Hace unos días, Delfi, un periódico lituano, publicaba una noticia extraña: el 28 de junio la policía detuvo a dos sospechosos, uno de los cuales era un soldado, acusados de violar a un joven.
La detención se produjo en Grigiskes, un suburbio de Vilnius, en el mismo lugar del crimen.
En el registro, la policía encontró que los detenidos eran consumidores de drogas.
La noticia es insólita porque la policía lituana nunca informa de los crímenes en los que parecen involucrados militares y la prensa tampoco publica las crónicas negras del ejército, cuya imagen impoluta tratan de mantener a toda costa.
Sin embargo, en este caso el periódico Delfi se puso en contacto con la fiscal Cristina Rekertene, quien confirmó que se había abierto una investigación. “La investigación ha comenzado, pero no habrá comentarios detallados”, dijo.
Por su parte, los portavoces del ejército lituano le dijeron a los periodistas que estaban al tanto del crimen, recalificándolo como “incidente”, y que el sospechoso es un soldado profesional con una reputación intachable.
Un portavoz del ejército dijo que si el tribunal condenaba al soldado, sería dado de baja del servicio. Sin embargo, el fiscal no le ha pedido al tribunal que mantengan al detenido en prisión.
Ante ello, el ejército reconoció que el violador continuará en filas hasta que sea condenado.
Convertido en un ariete de la OTAN frente a Rusia, el ejército lituano es una banda de mercenarios que se comporta como tal, en el cuartel y en la calle. Las denuncias contra los soldados empiezan a proliferar y la imagen de las fuerzas armadas lituanas se ha deteriorado.
Con ella, la confianza en el el ejército se ha esfumado entre la población. Si Lituana entra en guerra, no podrá contar con su pueblo.
