El mercado de la tierra

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Desde el 1 de julio, Ucrania permite la venta de tierra agrícola. Según la ley, en estos momentos puede ser adquirida por personas con nacionalidad ucraniana, no más de cien hectáreas por persona. Y en tres años, el derecho de adquirir las tierras negras se extenderá a todas las entidades legales ucranianas con un máximo de 10.000 hectáreas. Puede que las consecuencias de esta decisión no sean tan evidentes para un observador externo. Sin embargo, causan previsiones pesimistas en la sociedad ucraniana, en ocasiones cercanas al pánico. Es más, no solo llegan de la oposición aplastada por la persecución política sino de políticos y economistas bastante leales a las autoridades.

La líder del partido Batkivschina, Yulia Timoshenko, advierte de que el Estado perderá el control de gran parte de la tierra agrícola y, según el exministro de Economía Viktor Suslov, el sector agrícola caerá en manos de las compañías extranjeras, con el peligro para la seguridad alimenticia de Ucrania que eso conlleva.

De hecho, eso ha ocurrido ya antes de que se eliminara la moratoria sobre la venta de tierra. “El territorio de las más fértiles tierras negras” lleva tiempo sufriendo por el aumento de los precios de los productos de la cesta básica alimenticia y los precios anormalmente altos de productos vegetales como patatas o cebolla se producen en Ucrania prácticamente cada año. Es más, los ucranianos tienen que comprar patatas directamente del país agresor o de las regiones de Oriente Medio o Asia Central.

Los motivos son evidentes. El Gobierno del país de la victoriosa dignidad simplemente no controla la situación del mercado nacional de alimentos. En Ucrania ha dejado de hacerse la previsión de cosechas, no se realiza el cálculo de las reservas alimenticias necesarias y el Estado ha liberalizado completamente el precio de los alimentos, olvidándose de las verdaderas necesidades y poder adquisitivo de la población. Y eso abre todo un abanico de posibilidades de manipulación de los precios.

Los productores nacionales se basan generalmente en las cosechas industriales como el maíz, girasol o colza y también han empezado a llenar sus campos de trigo, ya que se vende en el mercado internacional y supone buenos beneficios. Los consumidores nacionales tienen que adquirir productos importados cuyo precio aumenta constantemente para sustituir la escasez que se ha desarrollado a causa de la desequilibrada política agrícola del país.

La situación es especialmente lucrativa para las empresas multinacionales y alienta el empobrecimiento de la población local. La venta de tierras exacerbará aún más la crisis. Pese a que no puede ser adquirida por extranjeros, las empresas extranjeras podrán adquirir activos a través de sus representantes ucranianos, con ayuda de bancos o testaferros. Después se centrarán en esas mismas cosechas para la exportación, desentendiéndose completamente de las necesidades alimenticias del país.

Esta trama es algo ya probado en países del tercer mundo y es una característica de la dependencia colonial en la que la Ucrania moderna ha caído. Sin embargo, la pérdida de seguridad alimenticia no es el único problema de la privatización de la tierra. En los últimos años, Ucrania ha luchado periódicamente por las cosechas, en el sentido más literal de la palabra: los agricultores locales tratan de defenderse de bandas armadas formadas por militantes de extrema derecha. Requisan material agrícola y grano apaleando brutalmente a quien se les opone. Y la corrupta policía no se apresura en responder a las acciones de los saqueadores o lo hace demasiado tarde, solo por las apariencias.

En estas circunstancias, la privatización de la tierra representará una segunda edición de los años noventa, cuando bandidos se hicieron con las fábricas y se quedaron con la vivienda de la población en las grandes ciudades. Personas de camuflaje fácilmente obligarán a la población local a cambiar los contratos de sus tierras, simplemente porque nadie les protegerá. Y para sobrevivir en las actuales condiciones de crónico desempleo, muchos tendrán que vender voluntariamente sus posesiones a los bajos precios establecidos por los compradores, que los habrán acordado entre ellos.

Todo esto llevará a otra oleada de emigración laboral, cuando loa agricultores sin tierras se apresuren a las ciudades y muchos más se marchen a recoger fresas en Polonia o a trabajar en empresas cárnicas en Chequia. Eso significa que seguirá aumentando la despoblación, que ya es una catástrofe demográfica. Según informó el Servicio Nacional de Estadística, el país ha perdido más de 300.000 habitantes en el último año, la población equivalente a toda una capital de provincia. Y esto ocurre en el contexto de caída de la natalidad, con 37 nacimientos por cada 100 muertes, un récord negativo.

Todos los componentes de la crisis socioeconómica están esencialmente vinculados. Al perder su tierra, el Estado perderá a muchas personas que no tienen cabida en el negocio internacional. La venta de tierra agrícola puede convertirse en un drama similar al descrito en el famoso poema “Barranco frío” de Tarás Shevchenko, que parece dirigido a los actuales gobernantes de ucrania. Sin embargo, los actuales ucranianos hoy en día citan a un clásico contemporáneo: el alcalde de Kiev Vitaly Klitschko. Dirigiéndose a sus compatriotas, lanzó la frase: “Preparaos para la tierra”. Así que se puede decir que han sido advertidos de todo.

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