José LLamos Camejo.— No sabían de latifundios ni de reforma agraria, de revolución, ni de comicios electorales. De esas cosas, muy poco o nada se sabe, si se tiene solo 12, diez u ocho años. Mucho menos si no se llega a los seis, o ni siquiera a los tres. Pero eso, según el plan, no importaba.
Predominaban tales edades entre los 14 048 niños cubanos que, en roles de víctimas, sin sospecharlo siquiera, protagonizaron la Operación Peter Pan, drama siniestro, cuyo guionista robó el título de una obra original estrenada en Londres en 1904.
En aquella, su autor procuró fomentar valores, cultivar la imaginación, y ennoblecer a reinas y reyecillos. Pero en esta, orquestada por la cia, los guionistas gringo-anticubanos, asesinos hasta de la inocencia, introdujeron piratas verdaderos, escenarios reales y hadas malignas, de carne y hueso, en otra versión secreta y macabra de una aventura criminal.
Quienes las vieron en derroches de maternales arrullos, en la terminal aérea, aseguran que la mayoría mal disimulaba sus miedos, y que las miradas, los rostros, los suspiros de los pequeños eran el paisaje de la ansiedad: un óleo entre triste y desesperado, que los adultos, en vano, intentaban cambiar antes de la partida.
En la puerta de acceso a la pista los abrazaban y, detrás de los cristales, veían cómo, camino a la escalerilla del avión, los pequeños volvían las miradas para decir adiós con sus manecitas. Cuentan que las lágrimas no se contenían.
«Yo solo recuerdo que mi mamá me compró una muñeca en el aeropuerto –rememoró una de las víctimas, a la televisión–; quizá lo último que me quiso regalar antes del adiós».
La nave inició la desenfrenada carrera y ascendió en el aire. Abajo, el altavoz anunciaba el despegue del vuelo 422 de la Pan American World Airways, con destino a Miami.
«Yo miraba por la ventanilla –recordaría otra–. “¿Cuándo volveré?”, me pregunté. Me parecía irreal. Comenzaba un camino que jamás hubiera querido emprender. Sentí que aquella historia empezaba a caerme encima, aunque ignoraba cuánto daño me haría. Es terrible».
Muchos tuvieron que esperar años para reencontrar a sus padres. Algunos jamás volvieron a verlos. Sobre las 4:30 de la tarde la nave tocó pista en «El más allá». «Yo estaba aturdida. Recordaba a mamá y papá diciéndome que yo tenía ocho años, que mi hermanita era más pequeña, y que debíamos estar juntas siempre.
«Llegamos a la Florida, y vi gente hablando en inglés. Nos llevaron por una carretera oscura hasta Kendall. A poco estábamos en un catre oscuro, en un sitio extraño. Ya el asunto no era con quién estábamos; sino sin quién estábamos. Verse sola, desamparada… ¿Cómo curar esa herida? ¡Es triste, muy triste!
EL RECURSO Y EL MÉTODO
En 1978, tras salir de prisión, en entrevista concedida al periodista Luis Báez, publicada por este diario, Leopoldina Grau Alsina (Pola), agente de la CIA, reveló algunos móviles de la Operación Peter Pan, en la cual ella actuó como hada maligna.
«Hice correr el rumor de que el Gobierno comunista pondría en vigor una ley mediante la cual todos los niños de entre tres y diez años serían colocados en círculos infantiles, y solo se les permitiría ver a sus padres dos veces al mes. El Estado sería dueño absoluto de los muchachos, serían enviados a Rusia. Llegamos a redactar e imprimir una falsa ley del gobierno revolucionario en este sentido, una manera de desestabilizar y de que el pueblo empezara a perder la fe en la Revolución.
«Mi hermano recibió una carta del Catholic Welfare Bureau de Miami, en la que le planteaban un plan para sacar niños de Cuba, proporcionándonos pasaportes y exenciones especiales de visa, trasladándolos en aviones comerciales a EE. UU.».
Según la agente cia, funcionarios de varias embajadas europeas se involucraron en el complot. «El Departamento de Estado comunicó que habían nombrado al sacerdote católico de origen irlandés, Bryan O. Walsh, director de la diócesis católica de Miami, como coordinador del programa en Estados Unidos, y este estaba autorizado a firmar las exenciones de visado.
«Recibíamos todos los números de pasaporte y visado desde Estados Unidos, por radio, y hacíamos llegar los pasaportes a otra persona en la cadena de distribución. El padre Walsh nos enviaba fondos mediante órdenes de pago que eran envueltas en celofán, para que pareciera un paquete de cartas de juego».
Al llegar a territorio estadounidense, explicó Pola, los niños eran colocados en casas de crianzas y campamentos a lo largo de Estados Unidos, bajo el patrocinio de la comunidad católica norteamericana.
LOS NIÑOS PERDIDOS, LOS NIÑOS SALVADOS
En la fantástica aventura de Peter Pan, los niños abandonados vivían al amparo del personaje homónimo y del hada madrina. En la criminal operación, que bajo el mismo nombre la CIA instrumentó contra Cuba, los pequeños arrebatados a sus padres, mediante el engaño, vivieron y aún viven una gran pesadilla.
Viendo su dolor, y sabiendo quiénes fueron los responsables, a la memoria llegan secuencias de aquella batalla librada por este pueblo, con la guía de su líder histórico, por rescatar a un niño cubano secuestrado por la mafia de la Florida.
Acuden también los actos recientes de una contrarrevolución cruel, desesperada, asalariada, que no duda en emplear dinero para extraviar adolescentes, incitándolos a cometer actos terroristas.
Se nos crispan los puños todavía con el recuerdo del 8 de mayo de 1980, cuando elementos contrarrevolucionarios incendiaron el círculo infantil Le Van Tam, con 570 niños en su interior, en La Habana.
Entonces no murió ninguno. Lo impidieron, con ejemplar valor, estudiantes de una secundaria cercana, junto a bomberos y el pueblo. Son imágenes de una misma película: horror vs. valor. Adolescentes y jóvenes desafiaron el peligro para evitar la tragedia. Tal es la razón por la que el enemigo hace de «los pinos nuevos» blanco de todos sus ataques. Sabe que, con ellos, Cuba construye el futuro de la patria.