El neofascismo en su lucha contra «la ultraderecha»

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Oleg Yazinsky.— Hoy desperté, me levanté, miré al espejo de la prensa y descubrí que existe una alta probabilidad de que yo sea un extremista de ultraderecha. No sé cómo, no se me había ocurrido antes. No tengo otra manera de explicar estas cosas raras que escribo, ni las dudas que, de vez en cuando, puedo tener.

El martes pasado, la ministra del Interior de Alemania, Nancy Faeser, presentó en Berlín un plan de acción para combatir con más eficacia el «extremismo de ultraderecha», que es considerado por la Fiscalía alemana como «la mayor amenaza para la democracia». La propuesta incluye la creación de una «unidad de detección precoz» de posibles «manipulaciones» impulsadas desde el exterior y, por consiguiente, posibles campañas de influencia.

Este plan es parte de un paquete de 13 medidas que la ministra ha presentado junto a los directores de Inteligencia Interior y la Policía. En el nuevo documento, el Gobierno afirma que «los extremistas de ultraderecha buscan minar la confianza en la estabilidad y la capacidad de actuación del Estado».

El estado alemán anuncia que creará una unidad de seguimiento para monitorear los debates en las redes sociales que cuestionan la inmigración y/o los derechos LGBTI*. También, gracias a una modificación de la ley sobre los servicios secretos, ahora se podrán cerrar cuentas bancarias y confiscar los fondos, alegando una «potencial amenaza de extrema derecha».

Lo más increíble de esta lucha contra la «ultraderecha», son sus métodos, que a lo largo de la historia han sido usados precisamente, por los peores ultraderechistas. ¿O la paloma de la paz OTANista se equivocó y entró entre el mar y el cielo, que en la actual feria de las hipocresías confunde los puntos cardinales opuestos?

¿Criticar las guerras coloniales de los “Estados luchadores contra la ultraderecha» también será considerado un atentado a la democracia? ¿Y la destrucción masiva por sus gobiernos de los monumentos a los soldados soviéticos de la Segunda Guerra Mundial tampoco puede ser criticada como «propaganda nazi»?

Para evitar estas y parecidas confusiones ideológicas podemos proponer a los autores del proyecto ser más claros y declarar a Hitler una víctima un complot ultraderechista «impulsado por las campañas desinformativas desde el exterior», que en los negros tiempos de la invasión y la ocupación por la Unión Soviética de Europa Oriental, destruyó su imagen y generó tantos malos entendidos en los tiempos modernos.

El ascenso de la extrema derecha por las dificultades económicas ¿ hace que se asome el fascismo en Alemania?

El alemán más antifascista de todos los tiempos, el escritor y dramaturgo Bertolt Brecht, una vez dijo: «No hay nada más parecido a un fascista que un burgués asustado». Una frase que, lamentablemente, puede ser clave para el análisis político de la actualidad europea.

La brusca caída de la calidad de vida de la mayoría de sus habitantes, que incluye no sólo la cotidianidad más costosa, el crecimiento de la delincuencia y el recorte de la protección social, sino un enorme retroceso en la educación y temas culturales, hacen que el ciudadano común, estresado, asustado, pierda su capacidad analítica y caiga fácilmente en todo tipo de clichés simplistas que le tienen preparados en la prensa.

Al parecer, cada vez quedan menos personas capaces de definir correctamente el término «ultraderecha» y las banderas de la «centroizquierda progresista» porque, al de todo, han resultado ser el mejor material para tapar el verdadero rostro de un sistema que el capitalismo histórico a finales del siglo pasado transformó en una simbiótica dualidad entre el fascismo y el neoliberalismo, donde sus dos partes, luz y sombra, yin y yang, se complementan, se abrazan y no existían más las una sin otra.

Usar el término «ultraderecha» con fines netamente propagandísticos, como lo hace el Gobierno alemán, es atacar a cualquiera que sea capaz de poner en duda el actual orden de las cosas, tan conveniente para las reales ultraderechas que lo gobiernan.

Nuestro derecho humano de poder opinar, por lo menos, en redes sociales, que normalmente están más controladas por los censores del sistema que la propia prensa, nos pone en la mira de los nuevos “eunucos de pensamiento”. Europa y Alemania están viviendo una serie de problemas que no pueden ser indiferentes a sus habitantes.

¿Sera ultraderechista y subversivo cualquiera que cuestione «la inmigración y/o los derechos LGBTI»? ¿Los grandes y complejos temas de la sexualidad humana y de la migración de personas de países destruidos por guerras impuestas por esas mismas potencias occidentales deben quedar fuera de la posibilidad de cualquier discusión ciudadana? ¿Ya han creado un Ministerio de la Verdad para elaborar el único punto de vista correcto para que las otras opiniones sean las de la «ultraderecha»?

La inmigración es un tema conflictivo, delicado y doloroso. Justamente, para no alimentar el caldo cultivo de los crecientes grupos neonazis es necesario un debate ciudadano sin prejuicios ni tabúes. ¿O lo que se busca es, precisamente, el crecimiento de estos grupos?

La verdadera lucha contra la discriminación sexual no debe ser sólo por los «derechos LGBTI», sino por los derechos, sentimientos y sensibilidades de TODOS los seres humanos, que deben incluir además el respeto por las diferentes culturas, tradiciones y religiones, ¿o oponerse a la actual política de la educación sexual del Occidente oficialista, también nos convierte en peligrosos «ultraderechistas»?

¿Son legitimas estas medidas inquisitoriales que en nombre de la defensa de la libertad están construyendo nuevas jaulas para el pensamiento prohibiendo las expresiones democráticas de la mayoría de los ciudadanos?

Sabemos muy bien que en Europa hay mucho descontento ciudadano por las políticas migratorias y por el manejo de la agenda de género. Y parece que, en vez de discutir y resolver los problemas de una forma abierta, honesta y democrática, alguien necesita convertir este descontento prohibido en una caldera de presión hasta que reviente en el nazismo.

Todo lo que describo hasta ahora es bastante sencillo y no requiere grandes esfuerzos de comprensión. La intención y la dirección de los poderes corporativos del mundo son claros.

Pero hay algo que sí que no entiendo…

El silencio de las izquierdas. El silencio de las organizaciones de migrantes. El silencio de los movimientos feministas y de las minorías sexuales independientes que están descaradamente usados por el poder. El silencio de los verdaderos grupos ecologistas. ¿O ya simplemente no existen?

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