El desarrollo del movimiento obrero en España tiene sus orígenes en el mismo momento en que empieza a industrializarse el país, sustituyendo el feudalismo imperante hasta entonces por el modo de producción capitalista, siguiendo la estela del resto de países europeos. A partir de este momento, a mediados del siglo XIX, el asociacionismo obrero evolucionó desde las sociedades de socorros mutuos y las agrupaciones de oficios semi-artesanales hacia fórmulas más desarrolladas, conforme el propio capitalismo evolucionaba a fases más avanzadas, hasta llegar al modelo sindical que hoy conocemos. Durante este proceso, la mayor parte del tiempo, las organizaciones obreras de clase actuaron en duras condiciones de clandestinidad y represión, algo que lejos de amilanar a la clase obrera española le sirvió para adaptarse a los diferentes contextos a los que la lucha de clases la abocó.
Los orígenes del sindicalismo en España
Lejos de amilanarse, la clase obrera siguió aumentando de grado en grado su organización en la creciente industria catalana a través de la constitución de una confederación de sociedades obreras conocida como “Unión de Clases”, llegando a provocar un cierre patronal en 1855. Fue en julio de ese mismo año cuando se tiene registrada la primera huelga general en España por el derecho de asociación y la jornada laboral de 10 horas bajo el lema “¡Asociación o muerte!”.
La expansión del movimiento obrero en España era una realidad y sus reclamaciones llegaron a las Cortes tras una recogida de firmas realizada exclusivamente entre proletarios que alcanzó una nada desdeñable cifra de 33.000 signaturas, y que decía lo siguiente: “Hace años que nuestra clase va caminando hacia su ruina. Los salarios menguan. El precio de los comestibles y el de las habitaciones es más alto. Las crisis industriales se suceden. Hemos de reducir de día en día el círculo de nuestras necesidades, mandar al taller a nuestras esposas, con perjuicio de la educación de nuestros hijos; sacrificar a estos mismos hijos a un trabajo prematuro. Es ya gravísimo el mal, urge el remedio y lo esperamos de vosotros” (Exposición presentada por la clase obrera a las Cortes de Cádiz, 7 de septiembre de 1855).
Este poso organizativo se mantuvo durante los años posteriores y las masas obreras recibieron con júbilo la Revolución Gloriosa de 1868, la cual parecía prometer un gran abanico de libertades hasta entonces restringidas a la élite de la sociedad. Estos ánimos fueron rápidamente apagados por el agua fría de la represión contra la I Internacional, que fue prohibida en España y se vio obligada a actuar en la más estricta clandestinidad.
La Restauración y los primeros sindicatos de clase
En este contexto asistimos al convulso desarrollo de las organizaciones de la I Internacional. El primer conflicto se da en el marco de las disputas entre las corrientes anarquistas, caracterizadas por su heterogeneidad y eclecticismo, presentes mayoritariamente en Barcelona y Andalucía y las socialistas, hegemónicas en la federación madrileña, dirigida por Pablo Iglesias, la cual editó entre 1871 y 1874 el semanario La Emancipación, pudiendo aludir que es dicha publicación la primera en España de corte abiertamente marxista. Este conflicto acabará saldándose con la expulsión de la federación madrileña de la Federación Regional Española de la AIT (FRE).
En las filas del anarquismo, a pesar de conseguir la hegemonía en la federación española, no estuvieron exentos de conflicto ni de divergencias. La FRE acabó disolviéndose debido a las disputas internas entre las posiciones abiertamente bakuninistas, defendidas mayoritariamente por las organizaciones andaluzas, y la vía reformista, por la que apostaban las catalanas, siendo ambas regiones las que contaban con la mayor parte de la afiliación a la AIT. El anarquismo, si bien tuvo un desarrollo amplio desde una perspectiva general, vivió en una constante guerra interna hasta la clarificación política que experimentó la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) en 1919, cuando apostó por el anarcosindicalismo. Hasta entonces, las disputas entre las posiciones bakuninistas, tendentes a la postura sindical, y las kropotkinianas, que apostaban por la vía terrorista, llevaron a continuos callejones sin salida e hicieron perder gran parte de la referencialidad entre las masas obreras que tuvo la organización oficial de la AIT en España, algo que actuó en beneficio de la penetración de las ideas socialistas entre los trabajadores.
Precisamente, estos socialistas que comenzaron a frecuentar los cafés madrileños y que tenían una incipiente presencia entre los telegrafistas, empezaron a tejer relación con los dirigentes marxistas de la Internacional gracias a la presencia de Lafargue de España tras la represión de la Comuna de París y hasta 1873, y al posterior exilio en Francia de José Mesa, lo cual marcó las influencias políticas francesas del socialismo español.
La correspondencia entre Pablo Iglesias y Friedrich Engels a partir de 1879, año de fundación del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), fue además, si bien no profusa, sí constante durante muchos años. La creación del PSOE y la difusión de publicaciones como El Obrero, periódico lanzado en 1880 y donde colaboraban tanto socialistas como dirigentes de las asociaciones de socorro mutuo que habían roto con el anarquismo imperante en la FRE, o El Socialista, órgano de expresión del PSOE, permitieron la expansión por todo el territorio nacional de las ideas socialistas.
En 1888, el crecimiento lento pero paulatino del socialismo llevará a la fundación de la UGT el 14 de agosto, aprovechando la reciente ley de asociaciones aprobada durante el Gobierno largo de Sagasta. Con la UGT y el PSOE, sindicato y partido, el socialismo español entra dentro definitivamente de la gran familia socialdemócrata europea, bajo la batuta del socialismo alemán.
Las primeras décadas del siglo XX: del trienio bolchevique a la dictadura de Primo de Rivera
La UGT llevaba la delantera al PSOE en numerosos frentes, particularmente debido a la creciente influencia de los comunistas en su seno, más aún tras la Gran Revolución Socialista de Octubre y el nacimiento de la Unión Soviética. La conflictividad social en España alcanzaba cotas nunca vistas y la lucha de clases se palpaba a cada paso. En este contexto, la burguesía española cerró filas y esgrimió la represión como la única forma de mantener intactos sus beneficios. A estos intereses contribuyó en mayor o menor medida el PSOE con la expulsión de los delegados y secciones comunistas en el Congreso de la UGT en 1922 y con el colaboracionismo desplegado en el posterior período de dictadura de Miguel Primo de Rivera entre 1923 y 1930.
Durante la dictadura, el régimen clausuró y reprimió todo conato de oposición obrera y cooptó para sus intereses al Partido Socialista, haciéndole partícipe de un sistema corporativista y destinado a la conciliación de clases bajo el interés de la burguesía. A pesar de ello, las movilizaciones no dejaron de sucederse en un contexto de profunda crisis económica debido a los costes de la guerra en el norte de África.
La II República y la Guerra Nacional-Revolucionaria: las disensiones y la dirección política del movimiento obrero
Durante este periodo se agudizaron las contradicciones entre comunistas y socialdemócratas en el seno del movimiento obrero, especialmente en la UGT, al calor de las cada vez más intensas protestas en el campo y en la ciudad. El momento álgido llegó con la Revolución de Octubre de 1934, en Asturias, en protesta contra las acciones del Gobierno conservador de la República y el viraje reaccionario que estaba tomando. En este marco, la división en el seno de las fuerzas progresistas marcó duramente el fracaso de la huelga general revolucionaria que se declaró en la cuenca asturiana, lo cual supuso la prueba de que la vía revolucionaria no entraba en los planes de la socialdemocracia ni en los del liberalismo progresista.
Con esta agudización y polarización de la sociedad se llega a la Guerra Civil. Este conflicto, analizado por parte del PCE como un proceso de guerra nacional-revolucionaria, llevó a amplias masas de trabajadores, encuadrados en los sindicatos de la fábrica, al frente a luchar contra la reacción. Allá donde el golpe de Estado triunfó, los sindicalistas fueron los primeros en ser ejecutados por el fascismo, prueba del carácter de clase de las tropas franquistas.
En el bando republicano, las dificultades encontradas a la hora de adoptar una unidad de acción en pos de la victoria en la guerra provocaron no pocos enfrentamientos en la retaguardia, algo desgraciadamente por todos conocido. También desde el reformismo se trató de aislar la influencia de los comunistas en el seno del sindicalismo intentando garantizar la dirección política que tenía el PSOE en la UGT. La errada política del frentepopulismo del PCE, que antepuso una voluntad de compromiso con el Gobierno republicano a los objetivos independientes del proletariado, favoreció que la burguesía acabara aislando al PCE, propiciando el golpe de Estado de Casado en Madrid y la claudicación republicana.
El movimiento obrero durante el franquismo
En los años 50, con la perspectiva ya de una dictadura a largo plazo y el maquis en retroceso, desde el PCE, que constituía la única fuerza política de oposición digna de recibir ese apelativo, se comenzó a trabajar en la construcción de un aparato organizativo con un enfoque destinado al encuadramiento de nuevas masas de obreros en el Partido. El rápido impulso a la industrialización que el régimen de Franco llevó a cabo con los planes de desarrollo y la entrada de capital extranjero ocasionó un gran éxodo rural y la ampliación numérica de una clase obrera industrial joven que rápidamente entró en contacto con los cuadros comunistas en la clandestinidad.
Las movilizaciones obreras, si bien existieron en los años anteriores, quedaron en pequeños estallidos anecdóticos si las comparamos con el potente movimiento obrero que se gestó en los años 60 y 70, cuyo pistoletazo de salida fue la famosa “Huelgona” de 1962 en los pozos mineros asturianos, los cuales ya venían experimentando una escalada movilizadora desde finales de la década de 1950. En esta huelga, en los momentos en los que los ánimos parecían flaquear, tuvieron un especial papel las mujeres integradas en la célula del PCE de Mieres, que, recogiendo la vieja tradición del movimiento obrero español, arrojaron granos de maíz en las entradas de los pozos, señalando de esta manera a los esquiroles como “gallinas” y dejándolos, de facto, al margen de la sociedad.
La experiencia de las movilizaciones mineras en Asturias, donde se formaron comisiones de trabajadores para negociar directamente con los dueños las exigencias de la plantilla, fue la primera piedra en la construcción del gran ariete del antifranquismo que fueron las Comisiones Obreras. El modelo de las comisiones de fábrica se exportó a todos los puntos del país impulsando cada vez una mayor coordinación y asumiendo, al recalcar el papel socio-político de dicha estructura, la dirección del conjunto del antifranquismo.
Fue precisamente contra Comisiones Obreras contra quien más duramente actuó el franquismo durante los estados de excepción que se declararon entre 1970 y 1973. Durante estos años, el periodo álgido de movilización fue el que transcurrió entre la detención de la Coordinadora General de Comisiones Obreras el 24 de junio de 1972 en Pozuelo de Alarcón y el juicio de los 10 dirigentes de CCOO detenidos el 22 de diciembre de 1973, es decir, durante el llamado Proceso 1001. La detención de la dirección de Comisiones Obreras encontró movilizaciones de solidaridad en toda España y en un gran número de países.
A partir de 1973, la escalada de movilización obrera se acentuó profundamente, en lo que fue una lucha a cara descubierta contra el fascismo. En el primer trimestre de 1976 se batieron todos los récords de movilización obrera en la historia de España; se alcanzaron las cifras más altas hasta hoy en número de huelgas, de huelguistas y de horas perdidas en un contexto, conviene recordarlo, de clandestinidad y de ilegalidad de todas estas formas de protesta. A pesar de ello, los problemas internos, las disputas en el seno del antifranquismo y la falta de dirección política por parte de un PCE inserto de pleno en las dinámicas eurocomunistas impidieron la articulación de una perspectiva revolucionaria de salida de la dictadura.
El modelo sindical actual: entre el pacto y el conflicto
En los años 80 se abre el ciclo de las grandes movilizaciones contra la desindustrialización en numerosos puntos del país, condición sine qua non para entrar en el jugoso mercado que representaba la Unión Europea para los grandes monopolios españoles. Estas movilizaciones arrojaron episodios históricos como las huelgas en los astilleros asturianos, los sucesos de Reinosa y la gran huelga general del 14 de diciembre de 1988 con el Plan de Empleo Juvenil como detonante. Episodios de renombre que, no obstante, ante la falta de una dirección política en clave revolucionaria, la deriva del PCE hacia la marginalidad parlamentaria y la perspectiva netamente reformista de las organizaciones sindicales, terminaron por llevar a la clase obrera a una pérdida de derechos constante durante los años 1990 y 2000.
Durante estos años, con la caída del bloque socialista, la difusión de nuevos modelos organizativos y frentes de lucha y la pérdida de las organizaciones celulares por parte de los comunistas se empieza a extender un discurso antisindical impulsado en buena medida por parte de los medios de comunicación burgueses y determinados ideólogos conservadores. Todo ello favorecido además por las prácticas del pacto social que han provocado una constante sangría de afiliación en las centrales sindicales y han llevado a una dinámica cada vez más próxima a la de sindicato “de servicios” que a la de una herramienta efectiva de lucha, dinámicas reforzadas y profundizadas durante las primeras décadas del s. XXI.