La XXVII Cumbre Iberoamericana, más de lo mismo

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Un proyecto destinado a modernizar el viejo hispanismo franquista se levantaba en la España de los años 80 del siglo pasado. El gobierno de la monarquía, encabezado por Felipe González, ensalzaba los valores de Juan Carlos I, un rey comprometido, se decía, con los valores democráticos, la lucha anticorrupción, los Derechos Humanos y la justicia social. Así, se encumbraba a un personaje gris como estandarte de una transición modélica. Apodado “el campechano”, su participación en las cumbres se hizo habitual. Sin embargo, su asistencia será recordada por el nefasto “¡por qué no e callas”, lanzando contra el entonces presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez. Tal salida de tono fue demostración de la soberbia y desprecio. Pero siguió asistiendo, nada lo detuvo, tenía negocios que atender y comisiones que cobrar.

 

Las cumbres han ido de mal en peor, o si se prefiere de fracaso en fracaso. Sobreviven como parte de una estrategia trasnochada que busca convertir España en el portavoz de un continente. El sueño imperial de la monarquía y sus gobiernos. Con este objetivo se dio vida a la propuesta. Su nacimiento se adhirió a la celebración del quinto centenario del descubrimiento. En 1991 se inauguró la saga en México, bajo la batuta de Carlos Salinas de Gortari, figura de nefasto recuerdo para la historia de nuestra América. Al año siguiente fue España el país organizador. En la cima de sus festejos conmemorativos, la presencia de 21 presidentes y dos jefes de Estado era el espaldarazo final a su sentimiento de potencia mundial. Sin embargo, poco duró la alegría. Lentamente, las cumbres fueron perdiendo fuelle. Poco contenido y mucha parafernalia. Su convocatoria anual se ha transformado en bianual y, por más que se ha intentado mantener a flote, el barco se hunde. Para reflotarlo, en 2004 se incorpora a petición de España, al principado de Andorra y un lustro más tarde, lo hará Guinea Ecuatorial como Estado asociado. Mientras, Haití sigue siendo el gran ausente. Era colonia francesa.

Han transcurrido 27 cumbres, y el principado de Andorra, se convierte en 2021 en la sede que alberga el evento, bajo el pomposo lema: Innovación para el desarrollo sostenible y Objetivo 2030. La cumbre fue bendecida por Joan-Enric Vives i Sicilia, copríncipe de Andorra a la par que obispo de Urgel. Los reyes de España, el presidente de gobierno, algunos ministros y el presidente andorrano, Xavier Espot Zamora, estarán entre los asistentes. Su convocatoria, salvo para España, es residual. Para mantener viva la llama, deben cambiar su ícono. De Juan Carlos I pasamos a Felipe VI. Sacado de la chistera se convierte en la mejor baza para liderar las cumbres. No será la primera vez que asista, desde la abdicación de su padre, tomó el relevo en 2014. Su presencia resulta irrelevante, aunque sus declaraciones no están exentas de polémica. El 25 de marzo de 2019, en Buenos Aires mostró su total e incondicional apoyo a las reformas emprendidas por el entonces presidente, Mauricio Macri. Felipe VI, hijo de “el campechano”, sigue sus pasos.

En tiempos de pandemia, y ya en la cumbre andorrana, el monarca, no dudó en hacer hincapié en el papel solidario de España con sus países hermanos. Ningún tópico fue desaprovechado. Historia común, intereses compartidos, fortalecimiento de la democracia, medio ambiente, transición energética y desde luego mucho capitalismo verde y ecológico. Eso sí, el presidente de gobierno Pedro Sánchez se apresuró a concretar el significado de la solidaridad bajo un agrio debate sobre el desigual acceso de los países latinoamericanos a las vacunas. La polémica estaba servida y Pedro Sánchez tuvo a bien acotar: enviaremos vacunas en cuanto nos sea posible. Traducimos: primero vacunamos en España y los restos o excedentes los repartiremos entre los países latinoamericanos como señal de amistad.

Poco más ha dado de sí la cumbre andorrana. La presencia de solo dos presidentes, Luis Abinader, de República Dominicana, empresario hotelero, admirador de Donald Trump, dueño de la principal cementera del país, propietario de una universidad y negocios menores, justifica su estancia al ser el siguiente país anfitrión. El otro presidente que asiste es el guatemalteco Alejandro Giammattei, un saltimbanqui de la política, católico, conservador que ha ocupado múltiples cargos públicos y que en 2010 fue acusado por la fiscalía guatemalteca de abuso de autoridad, asesinato y ejecución extrajudicial, por sus implicaciones en la matanza de las cárceles ocurrida mientras era su máxima autoridad penitenciaria. El resto lo hacen telemáticamente. Muchos con discursos acartonados sin enjundia y desde luego fuera de toda la realidad que vive el continente sumido en la peor crisis de desigualdad de su historia reciente.

Tampoco han faltado las presiones para excluir a Venezuela de la cumbre. El Partido Popular, la derecha latinoamericana y española juntas han maniobrado bajo bambalinas. Todo un conjunto de despropósitos en el cual participan gobiernos y políticos de tres al cuarto. Este bochorno tendrá continuidad, por el empecinamiento de España de presentarse a sus socios europeos como interlocutor válido de los intereses de América Latina. Pero la realidad camina en sentido contrario. España tiene poco qué decir y menos qué aportar. Su interés continúa siendo esquilmar y adueñarse de los recursos naturales. Dentro de dos años, la saga continúa, más de lo mismo.

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