Kazaj… Colombia y Marruecos: dos países “ejemplares” fuera del foco

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Desde el 1 de enero vienen produciéndose en Kazajistán movilizaciones contra el gobierno debido a la subida del precio de los combustibles, el gas y la electricidad. Estas movilizaciones han escalado de manera precipitada en enfrentamientos armados con la policía que han llegado a saldarse con hasta tres policías decapitados. Rápidamente medios de comunicación como ABC, El País, o Euronews se han pronunciado a favor del cambio de régimen y contra el actual gobierno kazajo, y se han apresurado a denunciar la “vulneración de derechos fundamentales”, abogar por la “desobediencia civil”, denunciando el “intervencionismo del Kremlin” y la “feroz represión policial de las protestas”. Inmediatamente una parte de la izquierda de nuestro país ha comenzado a pronunciarse en la misma dirección, subiéndose al tren fletado por los grandes emporios comunicativos para poner el foco en este rincón del Asia central del que -estamos seguros-prácticamente nadie en nuestro país conoce en profundidad qué es lo que está pasando y bajo qué pretexto se mueven aquellas personas que se manifiestan contra el gobierno. El guion nos suena sin embargo algo repetitivo, y, sea simplemente como precaución, merece la pena no aventurarse y replantearse qué intereses arrastran nuestra mirada a un punto u otro del planeta.

Otra vez un “gobierno autoritario”, otra vez proclamaciones furibundas en favor de los derechos humanos, y otra vez en un enclave cuya desestabilización favorece los intereses geoestratégicos de las grandes potencias occidentales. A falta de un estudio sistemático de las razones que originaron las protestas, y el esclarecimiento preciso de las organizaciones que están capitalizando el descontento y bajo qué pretexto, apelamos a los militantes y activistas, mejor o peor intencionados, a no dejarse llevar – de nuevo – por el cauce que nos marca el enemigo. Antes de redactar grandes declaraciones y posicionamientos, debiéramos cuestionarnos si acaso no nos están posicionando ya unos medios – que ni por asomo están “en el medio” – y que – “casualmente” – nos vuelven a marcar la agenda de lo que debiera preocuparnos. En ese sentido rescatamos este artículo actualizado del número 18 de nuestra revista, en el que interpelábamos a la izquierda, y especialmente al movimiento internacionalista a no dejarse llevar por la hoja de ruta que nos marcan los voceros de la oligarquía financiera internacional.

Red Roja asumió desde su nacimiento un compromiso firme en la lucha internacional contra el imperialismo. Para nuestra organización esto supone la defensa a ultranza de los pueblos agredidos, contra cualquier equidistancia, por encima de las banderas y las consignas que el movimiento de resistencia enarbole y más allá de lo que diga de sí mismo. Incluso si su propia argumentación “verbal” entra en contradicción con determinados principios del movimiento comunista. Y es que, independientemente de ello, todo movimiento que combate al imperialismo no puede dejar de favorecer objetivamente el triunfo de la revolución socialista en el plano internacional. No obstante, todavía hoy no hemos sido capaces de generar un movimiento de solidaridad a la altura de los retos que marca el contexto de desestabilización general y de guerra permanente que imponen los imperialistas. Uno de los problemas más difíciles de resolver ha sido el desarrollo de una agenda propia, que no fuese rehén de los términos y condiciones que nos impone la propaganda de guerra de los medios privados de comunicación, en su campaña contra países soberanos como Venezuela, Siria, Libia, Rusia, etc. Nos hemos visto obligados, por lo precario del movimiento de solidaridad, a actuar casi siempre “en respuesta”, intentando rebatir cada una de las mentiras que lanzan los medios, sin ser capaces de marcar nuestra propia agenda y llevársela a nuestro pueblo.

Un ejemplo paradigmático es lo poco o nada que se habla de la situación política en geografías muy ligadas a nuestro país, como son Marruecos o Colombia. Países de los que provienen numerosos trabajadores que hoy residen en España. Países con los que la élite de la clase dominante mantiene estrechos vínculos económicos. En los que cada día se producen flagrantes vulneraciones de derechos elementales. En los que una parte importante de la población malvive en condiciones de pobreza extrema, y donde además existen o han existido recientemente poderosos movimientos populares de resistencia, de los que el movimiento comunista sabe menos de lo que debería.

El Marruecos del sátrapa Mohammed VI cuenta por cientos los presos políticos en sus cárceles, entre saharauis, rifeños y líderes de izquierda, mientras no paran de aumentar en igual proporción la pobreza extrema de la inmensa mayoría de la población rural, por un lado, y el número de multimillonarios por otro. En estado de guerra y movilización total contra el Polisario desde el año 2020, y al borde de la guerra también con la República de Argelia, la monarquía utiliza el nacionalismo como mecanismo para aplacar la conflictividad social y censura cualquier medio independiente que trate de investigar las corruptelas de la corte. Sin embargo, este país parece haber logrado comprar el silencio de esos grandes defensores de la libertad de prensa y los derechos humanos en base a sendos acuerdos con otros Estados promotores del terrorismo internacional como Israel, Arabia Saudí, los Estados Unidos, Francia o la propia España –con la que no obstante su otrora boyante relación hoy pasa por horas bajas –.

Colombia por su parte, lleva instalado desde principios del siglo pasado un régimen político oligárquico, auspiciado por los Estados Unidos, que ha perseguido y masacrado todo tipo de protestas campesinas y obreras, que ha exterminado a poblaciones indígenas, que ha sustentado el narcotráfico internacional de manera impune y dado rienda suelta a infinidad de grupos paramilitares ultraderechistas, organizaciones mercenarias asesoradas y adiestradas por los servicios de inteligencia norteamericanos en el contexto de la lucha contrainsurgente, para acabar con cualquier reducto de poder popular que contradijese los designios de la clase dominante. Desde 1977 han sido asesinados 157 periodistas, la inmensa mayoría de ellos a manos de la fuerza pública, grupos de gánsteres y fuerzas paramilitares. Sólo en el año 2018, en medio del mal llamado “proceso de paz”, fueron asesinados 172 líderes sociales, campesinos, indígenas, sindicalistas y guerrilleros desmovilizados. Una dinámica de violencia descarada que tuvo el año pasado uno de sus momentos más brutales y siniestros, cuando en el contexto del Paro Nacional, fueron apareciendo numerosos documentos gráficos que demostraban la implicación de la policía y el ejército en la conformación de escuadrones de la muerte. Grupos de sicarios dedicados a la detención, tortura y desaparición de manifestantes en ciudades como Cali, Bogotá o Medellín.

¿Por qué el diario El País no pide respeto a los derechos humanos en estos otros rincones del mundo? ¿Por qué el ABC no rotula en primera página informando sobre lo que allí está sucediendo? ¿Por qué un medio privado como ese, controlado por accionistas como CaixaBank, el Santander y HSBC, no retrata esa realidad y deja a estos países fuera de foco? ¿Quién podría sospechar del impoluto altruismo informativo de gente tan maravillosa como los banqueros, los fondos buitres o los jeques cataríes que controlan lo que es o no merecedor de ocupar la opinión pública internacional? ¿A quién se le ocurriría cuestionar lo que tan ejemplar “libertad de prensa” tuviera que decirnos sobre… Venezuela, Siria, Ucrania, Rusia, Serbia, o ahora Kazajistán?

Fuente: Red Roja

1 COMENTARIO

  1. Y ahora, encima, cuando ya se ha visto que este intento de abrir un nuevo Maidán se ha ido definitivamente al garete, los medios voceros del capitalismo rabioso se dedican a sembrar la especie de que lo sucedido no ha sido más que pugnas por el poder entre mafias nacionales.
    Todo menos informar de que sus amos han sufrido un nuevo revés. Es lastimoso el periodismo lacayuno.

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