Mientras se especula con la posibilidad de negociaciones para congelar el conflicto, idea que a juzgar por las constantes filtraciones parece defender parte de la administración Biden, Rusia y Ucrania no solo negaron la posibilidad, sino que han incrementado sus actividades. Ucrania ha reanudado sus ataques sobre toda la línea de contacto de la RPL y pone sus miras en Melitopol en el frente de Zaporozhie, mientras que Rusia realizó uno de los más potentes ataques con misiles contra las infraestructuras de distribución eléctrica de Ucrania. Sin embargo, este ataque no ha dado lugar a los habituales puntos del argumentario ucraniano.
Generalmente, las autoridades de Kiev destacan los ataques como señal de debilidad rusa ante sus pérdidas territoriales, idea que sí se ha repetido en las últimas horas, pero añaden toda otra serie de puntos no necesariamente coherentes entre sí. Ucrania suele jactarse, en primer lugar, del buen hacer de su escudo antiaéreo, que generalmente intercepta, según la versión ucraniana, gran parte de los misiles rusos y drones iraníes. En segundo lugar, Kiev acostumbra a denunciar los enormes daños causados por el escaso número de misiles rusos que alcanzaron sus objetivos. En ocasiones, el número de misiles rusos que Ucrania admite no haber podido derribar es inferior al número de regiones en las que denuncia daños a causa de las explosiones. A todo ello, Ucrania añade la idea final: la necesidad de que sus socios aceleren la entrega de sistemas antiaéreos, aunque estos difícilmente serían tan eficientes como el escudo antimisiles ucraniano según las cifras de Kiev.
El impacto de un artefacto en el pequeño pueblo de Przewodów en Polonia, explosión que causó dos víctimas mortales inocentes, ha hecho modificar el discurso. El martes por la noche, la agencia AP afirmó, citando como fuente a un alto oficial de la inteligencia de Estados Unidos, que un misil ruso había “cruzado a Polonia”. No había lugar a dudas en su información, que se reprodujo en todo tipo de medios occidentales que entendieron esa afirmación como la confirmación de Estados Unidos de la autoría del ataque. La especulación pasó rápidamente del rumor sobre la autoría a descifrar las circunstancias en la que se había producido. La versión de un misil fallido que se desvió de su ruta fue la primera en aparecer, pero le siguió a la zaga la acusación de Ucrania y los países bálticos, que alegaban un ataque deliberado.
A lo largo de la tarde, se repitió una vez más esa división entre las autoridades políticas y militares estadounidenses. Mientras la inteligencia acusaba por medio de la prensa a Rusia de un ataque, el Pentágono se negaba a confirmar la autoría del ataque. El hecho de que se trate de la misma división entre detractores y defensores de la búsqueda de un proceso de negociación entre Rusia y Ucrania para poner fin al conflicto o, cuando menos, congelarlo, es una muestra de la importancia del incidente.
En la división entre cautelosos y radicales, se destacaron desde un principio los países bálticos. Ni la prudencia del Pentágono ni el anuncio de Polonia de la inminente invocación del Artículo IV de la OTAN, que únicamente implica una consulta colectiva de un peligro a la integridad territorial de uno de los países miembros, hizo esperar a países como Estonia, que rápidamente recuperaron la retórica del Artículo V. Los países bálticos se mostraban dispuestos a apelar al artículo que exige la seguridad colectiva a causa de lo que desde un principio pareció un misil perdido sin intención alguna de atacar un granero de Polonia.
A lo largo de las últimas horas, ante la falta de dudas sobre el origen del misil, que desde el martes por la noche quedó identificado como un misil antiaéreo S-300 que utilizan ambos ejércitos, el discurso se ha modificado. Rápidamente quedaron obsoletos los mensajes publicados por representantes ucranianos como Dmitro Kuleba, que afirmó que calificaba de “teoría de la conspiración” la afirmación rusa de que la explosión había sido causada por un misil S-300 ucraniano.
Por la mañana, no se trataba ya de un ataque ruso sino de un ataque con un misil de fabricación rusa, una forma de tratar de confundir a la población. Solo el análisis de los restos del misil y su número de serie podrán determinar finalmente su procedencia, aunque a estas alturas ni Estados Unidos ni la OTAN dudan que no fue disparado por Rusia, pero las hipótesis principales son dos: un misil de fabricación soviética o de fabricación ucraniana según el diseño soviético.
Frente a sus socios extranjeros, que han aprovechado la coyuntura para justificar una mayor militarización del continente europeo con más sistemas antiaéreos estadounidenses en el “flanco oriental de la OTAN”, Ucrania continuó a lo largo del día de ayer tratando de culpar a Rusia. Aunque una parte del gobierno se había sumado ya a la máxima de que Rusia es culpable, ya que fue un intento de derribar un misil ruso lo que provocó el incidente o fue Rusia quien comenzó la guerra (no lo hizo, no fue Moscú sino la administración de Turchinov la que inició la guerra en 2014), algunas de las figuras más relevantes del régimen ucraniano se aferraban a la idea de un ataque deliberado ruso.
Por la mañana, cuando todos sus socios habían admitido ya que el misil no había sido disparado desde Rusia ni por Rusia, Volodymyr Zelensky reiteraba en su discurso al G-20 la desechada versión del ataque ruso. Por la tarde, el presidente del Consejo de Defensa y Seguridad Nacional de Ucrania, tercera autoridad del país, exigía una investigación conjunta y exigía que se permitiera inmediatamente a Ucrania acceder al lugar. Danilov se mostraba también dispuesto a entregar a sus socios pruebas “de la pista rusa”. Pruebas que simplemente no existen.
Horas antes, en su comunicación diaria, Zelensky había afirmado que lo ocurrido era “un ataque contra la seguridad colectiva”. Aún más duro que Zelensky, el ministro de Defensa Oleksiy Reznikov trataba de utilizar la muerte de dos civiles inocentes para lanzar un reproche a sus socios y calificaba “el ataque” como “profecía autocumplida” causada por la negativa de la Alianza a “cerrar los cielos” de Ucrania.
El intento de involucrar a la OTAN en la guerra continúa. Sin embargo, esta es posiblemente la parte más importante de lo sucedido: ante la posibilidad de alegar que Rusia había utilizado un S-300 como misil terrestre, idea que se ha utilizado en el pasado según la falsa tesis de que Moscú ya no dispone de misiles, la OTAN se ha conformado con admitir la realidad y evitar una escalada. Por la mañana, Rusia, que introdujo también su propia teoría de la conspiración, acusando a Ucrania de un ataque deliberado en busca de la invocación del Artículo V, apreciaba la constructiva postura de Joe Biden, aunque llamaba a consultas al embajador de Polonia para achacar al país sus acusaciones.
El incidente muestra dos aspectos importantes. En primer lugar, las apariciones de Zelensky han vuelto a demostrar que el discurso ucraniano se limita a la constante acusación contra Rusia, se base en la realidad o no. Aunque el incidente siempre pareció sencillo de descifrar, Ucrania se ha aferrado durante horas a un argumento basado únicamente en la certeza de que cualquier acusación contra Moscú es creíble para su población y para la población occidental. De la misma forma ha actuado Kiev en el caso de sus bombardeos contra la central nuclear de Zaporozhie y en los ocho años de acusaciones de bombardeos rusos sobre las ciudades de la RPD y la RPL.
En segundo lugar, los hechos muestran que no solo Rusia busca mantener el conflicto limitado a territorio ucraniano. En los más de ocho meses de intervención rusa, Moscú ha evitado cualquier incidente que pudiera ser considerado un ataque contra la OTAN. Lo ocurrido esta semana y la reacción de la administración de Estados Unidos, primero en sus representantes militares y posteriormente los políticos, muestran que, aunque gran parte del establishment estadounidense está dispuesto a luchar contra Rusia hasta el último ucraniano, no hay interés por extender el conflicto. Ese intento se limita, por el momento, al gobierno ucraniano y los países más radicales de Europa, los países bálticos o a figuras como Anders Aslund, que exigía el martes que la OTAN pruebe «para qué existe» e imponga una zona de exclusión aérea en Ucrania y destruya la flota rusa del mar Negro.
Que hermosa esta frase del articulo: ” gran parte del establishment estadounidense está dispuesto a luchar contra Rusia hasta el último ucraniano”
ME ENCANTO TODO EL ARTICULO, gracias por escribirlo y publicarlo.
Patrioteros saludos