Las cifras que esconden dramas familiares y personales no dejan lugar a dudas de la crisis que sentencia a millones de trabajadores en este país. El coronavid vino a acelerar una realidad que ofrecía el capitalismo en su lógica cíclica.
Los comedores sociales y vecinales no dan abasto y las llamadas «colas del hambre» se multiplican. El régimen sabe que esto no es demagogia ni extremismo verbal e intenta que no se convierta en la chispa que lo incendie todo para indignación de sus programas de TV.
Las ayudas, subvenciones, préstamos, salarios mínimos no llegan siquiera para hacer frente a los gastos básicos y el miedo de la clase dominante lo traducen en pertrechar a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
Solo la desorganización y la falta de herramientas políticas evita la protesta contundente, y ésta -de momento- se limita a comentarios e indignaciones en RR.SS.
Convertir las «colas del hambre» en revueltas que pongan en cuestión el sistema parece el principal desafío revolucionario.