La izquierda heterófoba, identitaria y neoliberal: entre el ultracapitalismo y las tentaciones neofascistas (I)

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Eusebio Rodríguez Salas.— «¿A quién no le gusta la política identitaria? Los liberales aman la política identitaria. Los conservadores aman la política identitaria. Los partidos políticos aman la política identitaria. Las corporaciones capitalistas aman la política identitaria. Los anunciantes, los anarquistas, los supremacistas blancos, los banqueros de Wall Street, los productores de Hoollywood, las celebridades de Twiter, los medios de comunicación, los universitarios… Todo el mundo ama la política identitaria».

«Las clases dominantes aman la política identitaria porque mantienen a las clases trabajadoras obsesionadas con la raza, la etnia, el género, la orientación sexual, la religión, etc., y no en el hecho de que ellas (las clases trabajadoras) son básicamente sirvientes perpetuos, que se pasarán la mayor parte de su vida consciente trabajando para beneficiar a una élite gobernante que con mucho gusto masacraría a toda su familia y vendería sus hígados a príncipes sauditas con hepatitis si tuviera posibilidad de hacerlo. Dividir a las clases trabajadoras en subgrupos de acuerdo con la raza, la etnia, etc. y luego enfrentar estos subgrupos entre sí, es extremadamente importante para las clases dominantes que son, recordemos, una pequeña minoría de parásitos inteligentes, pero físicamente vulnerables, que controlan la vida de la gran mayoría de los seres humanos en el planeta Tierra, manteniéndolos ignorantes y engañados».

J. Hopkins, escritor norteamericano.

Una izquierda colonizada y teledirigida, invitada de honor en la fiesta capitalista de las identidades

En una loca carrera por convertirse cuanto antes en franquicias del Partido Demócrata norteamericano, la gran mayoría de las izquierdas occidentales han abrazado, de forma irreversible y radical, las políticas multiculturales, de la identidad y la diferencia surgidas en Estados Unidos en los años 60 del siglo pasado. Convertidas en dogma de fe de los demócratas norteamericanos, alimentadas incesantemente por su nutrido entorno mediático, universitario y de los negocios del espectáculo y la fama, las ondas expansivas de la explosión identitaria se han propagado por todo el mundo occidental y han penetrado intensamente en casi todas las izquierdas españolas (tanto las históricas procedentes de las tradiciones socialistas, anarquistas y comunistas como la “nueva izquierda” de la galaxia Unidas Podemos, las extremas izquierdas o las formaciones independentistas).

La americanización o macdonalización de las casi todas las izquierdas españolas y otros países del entorno, en mayor o menor grado, es un hecho fácilmente constatable (la mutación del Partido Comunista Italiano en Partido Demócrata fue una de las primeras señales). En el caso de las izquierdas españolas, no se trata sólo de una influencia ideológica o de una moda, sino de una verdadera colonización, que le lleva a mimetizar progresivamente las formas de organización, de comunicación, de movilización y de selección de los líderes del Partido Demócrata norteamericano: primarias entre candidatos para elegir a los líderes (mediante confrontaciones donde casi no se debate de proyectos, sino sobre insultos o frases grandilocuentes y vacías); organizaciones políticas amorfas e indefinidas que adoptan las últimas modas ideológicas; sustitución de la militancia organizada con fuertes vínculos con el partido por clubes de electores con escasas posibilidades de participación política consciente y decisiva; propaganda superficial basada en ideas simples en lugar de estrategia y debates políticos profundos; y, sobre todo, el dominio de liderazgos carismáticos fabricados con mercadotecnia y postureos vacíos, que reinan sobre estructuras intermedias del partido anémicas, casi inexistentes. Son liderazgos que se mueven como pez en el agua sobre la escena pública, dominan la comunicación tecnológica y las redes sociales, y son aclamados por unas bases que, de la misma forma, podrían aclamar al último artista musical de moda.

Viendo las reacciones fervorosas y entusiastas de las izquierdas ante el triunfo del candidato Joe Biden, uno estaría tentado a preguntarse si no nos encontramos ya ante la sección española del Partido Demócrata.

Es bien sabido que el candidato demócrata es un multimillonario neoliberal y atlantista (responsable, entre otras hazañas, de la operación que culminó con el derrocamiento violento del gobierno ucraniano, utilizando milicias nazis y ultranacionalistas, o de haber apoyado las diferentes guerras por el mundo desatadas por los gobiernos demócratas) y cuenta, además, con sonados casos de corrupción entre su entorno. Biden es el candidato del partido de la guerra (aunque Trump también es un imperialista sin escrúpulos, la mayoría de las guerras, bloqueos y agresiones contra otros países han sido iniciadas por los demócratas), es simplemente la persona escogida para dirigir el país por unas grandes corporaciones capitalistas cosmopolitas que se han hartado de las excentricidades de Trump y de su nacionalismo agresivo. Pero el brillante currículum de Biden no le genera ninguna contradicción a muchos dirigentes y militantes de Unidas Podemos y otras formaciones de izquierdas, quienes no pueden disimular su felicidad y alegría por su (aparente) victoria electoral, y por ello le han dedicado todo tipo de elogios como salvador de la clase obrera, de la nación americana y de todo el planeta.

La transformación ideológica de las izquierdas se alimenta de fuentes tan diversas como la llamada teoría de la interseccionalidad, el ecologismo catastrofista, el multiculturalismo, el racialismo, el inmigracionismo, el animalismo, la defensa de los derechos humanos burgueses y cosmopolitas, la concepción liberal e individualista del ser humano, la retórica antifronteras (balanceado por la defensa del etnicismo comunitarista o neofeudal), el feminismo radical y, muy especialmente, la política sexual. En base a estas ideas y formas de entender la sociedad, las izquierdas identitarias se han convertido en las promotoras más radicales e intransigentes de una gran variedad de políticas fragmentadoras, comunitaristas y segregacionistas, que se presentan al público bajo el formato de “la defensa de la diversidad y la diferencia”, pero que corresponden, en realidad, a una visión del mundo y de la sociedad tremendamente ultra individualista y ultracapitalista.

¿En qué consisten las políticas identitarias, de la diversidad y la diferencia?

A grandes rasgos (y a riesgo de pecar de imprecisión), la política identitaria podría definirse como aquel conjunto de propuestas y medidas que sirven, en primer lugar, para estimular o crear la conciencia de grupo entre personas que se suponen que comparten elementos comunes entre ellos (o se supone que deberían compartir) y que los diferencian de los demás. En segundo lugar, una vez identificados y legitimados estos grupos, a través de la doctrina de la discriminación positiva se implementan una serie de medidas y leyes que den respuesta de forma diferenciada a las demandas que plantea cada grupo, o bien que se reconozcan determinados derechos a los que se supone que deben acceder ciertos grupos y/o negar derechos a los grupos que se supone que no tienen por qué tenerlos.

El identitarismo moderno, para desarrollarse, necesita obligatoriamente disolver los conceptos de república ciudadana y popular unitaria, es decir, necesita fragmentar la plataforma institucional que unifica (teóricamente) lo que tienen en común todos los ciudadanos de un país, para poder construir una innumerable serie de diferencias y diversidades, que los identitarios exigirán que sean reconocidas de forma pública y legal. Estas diferencias, a su vez, servirán para consolidar una ideología cosmopolita y transnacional que permite agrupar diversidades más allá de las fronteras, incluso disolviendo éstas: no hay mejor ejemplo de ello que la bandera arcoíris de los movimientos LGBT extendiéndose a través de casi todo el planeta.

Se podría afirmar (parafraseando a un célebre autor), que la política identitaria sirve en distintas épocas a distintos intereses según sea quien la promueva. A lo largo de la historia hay muchos ejemplos de políticas identitarias: durante la edad media, política identitaria fue la segregación dentro de las ciudades de las comunidades que profesaban religiones minoritarias, con derechos y obligaciones diferenciados. El colonialismo o la esclavitud, se justificó ideológicamente apelando a las identidades que supuestamente convertían en superiores a los colonialistas y esclavistas sobre sus víctimas; el exterminio de indígenas o su encierro en reservas son políticas claramente identitarias, como lo fue el tribalismo en África o América antes (y después) de la colonización. Políticas identitarias basadas en la raza fueron las practicadas por los gobiernos de Hitler, Mussolini y otros contra determinadas etnias (rusos, judíos, gitanos, etc.) en beneficio de las que se suponía que tenían una superioridad racial, como los alemanes, nórdicos, o también lo fueron el apartheid sudafricano y el sionismo. Y política identitaria fue la creación de fronteras políticas, alfabetos y lenguas escritas en los primeros años de existencia de la antigua Unión Soviética, para facilitar la creación de conciencia de grupo en los pueblos que habían sido incorporados al desaparecido imperio ruso.

Ideas anti identitarias o universalistas serían aquellas que (en teoría) buscan subordinar las diferencias particulares entre las personas o pequeños grupos de personas (la lengua materna, el origen étnico, el partido político, el color de la piel, la orientación sexual, el pueblo donde alguien ha nacido, etc.) a los rasgos comunes que comparte una parte importante de la población, favoreciendo la suma y la integración. Algunos ejemplos serían el republicanismo laico, las referencias basadas en la clase social o el pueblo, las grandes religiones universalistas o el comunismo.

La ideología identitaria de la izquierda surgió aproximadamente en la década de 1960, fundamentalmente en los departamentos de ciencias sociales de las universidades norteamericanas, en una época en la que se interpretaba que la capacidad revolucionaria de la clase obrera había desaparecido, interpretación que coincidía con los primeros síntomas de crisis ideológica y política en los antiguos países socialistas. La izquierda identitaria partía de la base de que las injusticias sociales ya no se definían tanto por el conflicto entre trabajo y capital, y los grupos sociales verdaderamente oprimidos por el capitalismo no estaban circunscritos a la clase obrera, puesto que esta opresión tenía sus raíces en otros aspectos y se sufría de forma diferente que en la tradicional explotación laboral de los obreros. Las relaciones socioeconómicas entre clases sociales, las crisis económicas, las guerras y la propiedad privada de los medios de producción perdían su importancia como factores que explicaba los conflictos sociales.

Gracias a ser un producto creado básicamente por profesores universitarios (muy influenciados por el activismo social de la década de los 60), estas ideas se propagaron a gran velocidad entre la intelectualidad y los medios de comunicación, mientras que, paralelamente, el capitalismo procedía a una reconversión profunda y se lanzaba a la fabricación masiva de mercancías cada vez más personalizables (la “sociedad de consumo”). Estas mercanías estaban diseñadas para invitar a los compradores a identificarse plenamente con esos productos, como signos de distinción frente a las demás personas. Según Marie Moran, una autora que ha estudiado la relación entre el capitalismo moderno y la ideología identitaria, la convergencia de ambos causó la explosión identitaria entre la población:

«Una vez que las personas están convencidas de que, ante todo, “tienen” identidad (en parte debida a su propia invención) éstas se ven impulsadas a encontrarla. En la “sociedad de consumo”, el problema personal o “psicológico” de encontrar la identidad se resuelve en las prácticas de consumo que pueden permitir la construcción de esta identidad»[1].

Según esta autora, en la propagación de la ideología identitaria que se refleja hoy en la ideología de las izquierdas tuvo una gran influencia el fracaso de las luchas por la igualdad en EE. UU. en los años 60 de mujeres, negros, homosexuales, etc., que provocaron un repliegue de los diferentes grupos hacia una concepción cultural esencialista, a experimentar la identidad de grupo como una forma de vida y a explotar las posibilidades de la política identitaria en su propio beneficio.

El historiador homosexual John D’Emilio muestra otro ejemplo de la relación entre identidad y capitalismo, en este caso la creación de las identidades gay y lesbiana. Si bien en la historia ha habido relaciones homosexuales, sin el desarrollo del capitalismo la identidad homosexual, gay o lesbiana, jamás habría sido una cuestión fundamental de la vida de estas personas:

«Los hombres gays y las lesbianas no han existido siempre, han llegado a existir en una época específica. Su surgimiento está asociado con las relaciones del capitalismo: ha sido el desarrollo histórico del capitalismo -más específicamente, su sistema de trabajo libre- que ha permitido que grandes números de mujeres y hombres a finales del siglo veinte se auto-proclamen gays, que se perciban como parte de una comunidad de hombres y mujeres similares, y que se organicen políticamente sobre la base de esa identidad»

Y, más adelante:

«Somos más que hace cien años, más que hace cuarenta años. Y bien puede darse el caso que haya más lesbianas y gays en el futuro. Los reclamos hechos por gays y no-gays de que la identidad sexual se fija a edad temprana, y de que los grandes números de hombres gays visibles y lesbianas en la sociedad, los medios de comunicación y las escuelas no van a tener efecto sobre la identidad de los jóvenes, son erróneos. El capitalismo ha creado las condiciones materiales para que el deseo homosexual se exprese como un componente central de algunas vidas individuales: ahora, nuestros movimientos políticos están cambiando las consciencias, creando las condiciones ideológicas que hacen más fácil que la gente tome esas decisiones»[2].

Identidades y capitalismo desarrollado van de la mano: el capitalismo necesita destruir las relaciones sociales y personales arcaicas o tradicionales para conseguir la máxima expansión de los mercados, y la desintegración de las sociedades tradicionales facilita la aparición del identitarismo que va en consonancia con la modernización del capitalismo.

En los esquemas de la izquierda identitaria, inicialmente las mujeres y los negros formarían los primeros grupos identificados, pero rápidamente se pensó que había motivos para crear muchos subgrupos diferentes, como las mujeres “blancas”, las latinas, las afroamericanas, las afro-latinoamericanas, las indígenas, las asiáticas, etc., con otros tantos feminismos relacionados. Otros grupos se crearon según la orientación sexual: los primeros fueron homosexuales y transexuales, pero después se vio que era demasiado amplio y de ellos se separaron los bisexuales, los gays, las lesbianas, intersexuales, transexuales, asexuales, pansexuales, etc. Otros grupos son los constituidos por las minorías no blancas, aunque después se llegó a la conclusión de que no compartían identidades los negros con los latinos, ni con los mestizos, ni con los indígenas, etc., motivo por lo cual se fueron escindiendo otras identidades sucesivamente. Otras agrupaciones posibles se pueden crear con los orígenes étnicos, las lenguas que se hablan, la aldea donde se ha nacido, el clan de procedencia, etc. Como puede observarse, las posibilidades de la política identitaria son infinitas, hasta descender a la identidad personal, y los límites sólo están en la capacidad de imaginación de cada persona: todo depende de la voluntad y el deseo individual.

Las luchas de identidades reemplazan a las luchas de clases y esta imagen es muy potente, puesto que estas opresiones e injusticias denunciadas eran en sus inicios situaciones dramáticamente objetivas (como la discriminación racial o el abuso sexual contra mujeres), pero la izquierda identitaria la desliga hoy de todo contenido de clase (excepto cuando habla de todos los “hombres blancos” como la clase opresora que disfruta de privilegios) y la traslada hacia el terreno de las “opresiones simbólicas” (por ejemplo, una persona que quiera ser reconocida de la identidad pansexual o de la identidad “trigénero” por la sociedad y las instituciones debe tener ese derecho), relacionadas con la representatividad y visualización de los grupos “oprimidos”.

Estas ideas permiten crear la imagen de que el sistema socioeconómico es injusto sólo porque no da representatividad, inclusividad o el llamado empoderamiento individual a las personas de grupos clasificados como minorías y diversidades, y sería más justo si se gestionara de forma tal que éstas no vieran dañados sus derechos simbólicos y disfrutaran de mayor visibilidad. Esta ideología es de una gran ayuda para la oligarquía financiera que puede dormir muy tranquila, porque apoyando políticas de diversidad, inclusividad y empoderamiento en sus empresas y bancos, y con donaciones generosas a oenegés y fundaciones que sostienen los grupos y movimientos por la diversidad y las minorías, puede sentirse satisfecha, ya que ha encontrado una auténtica mina de oro para dividir y enfrentar a la clase trabajadora.

La izquierda identitaria plantea que las antiguas situaciones de poder verticales entre clases sociales antagónicas (basadas en relaciones socioeconómicas) desaparecen o tienen menos influencia, y en su lugar surgen afinidades horizontales entre personas que pueden pertenecer a diferentes grupos socioeconómicos, víctimas que sufren por igual determinadas opresiones: todos los blancos (independientemente de su situación socioeconómica y su ideología), estarían en el bando de opresores de los negros, tanto los blancos más pobres como los dueños de plantaciones de algodón del siglo XIX.

Las interpretaciones feministas hegemónicas e identitarias también sostienen una idea equivalente: todos los hombres forman la clase de opresores de las mujeres, que constituyen, a su vez, la clase de las oprimidas. En España, la primera huelga feminista celebrada el día 8 de marzo de 2018 representó el punto culminante de este identitarismo de género femenino (a partir de entonces, comenzarán las escisiones y conflictos abiertos entre el feminismo heterosexual y el transexual). El Partido Comunista de España constituye un ejemplo elocuente de cómo el identitarismo de género femenino reemplazó a la perspectiva de clase, en un partido que nació hace aproximadamente un siglo con la idea de defender los derechos de todos los trabajadores. En el comunicado del PCE tras la primera huelga feminista se podía leer lo siguiente:

«Llamamos al compromiso de los hombres en la renuncia de sus privilegios y a ponerse al servicio de un movimiento que ha demostrado ser capaz de encabezar la lucha por la dignidad y la emancipación de toda la humanidad»[3].

Leyendo este comunicado podemos saber que todos los hombres (un multimillonario, un obrero de la construcción, un cajero de supermercado, un empleado de limpieza, un barrendero, un inmigrante indocumentado, un pensionista que ayuda a su familia, un profesor de enseñanza primaria o un mendigo) tienen «privilegios» (el PCE no explica cuáles) sobre todas las mujeres: la banquera Ana Botín, una gerente de una cadena hotelera, las hijas multimillonarias del industrial Amancio Ortega, una ministra, una ejecutiva de una multinacional, una vicepresidenta del gobierno, una diva del pop, una profesora de universidad, una doctora, la presidenta del Congreso de los diputados, la alcaldesa de una gran ciudad, etc.

No es un secreto que la ideología identitaria disfruta de una hegemonía política indiscutible. Las ondas de propagación de la explosión identitaria de las izquierdas son tan potentes que han sacudido una parte no desdeñable de las antiguas fuerzas conservadoras o de derechas, que han acabado defendiendo estas modas ideológicas, pero por motivos diferentes: en parte lo han hecho por temor a ser tachados ante los electores como cavernícolas o reaccionarios en materia de costumbres sociales y sexuales, y en parte porque supone una transformación social profunda que repercute favorablemente en los intereses de clase que defienden, abriendo oportunidades de negocios suculentos gracias al nuevo orden social.

Por otra parte, toda nueva ideología y concepción del mundo y la sociedad requiere de un vocabulario específico que le diferencie de los demás. A tal efecto, el arsenal de conceptos creado por los aparatos de ciencias sociales de la burguesía es inmenso, elaborando una jerga cuyo significado es ininteligible, retorcido y rebuscado. Esta jerga ha sido adoptada acríticamente por la «izquierda homologada» al sistema (según la descripción corrosiva que hizo hace años ya el marxista italiano Gianfranco Pala), una izquierda que «se enjuaga la boca en el bidet de la burguesía, echándose encima palabras ya vacías de cualquier sentido, significantes sin significado alguno»[4].

La deriva identitaria de la izquierda corre de forma simultánea a la infantilización política y a visiones basadas en la superioridad moral o bien desde un victimismo sobre el que se construye el discurso políticamente correcto. La teatralización, el postureo, la apariencia (lo que algunos autores definen como el triunfo del “relato” sobre la realidad) constituyen las formas externas del discurso dominante. Las políticas identitarias se implementan como hechos consumados apoyándose en múltiples manifestaciones de terrorismo intelectual-psicológico (y a veces también físico), que buscan impedir cualquier debate o postura crítica: explosiones histéricas de indignación moral desde el complejo de superioridad, calificación a los discrepantes como «nazis», «fascistas», «franquistas», etc.; dominio de los principales medios de comunicación, insultos en las redes, acosos, escraches a personas que organizan actos públicos y, sobre todo, la construcción de un repertorio infinito de agravios subjetivos que pueden codificarse a través de las leyes para judicializar, de forma implacable y sistemática, cualquier crítica recurriendo a la palabra mágica: la «fobia», es decir, el delito de odio. La crítica a la ideología identitaria es la blasfemia de nuestra época, la herejía merecedora de la hoguera eterna.

La larga historia de la ideología identitaria ha tenido el efecto del uranio radioactivo sobre gran parte de las izquierdas occidentales, transformándolas en unas criaturas completamente inofensivas para la oligarquía, que pueden verse reflejadas como en un espejo en el juicio lúcido e implacable que el escritor norteamericano C. J. Hopkins realiza sobre la izquierda de su país:

«A la izquierda falsa le encantan las políticas de identidad porque le permite fingir ser “revolucionaria” y soltar todo tipo de jergas “militantes”, aunque representen una amenaza absolutamente nula para las clases dominantes contra las que dicen luchar. Todo el repertorio popular de esa izquierda falsa consiste en publicar falsos “samizdats” de izquierdas (las donaciones que reciben se pueden deducir de los impuestos), denunciar moralmente el racismo en Twiter, explotar cualquier escándalo de política identitaria que esté en los titulares ese día y sonar como una versión algo más atrevida de la Radio Pública Nacional»[5].

Como resultado de esta evolución, por el camino se han perdido los viejos valores y formas de entender la vida que se encontraban en el alma de los viejos partidos y sindicatos obreros: la fraternidad, la solidaridad, la defensa del conocimiento científico y la racionalidad, los valores republicanos (a pesar de que todavía, en ciertos momentos, las izquierdas identitarias desplieguen un republicanismo oportunista, de escaparate y de apariencias) y los valores democráticos que protegen los derechos de las mayorías.

Efectivamente, las mayorías son las grandes perdedoras y afectadas por esta mutación de la izquierda. La clase o el pueblo ya casi no forman parte del objeto de esta izquierda modernizada según las pautas progresistas estadounidenses y sometidas a la dictadura de las apariencias y del discurso políticamente correcto, sin proyecto estratégico propio ni modelo alternativo de sociedad que proponer: se diría que han asumido de principio a fin la tesis del fin de la historia.

La mutación identitaria de las izquierdas ha provocado otro cambio trascendental al socavar los viejos conceptos políticos de referencia como izquierdas y derechas, fascismo y antifascismo, incluso se podría decir que han quedado completamente desfasados y anticuados, vacíos de contenido (o incluso significando lo contrario del original) y sin capacidad de describir la realidad política y social (han cambiado de identidad, si empleamos la nueva jerga de la izquierda).

El tsunami identitario culmina la metamorfosis de cuya crisálida nace la nueva izquierda, marcada por el abandono del pueblo, la clase, la patria, la democracia y el republicanismo popular, mientras en paralelo crece el descrédito de los sindicatos obreros y la conciencia de la clase trabajadora se diluye en un magma amorfo de compradores y consumidores de identidades divididos y enfrentados.

Identidad y política sexual de izquierdas: de Mayo de 1968 a la Ley de Libertad Sexual

La izquierda identitaria se siente atraída especialmente por el repertorio de la política sexual (denominada “sex-pol” en el argot anglosajón), que permite una infinidad de opciones. Este interés de la izquierda por la manipulación política de la sexualidad humana arranca medio siglo atrás, desde las movilizaciones de los años 60 en varios países occidentales y, especialmente, con la nueva izquierda surgida en las revueltas de mayo de 1968, aunque quizás sus orígenes los podríamos encontrar en el psiquiatra y sexólogo Wilhelm Reich, padre del freudomarxismo (una supuesta síntesis de Freud y Marx), quien antes del triunfo de Hitler fue miembro del Partido Comunista alemán.

Merece la pena detenerse sobre mayo del 68 por la influencia extraordinaria que sus ideas todavía tienen en la izquierda. En ese mes, con el epicentro del terremoto social situado en París, se produjeron fuertes movilizaciones en varios países occidentales, unas de raíz obrera y otras surgidas en unas universidades ocupadas fundamentalmente por estudiantes de la pequeña y mediana burguesía, que eran las capas sociales que podían acceder entonces a tales estudios (si se exceptúa la reducida élite que se formaba en otros centros más exclusivos). Todas las corrientes de extrema izquierda como el maoísmo, el anarquismo o el trotskismo se propagaron como el fuego en la pradera entre los universitarios y se mezclaron con otras como el freudomarxismo y el postmodernismo. A pesar de que el movimiento estudiantil acabó diluyéndose, sus ideas pasaron desde entonces a conquistar paso a paso la hegemonía de las izquierdas, marcando sus distancias con el Partido Comunista francés, que apoyó las movilizaciones obreras, pero no las estudiantiles.

El movimiento heterogéneo que protagonizó mayo del 68 y se propagó después entre la nueva izquierda, los movimientos contestatarios de diverso signo y corrientes extremistas, buscaba emancipar al individuo, liberarlo de todos los tabúes y restricciones, las leyes, los límites morales, las prohibiciones, las normas, las mentalidades y los valores «caducos» y «represivos» capitalistas (por ello uno de los lemas más famosos fue «prohibido prohibir»). Michel Clouscard, el filósofo comunista francés crítico implacable del mayo del 68 burgués, bautizó a estas ideas con el nombre de ideología del deseo, ideología que fue la base sobre que se fundó una socialdemocracia liberal-libertaria alimentada con la afluencia constante a sus filas de antiguos incendiarios de extrema izquierda y de postmodernos.

Una de las preocupaciones fundamentales de la izquierda post 68 era cómo explotar políticamente la sexualidad humana hacia objetivos supuestamente anticapitalistas y liberadores, y para ello se necesitaba una perspectiva permisiva y transgresora, que permitiera implantar las nuevas costumbres sexuales. Algunas formas de desarrollar las ideas de la liberación sexual anticapitalista consistían en experimentos tales como el sexo en comunas y en fomentar las relaciones sexuales de adultos, individualmente y en grupo, con niños y adolescentes (que se justificaba como el derecho de la infancia a la sexualidad y a recibir una educación libre de los valores burgueses represivos). La izquierda radical post 68 tuvo un especial interés en la sexualización de la infancia y la adolescencia, y luchó a brazo partido para conseguir la despenalización de las relaciones sexuales entre adultos y niños, intentando eliminar o rebajar la edad legal para mantener estas relaciones sexuales. Se pusieron en práctica numerosos experimentos en varios países para “liberar sexualmente” a niños, que desembocaron en una serie interminable de abusos monstruosos y en la destrucción de la infancia y del futuro de muchos niños y adolescentes, los cuales arrastraron horribles enfermedades psicológicas. Mientras tanto, las autoridades mostraban una benevolencia sospechosa hacia esta pederastia generalizada (o incluso colaboraron en algunos “experimentos” en algunas ocasiones), en nombre de la tolerancia y la liberación individual. Debido a la magnitud de los escándalos de pederastia y a la defensa radical de la misma por muchos de sus líderes y simpatizantes, algunos de sus críticos denominaron a esta izquierda post 68 como la izquierda pedófila (gauche pédophile).

Otro de los centros de atención de las izquierdas post 68 fue la explotación política de las orientaciones sexuales minoritarias, las minorías raciales y las mujeres feministas, que fueron definidas como las nuevas fuerzas revolucionarias, en sustitución de una clase obrera a la que se denunció como integrada en el capitalismo. Por este motivo, fue creciendo el interés hacia la promoción de las orientaciones sexuales minoritarias, lo que al principio era el movimiento LGB (lesbiana, gay y bisexual) y, más recientemente, LGBTI al incorporar el transgenerismo y la intersexualidad entre otras orientaciones, aspecto que se desarrollará más adelante.

El objetivo de la política sexual de la izquierda era la destrucción de la familia: la premisa de partida es que el capitalismo (el «poder», se dirá en la fase más postmoderna y delirante) ejerce un control sobre los cuerpos y la sexualidad mediante la represión, a través de instituciones como la familia (calificada de «tradicional», «burguesa» y tiránica), por lo tanto una “revolución sexual” que posibilite la transgresión de todo límite o moral sexual es deseable ya que conlleva la subversión de los pilares fundamentales del capitalismo (o del «poder»). Toda organización familiar se convirtió en uno de los principales objetivos a destruir, a pesar de que las familias trabajadoras (la inmensa mayoría de las cuales son heterosexuales), han sido históricamente las células sociales primarias de convivencia, formación de valores, de reproducción de nuevos trabajadores y espacio de solidaridad frente a las crisis.

Los partidos comunistas criticaron duramente muchas de estas manifestaciones, al considerarlas como muestras de la degeneración burguesa y contrarias a la moral proletaria, y optaron por la defensa de la familia trabajadora heterosexual. Hoy estas posiciones son criticadas con arrepentimiento por los herederos de estos partidos. Es más: estos herederos han sumado fuerzas con la izquierda post-68 para erigirse como correa de transmisión de los valores y de una parte sustancial de la ideología sexual de aquella izquierda, la ideología del deseo.

En España el destello más reciente de aquellas ideas se reflejan en el proyecto de ley conocido como Ley de Libertad Sexual, que elabora el Ministerio de Igualdad ocupado por Irene Montero, la segunda dirigente más importante de Unidas Podemos. Esta ley se está elaborando en un contexto de crisis profunda en el país: mientras que el equipo de Irene Montero da los últimos retoques al proyecto de ley, paredes afuera del ministerio, la pandemia ha segado la vida de decenas de miles de personas y acelera la pauperización y empobrecimiento de los trabajadores debido a la destrucción de miles de empresas. Además, la economía española se hace más y más dependiente del exterior y pronto se verá condicionada de forma inminente por el puño de hierro y los dictados implacables de los “hombres de negro” de las instituciones europeas, como ya sucedió en Grecia con su gobierno de izquierdas radical.

Inasequible al desaliento, a caballo entre los despachos del ministerio y un lujoso chalé de la sierra madrileña, como si estuviera predestinada por la providencia a cumplir una misión histórica para la humanidad, la ministra y su equipo trabajan febrilmente en algo que parece ser mucho más importante para el pueblo que el pan y el trabajo: se trata de que cada persona que “sufre” por desear otra identidad de género pueda ser reconocida según la llamada «identidad sentida» sólo mostrando su voluntad ante las autoridades y sin necesidad de informes médicos ni tratamientos quirúrgicos y hormonales, como sucede hasta ahora con las personas transexuales. Observemos que el concepto de identidad sentida es terriblemente arbitrario, pero la interpretación que realizará el ministerio de igualdad será muy restrictiva y sólo se reconocerá en relación con la sexualidad: si una persona, por ejemplo, un mendigo “siente” que su identidad es la del financiero de izquierdas Georges Soros o la de la banquera Ana Botín, la ministra de igualdad no moverá un dedo para que tal persona que sufre pueda colmar su «identidad sentida» recibiendo una parte de la fortuna de estos millonarios.

Como si se tratara de un asunto que amenazara gravemente a la seguridad nacional y a pesar de la crisis devastadora que sufre la clase trabajadora, el ministerio de igualdad ha decidido que esta ley debe ser aprobada urgentemente. Estas prisas contrastan con la desidia y el fracaso (a pesar de tanta autopropaganda) en gestionar y tramitar el Ingreso Mínimo Vital o el cobro de ERTES que todavía esperan miles de familias en situaciones vulnerables o al borde del hambre.

Por las prisas de la ministra se diría que hay millones de personas protestando diariamente ante el ministerio de igualdad, sufriendo terriblemente por no ser reconocidos legalmente por su «identidad sentida», y la ley debe satisfacer inmediatamente este anhelo de masas. Pero en realidad, si descontamos el efecto de la propaganda identitaria que enturbia las mentes de muchas personas, los estudios muestran que sólo un infinitésimo por ciento de la población mundial muestra trastornos de identidad de género (se estima que la proporción de personas que manifiestan tales trastornos en el mundo oscila entre 0,0001% y el 0,0024% del total de población)[6] y desea ser reconocida legalmente del sexo opuesto (en realidad del género opuesto, masculino o femenino).

Para las personas que hasta ahora eran reconocidas como mujeres, es decir, las personas nacidas con cromosomas XX, genitales femeninos y glándulas que producen grandes cantidades de estrógenos (lo que en la ciencia biológica se conoce como sexo-género femenino, hasta que la izquierda identitaria decida prohibirla acusando a la ciencia de tránsfoba), las consecuencias jurídicas y sociales del cambio legal del concepto de género tendrán un impacto significativo. Teóricamente, a los cambios de género podrán acogerse tanto hombres como mujeres, pero como muestran estudios realizados sobre personas transgénero, la inmensa mayoría de los que dan este paso son personas cuya biología, aparato reproductivo y sistema neurohormonal es propio de los varones, es decir, lo que científicamente se conocía con la denominación de hombres[7].

El propio Ministerio de Igualdad asume sin reparos que el contenido transgénero de estas leyes está pensado ante todo para facilitar a los hombres biológicos el cambio legal al género femenino: como aperitivo de los planes que prepara el equipo de Irene Montero, el Instituto de la Mujer dependiente del ministerio ha sido rebautizado recientemente como Instituto de las Mujeres. Con este paso se hace palpable la voluntad del ministerio de cortar de raíz toda oposición femenina a estas leyes, forzando a la sociedad a la obligatoriedad de aceptar que puedan existir mujeres en el pleno sentido del concepto, a pesar de que hayan nacido con cromosomas XY, estén equipados con miembros sexuales masculinos y sus glándulas fabriquen grandes cantidades de andrógenos. A partir de ahora, separando radicalmente sexo y género, el ojo vigilante del Ministerio de Igualdad escrutará atentamente que el simple deseo subjetivo individual y un formulario administrativo de cambio de género se imponga despiadadamente sobre millones de años de evolución de especies de reproducción sexual, combatiendo a través de la policía y los tribunales a aquellos que se atrevan a señalar los efectos de la selección natural y el medio ambiente sobre la identidad sexo-género de los seres humanos y del resto de mamíferos: será como volver a juzgar a Galileo y a arrastrar nuevamente a la hoguera a Giordano Bruno por defender las verdades científicas.

A pesar de que la izquierda identitaria presente estas leyes bajo el prisma del humanitarismo y el buenismo, hay otras razonas más mundanas que explican tantas prisas, tantas inversiones y tanto esfuerzo en su aprobación (como ha sucedido en otros países donde existen leyes similares). La razón es, ni más ni menos, la oportunidad gigantesca de negocios que se abre: independizar el sexo del género a través de leyes trans (es decir separando la identidad de su sustrato físico y biológico) le permite al capitalismo dar valor a unos cuerpos que desde ese momento pueden entrar en el circuito de circulación de mercancías para ser equipados con las identidades de género que el mercado ponga a su disposición. A tal efecto, una importante publicación económica norteamericana, la Harvard Bussiness Review, anima a las empresas que dejen de lado los cuentos sobre la inclusividad de género y aprovechen las nuevas políticas sexuales para ser más audaces en la explotación del mercado identitario:

«Hoy en día, abordar las nuevas percepciones y realidades alrededor del género no implica simplemente la creación de políticas inclusivas, cambiar sistemas de información internos o incluir pronombres en las firmas de correos electrónicos. Se trata de entender cómo se aborda el género en toda la empresa, desde la investigación del mercado hasta la experiencia del cliente y los productos que se venden. Las empresas que reaccionan a estos cambios pueden comenzar a reconocer que se abre ante ellas posibilidad de negocios mucho mayores: una oportunidad para crear productos y experiencias para un cuerpo cada vez mayor de consumidores que ya no compran siguiendo las concepciones tradicionales de género y las clasificaciones binarias estereotipadas asociadas a ellos»[8].

Capitalismo, política sexual e ideología identitaria se sincronizan para engrasar los nuevos mercados que se abren ante los inversores.

Pero los planes del ministerio de igualdad con su proyecto de Ley de Libertad Sexual han sido criticados duramente por el movimiento feminista tradicional (heterosexual) y por muchas mujeres no feministas, al considerar que su contenido transgénero constituye un ataque misógino destinado a borrar a las mujeres y a difuminar el género femenino, con graves consecuencias para ellas.

Razones no faltan. Como ha sucedido en países donde se han implantado estas leyes, violadores, pederastas y todo tipo de enfermos sexuales masculinos podrán aprovechar esta facilidad para ser reconocidos de género femenino y podrán acceder impunemente a vestuarios y lavabos de niñas, adolescentes y mujeres, competir en deportes femeninos, ser juzgados como si fueran mujeres (recibiendo castigos menores en caso de agredir o asesinar a otras mujeres, penas que garantiza hoy la Ley de Violencia de Género), disfrutar a cuotas de género reservadas a lo que hasta ahora se define como mujeres, o ser encerrados en cárceles femeninas, donde podrán abusar de las reclusas o violarlas impunemente, como ya sucede en otros países. Y todo esto deberá ser aceptado sin discusión, bajo amenazas de multas o penas de prisión: todo un ejemplo de democracia y libertad.

Para las promotoras y promotores de estas leyes, se trata de reducir a la mujer a un “problema” por solucionar (la Ministra de Igualdad se preguntaba en una entrevista[9], con una ironía y una inhumanidad que helaba la sangre, si había que considerar o no a una persona como hombre o mujer según el tamaño de sus senos); negar su naturaleza, estigmatizarla, hundir su dignidad, denigrarla brutalmente con calificativos humillantes y perversos, por ejemplo, llamándola «cuerpo menstruante»[10] (para Irene Montero, las mujeres menopáusicas, ¿no son mujeres? ¿Y las que tienen una patología que les impide menstruar?). En definitiva, considerar la mujer como un ser inferior (o, quizás, mejor dicho, una “raza inferior”) a la que se le puede o debe borrar impunemente: este es el programa para la mujer de la izquierda identitaria, su «solución final».

Pero esto sólo representa la mitad del programa. Es evidente que las mujeres constituyen el eslabón débil de la cadena en los planes generales de la izquierda identitaria y la acción concreta del ministerio de igualdad. Pero los hombres tampoco quedan al margen de este procedimiento, al ser objeto de intensas campañas propagandísticas andrófobas donde se les criminaliza por su masculinidad a la que se acusa de «tóxica» y se les presiona para que realicen un proceso de «deconstrucción» de la misma: el plan consiste en aislar a los hombres, criminalizarlos y movilizar las corrientes feministas que con mayor radicalidad buscan la separación y la confrontación con ellos. Una vez desacreditados los hombres y enfrentados a las mujeres, se puede actuar sobre éstas y combatir a las feministas que se declaran heterosexuales, como la histórica Lidia Falcón, sometida a una siniestra represión mediática y judicial despiadada, con la complicidad de la izquierda identitaria.

Hay muchos motivos para criticar el feminismo tradicional (heterosexual), ya sea el burgués o el mal llamado «de clase», por los graves errores que ha cometido o por cómo se ha dejado utilizar, en demasiadas ocasiones y de forma acrítica, por las clases dominantes. Hoy este feminismo puede comprobar en sus propias carnes cómo la principal amenaza sobre las mujeres no se cierne desde un patriarcado fantasmagórico (desaparecido hace mucho en los países capitalistas occidentales), sino que anida en las guaridas de las izquierdas identitarias y ultraliberales, que no dudan en emplear una retórica antipatriarcal radical para sus fines: hoy estas izquierdas promueven un odio siniestro contra la naturaleza biológica, histórica y sociocultural de la mujer, arremetiendo contra el feminismo tradicional, que es descalificado como feminismo TERF para desacreditar las reivindicaciones totalmente justas y legítimas de las mujeres, feministas o no.

El feminismo (heterosexual) está pagando muy caro sus errores, en parte por dejarse arrastrar hacia una culpabilización generalizada de los hombres, que ahora aprovechan quienes desean someter a las mujeres a unas leyes que les perjudicarán gravemente. Pero, a pesar de estos errores, no cabe duda de que hoy es preciso situarse sin vacilar a su lado y denunciar los planes siniestros que prepara la izquierda identitaria (y su brazo ejecutor, el Ministerio de Igualdad) contra las mujeres, cuyas consecuencias también recaerán sobre los hombres heterosexuales. Mejor dicho: como sucedió con la utilización del feminismo por parte del sistema, las mujeres y hombres de las clases trabajadoras serán los más perjudicados con estas políticas, políticas que las ideólogas que las implementan tendrán especial cuidado de evitar que salpiquen a sus propias hijas y otras mujeres de su entorno social y familiar.

La izquierda identitaria ya no oculta su misoginia radical, expuesta ahora sin vergüenza, una vez que el movimiento feminista ha sido debilitado y aislado. Pero se equivocan parcialmente las feministas cuando acusan a Irene Montero y al Ministerio de Igualdad de querer borrar a las mujeres: el propósito real de toda la izquierda identitaria es borrar, suprimir, extirpar o extinguir toda la heterosexualidad humana, femenina y masculina. De ahí que la izquierda identitaria pueda calificarse justamente como la izquierda heterófoba.

(Continuará)

 

[1] Marie Moran: identity an identity politics. A cultural materialist history. https://www.historicalmaterialism.org/articles/identity-and-identity-politics

[2] John D’Emilio: El capitalismo y la identidad gay. https://archive.4edu.info/LGBT/CSL_11.1_capitalismo.htm

[3] https://www.mundoobrero.es/pl.php?id=7835

[4] Gianfranco Pala: La crisis, después de todo. Crítica del “postfordismo” y cadenas imperialistas transnacionales. Marx Ahora, La Habana, nº 9-2000, p. 60. 

[5] C. J. Hopkins: Who Doesn’t Love Identity Politics? https://dissidentvoice.org/2018/10/who-doesnt-love-identity-politics/

[6] Mazaheri Meybodi, A., Hajebi, A., & Ghanbari Jolfaei, A. (2014). Psychiatric Axis I Comorbidities among Patients with Gender Dysphoria. Psychiatry journal2014, 971814. https://doi.org/10.1155/2014/971814

[7] La proporción de hombres que desean ser mujeres respecto a mujeres que desean ser hombres sería de un 60%, según un estudio. Según otro estudio realizado en una clínica iraní entre 1989 a 1995 sobre 57 pacientes con trastorno de identidad sexual, en el 64,9% del total se trataba de hombres que deseaban ser mujeres. Un estudio más reciente mostraba que la proporción de población que desea pasar de hombre a mujer es de 1/12.900 individuos, mientras que de mujer a hombre serían 1/33.800 individuos. Mazaheri Meybodi, A., op. cit.

[8] https://hbr.org/2020/04/companies-cant-ignore-shifting-gender-norms

[9] https://www.esdiario.com/749350092/Las-feministas-estallan-clamor-para-que-Irene-Montero-dimita.html

[10] https://www.europapress.es/sociedad/noticia-feministas-denuncian-congreso-ley-trans-irene-montero-vulnerar-derechos-mujeres-20201105150147.html

2 COMENTARIOS

  1. As politicas identitárias, são politicas transversais às classes sociais, supraclassistas, e são a ferramenta do capitalismo para esconder que há classes antagonicas em luta de classes.
    Com as politicas transversais o povo fica enganado e fica refém do sistema capitalista, sem conseguir identificar o inimigo.
    No comunismo todas as matérias de politica transversal ficam resolvidas pela cidadania comunista.

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