedaron sin realizar como se verá a continuación, pero para que el lector entienda el contexto, se suponía que sobre el papel la II República se guardaba el derecho de rescatar los bienes apropiados por la Iglesia Católica durante siglos, pero en la práctica, al igual que en otras cuestiones como el reparto de tierras, estas medidas fueron implementadas con tardanza o ni siquiera se inició su ejecución.

Obsérvese la abismal diferencia entre los análisis del PCE de aquel entonces con los de Lorenzo Peña:

«Lo mismo ocurre también con todas las medidas adoptadas por el gobierno en todas las actividades de la vida política, Iglesia, aparato del Estado, Ejército, legislación social, etc., etc. Se publican leyes que no satisfacen las demandas de las masas revolucionarias y conceden algo, muy poco –sólo para maniobrar mejor–, para evitar la explosión de la revolución. Para la situación actual de España, es característico también otro memento: que las «reformas» del gobierno, que no satisfacen a las masas revolucionarias por su carácter moderado no satisfacen tampoco a una parte considerable de las clases dominantes. La burguesía que ha pasado al lado de la República el 14 de abril, queriendo con esta maniobra detener el curso de la revolución, viendo ahora el fracaso de sus deseos, viendo el desarrollo rápido del empuje revolucionario de las masas, se asusta cada vez más de los gestos demagógicos de su gobierno y evoluciona a la derecha con la esperanza de utilizar el desengaño de las masas en la república burguesa para volver a una dictadura abierta e incluso a una dictadura monárquica. Después de la maniobra burguesa de izquierda se manifiesta en los momentos actuales una maniobra burguesa de derecha. La forma contrarrevolucionaria encarnada en el gobierno Azaña-Caballero no satisface completamente a toda la burguesía. Esta teme el fracaso de esta arma y por eso crea otros destacamentos y reservas de la contrarrevolución. En octubre de 1931 abandonaron el gobierno Alcalá Zamora y Maura, descontentos por la necesidad de adoptar bajo la presión de las masas algunas medidas contra los privilegios de la iglesia». (Manuel Hurtado; El Partido Comunista de España en la revolución española; Discurso del delegado español en el XIIº Pleno de la Internacional Comunista, 1932)

Marx ya analizaría con el paradigmático caso francés como los pequeños burgueses y sus agrupaciones, lejos de reconocer sus debilidades e incoherencias, tienden a justificar sus ilusiones liberales y sus crímenes históricos:

«Ningún partido exagera más ante él mismo sus medios que el democrático, ninguno se engaña con más ligereza acerca de la situación. (…) Pero el demócrata, como representa a la pequeña burguesía, es decir, a una clase de transición, en la que los intereses de dos clases se embotan el uno contra el otro, cree estar por encima del antagonismo de clases en general. Los demócratas reconocen que tienen que enfrente a una clase privilegiada, pero ellos, con todo el resto de la nación que los circunda, forman el pueblo. Lo que ellos representan es el interés del pueblo. Por eso, cuando se prepara una lucha, no necesitan examinar los intereses y las oposiciones de las distintas clases. No necesitan ponderar con demasiada escrupulosidad sus propios medios. No tienen más que dar la señal, para que el pueblo, con todos sus recursos inagotables, caiga sobre los opresores. Y si, al poner en práctica la cosa, sus intereses resultan no interesar y su poder se vuelve impotencia, la culpa la tienen los sofistas perniciosos, que escinden al pueblo indivisible en varios campos enemigos, o el ejército, demasiado embrutecido y cegado para ver en los fines puros de la democracia lo mejor para él, o bien ha fracasado por un detalle de ejecución, o ha surgido una casualidad imprevista que ha malogrado la partida por esta vez. En todo caso, el demócrata sale de la derrota más ignominiosa tan inmaculado como inocente entró en ella, con la convicción readquirida de que tiene necesariamente que vencer, no de que él mismo y su partido tienen que abandonar la vieja posición, sino de que, por el contrario, son las condiciones las que tienen que madurar para ponerse a tono con él». (Karl Marx; El 18 Brumario de Luis Bonaparte, 1851)

El segundo error que cita Lorenzo Peña es el siguiente:

«En la práctica, el mayor error tiene que ver también con Alcalá Zamora. Su destitución. (…) Puesto que él jamás se adhirió al alzamiento, jamás volvió a la España franquista y murió en el exilio. Por tanto, yo creo que ese fue un error que dio una imagen de radicalización de la izquierda excesiva e innecesaria, puesto que Alcalá Zamora estaba ejerciendo sus poderes presidenciales con tino, con cautela, pero sin excederse». (Crónica Popular; Entrevista de Sergio Camarasa a Lorenzo Peña, 8 diciembre de 2014)

La posición de Peña sobre la cuestión religiosa es la opinión de un sujeto que se estila ultraconservador de cualquier signo, pero obviamente no comunista. Mucho menos cuando dichos comentarios no corresponden a la realidad. Así hablaba José Díaz, un comunista auténtico:

«Y si para estas medidas de transformación se dice que no hay dinero, habrá que ver dónde se encuentra. Nosotros no queremos atacar los sentimientos religiosos de nadie, pero decimos: la Iglesia, con el gran predominio económico-político de que goza en España, como corresponde a la situación semifeudal que ocupa, tiene grandes riquezas, y esas riquezas han sido arrancadas del pueblo, y como el pueblo tiene hambre, pide esas riquezas. Por lo tanto, la subvención del Estado a la Iglesia debe desaparecer inmediatamente; si son diecinueve o veinte millones de pesetas las que el Estado entrega a la Iglesia, esa cantidad debe dedicarse a obras, que son muy necesarias en España, para que los parados tengan pan y trabajo; pero, además, es necesario expropiar esa riqueza de la Iglesia por ser dinero sacado del pueblo, y si esos reaccionarios son tan amantes de dar pan a los necesitados, todas esas riquezas, esas acciones de empresas y entidades anónimas, todos esos millones, manejados tan turbiamente, deben pasar inmediatamente al pueblo, para que éste pueda trabajar y pueda comer, porque así lo merece el triunfo del 16 de febrero, y porque además el que quiera religión, el que guste de escuchar un sermón o confesarse que lo haga; pero que lo pague, y yo tengo la seguridad que el que no tiene para comer no va a dar nada para escuchar un sermón. (Gran ovación) Y esto no es tampoco una medida comunista, pues estoy seguro que en este mitin hay muchos republicanos que tienen este punto en el programa de su partido. A la cárcel los responsables de la represión de octubre». (José Díaz; Discurso pronunciado en Cartagena, el día 5 de abril de 1936)

Es decir los comunistas se quejaban que la República no cumplía sus propias medidas y que la Iglesia seguía gozando de un patrimonio y bonanza inusitados en un país que pasaba hambre y penurias. Mismo análisis pueden verse en los informes de la Internacional Comunista (IC).

Como el lector puede verificar, los defectos de Lorenzo Peña son conocidísimos entre el mundillo de los renegados. Véase: «El republicanismo abstracto como bandera reconocible del oportunismo de nuestra época».

También fuimos testigos de como Lorenzo Peña se reincorporó a colaborar con los restos del PCE (m-l) por un período muy corto: «La rehabilitación de corrientes y elementos revisionistas superados: el castrismo y el tercermundismo».

Para él, la república debía apoyarse en republicanos conservadores como Alcalá Zamora para así evitar el «radicalismo» que según él se impuso después. No sabemos si estamos leyendo a Lorenzo Peña o al histórico dirigente del GRAPO y ahora historiador franquista Pio Moa. Comparemos su opinión con la de un comunista testigo de los acontecimientos durante la Guerra Civil sobre el radicalismo de los «republicanos de izquierda»:

«Los dos grandes partidos republicanos, el partido Izquierda República –el jefe era Azaña– y Unión Republicana –el jefe era Martínez Barrio– no se comportaron mal en el primer año de guerra. Entendieron correctamente el carácter de la guerra y participaron con arreglo a sus fuerzas en la lucha popular. Mantuvieron relaciones amistosas con el PCE y prestaron toda clase de servicios a las Brigadas Internacionales. (…) Sin embargo, desde el verano de 1937, tras el derrocamiento de Caballero, en el periodo del prietismo, la posición y actividad de los republicanos, en primer lugar, del partido de la Izquierda Republicana, cambia ostensiblemente, pues se coaligan dentro del Frente Popular con los prietistas y actúan juntos a ellos en la vía del compromiso y capitulación. Este giro de los republicanos está evidentemente condicionado por tres razones: en primer lugar, por el cansancio de las capas burguesas y pequeño burguesas; en segundo lugar, por el temor a la creciente influencia e importancia del PCE; en tercer lugar, por la creciente presión por parte de los circulos burgueses y de los gobiernos de Inglaterra y Francia. (…) En la primavera de 1938 condujeron a que los republicanos, habiendo perdido las perspectivas y las esperanzas, entraran directamente en conversaciones con franceses e ingleses, pidiéndoles su injerencia y mediación. (…) Tras la formación del gobierno de Negrín, Gobierno de Unión Nacional, los republicanos que habían hecho una declaración formal de apoyo al Gobierno, continuaron manteniendo una orientación capitulacionista. (…) Tras Munich, los republicanos se encuentran en la esfera de influencia de la línea muniquesa de Chamberlain y Daladier. Ya comienzas a manifestar muy abiertamente sus talantes anticomunistas. Se convierten en la fuerza central de la coalición antigubernamental y anticomunista. Sabotean la realización de las medidas gubernamentales. (…) Adoptan la teoría de que el Frente Popular cantó su cantinela y que en adelante es necesario que el Gobierno y el aparato del Estado estén compuestos principalmente por republicanos. Que solamente de ese modo, solamente con tal condición Inglaterra y Francia, habiendo obtenido la posibilidad de controlar la vida estatal de la República, estarán de acuerdo en prestar ayuda a la República. En los últimos meses los jefes republicanos jugaron un papel vergonzoso y nefasto». (Stoyán Minev; Las causas de la derrota política de la República Española, 1939)

Los comunistas de verdad deben entender de una vez que la II República fue una prueba más del fracaso del reformismo, de su inconsecuencia. El régimen cayó no por imponer un carácter radical como dice Lorenzo Peña, sino por sus propias contradicciones que eran indisolubles, viéndose superado ante un clima de agudización socio-política donde las medidas tintas conducían inexorablemente a perder la partida. Ya el gobierno socialista-republicano de 1931-1933 acabaría entregando el poder a la derecha por el descontento popular al verse no cumplidas las reformas prometidas. 

Tras recuperar el poder en 1936, los republicanos formarían gobierno esta vez vez solos, de nuevo se acabaría hundiendo no por su tono revolucionario, sino de nuevo por su carácter dubitativo ante las medidas prometidas y por el empuje de las masas desde abajo, sin olvidar por supuesto, que nunca se tomaron en serio las diversas advertencias sobre la derecha y sus intenciones, adoptando una postura pusilánime ante las provocaciones. La seriedad del gobierno republicano se resume en la mítica frase del Presidente del Consejo de Ministros, Santiago Casares Quiroga, el cual en los momentos del golpe de Estado del 17 de julio de 1936: «Si se levantan en Marruecos, yo me voy a dormir». Más allá de que esto sea cierto o no, lo que sí está comprobado es que al día dos dimitía sobrepasado por los acontecimientos. En lo sucesivo el golpe fue desactivado en la mayoría de zonas por la reacción encolerizada de las masas y la dirección firme del resto de las organizaciones antifascistas, no precisamente gracias al inoperante gobierno republicano, que ni siquiera decretó el Estado de guerra y trató en todo momento de acordar la paz con los rebeldes. Tampoco movilizó a la población en contra del golpe ni admitió repartir armas como se demandaba, incluso Quiroga espetó según testigos: «Quien facilite armas sin mi consentimiento será fusilado». Véase la obra del exministro del PSOE Julián Zugazagoitia: «La historia de la guerra en España» de 1940. Este era el verdadero carácter de los republicanos. Fue su gobierno quien perdió el control de la situación pese a tener bajo su control las ciudades importantes, la mayoría del territorio, los principales centros de producción armamentística. Fue su gobierno quien no supo aprovechar el hecho de contar con una población enfervorecida que deseaba aplastar al al fascismo de raíz y una situación de emergencia que además le permitía tomar medidas excepcionales y severas contra los sublevados.

Su condescendencia y sus vacilaciones fueron el estímulo perfecto para el envalentonamiento de la reacción, para ampliar su acción, ya que los sublevados eran conscientes que su empresa sería más fácil mientras estos politicastros endebles estuvieran a la cabeza del gobierno. La actitud cobarde de los republicanos también les llevó irremediablemente por el camino de perder su hegemonía dentro del propio campo antifascista. Lo cierto es que nunca confiaron en el pueblo, pusieron toda su fe en la ayuda internacional anglo-francesa, una que nunca llegaría.
Cuando en septiembre de 1936 se formó por fin un nuevo gobierno que agrupase a todas las agrupaciones antifascistas, los republicanos, visiblemente avergonzados, fueron forzados a ser apartados de las posiciones centrales del gobierno por sus errores. A partir de entonces se caracterizarían en varias ocasiones por el derrotismo y buscar la capitulación ante el enemigo.
Si a alguien le queda duda de todo esto, que se pregunte por qué los comunistas crecieron como la espuma mientras las dos principales organizaciones republicanas perdieron gran parte de su antiguo prestigio y poder entre las masas.
¿Qué significaba entonces que un hombre como Lorenzo Peña volviera a las tribunas de los medios del PCE (m-l) en los 90? Sencillamente que Raúl Marco pretendía y pretende aunar en su partido a todo tipo de renegados con los que puede coincidir en su línea oportunista y hasta los deja publicar en su partido con tal de ganar su influencia y simpatías entre los círculos intelectualoides más reformistas.

Por encima de todo, Lorenzo Peña es conocido por su abierta inquina personal hacia Elena Ódena. Sus memorias sobre su militancia en el PCE (m-l) rezuman una evidente aversión personal.

Tras la reconciliación entre Raúl Marco y Lorenzo Peña en 1989 –de la cual Elena Ódena debió revolverse en su tumba–, pasó a colaborar en diversos artículos, de nuevo la relación entre mabos se enfrió. Pero una vez más se rencontraron años después para un documental sobre el FRAP de 2017, en el cual Raúl Marco salió a la fuerza defender a Elena Ódena ante las acusaciones de Lorenzo Peña. Marco describiría a Peña como alguien que:

«Estuvo en el partido desde 1964 hasta mediados de 1972 en que desapareció sin explicación alguna. Se limitó a dejar en mi buzón las llaves del apartamento que habíamos alquilado para él, a través de un amigo suizo, y que pagaba el partido lógicamente. Y cuando no había dinero, que era bastante frecuente, lo pagaba Elena de su sueldo. No volví a verlo hasta los 80. (…) En términos taurinos dio la «espantá». Sorprende cuando le oyes hablar en tu vídeo como si él hubiera estado al frente de todo, cuando, repito había desaparecido durante casi quince años. Debe de tener algún don especial, ¿no crees? Tú conociste bien a Elena, hablaste con ella y tal. La descripción que hace Lorenzo Peña es esperpéntica además de insultante. Poco más o menos que presenta a Elena como una semianalfabeta que no había leído nada ni sabía nada de marxismo. El problema para este personaje, es que siempre tuvo unos celos y envidia tremenda hacia Elena. Él pretende que es al revés. Bueno, eso debe calmar sus desvaríos. Lo cierto es que donde estaba Elena brillaba por su saber hacer, por el ánimo que influía, etc. Mientras Lorenzo de cuya inteligencia no dudo, aburría con su sosería y aires de enterrador». (Julio Fernández; Documental La Chispa y la Pradera, 2017)

Por una vez y sin que sirva de precedente, podemos decir que estamos de acuerdo con las valoraciones del Raúl Marco actual.

Este personaje que ahora reniega abiertamente del marxismo y se considera «comunista no marxista», no puede sino causar la risa cuando intenta hablar de las debilidades marxistas de Elena Ódena:

«No entiendo qué encontráis aprovechable en los textos de doña Elena. No recuerdo ni uno solo que fuera presentable. Daban vergüenza». (Cartas de Lorenzo Peña al Equipo de Bitácora (M-L), 2017)

Nosotros sí que podríamos citar varias obras de Ódena de transcendencia. Destacaríamos entre ellas:

–Elena Ódena; ¿Por qué todos los militantes deben adquirir el hábito de estudio individual?, 1966

–Elena Ódena; Sobre algunas cuestiones de principio, 1967

–Elena Ódena; La mujer española y la lucha contra la dictadura franquista, 1967

–Elena Ódena; Los intereses del pueblo español no pueden coincidir con los del Mercado Común, 1973

–Elena Ódena; Contra el liberalismo, 1974

–Elena Ódena; El liberalismo, fuente de desviaciones y errores en las filas del partido, 1975

–Elena Ódena; La dictadura del proletariado, democracia de tipo superior para el pueblo, 1976

–Elena Ódena; El marxismo, la lucha armada y la violencia revolucionaria y las guerras, 1979

–Elena Ódena; Acerca de la necesidad y la importancia de estudiar y difundir los fundamentos del marxismo-leninismo, 1981

–Elena Ódena; Notas para la escuela del partido, 1981

–Elena Ódena; Actualidad y desarrollo del marxismo, 1983

–Elena Ódena; El internacionalismo proletario y el trotskismo, 1984

–Elena Ódena; El papel de los factores internos y externos en el desarrollo de los partidos, 1985

Seguramente pudiéramos citar muchos más y popularizar muchos otro si los falsos devotos de su legado como Raúl Marco hubieran liberado todo el material existente en su momento. Ya que no todas las obras se encuentran en sus compilaciones de «Escritos Políticos I y II» o en «Escritos sobre la transición» publicados tras su muerte en 1986, sino que varios de ellos se encuentran bajo diferentes pseudónimos en los «Vanguardia Obrera» y otros medios.

Vayamos al meollo de la cuestión. Leamos sin más algunos de los comentarios más concretos de Lorenzo Peña contra Elena Ódena:

«La camarada Elena Ódena estaba en profundo desacuerdo con varias de las tesis esenciales del materialismo dialéctico e histórico y de la cosmovisión de la tradición doctrinal marxista-leninista. Si bien reconocía que, en última instancia, lo económico era determinante, eso lo circunscribía a un plano que podríamos considerar metafísico, de modo que, a cualquier efecto teórico o práctico, había que pensar como si lo económico no determinara nada en absoluto –y en realidad como si careciera de importancia–». (Lorenzo Peña; Amarga juventud: Un ensayo de egohistoria, 2010)

¿Qué concepción tenía Elena Ódena en realidad? Lejos de lo que dice Lorenzo Peña, ella albergaba una concepción marxista concibiendo el factor económico como factor no únicamente decisivo, pero sí el de mayor importancia:

«En su célebre: «Prólogo a la contribución a la crítica de la economía política», escrita por Friedrich Engels en agosto de 1859, Marx expuso genialmente las bases fundamentales del materialismo aplicadas al estudio de la sociedad y a su historia. Desafiamos a cualquiera de «nuestros» marxiólogos antimarxistas actuales, que pretenden que Marx y el marxismo están superados y enterrados, a que refuten las siguientes palabras que Marx escribió en el mencionado prólogo, explicando cuáles son los factores básicos que determinan la naturaleza de las relaciones sociales, y las causas determinantes de los cambios en la sociedad. 

«En la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia». (Karl Marx; Prólogo a la contribución a la crítica de la economía política, 1859) (…)

Analizando la transcendencia del descubrimiento de la concepción materialista de la historia, Lenin decía que la consecuente aplicación de dicha concepción y la extensión del materialismo al dominio de los fenómenos sociales, había superado los dos defectos fundamentales de las viejas teorías de la historia, ya que esas teorías, solamente tenían en cuenta los móviles ideológicos de la actividad histórica de los hombres, sin investigar el origen de esos móviles, sin captar las leyes objetivas que rigen el desarrollo del sistema de las relaciones sociales, sin ver las raíces de éstas en el grado de desarrollo de la producción material». (Elena Ódena; Actualidad y desarrollo del marxismo, 1983)

Lorenzo Peña vuelve a la carga y afirma que:

«[Ódena] Rechazaba que el imperativo teleológico, el imán del progreso histórico humano, sea el crecimiento de las fuerzas productivas. Esa tesis no le merecía más que desprecio. De ese desarrollo ya se había encargado la burguesía y ahí había terminado su misión. Aparentemente opinaba que las fuerzas productivas ya no debían desarrollarse más». (Lorenzo Peña; Amarga juventud: Un ensayo de egohistoria, 2010)

Lorenzo Peña no tiene en cuenta la relación entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, metafisicamente solamente pone como factor determinante a las fuerzas productivas y su constante desarrollo como hacían los ideólogos de la II Internacional. ¿Qué concepción tenía Elena Ódena en realidad? ¿Despreciaba la necesidad de elevar las fuerzas productivas, del factor técnico en la construcción del socialismo? Lo contrario a lo que afirma Lorenzo quien no tiene en cuenta las fuerzas productivas en el devenir social:

«En cuanto a las causas determinantes de los cambios sociales que se producen a lo largo de la historia, Marx dice que: 

«Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad, chocan con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí». (Karl Marx; Prólogo a la contribución a la crítica de la economía política, 1859) 

Explicando también científicamente la necesidad para el conjunto de la sociedad de cambios revolucionarios sociales, Marx afirma que: 

«De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas de ellas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella». (Karl Marx; Prólogo a la contribución a la crítica de la economía política, 1859) 

Vemos pues cómo Marx, al aplicar el materialismo dialéctico al estudio de los fenómenos sociales de la historia, estaba forjando una valiosa arma al servicio de las masas explotadas y oprimidas para luchar contra las concepciones reaccionarias de la historia, basadas en la in-mutabilidad de los sistemas sociales –¡siempre habrá ricos y pobres!, etc.– y en las absurdas explicaciones superficiales y anticientíficas de los historiadores reaccionarios y burgueses acerca del desarrollo y los cambios de la sociedad. Marx afirmaba también de este modo la inevitabilidad del derrocamiento del actual sistema capitalista y su sustitución por un sistema superior más avanzado desde el punto de vista económico, social y ético –moral– y en consonancia con el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Ese sistema, según Marx, no podía ser otro que el socialismo, fase inferior de la sociedad comunista». (Elena Ódena; Actualidad y desarrollo del marxismo, 1983)

En otra parte dice Lorenzo sobre Ódena:

«Tampoco se creía otra tesis central del marxismo: la de que la subjetividad humana está constreñida por leyes objetivas. Antes bien, creía en el libre albedrío». (Lorenzo Peña; Amarga juventud: Un ensayo de egohistoria, 2010)

Dando a entender que Ódena era una persona con:

«Sus opiniones doctrinales eran vaporosas, etéreas, inconcretas. Su compenetración ideológica con la enseñanza de los pensadores clásicos a los que creía adherirse era superficial y selectiva de lo más. Su sentido pragmático la alejaba de ese rigor o escrúpulo lógico que rehúye la inconsecuencia. Su utilización de la teoría era instrumentalista y regida por el principio de oportunidad». (Lorenzo Peña; Amarga juventud: Un ensayo de egohistoria, 2010)

¿Esto era cierto? Para nada:

«En cuestiones de principio no hay término medio posible. Lo que queremos significar cuando hablamos de una «cuestión de principio» es un problema respecto del método que se emplea para resolver una determinada cuestión, teórica o práctica, de acuerdo con las leyes generales que gobiernan el desarrollo de las cosas. Si nos equivocamos en cuanto a esas leyes generales, si el método empleado para resolver una cuestión teórica y práctica no concuerda con esas leyes generales, entonces no podremos por menos que cometer errores de principio, los cuales se traducirán inevitablemente en toda una serie de errores prácticos». (Elena Ódena; Notas para la escuela del partido, 1981)

Sobre los escritos de Elena Ódena no podemos decir precisamente que ofreciese un lenguaje intelectualoide, enmarañado, misterioso y abierto a especulaciones sobre su interpretación, todo lo contrario. En sus obras siempre encontramos una afirmación y posicionamiento conciso del tema en cuestión, y en caso de que con el tiempo se tuviese que rectificar algo, no era derivado de un mero pragmatismo oportunista, sino que era producto y resultado de un proceso dialéctico de conocimiento. A pesar de ello, si somos críticos, como ya hemos relatado en capítulos anteriores, puesto que en algunos documentos Ódena al igual que otros jefes del partido, esgrimían artículos muy breves de poco contenido argumentativo a la vez que muy abundantes en insultos. En otras ocasiones, se exageraban el papel e influencia del partido mientras se eludía una necesaria y extensa autocrítica sobre ciertos temas que no habían sido tratados correctamente. Pero este criticismo lo podemos afirmar con credibilidad y autoridad moral nosotros que demostramos valorar los aciertos y errores de Elena Ódena sin filias ni fobias, algo que no puede hacer Lorenzo Peña quien demuestra un subjetivismo y una inquina personal en todo lo relacionado con ella.

Siguiendo con los temas filosóficos, Lorenzo vuelve a calumniar a Ódena afirmando que no entiende la médula de la dialéctica y las contradicciones:

«De la teoría dialéctica del marxismo rechazaba casi todo. Los grados no iban con ella. (…) Su visión era totalmente discontinuista y saltuaria. Siempre pensaba por dicotomías: todo o nada. De la afirmación dialéctica del paso de la cantidad a la cualidad, lo que suele expresarse como «salto cualitativo», ella tomaba el salto y dejaba lo demás: veía los hechos históricos como saltos, descartando como zarandajas los estadios intermedios y excluyendo cualquier dosificación o ponderación». (Lorenzo Peña; Amarga juventud: Un ensayo de egohistoria, 2010)

Dejemos una vez más a la propia Ódena exponer sus alegatos de defensa ante tales acusaciones:

«1) La dialéctica considera a la naturaleza como un todo articulado único. Los objetos y los fenómenos dependen unos de otros y se condicionan recíprocamente.

2) La dialéctica considera la naturaleza en estado de perpetuo movimiento, cambio y renovación. Siempre hay algo en ella que nace y se desarrolla, y algo que caduca y muere.

3) La dialéctica considera el desarrollo de la naturaleza como un proceso, en el que los cambios cuantitativos se van produciendo de manera imperceptible, provoca brusca y repetidamente cambios radicales, cualitativos. Así, el desarrollo va siempre de lo simple a lo complejo, de lo inferior a lo superior. La cantidad –acumulación de pequeños cambios– se transforma en calidad –creándose una nueva situación–.

4) La dialéctica parte del criterio de que los objetos y fenómenos de la naturaleza encierran siempre contradicciones internas, con su lado negativo y su lado positivo, su pasado y su futuro; su desarrollo y su caducidad. La lucha entre ambos lados contrapuestos, constituye el contenido inferior del proceso de desarrollo. «El desarrollo –ha dicho Lenin– es la lucha de los contrarios». Esta lucha entre las tendencias contrapuestas es la que empuja hacia adelante todo proceso». (Elena Ódena; Notas para la escuela del partido, 1981)

Sobre el modelo del pensamiento económico de ella, comentaría Peña:

«Dudo también que se hayan formulado críticas teóricas al modelo del socialismo autogestionario, tan al alza en la ideología sesentayochesca. Todo eso puede ser paradójico pero era así. (…) Menos aún era partidaria de una economía planificada. Como los chinos habían criticado la autogestión yugoslava, no se atrevía a defenderla; pero, en el fondo, ésa era su inclinación, que se compaginaba bien con todo su modo de pensar». (Lorenzo Peña; Amarga juventud: Un ensayo de egohistoria, 2010)

Aquí el ignorante Lorenzo Peña incurre en un doble error, la autogestión lejos de ser criticada, fue especialmente alabada por los revisionistas chinos:

«Es comprensible que los camaradas yugoslavos tengan un resentimiento particular contra los errores de Stalin. En el pasado, hicieron esfuerzos meritorios para pegarse al socialismo en condiciones difíciles. Sus experimentos en la gestión democrática de las empresas económicas y otras organizaciones sociales también nos han llamado la atención. El pueblo chino da la bienvenida a la reconciliación entre la Unión Soviética y otros países socialistas, por una parte, y Yugoslavia, por otra, así como el establecimiento y desarrollo de relaciones amistosas entre China y Yugoslavia». (Renmin Ribao; Una vez más sobre la experiencia histórica de la dictadura del proletariado, 29 de diciembre, 1956)

Y por otro lado, el PCE (m-l) imprimió y popularizó obras de Enver Hoxha como: «La «autogestión» yugoslava: teoría y práctica capitalista» de 1978. Aun así observemos lo que la propia Ódena opinaba del titoismo y la llamada autogestión:

«El socialismo de «autogestión», vieja fórmula antimarxista puesta al día en Yugoslavia, es un pretendido socialismo autogestionario practicado hoy en la Yugoslavia titoista, que nada tiene que ver ni con la dictadura del proletariado, ni con una verdadera construcción del socialismo. Se trata de una burda falsificación, de un pretendido «socialismo democrático», basado en teorías anarquistas y oportunistas de Proudhon, y Bakunin entre otros.

En su Informe al VIIº Congreso del Partido del Trabajo de Albania, Enver Hoxha dice al respecto:

«La autogestión titoista es una gestión burguesa, ecléctica, una doctrina que en Yugoslavia ha conducido a una gran confusión política y económica, a un desarrollo económico débil y desigual, a profundas diferencias sociales y disensiones nacionales y a la degeneración de la vida espiritual». (Enver Hoxha; Informe en el VIIº Congreso del Partido del Trabajo de Albania, 1 de noviembre de 1976)

En efecto, en la Yugoslavia de la llamada «autogestión socialista», que también defienden en España toda una serie de pseudosocialistas –incluidas corrientes mayoritarias del PSOE– y anarquizantes pequeño burgueses en feroz oposición a la dictadura del proletariado, existen la mayor parte de los rasgos de un Estado capitalista. Se producen crisis económicas cíclicas como en el mejor de los Estados capitalistas –en los años 1960-62, 1968-69 y en la actual fase de crisis generalizada del capitalismo–; existe la propiedad privada de los medios de producción tanto de manera enmascarada, en tanto que propiedad «administrada» por grupos de obreros, como en la forma abierta. En el campo predomina la pequeña y media propiedad privada capitalista, la cual está sujeta a todos los problemas y dificultades de cualquier agricultura capitalista.

Actualmente existe paro masivo en Yugoslavia –aproximadamente un millón según cifras reconocidas por el propio Gobierno yugoslavo–. Otro fenómeno «original» bajo el «socialismo» autogestionario titoista es la emigración, es decir, la exportación de mano de obra. Más de 1.300.000 jóvenes, técnicos y especialistas yugoslavos se han visto obligados a emigrar a Alemania Federal, Francia, Bélgica, Estados Unidos., etc., para ser explotados por los capitalistas de esos países. Finalmente y para completar este breve esbozo del «paraíso» del llamado socialismo autogestionario, la economía yugoslava no sólo no se basa en modo alguno en sus propias fuerzas, sino que su base fundamental son los créditos extranjeros, el capital de las multinacionales de Estados Unidos, Alemania, Francia, Inglaterra y Suiza esencialmente –más de 11.000 millones de dólares–». (Elena Ódena; Stalin y la dictadura del proletariado, 1979)

Hablando de la línea exterior del PCE (m-l) de Ódena, Lorenzo Peña con una versión totalmente revisionista afirma cosas que no son ciertas u otras que revelan su carácter tercermundista:

«Para los representantes de la línea mayoritaria –septentrional–, era menospreciable todo el movimiento de liberación nacional de los pueblos oprimidos por el colonialismo y el neocolonialismo; a su entender, lo que contaba era la lucha del proletariado. (…) En su eurocentrismo, la Voluntad Predominante en el Ejecutivo –adalid de la línea septentrional– rehusaba entrar en finuras: todas esas luchas desbordaban su esquema burguesía/clase obrera. No admitía que pudiera valer ningún combate a menos que estuviera capitaneado por un partido de vanguardia marxista-leninista que combatiera por la dictadura del proletariado y por el socialismo –socialismo en su versión m-l, con exclusión –evidentemente– de cualquier otra–. Conque le eran indiferentes todas las evoluciones en el tercer mundo. (…) Bajo su influjo, Vanguardia Obrera guardó silencio total sobre las evoluciones y los acontecimientos políticos en el Perú –gobierno nacionalista del general Juan Velasco Alvarado–, Guyana, Malí, Congo-Brazzaville y prácticamente cualesquiera otros. Fuera de los temas de España, sólo se hablaba de China, Albania y Vietnam, salvo para atacar a los soviéticos. La excepción fue algún artículo que logré meter –casi de cuña– sobre Palestina. Ni siquiera se mencionaban las luchas antiimperialistas en América Latina. (…) He evocado, en concreto, lo de Iraq porque efectivamente ese problema se planteó una vez en nuestras discusiones –aunque el jarro de agua fría que se me echó me desanimó de volver a plantear ese asunto o cualquier otro relacionado–». (Lorenzo Peña; Amarga juventud: Un ensayo de egohistoria, 2010)

De este comentario de Lorenzo Peña podemos concluir que:

a) Cualquiera que haya podido acceder a las ediciones de «Vanguardia Obrera» tanto de antes de 1972 como después, podrá ver las constantes referencias a países como Nicaragua, Chile, Perú, Bolivia, Burkina Faso, Sahara, Palestina, y otros países de desarrollo medio o bajo. El deseo de Lorenzo Peña hubiera sido que un pretendido partido marxista-leninista hiciera de publicista de los gobiernos tercermundistas de turno y los supuestos triunfos de sus dirigentes, pero el deber del PCE (m-l) eral el de explicar a las masas de todos los países las luchas que llevaban a cabo los respectivos partidos marxista-leninistas contra las vacilaciones y demagogia de muchos de esos gobiernos, como era el caso del MAP-ML y su denuncia del FSLN en Nicaragua, donde el tiempo ha demostrado quien tenía razón.

b) No se trataba de que para el PCE (m-l) las «únicas luchas se dieran entre burguesía-proletariado», o que los movimientos de liberación nacional no fuesen importantes, pero obviamente no se iba a calificar de «antiimperialista» o peor aún de «socialista» a cualquier gobierno que se autodenominase como tal, como deseaba hacer Lorenzo Peña con por ejemplo la Cuba de Castro, el Perú de Velasco o el Irak de Hussein. Para Peña el problema es además que hay más de un socialismo, aparte del marxista-leninista, y que el PCE (m-l) despreciaba estos «variados socialismos». O sea que para él, como buen revisionista, el problema reside en que somos demasiados «dogmáticos» con los ensayos nacionalistas, militaristas y religiosos de estos regímenes, que bien pueden ser recibidos como progresistas y socialistas según su visión ecléctica. Está sobradamente demostrado que socialismo solo hay uno y es marxista-leninista, todos los demás pretendidos socialismos no han sido más que proclamas que parten fundamentalmente del idealismo filosófico, siendo por tanto y en esencia ideas enfrentadas al materialismo dialéctico, mientras que el concepto económico de esos «otros socialismos» que refiere Peña operan dentro del capitalismo y sus leyes fundamentales, mientras en lo cultural los gobiernos tercermundistas no hacen disimulo de hacer acopio de rasgos retrógrados ante los cuales sus seguidores no saben donde meterse.

c) El PCE (m-l) registró las noticias de los movimientos de liberación nacional de Vietnam, El Salvador, Camboya, Laos, Zimbabue, y otros, algunos de ellos incluso estaban liderados por movimientos autodenominados movimientos marxistas, a los cuales apoyaba en algunas luchas determinadas como la expulsión del imperialismo extranjero, pero siempre se recalcaba los límites de dichos movimientos cuando no eran marxistas de verdad, incluso los condenaba duramente cuando se veía que el movimiento en su evolución era reaccionario en su política interna, o se aliaba con algún bloque imperialista –como el caso de Vietnam o Camboya–. De no haber criticado a estos movimientos se habría caído en posiciones ridículamente tercermundistas.

Si observamos el artículo de M. Serrada «Los comunistas ante los movimientos de liberación nacional» podremos ver la clara postura del PCE (m-l) sobre esta cuestión:

«Por lo general, todos, socialdemócratas y revisionistas, se manifiestan por la liberación nacional de los pueblos. Hoy de lo que suelen olvidarse es de su liberación social. No les importa demasiado un movimiento de liberación nacional siempre que las burguesías y sectores pequeño burgueses de los países afectados dirijan los procesos en colaboración con uno u otro imperialismo según las circunstancias y lugar y los mantengan en la órbita del capitalismo en general y de uno u otro imperialismo. En efecto, muchos movimientos de liberación nacional que han movilizado en su justa lucha a pueblos enteros, tras la toma de poder o han pasado a depender de otro imperialismo o han continuado bajo la órbita de sus antiguos colonizadores. En ambos casos, en beneficio de las nuevas burguesías nacionales dirigentes de los procesos de liberación nacional, que no social. (…) Separar la lucha por la liberación nacional de la lucha por la revolución social y por la dictadura del proletariado es tanto como abandonar dicha lucha en manos de las burguesías de cada país, aliadas, en definitiva, en connivencia, con uno u otro imperialismo. (…) El apoyo de los comunistas ha de ir orientado a impulsar la liberación nacional hacia la liberación social y a tomar su dirección, eso significa fomentar la lucha de clases en el seno de los movimientos de liberación nacional y lucha porque el proletariado y su partido, siempre que lo haya, gane terreno en ellos o impulsar a su cabeza a los sectores más oprimidos y explotados de la población. (…) Se trata, precisamente de eso, de que en nuestra época del proletariado de las naciones oprimidas ha de tener también su política independiente de clase que ha de ir más allá del simple objetivo de «liberación nacional», que no debe pararse ahí y que debe llevar la lucha de clases hacia adelante y no practicar la unidad nacional en todos los terrenos con su propia burguesía. Cuánto más ha de ser así, si la burguesía propia se muestra, bajo la disculpa de combatir al imperialismo extranjero, como reaccionaria, oscurantista y sanguinaria». (Vanguardia Obrera; Nº 500, 1985)

Como colofón al ridículo de acusaciones, Lorenzo Peña nos soltó sin más, como hubiera hecho cualquier hooligan del PCE (r) o PCE del pasado o actualidad, que:

«Elena Ódena siempre fue criptotrosquista». (Cartas de Lorenzo Peña al Equipo de Bitácora (M-L), 2017)

Suponemos que Peña desconoce o quiere acordarse de los variados escritos personales de Ódena contra el trotskismo. Debe de ser que en obras como: «¿Trotskismo o marxismo-leninismo?» de 1968, «El trotskismo y nuestra política de alianzas» de 1969 o «Algunas puntualizaciones sobre el izquierdismo» de 1972, donde se critican puntos esenciales del trotskismo, Peña sigue viendo trotskismo, exactamente como harían otros enemigos de Ódena como el thälmanniano Wolfgang Eggers, que en el artículo: «El internacionalismo proletario y el trotskismo» de 1984 acusaría a la dirigente de «posiciones trotskistas» cuando precisamente era un artículo realizado para ver las diferencias entre los conceptos sobre internacionalismo proletario de los marxistas y los trotskistas. También en su momento los cabecillas del Partido Comunista de España (reconstituido) calificaron a Elena Ódena de trotskista, de «falangista» o incluso de infiltrada en el movimiento obrero. Que un poliagente del imperialismo como Arenas diga esto, cuando como buen trotskista se ha vendido a varios imperialismos dependiendo de la época –primero al socialimperialismo chino, luego al socialimperialismo soviético y ahora al bloque actual sino-ruso–, tampoco hay que darle mayor importancia, pero siempre hay que restablecer la verdad histórica, y esto es muy fácil sacando la documentación a la luz. No por casualidad los que utilizan el calificativo de trotskista como insulto, resultan ser los más connotados trotskistas en lo teórico-práctico.

Que el renegado Lorenzo Peña, un furibundo defensor de la Cuba castrista, en la actualidad uno de los centros mundiales del trotskismo, acuse de trotskismo a otros, es por lo menos risible.

Llegados a este punto, se puede decir sin tapujos que Lorenzo Peña no solo es un renegado, sino que es un calumniador de primera sin ningún tipo de escrúpulos. Con este tipo de actuaciones demuestra, que por su actitud el trotskista es precisamente él, porque precisamente el trotskismo se ha caracterizado en su esencia por:

«–La distorsión de los hechos histórico bajo alegatos no demostrables, sumado a la reivindicación y vanaglorización de un pasado indemostrable o falso. Lo que convierte al trotskista en un falseador de la historia, en un mitificador-mistificador por antonomasia, y en consecuencia en un promotor de la historiografía burguesa.

–Con el uso del chisme, la calumnia y el insulto ante el debate teórico, sumado a otras técnicas como la desviación de la atención de la cuestión principal –dialéctica erística y diversionismo ideológico–; también encontramos la aceptación formal de los principios y su traición en la práctica. Esto convierte a los trotskistas en teóricos estériles». (Equipo de Bitácora (M-L); Sobre el falso antitrotskismo, 3 de enero de 2017)

Como se ha podido comprobar, la degeneración ideológica de Lorenzo Peña y sus comentarios son propios un pobre diablo. Se supone que destacaba por su dominio teórico pero sus comentarios no resisten el menor análisis. Lorenzo Peña pasará a la historia sin pena ni gloria, sera una gota más en un océano de oportunistas eclécticos. Que en un momento haya tenido cierta relevancia dentro de la esfera de un partido comunista solo indica hasta que punto se rebajó el nivel del movimiento comunista para que elementos mediocres como Jruschov, Carrillo, Raúl Marco, Chivite o él hayan tenido oportunidad de jugar un papel destacado. La prueba de su innegable mediocridad es que hoy la mayoría de los trabajadores no conocen quien son, o no les recuerdan precisamente con cariño, sino con rencor. Tampoco se les recuerda como grandes teóricos ni como grandes organizadores… ¡ni siquiera como grandes oradores demagogos como destacaron en su día Trotski o Ibárruri! Son tan paupérrimos que nunca se destacaron en nada salvo en la intriga, en el arte del cinismo, siendo su mejor baza el ascender sin hacer ruido, pasando desapercibidos. Reconozcamos que aunque mezquino, esto también es una virtud objetivamente hablando. Los líderes revisionistas de hoy también se pavonean por haber logrado crear su parroquia de fieles cándidos a los cuales creen que podrán engañar eternamente. Pero ellos también deberían aprender lo que le ocurrió a sus homólogos del pasado: la historia no perdona, y el tiempo, pone cada uno en su sitio, al menos, casi siempre, ya que para ello depende de la labor de esclarecimiento de los marxista-leninistas. Y en esto, tienen todas las de perder, ya que aunque ellos cuenten con grandes medios financieros y humanos, siempre les faltará la coherencia, lo cual no se puede comprar con dinero ni ocultar eternamente con discursos hipócritas.

Este triste personaje que es Lorenzo Peña, en la actualidad niega el principio federal como solución para los pueblos hispánicos argumentando que:

«El modelo federal sería una agravación de esa desigualdad que ya está establecida y además introduciría de soslayo esas entidades puramente artificiales salidas de la nada. (…) Yo prefiero el modelo jacobino francés, que es centralista». (Crónica Popular; Entrevista de Sergio Camarasa a Lorenzo Peña, 8 diciembre de 2014)
Lorenzo Peña, sumándose al revisionismo histórico de otros intelectuales de izquierda, se ha apuntado a la moda de deformar el marxismo y su evolución afirmando que está restaurando la verdad histórica del marxismo sobre la cuestión nacional. Pero solo cuenta una parte de la película.
Se presupone que el modelo autonómico español actual de organización del territorio es algo intermedio entre el federalismo y el unitarismo.
 
«Hay dos puntos que distinguen a un Estado federal de un Estado unitario, a saber: que cada Estado integrante de la federación tiene su propia legislación civil y criminal y su propia organización judicial, y que, además de la Cámara popular, existe una Cámara federal en la que vota como tal cada cantón, sea grande o pequeño». (Friedrich Engels; Contribución a la crítica del proyecto de programa socialdemócrata, 1891)
Algunos podrían no ver muchas diferencias entre el modelo autonómico y el federalismo. Pero hay una diferencia fundamental entre el modelo territorial organizativo federalista y el de las autonomías. El modelo autonómico español otorga autonomía para las regiones, pero niega la soberanía y libertad de como se quieren articular desde el principio. Es decir, es una autonomía otorgada desde el Estado central, no debatida: impuesta. Exactamente como el modelo unitario que se suele caracterizar por imponer una uniformidad no por consenso sino por coacción. El modelo federal que han defendido las organizaciones revolucionarias históricamente es todo lo contrario, presupone simplemente: un libre ejercicio de los destinos de los pueblos.
Sobre los errores producidos con el modelo autonómico como la desigualdad territorial debemos decir que ello no es producto en sí del modelo sino del sistema de relaciones de producción capitalista, ya que esto ocurre sin distinción en todos los países más allá del modelo que adopten, es una ley inherente al sistema económico, si la división internacional del trabajo conlleva una desigualdad entre países, a menor escala sucede lo mismo en las regiones internas de un Estado capitalista. El hecho de que Lorenzo Peña achaque este fenómeno al modelo territorial de las autonomías solo puede ser una confirmación más de que ya hace mucho tiempo desertó de las filas marxistas.
También es correcto que el actual modelo tiene errores de base como la división territorial artificiosa, pero precisamente los principales valedores del federalismo español como Pi y Margall ya denunciaban esto. Véase la denuncia sobre la división territorial administrativa de 1833, de la cual han partido una mayor fragmentación de territorios en provincias por motivos meramente administrativos, por contentar o equilibrar desfases en otras regiones, etc.
Por otro lado, aquello que comenta aquí Lorenzo Peña de que es mejor la implantación de una república centralista unitaria para España, de aplicarse actualmente equivaldría a estimular más las voces independentistas en las distintas zonas de la península y fuera de ella. Una idea suicida. Inicialmente los bolcheviques eran los más acérrimos enemigos del federalismo ya que consideraban que ello lastraba la unificación del proletariado, desconectaría económicamente las regiones y podría hacer proliferar la mentalidad regionalista y nacionalista. Este fue el pensamiento general del marxismo viendo los resultados históricos del federalismo burgués y de los movimientos federalistas pequeño burgueses como el anarquismo. Pero fue así hasta que los bolcheviques, antiguos antifederalistas, reconsideraron dicha postura en 1917 como nos explica Stalin, entendiendo que no se podía ignorar la cuestión nacional, ya que era una cuestión social real que no se podía saltar sin más, y que para lograr una unificación futura de todo el proletariado, el federalismo era un principio válido para el marxismo, un puente para amortiguar las diferencias nacionales, tejer lazos de amistad y unión:
 
«En el libro de Lenin «El Estado y la revolución» de agosto de 1917, el partido, en la persona de Lenin, da el primer paso serio hacia el reconocimiento de la admisibilidad de la federación como forma transitoria «hacia una república centralizada». (…) Esta evolución del punto de vista de nuestro partido en cuanto a la federación estatal obedece a tres causas. Primera causa: al estallar la Revolución de Octubre, muchas nacionalidades de Rusia se encontraban, de hecho, completamente separadas y aisladas unas de otras, y por ello la federación resultó ser un paso adelante para acercar, para unir a las aisladas masas trabajadoras de esas nacionalidades. Segunda causa: las formas mismas de federación que se perfilaron en el proceso de la construcción del régimen soviético no resultaron ser, ni mucho menos, tan contradictorias a los objetivos del acercamiento económico de las masas trabajadoras de las nacionalidades de Rusia como lo pareciera en un principio; más aún, resultó que no contradecían en absoluto a estos objetivos, como lo ha demostrado posteriormente la práctica. Tercera causa: el peso específico del movimiento nacional resultó ser mucho mayor y el camino hacia la unión de las naciones mucho más complejo de lo que pareciera antes, en el período anterior a la guerra o en el período precedente a la Revolución de Octubre». (Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin; Notas a la obra: Contra el federalismo de 1917, 1924)
El citado artículo de Lenin de 1918 es el siguiente:
«La República Soviética de Rusia se instituye sobre la base de la unión libre de naciones libres, como Federación de Repúblicas Soviéticas nacionales. (…) Al mismo tiempo, en su propósito de crear una alianza efectivamente libre y voluntaria y, por consiguiente, más estrecha y duradera entre las clases trabajadoras de todas las naciones de Rusia, la Asamblea Constituyente limita su misión a estipular las bases fundamentales de la Federación de Repúblicas Soviéticas de Rusia, concediendo a los obreros y campesinos de cada nación la libertad de decidir con toda independencia, en su propio Congreso de los Soviets investido de plenos poderes, si desean, y en qué condiciones, participar en el gobierno federal y en las demás instituciones soviéticas federales». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado, 1918)
Algo, por tanto, lógico:
«Nuestros adversarios, aun los que menos parecen distar de nosotros, han llegado a creernos enemigos de la unidad; y conviene que entiendan que, si no admitimos la que nace de la fuerza, estamos decididamente por la que es hija del libre consentimiento, a nuestro entender el sólo vínculo racional entre los hombres». (Francisco Pi y Margall; Las regiones de España, 12 de diciembre de 1891)
En fin… para los anales de la historia quedarían las palabras de Pi y Margall contra los enemigos del federalismo:
«Es la federación el mejor de los sistemas, ya que une y es capaz de unir todos los pueblos de la tierra, sin que ninguno sufra quebranto de su libertad. Es la federación corona y remate de la obra liberal, ya que emancipa a la par de la nación las regiones y los municipios, hoy aún sujetos a la bárbara servidumbre. Es la federación la que mejor resuelve el problema colonial, ya que convierte las colonias en Estados autónomos sin disgregarlas de la metrópoli. La aconsejan en todas las partes la política, la razón, humanidad, el hombre; la aconsejan aquí, además, la índole y la constitución del reino. ¿Habrá pueblo más indicado para la federación que nuestra España, mezcla de razas, de idiomas, de leyes, de aptitudes y de tendencias? El establecimiento de la federación, se dice, podrá traer complicaciones. ¿Qué cambio político no las trajo? Unitaria, ¿dejaría la república de traerlas? La federación no es nueva en el mundo. Para establecerla no se ha de recorrer nuevas sendas. ¿Qué revolucionarios son además esos que se espantan ante las contingencias de la revolución?». (Francisco Pi y Margall; Lecciones de controversia federalista, [publicado post morten por su hijo Joaquín Pi i Arsuaga en 1931])
Estas palabras todavía resuenan.
¿Por qué el federalismo podría ser una opción viable para España? En esa línea Lenin comenta sobre el federalismo, que existiendo un claro caso de cuestión nacional, el federalismo no solo se puede contemplar, sino que es necesario:
«Engels, como Marx, defiende, desde el punto de vista del proletariado y de la revolución proletaria, el centralismo democrático, la república única e indivisa. Considera la república federativa, bien como excepción y como obstáculo para el desarrollo, o bien como transición de la monarquía a la república centralizada, como «un paso adelante» en determinadas circunstancias especiales. Y entre esas circunstancias especiales se destaca la cuestión nacional. (…) Hasta en Inglaterra, donde las condiciones geográficas, la comunidad de idioma y la historia de muchos siglos parece que debían haber «liquidado» la cuestión nacional en las distintas pequeñas divisiones territoriales del país, incluso aquí tiene en cuenta Engels el hecho evidente de que la cuestión nacional no ha sido superada aún, razón por la cual reconoce que la república federativa representa «un paso adelante». Se sobreentiende que en esto no hay ni sombra de renuncia a la crítica de los defectos de la república federativa, ni a la propaganda, ni a la lucha más decididas en pro de una república unitaria, de una república democrática centralizada». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El Estado y la revolución, 1917)

¡¿Y acaso no se ve que en España tampoco se ha liquidado la cuestión nacional, que no ha sido superada aún?! Solo el mayor de los zotes políticos podría declarar eso cuando la cuestión nacional sigue ocupando una gran parte, la mayor parte de las noticias políticas relacionadas con España junto al tema de la corrupción.

Pero por no extendernos más, si el lector quiere leer un estudio más completo sobre la cuestión nacional le recomendamos nuestra obra: «Epítome histórico sobre la cuestión nacional en España y sus consecuencias en el movimiento obrero» de 2020.

Pasemos al siguiente capítulo». (Equipo de Bitácora (M-L); Ensayo sobre el auge y caída del Partido Comunista de España (marxista-leninista), 2019)

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