En un nuevo aniversario de la muerte en la cama del dictador Francisco Franco, no está demás recordar el legado putrefacto que dejó en la sociedad, algo perfectamente visible y vivible en la cotidianidad, y que los cánticos a una Transición que se vendió como modélica no consiguen tapar.
Franco nombró heredero y esto se incrustó en la Constitución sí o sí. Se hizo con la complicidad de organizaciones que se autodenominaban de izquierda, con dirigentes dispuestos a liquidar cualquier historia de lucha, cárcel y resistencia en aras de un sillón bien remunerado y un micrófono con cámara para alimentar el ego. El capitalismo industrial, y luego financiero, que nació o creció a la sombra del régimen franquista, continúa vivito y coleando. El origen de las empresas del Ibex y las fortunas de decenas de familias hay que buscarlos en los años más oscuros de la dictadura. Su continuidad es prueba inequívoca de que el poder, lo que se dice el poder, sigue en las mismas manos. La Iglesia como herramienta de dominio refrendado (pese a su complicidad con el fascismo durante la guerra y los cuarenta años posteriores) por el PSOE, con un viaje de Felipe González al Vaticano donde firmó el Concordato para que mantuviese el patrimonio robado y cuidara de las esencias del cristianismo en colegios pagados por el erario público. La incorporación a una estructura militar de origen y prácticas anticomunistas como es la OTAN. Un ejército en el lado de los nacionales, de los patriotas, tal y como diseñó la cúpula del franquismo y al que siempre quiso pertenecer. Toros, caza, asesinos sin juzgar, palco del Bernabéu, machismo medieval, cunetas llenas de buenas gentes, miedo… son lacras que el paso de los años no consiguen disipar al no haber habido ruptura.
Es cierto que ganaron la guerra con la ayuda inestimable de los nazis, pero no lo es menos que el establishment político actual practica desde el 21 de noviembre de 1975 hasta hoy, una engañifa al querer tapar el franquismo que nos sigue habitando.