La irracionalidad del conservadurismo

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El conocimiento, la ciencia y la verdad son los mejores remedios contra el pensamiento reaccionario

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Foto: tomada de Unesco

Michel E. Torres Corona.— Se le atribuye a Bolívar la frase: «Un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción». La incultura, el desconocimiento, la pérdida de la memoria histórica, el analfabetismo en todas sus dimensiones, son variables que torpedean cualquier desarrollo humano y social verdadero. Pero, además, en esa ignorancia rampante florece el pensamiento reaccionario, una concepción retrógrada de la realidad, del universo inclusive, que no solo frena ese avance sino que puede llevarnos como civilización a un espantoso retroceso.

Las teorías conspiranoicas o conspiracionistas son un síntoma muy nítido de ese auge del pensamiento reaccionario, y su difusión masiva a través de internet nos permite transparentar esas lagunas de información y formación que tienen muchos ciudadanos del mundo, en cualquier confín del planeta. Ernesto Estévez Rams, en un artículo recientemente publicado, hace un pormenorizado análisis de la interrelación entre ese irracionalismo y una agenda política ultraconservadora y contrarrevolucionaria por esencia. Y lo hace a partir de ejemplos como el de la Fundación Pager poderosa organización que se dedica a difundir el discurso más rancio de la derecha –los pobres son pobres porque quieren, la desigualdad es buena, el cambio climático es una mentira de la izquierda– a través de videos e influencers que, penosamente, tienen mucho alcance.

Estos adalides del pensamiento reaccionario, comúnmente autoidentificados como «conservadores», suelen vanagloriarse de su desconocimiento: no les hace falta contrastar fuentes, investigar, prepararse… Pueden discutir con cualquiera, incluso personas con alto nivel de especialización científica en el tema de una hipotética controversia, y han hallado en las redes, como señalara Umberto Eco, un megáfono para sus tonterías. Esa estulticia es la única justificación, en definitiva, para que un pobre vote por un millonario que solo busca defender los intereses de su clase.

El punto más álgido de confrontación que se deriva de este auge del pensamiento reaccionario y de la irracionalidad inherente a los fanáticos ultraconservadores se encuentra, en los últimos días, en las aulas. En el condado de Miami-Dade ocurrieron protestas en estos días contra los nuevos «estándares curriculares» de las escuelas, endosados por el gobernador de La Florida y candidato presidencial, Ron DeSantis, y que tratan de enseñar a los alumnos que los esclavos negros en Estados Unidos «desarrollaron habilidades que, en algunos casos, podrían aplicarse para su beneficio personal». O sea, la esclavitud vista como proceso de aprendizaje… ¡tampoco es tan malo ser esclavo, no seamos extremistas!

En México, por otro lado, se ha suscitado mucha polémica con los nuevos libros que se entregaran de forma gratuita a estudiantes y que contienen una visión más moderna de categorías sociales y hechos históricos. Amén de la discrepancia con esa u otra visión, lo que escandaliza es la campaña absurda de la derecha mexicana que acusa a esos libros y sus promotores de formar parte de una campaña de «lavado de cerebro» para convertir a los niños en «autómatas comunistas».

El conocimiento, la ciencia y la verdad son los mejores remedios contra el pensamiento reaccionario. Y la disputa porque esas sean las variables que preponderen en la conversación social comienza dentro de nosotros mismos, a nivel individual, lo cual no quiere decir que no debamos señalar cuando nuestras instituciones se hayan quedado rezagadas. Solo así podremos enfrentarnos al peligro, muchas veces solapado, del irracionalismo conservador, que desafortunadamente, también se agazapa en la conciencia y en el discurso de algunos que se dicen revolucionarios.

Fuente: granma.cu

1 COMENTARIO

  1. Para continuar con el absurdo pensamiento conservador, los corrompidos líderes antioqueños piensan que independizarnos de Colombia será la salvación de un pensamiento comunista, socialista, progresista, o cómo se le quiera llamar a la oposición de lo anacrónico.

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