El terremoto baraja de nuevo las cartas en Oriente Medio

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Indecencia… 44.000 muertos. Apenas unos días después del desastroso terremoto que ha sacudido Turquía y Siria, a su vez ya sumida en doce años de guerra, algunos periodistas, impulsados sin duda por sus finas almas occidentales de “derechos humanos”, se atreven a soplar sobre las brasas de una polémica chocante contra los regímenes turco y sirio.

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Mientras Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Jordania, Rusia, Irán, Irak, Argelia, Omán, China y, más recientemente, Arabia Saudí, enviaban rápidamente suministros de socorro sin tener en cuenta la situación política de la región, la ONU no pudo convocar al Consejo de Seguridad con la suficiente antelación para enviar a Martin Griffith, el Representante Especial, al lugar de los hechos, mientras menguaba la esperanza de encontrar supervivientes bajo los escombros. Algunos países europeos dieron largas al asunto, presas del pánico ante la idea de verse obligados a negociar con Bashar Al Assad, el enemigo, tratado del mismo modo que el Califato Islámico.

 

Italia se atrevió a romper el bloqueo y enviar un carguero al puerto de Beirut para hacer llegar lo antes posible la ayuda necesaria para las urgencias de los socorristas sobre el terreno. Francia contribuiría más tarde enviando un hospital de campaña a Turquía.

¿Qué tiene de chocante la petición del presidente Assad de coordinar la ayuda internacional? Es fácil imaginar que no confía ciegamente en los “Cascos Blancos”, una organización humanitaria que trabaja en la provincia de Idleb, para ayudar a los “rebeldes”, es decir, a las milicias de Hayat Tarhir Al Sham, el Frente Al Nosra y otros grupos yihadistas, cercanos a Al Qaeda y al Califato Islámico, que fueron el arma de los occidentales para intentar acabar con el gobierno de Damasco, y que, además, actualmente intentan impedir que los camiones de la ONU lleven ayuda desde Damasco a la región.

Mientras, 65 civiles sirios y 7 soldados acaban de ser asesinados por estos miembros de Califato Islámico, sumando así desgracia a desgracia. Es cierto que 10 de ellos habían logrado milagrosamente escapar de su prisión. Según el periodista Simon Hersh, acusado de conspiración por todos aquellos a quienes molesta esta versión, los “Cascos Blancos” estaban sin duda detrás de la operación de falsa bandera sobre las armas químicas en Gutha, para acusar al gobierno sirio.

Y como si esta desgracia no fuera suficiente, Israel envió algunos misiles sobre Damasco, causando aún más víctimas.

Después de semejante catástrofe, un poco de humanidad, un poco de realismo político, habrían sugerido que París intentara reanudar los contactos con Damasco; según las palabras del periodista Georges Malbrunot, un acercamiento habría sido considerado por el presidente Macron, entonces desmentido, aunque había reconocido en 2017 “que aún no se le había presentado un sucesor de Bashar Al-Assad”.

¿Qué decir de la polémica en torno a las imágenes del presidente sirio y su esposa, Asma, en los hospitales de Alepo, acusados de recuperación política?

Aunque podría pensarse que el levantamiento de las sanciones impuestas a Siria en virtud de la “Ley César” parece evidente, algunos siguen prefiriendo explicar que no afectan a la labor humanitaria, sin dudar en hacer juegos de palabras. China ha aprovechado obviamente para pedir su levantamiento inmediato. En cuanto a la solidaridad de los países árabes, ha sido ejemplar y podría compensar los efectos devastadores de su implicación en la guerra.

Erdogan, cuyo país vive el apocalipsis, tampoco ha escapado a las críticas de los medios occidentales sobre la mala construcción de los edificios derrumbados.

Esta tragedia podría haber empujado a Occidente a un poco de humildad, de decencia; podría haber sido la ocasión para hacer un “mea culpa” sobre nuestra política en Oriente Próximo, donde sólo hemos sembrado desesperación, miseria y atizado conflictos étnicos.

Pero no. El campo del mal se ha convertido así en el campo del bien.

El acercamiento entre Erdogan y Assad, ya iniciado por los servicios de ambos países, se acelerará sin duda, para gran disgusto de Estados Unidos y de la OTAN, que tratarán de hacer todo lo posible por impedirlo.

El presidente turco, enfrentado al problema de los refugiados y de los kurdos del PKK, tras una década de derramamiento de sangre en Siria a cambio de nada, también podría tratar de hacer salir un “bien” de un “mal”.

En su deseo de seguir siendo el “pivote” entre Occidente y Oriente, y de mantener un pie en la OTAN, habrá conseguido mantenerse neutral en el conflicto ucraniano, manteniendo buenas relaciones con ambas partes, después de haber intentado mediar para ponerle fin.

Europa, y especialmente Francia, en su persistencia en negar sus errores, sumida ya en sus contradicciones en la Guerra de Ucrania, por miedo a correr el riesgo de enfadar a Washington, corre así el riesgo de quedar marginada y pagarlo caro.

Patricia Lalonde https://geopragma.fr/turquie-syrie-un-seisme-qui-rebat-les-cartes-au-moyen-orient/

Fuente: mpr21.info

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