Gustavo Espinoza M.*.— En otras palabras, es una manera de alentar el descontento masivo de la población que se levanta hoy contra la imposición arbitraria de una Clase Dominante empeñada en humillar a los peruanos.
Por lo demás, induce a un fracaso absoluto. El jueves 14, sin garantías y con reuniones públicas prohíbidas, hubo mítines y marchas en todo el país; y la policía y el ejército, no tuvieron más alternativa que “custodiar” a los manifestantes para que se expresen.
Lo otro, hubiese sido disparar contra el pueblo. Y salvo excepciones, no se atrevieron a tal crimen. Sólo mentes enfermas -Hugo Guerra, Fernando Rospigliossi o Phillips Butther- podían pensar en “el uso de las armas” contra millones de peruanos que se movilizaron exigiendo libertad para Castillo y cierre del Congreso.
Oficialmente se dice que la disposición conocida se orienta a “restablecer el orden” y “cautelar los bienes públicos y la propiedad privada”. Es, sin duda, la peor forma de hacerlo. Lo prueba Ayacucho, que volvió a ser “el rincón de los muertos”, y Cusco, que vivió lo mismo.
Más allá de las especulaciones de la “Prensa Grande” y los “analistas” a su servicio, el Golpe de Estado que ocurrió el 7 de diciembre no fue el que propusiera Pedro Castillo; sino el que ejecutaran al unísono la “mayoría” parlamentaria, los medios de comunicación, el Ministerio Público y la cúpula militar vigente. Ese fue el Golpe que se concretó, y derribó al Presidente electo en junio del 2021.
Ese Golpe no sólo se ejecutó, sino que prosperó y se mantiene aún vigente más allá de la infinita protesta ciudadana a la que se busca acallar mediante la medida que deja a los peruanos sin garantías. Vano intento como se ha podido comprobar en cada ciudad y en cada pueblo de la patria. Aquí se cumple el aforismo aquel que dice: mucho se puede hacer con las bayonetas, menos sentarse en ellas.
Es curioso, algunos voceros de la Clase Dominante se ufanan argumentando proteger a la Policía Nacional y a la Fuerza Armada, entidades a la que llenan de elogios para tenerlas a su servicio. Objetivamente, las usan como Fuerza de Choque contra el pueblo y hoy les demandan frenéticamente “usar las armas letales que les entregara el Estado” para convertirlos en asesinos.
Cuando eso suceda y después las aguas vuelvan su lugar, los uniformados deberán responder por los crímenes que cometieron, dado que en este caso, como en otros, la cadena se habrá de romper por el eslabón más débil.
Ocurre, sin embargo, que en este caso, la ultra derecha no puede valerse solamente de la Policía. Los “ocho mil manifestantes” a los que aludiera el titular de Defensa del nuevo régimen, se han multiplicado; y la institución convocada a actuar, no se da abasto para enfrentarlos. Hay que recurrir, entonces, a la Fuerza Armada.
Constitucionalmente, ella existe para defender la soberanía y la integridad territorial, y no tiene función deliberante. Esto significa que no puede “tomar partido” entre fuerzas políticas en disputa. Un contraste con lo que ocurre, porque en esta confrontación entre la oligarquía dominante y el pueblo, los mandos castrenses se ponen del lado de la primera y reprimen al segundo. Así sucedió en los años de Fujimori y se busca que ocurra hoy, cuando se promueve una colisión fatal entre Fuerza Armada y Pueblo.
Juan Velasco Alvarado nos habló del Binomio Pueblo-Fuerza Armada y construyó un proceso a partir del cual los hombres de uniforme se dieron la mano con los trabajadores de la ciudad y el campo, en el empeño de construir una sociedad mejor. A la inversa, el Fujimorismo buscó romper esa alianza y pretendió convencer a unos y otros de su imposibilidad.
A los uniformados, les aseguró que los pobladores, eran terroristas, vándalos y subversivos; y al pueblo, que los militares, eran sus verdugos. Abrió un abismo de sangre entre ambos y enfrentarlos, le permitió una victoria que le duró diez años.
Hoy, busca renovarla, pero sin base. Los hombres de uniforme –incluso la cúpula castrense- podrían ver el fin de los “Mandos” de aquellos años, desde “el general victorioso” Hermoza Ríos hasta sus coaligados Ibárcena Amico y Elesván Bello, pasando además por sus subordinados: encarcelados, enfermos y abandonados, sin el menor reconocimiento, y sufriendo el repudio de todos.
Pero no fue esa sólo la experiencia peruana. En Argentina, Chile y Uruguay sucedió lo mismo. ¿Qué les espera ahora a los aprendices de dictadores y asesinos? ¿Qué aliciente tienen?
Dina Boluarte llegó al gobierno en sucesión constitucional. Pero ante ella se abrieron dos caminos. Asumir el mensaje que portaba, y ser leal a él. O doblegarse ante la Mafia. Optó por éste. No le tembló la mano para ordenar la intervención de la Fuerza Armada, para luego reír y bailar. Ni tampoco para firmar el desembolso de mil 800 millones de soles en beneficio de la “Prensa Grande” que ya moría de inanición. Los “medios” lo agradecerán porque ya no daban más.
El Golpe, los salvó. Felices, insisten: son vándalos los que protestan. Y aseguran que “dos mil vándalos” pretendieron tomar Aeropuerto de Ayacucho. Pero ya nadie cree eso. Hasta Kenyi Fujimori se dio cuenta: “si te opones a ellos, te terruquean”, dijo. Y es verdad.
Mientras los muebles que adornan ahora Palacio -los Ministros- callan en todos los idiomas, la Mafia se salió con la suya. Se consumaron todas las ilegalidades y dictaron “prisión preventiva” para Castillo.
Pero, además, la Cancillería enfila contra gobiernos de países hermanos siguiendo la pauta trazada por la embajadora de Estados Unidos, cuyo más reciente galardón fue su trabajo en la embajada USA en Irak. Vaya que experiencia tiene. Y manejo militar también.
En cuanto al pueblo, es claro que los peruanos estamos sin garantías.
*Periodista y profesor peruano / colaborador de Prensa Latina.