
Antonio Rodríguez Salvador (Granma).— «La historia ocurre dos veces: la primera como tragedia; la segunda, como farsa».
Es esta una frase muy conocida: así comienza El 18 brumario de Luis Bonaparte, obra de Karl Marx, y a lo largo del tiempo muchos autores la han repetido. Sin embargo, con frecuencia, la historia no se repite solo como farsa, sino como nueva tragedia de consecuencias igualmente funestas.
En el terreno de las paradojas, la historia no deja de sorprendernos. En los años 40 del pasado siglo, los judíos fueron convertidos en parias. Contra ellos, los nazis cometieron un espantoso genocidio: más de seis millones fueron asesinados en campos de exterminio. Ahora, sin embargo, es el Estado de Israel quien se convierte en paria a sí mismo, al cometer un horrendo genocidio contra el pueblo palestino.
El mundo observa con espanto cómo la población civil de Gaza es bombardeada sin misericordia, consecuencia de lo cual han muerto miles de personas, el 70 % de ellos mujeres y niños. Se bombardean hospitales, escuelas, tiendas, ambulancias… Según ha declarado Martin Griffiths, secretario general adjunto de Asuntos Humanitarios de la ONU, «Gaza se ha convertido en un lugar de muerte y desesperación. No hay agua, no hay clases, nada más que los aterradores sonidos de la guerra, día tras día».
Ante semejante escenario, el Gobierno de Sudáfrica inició procedimientos legales contra Israel en la Corte Internacional de Justicia de La Haya, principal órgano judicial de las Naciones Unidas, alegando que ese Estado comete grave violación de la Convención para la Prevención del delito de genocidio.
Afirman que las acciones de Israel tienen la intención específica de destruir a la población en la Franja de Gaza, como parte del grupo nacional y étnico palestino más amplio, y que tales atrocidades son patrocinadas y mandatadas por el propio Estado.
Ante la denuncia, el gobierno de Benjamín Netanyahu ha reaccionado con indignación, victimizándose. Argumentan que la iniciativa sudafricana representa un «libelo de sangre»: manera de referirse a las calumnias vertidas contra los judíos durante la Edad Media, cuando eran falsamente acusados de usar la sangre de los niños cristianos en rituales de magia negra.
Resulta paradójico que Israel acuse a otros de antisemitismo, cuando los palestinos también son un pueblo semita y están siendo masacrados por ellos. También son paradójicas las gestiones para reasentar la población de Gaza en el Congo, «lo cual manifiesta una clara voluntad de limpieza étnica» cuando, justo al terminar la II Guerra Mundial, el movimiento sionista rechazó la propuesta de crear un Estado israelí en tierras africanas.
Pero hay más paradojas. En 1948, el recién creado Estado de Israel fue uno de los patrocinadores iniciales de la Convención contra el genocidio, y de los primeros en firmarla en 1949, y luego ratificarla en 1950. También fue un jurista polaco, de origen judío, el primero en utilizar y definir el término «genocidio»: Raphael Lemkin.
Así, en modo alguno, Israel puede desconocer o justificar el carácter genocida de sus acciones en Gaza, cuyo alcance –de acuerdo con la Convención– incluye matar o causar daño corporal grave a parte del grupo, e imponer deliberadamente al grupo condiciones de vida calculadas para provocar su destrucción física.
La Convención precisa que no es necesario erradicar por completo al grupo para que se considere genocidio; tener la intención de hacerlo es suficiente.
Significativo es que altos representantes del Gobierno israelí, incluyendo al primer ministro Benjamín Netanyahu, reiteradamente se hayan referido a los palestinos como «animales humanos», y manifiesten el deseo de aplanar Gaza.
En noviembre pasado, el ministro israelí Amichai Eliyahu admitió que arrojar una bomba atómica sobre la Franja de Gaza era «una de las posibilidades» que barajaba su Gobierno.
Los crímenes contra el pueblo palestino no son algo nuevo; tienen larga data. En 1979, el destacado poeta cubano Luis Rogelio Nogueras estuvo de visita en lo que fuera el horrendo campo de concentración de Auschwitz –donde un millón de judíos fueron exterminados–, y esa experiencia le motivó un poema que ahora llega muy a propósito:
«Pienso en ustedes, judíos de Jerusalem y Jericó, / pienso en ustedes, hombres de la tierra de Sión, / que estupefactos, desnudos, ateridos / cantaron la hatikvah en las cámaras de gas; / pienso en ustedes y en vuestro largo y doloroso camino / desde las colinas de Judea / hasta los campos de concentración del III Reich. / Pienso en ustedes / y no acierto a comprender / cómo olvidaron tan pronto el vaho del infierno».