Los mitos de la democracia estadounidense han llegado a su fin

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Por Li Yunlong*.— El 6 de enero, una violenta manifestación irrumpió en Washington, la capital estadounidense. Algunos manifestantes llegaron a edificio del Capitolio y se enfrentaron a los oficiales de seguridad. El conflicto dejó cuatro manifestantes muertos, y un oficial de policía del Capitolio estadounidense también perdió la vida. Unido a eso, se bloqueó la sesión para certificar la victoria del presidente electo Joe Biden en las elecciones del 2020.

Este es un fracaso importante en el sistema político estadounidense.

Elogiándose como un país faro para la democracia, Estados Unidos siempre ha creído estar actuando como un modelo a seguir. Inventó numerosos mitos sobre la democracia estadounidense trata de imponerlos en otros países, incluso por la fuerza. Sin embargo, el caos del Capitolio esta vez puso al descubierto la democracia estadounidense, demostrando que Estados Unidos no es un Jardín del Edén. La democracia estadounidense tiene defectos estructurales.

La democracia estadounidense no es capaz de garantizar una transición pacífica del poder. Uno de los mitos construidos por la democracia estadounidense es que las elecciones pueden evitar conflictos intensos y guerras civiles causadas por luchas de poder, asegurando una transición suave de un poder a otro. Es por eso que Estados Unidos siempre está avivando la superioridad de su renovación regular de las administraciones y solicitando a otros que la emulen. Cada vez que se produce un problema de transición de poder en un país, Estados Unidos lo atribuye a la falta de una elección al estilo estadounidense. Sin embargo, muchos seguidores de la democracia estadounidense tienen conflictos y guerras civiles, aunque Estados Unidos se hace el de la vista gorda o simplemente declaran que no han aprendiendo la esencia de su legado. Hoy, el reality show del caos en el Capitolio, que fue transmitido en vivo al mundo, demostró que las elecciones no siempre pueden garantizar la transición suave y pacífica del poder.

La democracia estadounidense no pudo mantener la estabilidad política. Estados Unidos cree que las elecciones ofrecen la base más estable de la legalidad y que es la piedra angular para que los países modernos sean legítimos, lo que garantizará su seguridad y estabilidad a largo plazo. Esto es falso. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, especialmente la Guerra Fría, muchos países copiaron la democracia estadounidense e implantaron el sistema electoral estadounidense. Sin embargo, esto los colocó en un círculo vicioso de inestabilidad política. En los últimos años, Estados Unidos fue testigo de conflictos políticos más graves, verificando manifestaciones y campañas contra el racismo. Mientras altos funcionarios del Tío Sam van y vienen, el impeachment contra el presidente fue aprobado por la Cámara de Representantes. Las elecciones estadounidenses de 2020 no lograron estabilidad, lo que desencadenaron fue una mayor agitación política.

La democracia estadounidense no ofreció una gobernanza efectiva. El país siempre hace hincapié en que sólo las elecciones regulares pueden lograr una gobernabilidad efectiva, argumentando que los candidatos deben ser responsables ante los votantes, y que el sistema de tenencia y la división de derechos pueden prevenir importantes decisiones equivocadas. Sin embargo, esto no tiene fundamento. Por ejemplo, la democracia estadounidense no impidió que la Casa Blanca lanzara las guerras contra Vietnam y contra Irak. Ambas fueron grandes decisiones equivocadas.

Además, el bajo desempeño de la gobernanza estadounidense en el manejo de la pandemia de COVID-19 demostró además que la democracia estadounidense no es capaz de lograr una gobernanza efectiva.

Desde el estallido del COVID-19, algunos políticos estadounidenses -actuando irresponsablemente e ignorando la ciencia- no adoptaron ningún enfoque proactivo para hacerle frente al nuevo virus. Como resultado, la pandemia se propagó aún más y se convirtió en un sonado fracaso. De acuerdo a las estadísticas de la Universidad Johns Hopkins, Estados Unidos superó el 10 de enero los 22 millones de casos confirmados por COVID-19, y la cifra de muertos alcanzó las 371.862 personas. Estados Unidos sólo representa menos del 5 por ciento de la población mundial, pero sus casos confirmados de COVID-19 llegan al 24 por ciento del total mundial. Sus muertes por COVID-19 también poseen una participación del 19 por ciento del total, mucho más alta que la media del orbe. Lo que es irónico es que ningún funcionario estadounidense haya sido despedido debido al mal desempeño de su labor. El fracaso del control de la pandemia en EE.UU ha rasgado las vestiduras del “Emperador” de la democracia estadounidense y ha revelado la incapacidad de su política y gobierno.

La democracia estadounidense no es capaz de garantizar una participación política efectiva de los ciudadanos. La Casa Blanca declara que la democracia estadounidense puede involucrar a todos sus ciudadanos en el progreso político y hacer que expresen sus llamamientos. Sin embargo, la política del dinero se interpone en el camino, corriendo a través de todos los vínculos de las elecciones, la legislación y la administración de Estados Unidos.

Las elecciones se han convertido en un juego de dinero en efectivo que decide votos. Las elecciones presidenciales están gastando más y más dinero, de 700 millones de dólares en 2004 a 1.000 millones en 2008, subiendo a 2 mil millones en 2012 y 6.6 mil millones en 2016. De acuerdo a Center for Responsive Politics, un grupo de investigación no partidista, el costo de las elecciones de 2020 fue cercano a los 14.000 millones de dólares, el doble de la cantidad gastada en el 2016, amarga distinción que la convierte en la elección política más cara de la historia de Estados Unidos.

Además, las elecciones de mitad de período también están montada en un cohete, de 2.18 mil millones de dólares en 2002 a 5.2 mil millones en 2018. En las elecciones de mitad de período de 2018, se necesitó un promedio de 19.4 millones de dólares para ganar un escaño en el Senado, mientras que el precio para un escaño en la Cámara de Representantes se situó en 1.5 millones de dólares. El alto costo elevó significativamente el umbral para las elecciones, matando las posibilidades de que la mayoría entrara en una posible elección. Sólo aquellas personas que pueden recaudar fondos sustanciales están calificadas para buscar la elección en Estados Unidos. Este es sin duda un caldo de cultivo para que las élites y sus intereses engatusen a los candidatos. Como resultado, la participación política en Estados Unidos es un privilegio de los ricos.

La democracia estadounidense no puede garantizar la igualdad de derechos e intereses políticos para sus ciudadanos. La democracia estadounidense ha construido un mito de un llamado “gobierno mayoritario”, pretendiendo que la democracia basada en “un hombre, un voto” es la manera de gobernar el país bajo la voluntad de la mayoría. Sin embargo, la democracia estadounidense no es el gobierno del pueblo ni el gobierno de la mayoría. La participación de los votantes es generalmente baja en cada elección. Estados Unidos implementa un sistema de colegios electorales, lo que significa que el candidato que recibe más votos puede no ser elegido como presidente. En el siglo XXI, ha habido dos presidentes estadounidenses que no ganaron el voto popular.

Para el sistema político de Estados Unidos, cada estado tiene dos senadores, independientemente de la población. De esta manera, un senador puede ser elegido por sólo 500.000 ciudadanos en Rhode Island, mientras que casi 20 millones se necesitan para ganar California. Esto indica que los votos no tienen el mismo valor. En una palabra, el mecanismo electoral de Estados Unidos no puede garantizar los intereses políticos y los derechos de los ciudadanos estadounidenses. Las elecciones son sólo una herramienta de unos pocos para manipular la política.

Washington, 15/01/2021 (El Pueblo en Línea)

* El autor es profesor de la Escuela del Comité Central del Partido Comunista de China y de la Academia China de Gobernanza.

 

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