RAÚL ANTONIO CAPOTE. La restauración capitalista y los mensajeros del desastre

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Los politólogos, expertos en «transitología», estudiosos del desmontaje del socialismo y la restauración capitalista nos presentan como el elixir mágico de la prosperidad las fórmulas aplicadas por los militantes del desastre en Europa del Este.

 

No existe otra manera de catalogar a los que lideraron la gran estafa, la tragedia que para toda la humanidad significó la caída del socialismo en esa región del mundo.

¿Qué se hizo de aquellos que pregonaban la tercera vía como opción segura y futura para sus naciones? ¿Dónde están los apologetas del socialismo con «rostro humano», de la «transición no traumática», alternativa al comunismo y al capitalismo salvaje?

La tercera vía, durante el enfrentamiento al socialismo, fue música grata a los oídos de los gobiernos capitalistas de occidente, melodía que, hacia el interior de los Estados socialistas, sonaba menos traumática y más fácil de aceptar por el pueblo.

Víctimas de una larga campaña de guerra cultural, de descrédito antisocialista, de acciones de sabotaje a sus economías y operaciones de subversión política, más los errores y desviaciones del Socialismo Real, los pueblos de Europa del Este estaban listos para creer en las promesas de los reformadores.

SE ACABÓ LO QUE SE DABA (LITERALMENTE)

Llegada la hora cero, rendido el socialismo, escamoteada la verdad de lo que ocurría a las grandes mayorías encandiladas por las promesas de cambio, los antiguos centristas, convertidos muchos de ellos en figuras predominantes de la restauración capitalista, se transformaron, como por arte de magia, en activos militantes del neoliberalismo.

Aquellos disidentes «reformadores», que vivieron su momento de gloria en los años 90, metamorfosearon con rapidez y devinieron arcángeles de la demolición, maestros de la aplicación de la «terapia de shock» que sirvió para despojar a la población del este europeo de las conquistas obtenidas durante los años de construcción socialista.

Los antiguos defensores de la tercera vía, con gran entusiasmo, se dieron a la tarea de privatizarlo todo y de vender a precio de ganga las riquezas de sus pueblos a los inversores extranjeros.

Europa occidental deliraba. Nunca, ni en sus mejores sueños, vislumbraron algo así: los tesoros acumulados durante años de esfuerzo fluían hacia las arcas de los grandes capitalistas europeos y estadounidenses.

Lech Walesa, presidente de Polonia, pedía entusiasmado: «Quiero que ee. uu. me mande a sus mejores generales: General Electric, General Motors y General Mills».

SOMBRAS NADA MÁS

La aplicación de la «terapia de shock», la persecución de los militantes comunistas y las leyes draconianas que prohibían dar ocupación a antiguos empleados de los gobiernos populares, ensombrecieron el paisaje de la restaurada «democracia».

De las promesas y los discursos sobre la libertad de expresión, los derechos humanos, el libre comercio, la felicidad que podrías comprar a la vuelta de la esquina en cualquier tenducha, no quedaron ni las sombras.

La cacería de brujas, al estilo de la Edad Media, persiguió con saña a los herejes que denunciaban la estafa, que fueron unos pocos en honor a la verdad. La mayoría danzaba al son que tocaba occidente hasta que, sin percatarse del momento exacto, comenzaron a perder el paso.

Desde el exterior la presión era cada vez más fuerte. La Fundación Nacional para la Democracia (NED) mencionaba en uno de sus reportes anuales que «el resurgimiento de personajes comunistas es un obstáculo para el desarrollo de las democracias funcionales», mientras el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo (EBRD) calificaba el posible retorno de excomunistas a los gobiernos como un retroceso con graves consecuencias.

Las llamadas leyes de des-comunización de las instituciones fueron aplicadas en casi todos los países exsocialistas. En muchos de ellos se estableció la exclusión de la candidatura a las elecciones de antiguos miembros del aparato estatal comunista.

La des-comunización se aplicó en profundidad para «limpiar las estructuras del Estado»; se aprobaron leyes que prohibían a los colaboradores del antiguo sistema trabajar en sectores como la Banca y la Educación.

Nada de amable, y mucho menos de reconciliadora, tuvo la llamada transición. Fue un proceso reaccionario de reconquista, de espoliación y domesticación de ideas que, para ser justos, dormían en muchos casos en el baúl de los recuerdos o fueron atadas con cintas de hule a la cintura de la gente, sin llegar a tocar los corazones y comprometer el alma.

No se puede dejar de mencionar la advertencia de Lenin, olvidada por oportunistas de toda laya, miedosos y pacatos seudorrevolucionarios, de que una revolución valía cuando era capaz de defenderse.

Privatizaciones, despidos, pérdidas de derechos, persecuciones… nada dejaron en pie. El neoliberalismo salvaje cambió la fisionomía de las antiguas repúblicas socialistas, el rostro inhumano del capitalismo mostró la mueca sórdida que le caracteriza.

Los países del Este de Europa debían adoptar la «terapia de shock» como condición previa para solicitar la intervención del fmi y el Banco Mundial y recibir otras ayudas de carácter crediticio.

Esa estrategia empobreció a los países, arruinando su estructura industrial, lo que constituyó un paso necesario para convertirlos, –como pretendían las instituciones financieras internacionales–, en mercados pasivos para los productos occidentales.

El 26 de diciembre de 1991 la urss firmaba su propia disolución. En los nueve años de presidencia de Yeltsin, el pib del país se desplomó un 40 %, numerosas fábricas cerraron y el desempleo aumentó hasta el 22 %; mientras la corrupción, la criminalidad y la economía informal florecían por todas partes.

Luego de la caída del Muro de Berlín llegó al poder la coalición conservadora, con Helmut Kohl a la cabeza en la República Federal Alemana (RFA), y se aceleró el proceso de restauración del capitalismo en la República Democrática Alemana (RDA).

Fueron privatizadas las empresas nacionales para su posterior desmantelamiento; decenas de miles perdieron sus trabajos, sus casas y su estabilidad en general. Los trabajadores de la Alemania Oriental pasaron a ser mano de obra barata para los dueños de las empresas de Alemania Occidental, convirtiéndose en «ciudadanos de segunda».

Después de la caída del socialismo, la población que vive en la pobreza se multiplicó en esta región por dos o tres veces. La transición al capitalismo condujo a la disminución en las expectativas de vida, al deterioro del sistema de salud pública y de educación, al aumento del crimen y la violencia nacionalista.

Con el capitalismo también llegaron, con inusitada fuerza, la droga, la corrupción, la delincuencia, la trata de personas, la prostitución.

Decía v. i. Lenin en La bancarrota de la ii Internacional: «El oportunismo franco, que provoca la repulsa inmediata de la masa obrera, no es tan peligroso ni perjudicial como esta teoría del justo medio, que exculpa con palabras marxistas la práctica del oportunismo, que trata de demostrar con una serie de sofismas lo inoportuno de las acciones revolucionarias».

La tercera vía es una falsa bandera enarbolada contra el socialismo, la izan siempre que la necesitan para impedir una revolución profunda, para mediatizarla o para ponerle fin. Es la punta de lanza de la restauración capitalista, del saqueo neoliberal y del desastre.

 

(Diario Granma)

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