Elson Concepción Pérez.— Como ha anunciado el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, «llegó la hora de sacar a sus fuerzas militares de Afganistán». Para esta delicada operación, el Pentágono está reuniendo y enviando unos 650 nuevos soldados a esa nación, con el fin de proteger a las fuerzas estadounidenses en retirada hasta el 11 de septiembre de este año.
Próximamente se cumplirán 20 años de que Estados Unidos invadiera Afganistán, bombardeara a su población y cometiera un verdadero genocidio contra una de las naciones más pobres del planeta.
Han sido dos décadas en las que fuerzas miliares de la mayor potencia mundial han arremetido contra la nación afgana, bajo la falsa premisa de la lucha contra el terrorismo, y la de localizar y eliminar al líder de Al Qaeda, el saudita Osama Bin Laden.
Vale recordar que Bin Laden fue preparado por la cia estadounidense, financiado, inicialmente, por el propio Gobierno de Washington, y, luego de los ataques a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001, se convirtió en una verdadera «piedra en el zapato» para las administraciones estadounidenses.
Sabía demasiado el jefe terrorista sobre la participación de la cia en los planes conspirativos de Estados Unidos en varios países del mundo y, por tanto, el plan elaborado era, no solo capturarlo, sino asesinarlo y desaparecer su cadáver.
La muerte del saudita fue informada el 2 de mayo de 2011, cuando unidades élites de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos lo abatieron en Abbottabad, Pakistán.
Fue el propio presidente estadounidense de entonces, Barack Obama, quien dio a conocer el hecho, con un discurso muy criticado por la prensa de ese país, que lo catalogó de «ocultar casi todo sobre el hecho».
El diario The New York Times aseguró «que los hechos difieren significativamente de la versión oficial presentada por la Casa Blanca y altos funcionarios de inteligencia, según la cual la muerte de Bin Laden –que, finalmente, reconocieron no iba armado, aunque aseguraron que se “resistió”– se había producido en medio de un intenso tiroteo».
Nunca se supo la verdad sobre el paradero del cuerpo del jefe de Al Qaeda, y se ha especulado mucho –con toda razón– sobre las verdaderas pretensiones del Gobierno de Estados Unidos, de hacer desaparecer el presunto cadáver de Bin Laden, «lanzándolo al mar», como se dijo en ese momento.
La historia de estos 20 años ha estado empañada, no solo por el asesinato del terrorista que –recordemos– fue en Pakistán y no en Afganistán, nación esta última donde las tropas militares estadounidenses y de la OTAN, han seguido bombardeando, ocupando y masacrando, hasta nuestros días.
Además, de acuerdo con datos oficiales, en estas dos décadas más de
250 000 personas han muerto a causa de la guerra contra la nación asiática, de ellas, 2 442 militares estadounidenses y unos 72 000 civiles afganos, víctimas de las bombas y cohetes lanzados por fuerzas de Estados Unidos y la OTAN.
La salida de las tropas, que han ocupado este empobrecido territorio, dejará un país que no tiene un gobierno estable, siguen dominando parte de la nación los grupos talibanes que luchan por afianzarse en el poder, y el hambre, la pobreza, la falta de educación y de salud se han multiplicado en este luctuoso periodo de ocupación.
Ahora las fuerzas militares salen de Afganistán con el sabor a derrota, abandonando un país con todos los indicadores hacia la baja.
De acuerdo con un artículo de rt, rubricado por Alberto Rodríguez García, «aunque se intente presentar la derrota de la OTAN en Afganistán como una salida pactada, lo cierto es que es una huída en toda regla: es una guerra que no pueden ganar».
Se trata, sin dudas, de que simplemente salen vencidos.
