Los informes de EEUU echan por tierra la existencia del supuesto síndrome de La Habana

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La propia CIA concluyó que es "muy poco probable" que las dolencias reportadas en diplomáticos estadounidenses en La Habana y otras ciudades hayan sido causadas por algún tipo de armas de "energía dirigida". La hipótesis había sido defendida por el expresidente Donald Trump y motivó una de las mayores investigaciones en la historia de la CIA.

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La historia de la supuesta afección comenzó en 2016, cuando funcionarios y diplomáticos de la Embajada de EEUU en Cuba reportaron una variedad de síntomas adversos como fatiga, dolores de cabeza, pérdida temporal de visión y audición, y mareos entre otras dolencias. Desde entonces, el servicio exterior estadounidense reportó casos similares en funcionarios de otras embajadas alrededor del mundo, especialmente en varios países con relaciones tensas con Washington como Rusia, China y otros estados de Oriente Medio.

 

En ese contexto, y si bien no existían pruebas científicas que lo avalaran, el entonces presidente estadounidense, Donald Trump, sostuvo públicamente que “Cuba es responsable” por lo que consideraba “ataques” a los funcionarios estadounidenses.

EEUU continuó manteniendo la hipótesis de que el síndrome de La Habana —o Incidentes de Salud Anómalos (AHI, por sus siglas en inglés), como lo denomina oficialmente EEUU— podría deberse a ataques con algún tipo de arma de energía dirigida que disparara ondas capaces de generar a distancia los males sufridos por los trabajadores.

La posibilidad de que esta supuesta arma existiera hizo que agencias como la CIA destinaran fondos e investigadores exclusivamente para determinar la naturaleza del presunto síndrome de La Habana. Sin embargo, siete años después, las conclusiones fueron menos jugosas de las que el equipo de Trump suponía en su momento.

De acuerdo a un artículo del diario Washington Post, siete agencias de inteligencia estadounidense revisaron cerca de 1.000 casos de AHI y, al menos cinco de ellas concluyeron que es “muy poco probable” que el malestar de los funcionarios haya sido provocado por un arma en manos de un enemigo extranjero.

Las investigaciones no pudieron encontrar patrones comunes en los episodios ni evidencias forenses o con datos de geolocalización de que adversarios militares operaran en zonas cercanas o pudieran enviar “energía dirigida” hacia la zona, consigna el periódico estadounidense.

De hecho, el síndrome se presentó incluso en locales ubicados en áreas plenamente controladas por EEUU, donde cualquier movimiento sospechoso hubiera sido fácilmente detectable por ellos mismos.

Los resultados de la investigación fueron respaldados por el director de la CIA, William J. Burns, que, según consignó el medio estadounidense, reconoció que el síndrome de La Habana había motivado “una de las investigaciones más grandes e intensivas en la historia de la agencia”. Por eso mismo, aseguró su respaldo firme al resultado del trabajo.

El jerarca aclaró, de todos modos, que esto no niega que los funcionarios sí hayan experimentado los síntomas sino que pone en cuestión que hayan sido provocados por un arma extranjera.

Científicos cubanos ya habían resuelto el misterio

Lo que ahora determina la CIA ya había sido señalado años antes por científicos cubanos, que por decisión del Gobierno de Cuba, y ante las acusaciones de la Casa Blanca, investigaron si la hipótesis de Trump tenía asidero.

En 2021, la Academia de Ciencias de Cuba presentó un informe técnico en el que descartaba la teoría de Washington, asegurando que la existencia de un arma de energía dirigida como la que presumía Trump “viola las leyes de la física” y en caso de existir debería hacerse a través de “equipos de altísima potencia y gran tamaño, difícil de ocultar”.

“Ninguna forma de energía conocida puede causar selectivamente daños cerebrales [con una precisión similar a un haz de láser] en las condiciones descritas para los supuestos incidentes de La Habana”, remarcaba el informe cubano.

En efecto el estudio cubano, consignado por el diario Granma, indica que un arma de estas características no podría haber actuado sobre el cerebro de los afectados sin también ser sentida por otros o “perturbar los dispositivos electrónicos en el caso de microondas” o provocar otras lesiones como rotura de tímpanos o quemaduras en la piel.

“Varios factores indican como improbable que los sonidos percibidos por el personal de la Embajada se deban a la emisión de microondas porque se necesitarían densidades de potencias masivas, tanto pico como media, para provocar la sensación de un sonido fuerte. Esto requeriría grandes equipos generadores de microondas, como los radares militares utilizados muy cerca del objetivo”, agrega el informe.

El reporte de la Academia de Ciencias de Cuba también indicaba que si bien “existen armas que utilizan el sonido para dispersar a las multitudes o microondas para desactivar drones”, este tipo de armas “son de gran tamaño y no hay posibilidad de que pasen desapercibidas (o dejen rastro) si se hubiesen desplegado en La Habana”.

 

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