Marcos Pestana (UyL).— Comenzaremos nuestro recorrido a la muerte de Fernando VII (“el Deseado”) que abdicó cobardemente -igual que su papá- en Fontaineblau ante Napoleón, lo que no le impidió -cuando éste resultó vencido- volver a encasquetarse la corona española aupado por serviles absolutistas al tiempo que perseguía a los patriotas que habían forjado la Constitución de 1812 en Cádiz.
En 1820 ante el pronunciamiento de Riego que sublevó a las tropas dispuestas a partir hacia las colonias hispanoamericanas para intentar acabar con sus aspiraciones independentistas no dudó en declarar públicamente “marchemos por la senda constitucional y yo el primero” mientras solapadamente negociaba con los monarcas reaccionarios europeos, lo que trajo en 1823 la entrada de los “Cien mil hijos de San Luis”, o sea, el ejército contrarrevolucionario francés para liquidar a los progresistas.
Como no tuvo más descendientes que su hija Isabel no dudó en abolir la Ley Sálica, vigente en España, por la que la Corona solo se transmitía al primer varón en la línea sucesoria -por cierto no fue hasta hace unos añitos cuando se abolió de nuevo para permitir que la hija mayor de Felipe fuera legalmente su sucesora-. Esto provocó que su hermano Don Carlos -al que le hubiera correspondido la sucesión- no aceptase la decisión y provocara a su muerte la primera guerra carlista, apoyado por lo más rancio, atrasado y absolutista de la nación. Isabel II, más por necesidad que por convencimiento, se vió obligada a apoyarse en los constitucionalistas, divididos en conservadores y progresistas, que se turnaban en el poder, aunque no electoralmente, sino a base de sucesivos golpes militares del militar que encabezaba su facción. Esta forma de gobernar, junto con la corrupción endémica y otras lindezas hizo que la desafección a la monarquía fuera aumentando hasta obligarla a tomar el camino de la frontera francesa en 1868.
La I República, ya malherida, recibe el golpe final cuando Martínez Campos se subleva en Sagunto a fines de 1874, adelantando un poco los planes de Cánovas del Castillo de volver a traer la monarquía borbónica con Alfonso XII, hijo de Isabel II (a la que hubo que convencer para que no volviera con su hijo de inmediato para que no hubiera impedimentos a la coronación de éste).
El turnismo de Cánovas y Sagasta, orígen del bipartidismo.
A partir de 1875 se precisa la formación de un bloque de poder donde la gran burguesía agraria (noble o no) se integra junto a la gran burguesía de negocios y a la industria de cabecera que también ocupará palancas importantes en el cada día más decisivo complejo bancario. Este bloque de poder será muy coherente, con su Constitución y sus leyes, su escala de valores y su mentalidad, sus instrumentos representativos en las bases sociales (partidos políticos de “turno”) y su aparato de sostenimiento -la red caciquil.
Las prerrogativas otorgadas a la Corona y al Senado (donde la nobleza y los personajes de la clase política tienen un peso decisivo) favorecían -en unión del sufragio censitario que Cánovas implantó reduciendo el censo electoral al 5% de la población del país- la formación de una élite de poder inclinada a la dominación de tipo oligárquico. El caciquismo -negación de la igualdad de los españoles ante las normas legales- contribuiría poderosamente a reforzar este tipo de dominación.
El sistema concebido por Cánovas necesitaba otro partido que pudiese desempeñar -sin discrepancias sobre el fondo de la legitimidad política y social- la función de oposición de Su Majestad reemplazando al partido del Gobierno en un juego de alternativa de poder asimilable superficialmente al practicado en Inglaterra. Así, Práxedes Mateo Sagasta crea, en junio de 1880, el Partido Fusionista, que más tarde tomará el nombre de Liberal y que iniciará la práctica del turno al hacerse cargo del ejercicio del poder en 1881. Recordemos que en esa época el 86’5 % de los 17 millones de habitantes (18’5 en 1900) vivía en zonas rurales, oscilando el sector industrial de la población activa entre el 16 y el 18 %.
Los partidos de turno eran partidos de notables y en modo alguno sistemas estructurados desde la cabeza a la base y recíprocamente, como los partidos modernos. Su auténtica realidad residía en Madrid, en el personal político dirigente, vinculado de una u otra manera con la oligarquía, en torno del cual se hallaban los diputados y senadores. Más allá del reconocimiento de la legitimidad del régimen se encuentra el carlismo, que se mantiene vivo en el País Vasco, que elige diputados carlistas; sin embargo pronto empieza la evolución hacia el fuerismo y a una toma de conciencia nacionalista.
Las limitaciones del turnismo del siglo XIX
Durante los años de la Restauración se operará lentamente el proceso de concentración de grandes empresas en la siderurgia, la maquinaria, la construcción naval, etc., viviéndose todavía un proceso de acumulación que procede de dos fuentes: la exportación de minerales en bruto y los negocios coloniales.
En esta época se distinguen dos etapas, de 1875 a 1902, y una segunda, de 1902 a 1923 que se caracteriza por la integración de las capas medias de profesionales intelectuales que aceptan la hegemonía del bloque dominante que, a cambio, les confiere la apariencia de un rol social destacado.
Los tres gobiernos de Sagasta, de 1885 a 1890, fueron en realidad uno, como también fue uno su famoso “Parlamento largo” (el último designado por voto censitario). No quiso Sagasta dejar el ejercicio del poder sin la consecución del sufragio universal (masculino, aclaramos nosotros). Cánovas se opuso con una sinceridad brutal: si el sufragio universal se aplicaba honradamente el país estaba abodado a la ruina del principio de propiedad, al comunismo y a no se sabe cuántos males. Podía adulterarse su aplicación pero para eso más valía no implantarlo legalmente. Sagasta tampoco se aprestaba a una aplicación prístina de los principios a la práctica, recordemos que veinte años atrás respondió a una pregunta hecha sobre las elecciones por Amadeo I con las palabras: “No se preocupe S.M.; serán todo lo sinceras que pueden ser en España”.
A partir de entonces se hizo mucho más difícil al conservadurismo sociológico y político continuar detentando la representación parlamentaria de grandes aglomeraciones urbanas. En efecto, las malas artes caciquiles se aplicaban con mucha dificultad en ciudades multitudinarias con organizaciones de oposición en un régimen de sufragio universal.
De manera sistemática, cada gobierno, conservador o liberal, obtenía la disolución del Parlamento al ser designado por la Corona y de forma automática lograba una mayoría aplastante de diputados, entre el 60 y el 70 % de escaños; al partido de turno que estaba en la oposición le quedaban algo más del 20 % de diputados.
El turno, con dificultades crecientes, durará hasta agotarse en 1923 el sistema canovista. El hundimiento del sistema político de la Restauración es, a un tiempo, producto de sus propias contradicciones internas (el exclusivismo y la fragmentación de los dos partidos turnantes, la institucionalización del caciquismo, la dicotomía entre la España oficial y la real, la oligarquización progresiva del bloque dominante y la la difícil articulación entre los grupos de intereses dominantes sobre diversos ámbitos territoriales y sociales) y su incapacidad para integrar en el sistema, convenientemente remozado, el cúmulo de nuevas fuerzas, económicas, sociales, políticas e intelectuales cuyo nacimiento e inmediata disidencia catalizó en la crisis del 98. A partir de esta fecha los movimientos nacionalistas, ya como partidos organizados, irrumpen en la política española añadiendo nuevas dimensiones a la crisis del régimen.
Turnismo contemporáneo. El bipartidismo y la limitada democracia burguesa española.
Después de la Dictadura de Primo de Rivera, el epílogo de la monarquía de Alfonso XIII, la Segunda República, la Guerra Civil y la dictadura franquista nos encontramos ya con una “nueva” restauración borbónica en la figura de Juan Carlos I, elegido a dedo por el Caudillo y que -no nos olvidemos- juró los Principios del Movimiento y no la Constitución del 78 (menos mal que como buen Borbón no le importaba un perjuro más o menos).
Aquí volvemos a ver encajar un bipartidismo de facto, donde los detentadores del poder en la dictadura forman la parte derecha del nuevo régimen y la disciplinada y modosita oposición se esfuerza por controlar al pueblo, mandándolo de nuevo a sus casas para poder entrar a formar parte de los resortes del poder.
Para ello se utiliza la Ley d’Hondt, sistema electoral de cálculo proporcional inventado por el matemático y abogado belga Victor d’Hondt, que pretende ofrecer un mecanismo proporcional entre los votos y el reparto de la representación parlamentaria dividiendo el número de votos emitidos para cada partido entre el número de cargos electos con que cuenta cada circunscripción. Es un sistema pensado para sistemas bipartidistas, beneficiando a los de mayor representación y a los partidos nacionalistas con fuerte implantación local.
¡Sorpresa! Eso de que todos los votos son iguales, ¡es mentira! Con la Ley d’Hont tu voto cuenta más si va “donde debe”, y -como veremos- también pesa más o menos dependiendo de donde vives. Vamos a explicarlo para aclarar las cosas:
Si en una circunscripcion el nº de votos fuese de 13.500 (sólo cuentan los votos válidos y en blanco, no el censo) y hubiera cinco cargos de diputados a elegir en esa circunscripción, supongamos que se presentan los partidos A,B,C y D. El A obtiene 5.000 votos, el B 4.000, el C 3.500 y el D 1.000. Hay que dividir estos números por 1,2,3,4 y 5 (que son los cargos electos en disputa). De todos los resultados obtenidos los cinco diputados se asignan a las cinco cifras más altas, independientemente del partido que sea (eso sí, si dicho partido ha logrado un mínimo del 3% del total de los votos, mínimo que varía según para qué elección se trate). Así, A se llevaría el primer diputado gracias a sus 5.000 votos, lo mismo que B el segundo por los 4.000 y C el tercero por los 3.500; pero el cuarto lo volvería a obtener A pues 5.000 entre 2 es 2.500, más que el cociente de D, y el 5º sería para B con la cifra 2.000 (4.000 entre 2). Luego vemos que D se quedaría sin diputado y C, a pesar de sus 3.500 votos sólo obtendría uno. En caso de empate, el escaño se le otorga a la formación con mayor número de votos, aunque esta posibilidad es muy remota.
Y hablemos ahora del segundo engaño: el número de diputados que se asignan a cada circunscripciòn es proporcional al nº de habitantes, pero sobreponderando el peso de zonas menos pobladas. Así en las elecciones generales hay 350 diputados para 52 circunscripciones y -salvo Ceuta y Melilla que tienen uno- el mínimo son dos diputados por provincia. Así en Soria (la provincia menos poblada) votan por la elección de dos diputados mientras que en Madrid (la más poblada) lo hacen por 36. ¿Qué significa eso? Que para lograr un diputado en Soria se necesitan 26.105 votos mientras que en Madrid hacen falta 100.595. Así es como los partidos nacionalistas, con sus votos muy concentrados en ciertas circunscripciones pueden obtener más escaños que un partido con más votos pero que tiene repartidos sus votos en muchas circunscripciones.
Y no se cansan de decirnos que todos los votos valen lo mismo. Es el mismo lenguaje mentiroso que utilizan cuando nos dicen que todos los españolitos tienen los mimos derechos, que todos somos iguales ante la ley y demás zarandajas.
Por cierto, que desde 1978 (por qué la gente se olvida de que se cocieron todas las componendas que llegan hasta nuestros días en los años que van desde la muerte en noviembre del 75 del dictador -y meses antes en realidad- hasta que nació virgen e impoluta (como Venus) la Constitución del 78) hasta ahora nuestros capitostes -que aprenden de su pasado- comprobaron que el bipartidismo con sus corruptelas y negocietes varios -como en la restauración anterior- dura aproximadamente 25 años antes que empiece a dar mal olor. ¿Alguien se cree que fue un movimiento inesperado a comienzos de este siglo XXI el intento de fundar Ciudadanos por la derecha y la irrupción de Podemos por la izquierda? Ciudadanos era el recambio que utilizarían si el PP daba síntomas graves de desgaste -sobre todo que su pata de extrema derecha se había “independizado” para formar un partido nuevo (VOX) a la estela de lo que ocurría con la práctica totalidad de los países europeos. Sin embargo se demostró que el PP todavía tenía cuerda y las luchas e indefiniciones de Ciudadanos lo ha condenado a su práctica desaparición y en Podemos hicieron lo mismo que el PCE (el PSOE era minúsculo en los 70) desmovilizando a la gente, diciéndoles: ¡váyanse a sus casas que nosotros nos ocuparemos de vuestras reivindicaciones! Y vaya que se ocuparon: igual que el PSOE de la Transición aglutinó a profesionales y capas medias muy preparadas que querían tocar poder, Podemos fue fagocitado por la cooptación de una capa dirigente de profesores universitarios que preguntaban, ¿qué hay de lo mío? Ellos sí se colocaron, ¡y muy bien!
El papel de la socialdemocracia y la “izquierda” constitucional
En cuanto al bipartidismo actual, ¿se fijaron en que la legislación represiva y las medidas económicamente lesivas para los trabajadores, era realizada por el PSOE y que el PP se limitó en lo esencial a aplicar dichas medidas cuando el bipartidismo le otorgaba el Gobierno? ¿Hay que recordar quién cerró los Altos Hornos en Euskadi, quién hizo la reconversión naval en el Norte y el Sur de España (cierre de astilleros y empresas afines que el la “neo-lengua” era reconversión)? ¿Quiénes decían que la OTAN era lo peor y luego hicieron un referéndum (no les quedaba otra opción que hacerlo después de lo que berreaban) en el que pidieron descaradamente el SÍ a entrar (aunque mintiendo una vez más hablando que no se iba a entrar en la estructura militar como la Francia del momento, y ya lo vemos)? ¿Quién promulgó la ley mordaza y la de la patada en la puerta? ¿Quiénes dijeron al llegar al gobierno (hay constancia en las hemerotecas) que les había llegado el momento de enriquecerse?
¡Y esta es la pata izquierda y “progresista” del bipartidismo! Bipartidismo que se completaba con la cuota de poder a las nacionalidades “históricas” en sus territorios, para que “ayudaran” a la gobernabilidad de todo el Estado. ¡Precisamente por su conveniencia, ninguno de los dos partidos JAMÁS, cuando ha llegado al poder, ha nombrado la ley d’Hont ni se ha planteado su eliminación y sustitución por un método más justo. ¡Podría pasar lo que ya ocurrió en 1931, cuando en las municipales la confluencia de republicanos y organizaciones de izquierda y obreras obligaron a Alfonso XIII a tomar el camino de la frontera! Y para qué sirve en realidad la “izquierda” constitucional, lo tenemos en Unidas Podemos, Sumar,… que -estando según ellos en contra de un montón de medidas políticas y económicas que perjudicaban a las personas trabajadoras- votaban disciplinadamente a favor de todas las medidas gubernamentales, ¡por responsabilidad!
¿Hace falta decir más?
Tremendo artículo, esclarecedor para todos aquellos que creen que estamos en una democracia , lo estamos pero en democracia burguesa y así nos luce el pelo. París bien vale una misa que diría el francés, lapsus, digo un sillón en las Cotes bien bale una bajada de pantalones que el sueldo lo merece. Si los 350 diputados de los cuales 4/5 partes no dan un palo al gua cobrasen 1.500 euros, veríamos cuantos galdrupas se apuntan a partidillos. Peroooo lo dicho, París bien vale una misa.