Las claves del fracaso occidental con la pandemia: entre el negocio y el holocausto

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Las presiones de una Patronal occidental cegarruta y con intereses cortoplacistas han provocado el mayor holocausto humano de las últimas siete décadas de historia

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Según el colaborador de Canarias Semanal, Manuel Medina ya no existen motivos que nos impidan conocer cuáles son las razones políticas, económicas y sociales que han provocado el holocausto de una pandemia que ha acabado con la vida de millones de personas. A lo largo de este artículo, su autor va tratando de recomponer el mosaico cuyo encaje final nos permitirá entender cuáles han sido las razones por las que un número de países, alguno de ellos entre los más poblados del mundo, han logrado exitosamente cercar el avance del coronavirus, mientras las potencias occidentales más avanzadas han sufrido una derrota histórica sin paliativos.

Manuel Medina.— El virus corre con infinita más velocidad que la que pueden alcanzar los seres humanos y su organización social. Las mutaciones del coronavirus se empiezan a multiplicar por doquier, sin que todavía hayamos logrado saber con certeza si las vacunas que se están usando resultarán eficaces para combatir las posibles nuevas oleadas de las  variantes que  desconocemos y de aquellas otras que se avecinen. Sin adornos ni florituras, este es realmente el panorama, prescindiendo de la indolencia mediática con la que diariamente se nos está “informando”.

UNA EUROPA ATRAPADA EN SUS CONTRADICCIONES

Europa, con centenares de miles de muertos y ya millones de contagiados, se muestra lenta, atrapada e irresoluta. Permanece secuestrada en una vertical pirámide burocrática y en una intrincada red de oscuros negocios farmacéuticos.

El pasado jueves 4 de febrero, Olivier Véran, ministro de Salud de Francia, anunció que además de las variantes inglesa y sudafricana se han descubierto en su país los cuatro primeros casos de una “inquietante variante brasileña”.

En España, a la cola en la desordenada batalla europea contra el coronavirus y a la cola, también, en la inoculación de las vacunas, ni siquiera se sabe con precisión cuál esta siendo evolución de estas mutaciones, ni tampoco cuáles son sus potenciales áreas de expansión.

¿UN HOLOCAUSTO IMPOSIBLE DE EVITAR? LA ESTRATEGIA ORIENTAL

Por momentos se  está apoderando de la ciudadanía europea la sensación de que se encuentra en un continente maniatado e incapaz de ejecutar decisiones relativamente fáciles de implementar.

Sin conocer exactamente en qué consiste y a qué mecanismos obedece esta incapacidad, el ciudadano medio ya empieza a percibir cómo una densa amalgama de  intereses políticos electoralistas y razones estrictamente mercantiles está siendo responsable de que, después de transcurrido un año, lejos de  experimentarse algún avance positivo en la lucha contra el coronavirus, esté sucediendo justamente lo contrario. ¿Responde este conjunto de percepciones que atisba la ciudadania a lo que realmente sucede?

El argumento dosificado por los medios de comunicación de que se trata de un “mal general” e “imposible de combatir” resulta falso de toda falsedad.  Se trata solo de una forzada explicación que se esgrime con el deliberado propósito de encubrir los profundos agujeros negros que el sistema está dejando a la vista de todos.

Ante el desolador panorama que tenemos delante, ¿cómo es posible que nos atrevamos a mantener aquí que no se trata de un mal general que no hayamos podido erradicar desde hace meses?

La cuestión es que existe un hecho perfectamente constatable: un número de países han logrado cercar eficazmente la ofensiva del virus pandémico.

Pero ¿cómo lo han logrado? La fórmula que utilizaron para parar la pandemia no constituye ningun tipo de misterio asiático insondable. Es más, el principio elemental que ha permitido a determinados paises bloquear la difusion del  virus ya se habian aplicado en otras épocas cuando, incluso, se ignoraba el origen vírico de determinadas enfermedades altamente contagiosas y también letales.

La verdad es que los países orientales que  han logrado librarse de la pandemia no han necesitado otro recurso que la aplicacion de un coherente y drástico confinamiento de la población durante un período corto, pero intenso,  que luego  ha sido acompañado, además, por una rígida normativa que impedia el retroceso a las fases previas de la pandemia. Y todo ello contando, como no podía ser de otra manera, con la solidaridad, la comprensión y la disciplina social de una población que fue capaz, a través de los mensajes gubernamentales, de entender la  magnitud de lo que se les venía encima. Y para toda esa operación necesitaron tan sólo dos meses.

¿Se desconocia en Occidente el éxito de la metodología del confinamiento? Dado que no nos encontramos  en la época de Marco Polo, los politicos y los profesionales de la ciencia tenian que haber conocido al segundo con qué procedimientos se estaban combatiendo en China, Taiwán, Vietnam, Corea del Sur y del Norte, Cuba o Venezuela…  los brotes pandémicos.

Y si las cosas fueron tal y como las estamos contando ¿qué razones impidieron que se aplicaran en los países occidentales más desarrollados procedimientos semejantes? La clave de la catástrofe que estamos viviendo reside justamente en la respuesta a esa interrogante.

En Europa, en los  Estados Unidos, y otros países de su entorno, las decisiones de su dirigencia política, sincronizadas con sus medios de comunicación, estuvieron totalmente condicionadas por las fuertes presiones  ejercidas por una patronal cegarruta y de intereses cortoplacistas, y fueron transmitidas a la ciudadanía en un tsunami de mensajes catastróficamente contradictorios que, utilizando el pretexto de “conciliar”  salud y economía, lo único que lograron fue desorientar gravemente a la ciudadania y, casualmente, salvar  los beneficios de  la gran patronal.

A estas alturas convendria recordar cuando, sin rubor alguno, patrones y politicos, autoctonos y foráneos, proclamaban, -y continuan haciéndolo-, que las consecuencias del confinamiento podrian resultar infinitamente más letales que la propia pandemia. El propio primer ministro británico defendió durante los primeros meses de la pandemia la llamada “inmunidad de rebaño”. O lo que es lo mismo, que se produjeran muchos contagios -con las muertes consiguientes- para lograr así la inmunización de la población. Eso lo mantuvo hasta que él mismo resultó gravemente contagiado.

Esa ha sido la pauta occidental a lo largo de  todas las mortales y sucesivas oleadas del coronavirus, que han provocado un holocausto de millones de muertos superior a cualquier conflicto bélico que  tuviera lugar desde 1945 a la actualidad.

Decían querer preservar “la economía”. En realidad lo que trataban era lograr que las tasas de beneficios de sus monopolísticos negocios no descendieran, aunque ello fuera costa de la vida de los más débiles.

¿Podrá entenderse, por fin, las razones  por las que  al depredador sistema económico hegemónico no le ha importado nunca invertir millones de vidas humanas en guerras que sirvieran para defender su dominio en los mercados?

¿Estaremos ahora en condiciones de entender a través del ejemplo de tantos millones de muertos, por qué desde el punto de vista ecológico nuestro planeta no podrá sobrevivir si beneficios patronales continúan siendo más importantes que el mantenimiento del equilibrio biológico en la naturaleza?

A nadie le debería extrañar, pues, que en esta parte del mundo occidental, los medios de comunicación  hayan  restado importancia al éxito de las estrategias orientales contra la expansión del Covid19.  Y es que poner en valor el éxito de estas estrategias orientales contra el coronavirus, -independientemente del sistema político y económico que rija en los países donde han sido ensayadas – supondría también poner en evidencia las razones  que han provocado el presente  holocausto.

El resultado final del “experimento” de los países pertenecientes al ámbito del capitalismo clásico ha sido catastrófico. Ni la economía ha logrado salir del profundo atolladero en el que ya antes se encontraba, ni la salud y la vida de la ciudadanía han logrado ser salvadas de la tragedia. De acuerdo  con las estadísticas  que ya se conocen sobre los dividendos de las grandes empresas durante el pasado ejercicio, estos se han multiplicado con la hecatombe.

LA FEROZ BATALLA DE LA INDUSTRIA FARMACÉUTICA POR El DOMINIO DEL MERCADO DE LAS VACUNAS

Con la administración y distribución de las vacunas  ha pasado algo similar a lo que ya habia sucedido con otros episodios de la pandemia. Como ha quedado también de manifiesto, la transacción mercantil  y los intereses empresariales han hegemonizado la investigación, la fabricación y la distribución de las vacunas.

A estas alturas, sólo un 3% de la población continental europea ha recibido la primera dosis de la vacuna. Mientras, la Organización Mundial de la Salud está alertando a Europa sobre los graves riesgos que acarrearía el lento proceso de vacunación europeo dominante.

Hans Kluge, director regional de la OMS, lo ha expresado con  meridiana claridad:

Europa debe unirse para acelerar su campaña de vacunación contra Covid-19 con el apoyo de todos los laboratorios… Tenemos que prepararnos para otras mutaciones problemáticas en el virus”.

Hace unos días, el periódico francés “Le Point” escribía con tono desesperado que:

“Las multinacionales farmacéuticas no pueden seguir compitiendo como lo están haciendo ahora. Deben unir fuerzas para multiplicar sus capacidades de producción”.

Pero las formulaciones de este tipo no dejan de contener una buena dosis de perversa hipocresía. Se expresan deseos positivos, a la vez que, por otra parte, se ocultan hechos elocuentes. Hechos tales como que la Agencia especializada en Salud Pública de la ONU, que tiene entre sus principales contribuyentes a la Fundación Bill Gates, es responsable de la monopolización de las patentes de vacunas por parte de las grandes empresas farmacéuticas. Ya desde la primavera de 2020, cuando los científicos investigadores de la Universidad de Oxford decidieron poner al servicio de una vacuna libre de derechos, su trabajo y sus tecnologías, fue el propio multimillonario Bill Gates quien les ordenó unir fuerzas con la multinacional AstraZeneca, con el catastrófico resultado que ya todos conocemos.

Hace unos días, Franklin Dehousse, profesor de la Universidad de Lieja y también ex funcionario de la UE, denunciaba en el diario belga “Le Vif”  algunos aspectos de la naturaleza de los letales retrasos en la aplicación de la vacuna:

“Los líderes europeos ordenaron demasiado tarde y solo apostaron por unas pocas empresas. Acordaron un precio en un procedimiento europeo típicamente burocrático y subestimaron por completo la importancia fundamental de la situación”.

Una incompleta explicación la del profesor Dehousse, al que, en el mejor de los casos, se le podría atribuir una extremada ingenuidad.  El ex funcionario europeo pasó por alto, por ejemplo, que los  “burocratismos” y la “elección de unas pocas empresas” no son factores que expliquen por sí mismos  la hecatombe sanitaria que sufre Europa.  Esos son tan sólo “efectos colaterales” del auténtico fenómeno que los provoca.  Aunque pueda resultar para algunos un repetido lugar común, mantenemos que está siendo la irracionalidad competitiva del sistema capitalista la que determina que las decisiones políticas y, también, las estrategias sanitarias vengan condicionadas no por la salud de los seres humanos, sino por  los centenares de miles y miles de millones de euros que la omnipotente industria farmacéutica  se está jugando, en lo que para ellos es una importantísima operación contable.

NOS VA LA VIDA.

Y aunque pueda resultar un tanto truculento escribirlo, nos va la vida en que seamos capaces de comprender, o no, que la irracionalidad del sistema económico dominante puede tener gravísimas repercusiones para nuestra sobrevivencia como especie.

Disponemos hoy de vivencias suficientes a través de cómo se está desarrollando esta singular pandemia para entender que solo podrá ser erradicada si logramos acabar con su difusión en todo el planeta.

¿Por qué están planteadas hoy las cosas de esta manera? Los expertos nos explican algo que ya estamos en condiciones de poder entender.  Si fracasaran los planes de vacunación, o si una gran parte de la población mundial quedara sin vacunarse, -nos advierten-, el virus nos conducirá inexorablemente a enfrentar nuevas y reiteradas mutaciones, generando cepas resistentes a las vacunas ya administradas, lo que conduciría a que su resonancia se renovara una y otra vez  con dimensión planetaria.

En la medida en que hemos ido conociendo la naturaleza del virus y su enorme capacidad para universalizarse exponencialmente, ha quedado definitivamente claro que no se trata de un inofensivo “constipado”, como mantenían los  parafascistas Bolsonaro y Donald Trump. Se trata nada menos que de un contagio que sólo podrá considerarse totalmente “extinto” cuando las vacunas se hayan inoculado en todo el mundo y, además, rápidamente.

INCLUSO CON UNA DESFAVORABLE “CORRELACIÓN DE FUERZAS”

Y para concluir estas breves notas, una escueta y última reflexión. Quien esto escribe es perfectamente consciente de que lo que los marxistas solemos llamar -no siempre con la precisión que correspondería- la actual correlación de fuerzas políticas y sociales”, no concede muchas esperanzas de que las propuestas que formulamos aquí puedan hoy ser hoy viables. Pero la inviabilidad de hoy se convierte en viabilidad de mañana, cuando estas se hacen conocidas, se comprende su necesidad, la sociedad las asume y terminan  transformándose en una suerte de “corpus ideológico” y una cuestión de perentorio “sentido común”.  Pero para ello es preciso, cuando menos, enunciarlas.

En el marco de esas mismas líneas, en el momento presente hay que enfatizar que para lograr frenar esta catástrofe sanitaria es de suma urgencia proceder a la abolición de las patentes farmacéuticas y, simultáneamente, poner todo el entramado industrial y de laboratorios farmacológicos bajo el control de los profesionales sanitarios que, con una estricta vigilancia social, elaboren estrategias de salud y no de mercado. ¿Es esto hoy posible? Hoy evidentemente, no. Aunque  ese control sea objetivamente deseado y obedezca a los intereses de la mayor parte de la sociedad, ésta carece actualmente de fuerzas sociales, sindicales y políticas que aspiren, deseen y puedan forzar esas modificaciones. Crear en la  base de la sociedad la urdimbre que haga posible la destrucción del actual sistema político y económico es el requisito imprescindible para estar en condiciones de  poder hacerlo a medio plazo.

En una segunda fase, para lograr la sobrevivencia de nuestra especie, también a medio plazo, se tendría que proceder a la nacionalización de las grandes empresas multinacionales farmacológicas, permitiendo de esta manera que éstas puedan ser puestas al servicio de la salud colectiva de los seres humanos y no de la cuenta de beneficios de la reducida elite que hegemoniza el dominio de nuestras sociedades.

La disyuntiva para la humanidad sigue estando, pues, muy clara: o la bolsa o la vida.

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