La transición “verde” del capitalismo: un cuento ecológico para seguir depredando el planeta

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La utopía reaccionaria que venden Errejón, Ada Colau y el resto de "verdes" del sistema

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“No es posible conseguir mediante reformas que se convierta en amigo de la Tierra un sistema cuya dinámica esencial es la depredación creciente e irreversible. Por eso, lo razonablemente reformista es, también en esto, irracional”.

Manuel Sacristán Luzón. Comunicación a las jornadas de Ecología y Política. Mayo de 1979

Cristóbal García Vera
para canarias-semanal.org

Como un adicto a la heroína incapaz de abandonar la sustancia que va a acabar con su vida e incluso de admitir que es su consumo el que lo conducirá a este catastrófico final. Con ese grado de obnubilación irracional funciona nuestra civilización, encerrada en la espiral destructiva de un sistema económico y social -el capitalismo- que tiene la necesidad de crecer indefinidamente en un planeta cuyos recursos naturales y capacidad para asimilar los efectos de dicho crecimiento son inevitablemente finitos.

Es por ello que los encargados de producir y reproducir la ideología dominante, necesaria para sostener esta formación socioeconómica, se esfuerzan en hacernos creer que podríamos alcanzar un crecimiento o desarrollo “sostenible” gracias, simplemente, a “los avances de la ciencia”, y sin extirpar el cáncer que genera una crisis medioambiental que continúa agravándose. Las sucesivas “Cumbres de la Tierra” y los encuentros internacionales para luchar presuntamente contra “el cambio climático” contribuyen a crear la ilusión de que, efectivamente, nuestros gobernantes y quienes les gobiernan a ellos “ahora sí han tomado conciencia” de la situación y comienzan a tomar cartas en el asunto. Paralelamente, la potenciación de movimientos de la “sociedad civil” que, aun siendo bienintencionados, asumen el enfoque más superficial de este problema global, proporciona una salida asumible e inocua para la preocupación real, y más que justificada, de una parte creciente de la población.

Poco importa que los fríos datos estadísticos indiquen que desde el primer informe del Club de Roma sobre “Los límites del Crecimiento” en 1972 hasta la fecha la situación en él descrita no ha dejado de empeorar, o la constatación de que las “soluciones propuestas” por las grandes potencias acaban derivando en nuevos “mecanismos de mercado” como la compra y venta de los derechos de emisión de gases de efecto invernadero. La creencia en un mal entendido progreso convertido en fetiche religioso, continuamente estimulada por los poderosísimos aparatos mediáticos del sistema, permite reproducir la ficción de que “aún podemos salvarnos”, con relatos continuamente remozados que lo mismo sirven para “pintar de verde” a los gigantes bancarios, que para instrumentalizar vilmente a una adolescente como Greta Thunberg. La joven sueca -recibida por personalidades tan progresistas como la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde- con la que se quiere reforzar entre la juventud la idea de que todo lo que hay que hacer para “salvar el mundo” es presionar lo suficiente con pacíficas manifestaciones, para “despertar” la conciencia ecológica de los adultos y, especialmente, de los hombres y mujeres más poderosos del planeta.

Christine Lagarde y Barack Obama demuestran su “preocupación ecológica” recibiendo a Greta Thunberg. Tratamiento radicalmente opuesto al de los cientos de ambientalistas asesinados cada año en el mundo

Y es que, en los últimos tiempos, lo que no había sido más que una formulación vacua para ocultar la acelerada depredación del planeta -el llamado “desarrollo sostenible”- se ha transformado en un proyecto para vender la última gran reconversión industrial capitalista – que sin duda proporcionará pingües beneficios a industrias tan contaminantes como la del automóvil -, como una suerte de “Green Deal”. Con la pretensión de que sería posible, gracias a tecnologías supuestamente “verdes”, compatibilizar la perpetuación del crecimiento económico con el mantenimiento en óptimas condiciones de los ecosistemas de los que depende la reprodución de nuestra especie. Algo así como resolver, de una tacada, el equivalente a la cuadratura del círculo y todas las paradojas planteadas por filósofos y matemáticos a lo largo de la historia.

Sumándose a la ola de esta “transición enérgetica” que también está promoviendo la Unión Europea en nombre de los grandes grupos económicos a los que sirve, los nuevos partidos institucionales que pretenden representar a la “izquierda” -como ‘Más País’, de Iñigo Errejón, Compromís o los ‘Comuns’ de Ada Colau- ya han anunciado su intención de integrarse en el Partido Verde Europeo. Mientras que sus ex socios de Unidas Podemos, por su parte, se apresuran también a intentar reforzar su “perfil verde” a través de su diputado y exdirector de Greenpeace Juan Antonio López de Uralde, con el objeto de disputarles este sustancioso “nicho de votos”.

Se trata, en su conjunto, de organizaciones políticas que, de forma oportunista, suman el “ingrediente verde” de moda a su estrategia de marketing, al tiempo que prometen paliar las inequidades del capitalismo con medidas de corte keynesiano o neokeynesiano que implican seguir “creciendo” indefinidamente o, para decirlo sin eufemismos, garantizar la reproducción ampliada del Capital. En la práctica, su integración en el sistema hace que todas ellas acaben asumiendo el dictado neoliberal cuando tienen responsabilidades de gobierno -como ya ha demostrado Unidas Podemos- y apoyando una actividad tan poco “ecológica” como las guerras sin las cuales nunca ha podido funcionar la “mano invisible” del mercado imaginada por Adam Smith.

“La fiesta” se acaba: sin fuentes de energía para sostener el crecimiento “verde” que se nos pretende vender

La refutación general de la vieja promesa socialdemócrata de construir un “capitalismo de rostro humano” excedería con mucho los límites que permite la exposición de estas breves notas.

Sin embargo, el carácter quimérico de la nueva “zanahoria verde” que se pretende vender a las poblaciones de los países desarrollados queda perfectamente desvelado por los datos irrefutables que aporta el físico, matemático e investigador del Institut de Ciències del Mar del CSIC, Antonio Turiel en el recomendable vídeo adjunto a estas líneas (*).

Las fuentes de energía que han permitido crecer a la economía mundial de forma exponencial en el último siglo están llegando a su máximo de producción, al que seguirá un continuado declive, y ninguna otra fuente de energía renovable será capaz de sostener este crecimiento.

Las fuentes de energía renovable – aclara Turiel – “podrían proporcionar, en el mejor de los casos, un 30% de la energía que se consume en el planeta en la actualidad”.

Una cantidad que sería suficiente para garantizar una vida digna a toda la población mundial, pero extraordinariamente alejada de lo que requiere el sostenimiento de la sociedad capitalista, en la que la escasez genera, inevitablemente, desempleo, acaparamiento, hambrunas y guerras de conquista por los recursos limitados.

En cuanto a la promesa, también recurrente, sobre lo que nos podrían ofrecer otras fuentes de energía, como la nuclear, el científico del CSIC también es contundente:

“Ninguna de estas opciones va a resolver la situación –advierte Turiel – porque cualquier sistema basado en ellas tardaría en desarrollarse 30, 40 ó 50 años y el problema lo tenemos ahora. No podemos esperar una solución milagrosa”.

¿Decrecimiento capitalista?: Una contradicción en los términos

Ante el panorama de los terribles conflictos que puede generar en un futuro inminente la disminución continuada de la energía disponible, Turiel advierte sobre la encrucijada vital en la que se encuentra nuestra civilización:

“Si no tomamos las decisiones adecuadas, podríamos ser una más de las civilizaciones que han colapsado a lo largo de la Historia, si bien sería la primera de ámbito global”.

“Hoy – continúa el científico- tenemos todo el conocimiento científico y la tecnología necesarias para proporcionar condiciones de vida muy buenas a todos los habitantes del planeta, consumiendo muchísima menos energía, pero para eso habría que cambiar el sistema económico y social”.

“Ninguna tecnología – añade – nos sacará del atolladero en el que nos hemos metido. Lo que hay que hacer es conseguir un sistema que no requiera del crecimiento infinito, en un planeta finito”.

Pese a la estimable capacidad que demuestra para apuntar a la raíz del problema -aun cuando ésta se sitúa más allá del ámbito de sus objetos de estudio como científico natural- Turiel yerra el tiro al confiar en que sí nos podrían “sacar del atolladero” los grandes accionistas de las multinacionales que se lucran con este sistema o los gobiernos que representan los intereses de la oligarquía mundial.

“La ciencia y la tecnología nos van a ayudar, nos darán los medios, que realmente ya están ahí, para hacer lo que necesitamos hacer, pero en última instancia el problema que debemos resolver, no es científico, ni tecnológico, es un problema social. Los ciudadanos tienen que abordar este cambio, sí, pero sobre todo – afirma Turiel ingenuamente – tiene que ser abordado por los gobiernos y por las grandes empresas”.

El problema, habría que puntualizarle al científico, es efectivamente social pero, más especificamente, político. Y, para ser exactos, de la política revolucionaria que no ha perdido la perspectiva realista, y tiene claro que la disyuntiva sigue siendo hoy, muchísimo más que nunca y con el factor del tiempo en contra de la humanidad, la de “socialismo o barbarie”. Porque el mero hecho de imaginar un capitalismo con decrecimiento “planificado” – no provocado por el efecto coyuntural de sus crisis- implica ignorar por completo el funcionamiento de un sistema cuya dinámica esencial, como se recuerda en la cita que encabeza este texto, es “la depredación creciente e irreversible”.

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