HUGO RANGONE. Lenin: invitan a leerlo, a homenajearlo. Lo que estaría faltando

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Es común por estos días encontrarse con artículos, ensayos, foros y actividades diversas a propósito de cumplirse un siglo del fallecimiento de Lenin. Interviene un amplio abanico de exegetas de su vida y obra, quienes, en su mayoría, nos invitan a leer los escritos y conocer el pensamiento del revolucionario ruso, y aplicar lo aprendido para pensar la realidad actual. Y, sería de esperar, actuar en consecuencia. Excelente propuesta, no del todo consistente con su propio contenido: ¿acaso se limitó Lenin a recomendar la lectura de Marx, de Engels, incluso de Hegel, confiando en que bajo la influencia de esos autores el pueblo ruso se levantaría y llevaría a cabo la revolución? No, claro. La famosa frase sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario era condición necesaria, pero no suficiente. Había que imaginar caminos, proponerlos, organizar. “Es esto en lo que hay que soñar”, escribe Lenin luego de argumentar la necesidad de una prensa nacional que serviría para desarrollar y difundir el pensamiento socialdemócrata y a la vez constituirse en núcleo de organización. En su debate con los partidarios de supeditar/restringir el desarrollo de la conciencia revolucionaria de la clase trabajadora a la lucha económica, entre ellos Martinov, ironiza sobre la esperable réplica de éste: “Permítame que le pregunte: ¿tiene aún la redacción autónoma (de Iskra, la prensa bolchevique) derecho a soñar sin consultar antes a los comités del partido?”.

¿Cuál es hoy el sueño de la intelectualidad marxista, esa que nos invita a estudiar vida y obra de Lenin?

En 1906 Rosa Luxemburg escribía en Huelga de masas, partido y sindicatos: “La consecuencia más preciosa, por lo permanente, de este rápido flujo y reflujo de la marea es su sedimento mental: el crecimiento intelectual y cultural del proletariado, que avanza a saltos, y que ofrece una inviolable garantía de su irresistible progreso en la lucha económica y política.” Y pronosticaba luego: “Los acontecimientos de Moscú muestran un cuadro típico del desarrollo lógico y a la vez del futuro del movimiento revolucionario de conjunto: su culminación inevitable en una insurrección general abierta…”

Más de un siglo después, en 2009, en el balance final de su excelente Nuestro Marx, Néstor Kohan se preguntaba: “¿Vale la pena investigar y escribir en una época en que la palabra está tan devaluada y el pensamiento social tan cuantificado, domesticado y serializado? ¿Cómo sobreponerse a las trituradoras institucionales del pensamiento crítico? ¿Qué sentido tiene dedicarle tanto tiempo a hurgar con una lupa en los rincones más escondidos de la obra de Marx si casi nadie leerá esta investigación? Nos queda la duda.” Y él mismo se respondía “Pero de todas formas creemos que hay que seguir batallando contra la mediocridad, el pensamiento único, la crueldad sistemática, la legitimación del orden establecido, el aplastamiento de toda disidencia radical, la explotación y la dominación del ser humano sobre el ser humano.”

Recientemente, en 2023, Henrique Canary, en una nota titulada No vivimos una «crisis de dirección del proletariado», sino una crisis del propio proletariado publicada en el sitio Ezquerda Online, propone: “Pensemos de nuevo en la frase de Trotsky de 1938: En todos los países, el proletariado se ve sacudido por una profunda angustia. Masas de millones de hombres emprenden constantemente el camino de la revolución. Pero en cada una de estas ocasiones, chocan con sus propios aparatos burocráticos conservadores.” Y a continuación se pregunta “¿Millones de hombres emprenden (hoy) constantemente el camino de la revolución? ¿Son las direcciones traidoras, burocráticas y reformistas el principal obstáculo al que se enfrentan? ¿Las masas están dispuestas a ir más allá de la democracia burguesa, pero los procesos revolucionarios son desviados? ¿Es así en nuestra vida cotidiana? ¿Fracasan las huelgas porque son traicionadas? De nuevo, no negamos que existan traiciones, pero ¿es éste el principal problema de la actual etapa histórica? ¿O es la dispersión, la confusión, la apatía, el individualismo, la alienación, la inmovilidad y la falta de perspectivas? ¿Desean ardientemente las masas superar la sociedad capitalista, pero son engañadas por su dirección? ¿Sus luchas tienden hacia el socialismo, pero son constantemente traicionadas por estalinistas y reformistas?”

El gráfico del encabezado, que podría recordar alguna especie de diagrama lógico, o tal vez un circuito eléctrico digital, es un esquema de la evolución en el tiempo de aquella primera Asociación Internacional de Trabajadores. Cada bifurcación de línea lo es de “la” Internacional. Por diferentes interpretaciones de los clásicos, o del momento histórico, o por críticas al burocratismo, o por falta de democracia interna, o por “traición” de algunas dirigencias, cada flechita que llega a la parte inferior del gráfico representa una Internacional existente hoy (referencias al final). El esquema no tiene pretensiones de precisión, sólo ilustra la dirección en la que evolucionan las fuerzas del marxismo revolucionario. O más bien su debilidad, si damos crédito a aquello de que la unión hace la fuerza.

Entonces, aunque parezca un señalamiento innecesario y pedante, hay que hacerlo: la fidelidad al proyecto socialista que aquellos grandes revolucionarios nos legaron no se garantiza tomando como vigentes hoy, expectativas, caracterizaciones y predicciones que fueron hechas en un contexto muy distinto al actual. Muy por el contrario, la negación del cambio de circunstancias en que debe pensarse el proyecto socialista, negación que se expresa en la repetición inmutable y atemporal del modo de construcción política de las distintas corrientes, siempre impregnado de un optimismo extraído de la fantasía, está en neta contradicción con la filosofía de la praxis bajo cuya guía supuestamente actúa la izquierda marxista. Una cosa es la paciencia y perseverancia como condición de todo revolucionario que reclamaban el Che o Ho Chi Min, y otra distinta es insistir una y otra vez en un método que en lugar de avanzar hace retroceder. Esa perseverancia basada en la negación de la realidad puede significar, para dirigentes y militantes, la posibilidad de conservar su status de luchadores por el socialismo, no así la posibilidad de alcanzarlo alguna vez. En cambio, si evitamos el autoengaño, lo que se impone es atreverse a soñar, en el sentido en que se atrevió Lenin.

Como él, atrevámonos también a bosquejar un plan, adecuado sí a los tiempos que corren, dicho esto en sentido literal. Y anticipándonos a las esperables críticas, o al menos para que se hagan con alguna originalidad, recordemos las que tuvo que enfrentar el hoy tan homenajeado Vladímir Ilích Uliánov. En su famoso Qué Hacer escribía:

¿A quién ha ofendido el artículo “¿Por dónde empezar?”?

Vamos a citar un ramillete de las expresiones y exclamaciones con que ha arremetido contra nosotros Rabocheie Dielo. “No es un periódico el que puede crear la organización del partido, sino a la inversa” … “Un periódico que se encuentre por encima del partido, esté fuera de su control y no dependa de él por tener su propia red de agentes” … “¿Por obra de qué milagro ha olvidado Iskra las organizaciones socialdemócratas, ya existentes de hecho, del partido a que ella misma pertenece?” … “El plan relega a nuestras organizaciones, reales y vitales, al reino de las sombras y quiere dar vida a una red fantástica de agentes” … “Si el plan de Iskra fuese llevado a la práctica, borraría por completo las huellas del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia que se viene formando en nuestro país” … “Un órgano de propaganda se sustrae al control y se convierte en legislador absoluto de toda la lucha revolucionaria práctica” … “¿Qué actitud debe asumir nuestro partido al verse totalmente sometido a una redacción autónoma?”, etc., etc.

Los comités han leído el artículo “¿Por dónde empezar?”, han visto en él una tentativa “de trazar un plan concreto de esta organización a fin de que se pueda emprender su creación desde todas partes”, y, habiéndose percatado perfectamente de que ni una sola de “todas esas partes” pensará en “emprender su creación” antes de estar convencida de que es necesaria y de que el plan arquitectónico es certero, no han pensado, naturalmente, en “ofenderse” por la osadía de los que han dicho en Iskra: “Dada la urgencia e importancia del asunto, nos decidimos, por nuestra parte, a someter a la consideración de los camaradas el bosquejo de un plan que desarrollaremos con más detalle en un folleto en preparación”.

Parece mentira que no se comprenda, de enfocar este problema con honestidad, que si los camaradas aceptan el plan sometido a su consideración, no lo ejecutarán por “subordinación”, sino por el convencimiento de que es necesario para nuestra obra común, y que, en el caso de no aceptarlo, el “bosquejo” (¡qué palabra más presuntuosa!, ¿verdad?) no pasará de ser un simple bosquejo. ¿No es demagogia arremeter contra el bosquejo de un plan no sólo “demoliéndolo” y aconsejando a los camaradas que lo rechacen, sino previniendo a gentes poco expertas en la labor revolucionaria contra los autores del bosquejo por el mero hecho de que estos se atreven a “legislar”, a actuar de “reguladores supremos”, es decir, que se atreven a proponer un bosquejo de plan? ¿Puede nuestro partido desarrollarse y marchar adelante si la tentativa de elevar a los dirigentes locales a ideas, tareas, planes, etc., más amplios tropieza no sólo con la objeción de que estas ideas son erróneas, sino con una sensación de “agravio” por el hecho de que se les “quiera elevar”?

¿Por dónde empezar hoy?

Si, como conjeturamos, los diversos y dispersos intentos de confrontar algunas de las consecuencias del sistema, coexistentes con esa realidad que Kohan y Canary describen, se diluyen por falta de un proyecto orientador de la acción, éste debería estar en el punto de partida. Un proyecto que asuma la radicalidad del cambio necesario, hoy falsamente encarnada por esas ultraderechas (o derechas sin maquillaje) cuyo crecimiento aflige a los pueblos del mundo y hace que tanta dirigencia progresista bienpensante se rasgue las vestiduras ante el fenómeno, según ellos simulan, inesperado como un rayo en cielo despejado. Ese proyecto/plan debería presentar, como punto de arribo, la posibilidad de asestar un golpe mortal al sistema, y a la vez tener previstos los pasos a dar a continuación.

¿En qué condiciones y con qué se cuenta para bosquejar y elevar semejante proyecto de cambio radical?

En primer término, además de los muchos progresismos que no sacan los pies del plato capitalista, también existen intentos de construcción política de contenido y/o con proyección hacia el socialismo. Si bien minoritarios, implican un trabajo abnegado de la militancia, que debe remar entre otras cosas contra la subjetividad que promueve el formidable aparato de propaganda del sistema. El caso es que, hoy en día, mucho más que un siglo atrás, el grado de desarrollo de los instrumentos de intervención del capitalismo hacen imposible cualquier ilusión en que procesos anticapitalistas y por el socialismo puedan iniciarse y sostenerse fronteras adentro de los estados nacionales: o resultan cooptados por el capital, o abortados mediante fraudes legales, o directamente por intervención armada. La lógica de construcción a partir de las realidades locales para luego confluir en una organización madre, internacional, ha quedado obsoleta: es necesario pensar desde un comienzo a escala global, la misma escala que abarca el enemigo de clase.

En segundo término, si bien asumimos como válidas las breves caracterizaciones de N. Kohan y H. Canary antes mencionadas, o los extensos estudios de Byung-Chul Han o Eric Hobsbawn respecto del tipo de subjetividad dominante, también es cierto que surgen permanentemente, en distintos puntos del planeta, grupos que se manifiestan con múltiples y diversos reclamos y planteos de contenido progresista, por oposición a las regresiones que propone la derecha. Dispersos e inconexos, sin una direccionalidad explícita, tienen sin embargo un rasgo en común: el hartazgo de una realidad insostenible, inmerecida, injusta, claramente percibida en su acelerado agravamiento tanto por sus consecuencias sociales como ambientales, y el deseo de cambiarla. No obstante, así como surgen, muchos se disipan o decaen, seguramente en parte por el desgaste propio de la acción callejera permanente, generalmente en el marco de la represión. Pero, como decíamos, parece razonable conjeturar que en esa inconsecuencia juega un papel determinante la falta de una proyección que permita trascender la limitada condición de demandante, de peticionario. Muchos de estos grupos o movimientos, cuando no desaparecen, suelen derivar hacia formas de incorporación en las estructuras del sistema. Incluso con las mejores intenciones, no es raro que terminen deglutidos por el establishment.

El tercer elemento a considerar, esencial a este plan, es que el funcionamiento y la reproducción del sistema es crecientemente dependiente de la tecnología digital: la informatización y robotización de los procesos de producción, comercio y gestión se ha generalizado, en un proceso cuyo ritmo se aceleró por efectos de la pandemia. Producción industrial; pesca; producción agrícola; transporte; producción y distribución de energía; actividad bancaria; operación de las bolsas de valores; comunicaciones; operación portuaria y aeroportuaria; comercio son algunas de las actividades y tareas que el sistema concentra en manos de una cantidad relativamente pequeña de operadores.

Reunamos entonces en el bosquejo de un plan estos tres elementos: escala global; resistencias múltiples y dispersas; vulnerabilidad tecnológica del sistema. Se requerirá además, inevitablemente, de una vanguardia. Como es sabido, por sus connotaciones elitistas, el mero uso del término puede provocar instantáneo rechazo. Sin embargo aquí no expresa otra cosa que la imperiosa necesidad de un grupo que tome la iniciativa, que rompa la inercia. La columna vertebral de esta vanguardia, por formación y convicción, debería aportarla esa intelectualidad marxista que aún cree en la necesidad y posibilidad de la revolución, porque no ha sido mellada por la lógica de la resignación postmoderna. El involucramiento activo de tales compañeras y compañeros podría ser la clave para dar los primeros pasos, habida cuenta del ascendiente que ejercen sobre parte de la militancia y de los sectores más politizados de la sociedad, y a la vez sería una contribución de primer orden a la hora de criticar constructivamente la iniciativa. Esa intelligentsia estaría en condiciones de conectar con las organizaciones antisistema diseminadas por distintos países, con la tarea de exponer el trazo grueso de un plan que apuntará, desde el comienzo, a la parálisis irreversible del sistema. Haciendo explícito también, a fuerza de mirar la realidad tal como se presenta y no como nos gustaría, que el logro de ese primer objetivo parcial no puede depositarse hoy en promover, en las condiciones dadas, la huelga de masas general revolucionaria concebida clásicamente en la teoría; y a la vez, que frente a tal debilidad se contrapone una fortaleza: la dependencia tecnológica mencionada antes.

Explicitado el objetivo, un elemento organizador y a la vez parte imprescindible para “el día después”, podría comenzar con la propuesta de un trabajo colectivo dedicado a imaginar y diseñar una estructura de producción y distribución que en lugar de regirse por las “leyes del mercado” se base en las necesidades y capacidades reales del conjunto social; en que la propiedad privada de los medios de producción se hubiese socializado completamente y en que las decisiones estuviesen en manos de los propios productores consumidores a través de organizaciones propias no jerárquicas. Desde luego, semejante tarea no se haría como ejercicio académico ni para presentar a las Naciones Unidas o cualquier otra instancia de poder. No para “pedir lo imposible”, como en aquél histórico Mayo del ‘68. En cambio, tendría una doble función: proveer el punto de arraigo para un trabajo colectivo que involucre, mediante diversas actividades destinadas a evaluar las realidades locales en materia de necesidades y capacidades, a vecinos; referentes barriales; activistas y organizaciones de distinto tipo: sociales, sindicales, políticas, culturales, etc.; y a la vez aportar a la base de información imprescindible para esa segunda etapa del programa, que debería estar ya concebido y en espera de que aquella paralización forzada del sistema le abriera paso. Recabar y procesar semejante masa de información a escala planetaria sería sin duda una tarea enorme. Sin embargo, dadas las capacidades de comunicación y procesamiento de datos actuales, completamente realizable: ya en los años ’70, con recursos computacionales muy inferiores a los disponibles hoy, el gobierno de Salvador Allende en Chile implementó el llamado Proyecto Synco, que se proponía explorar las posibilidades de planificación socialista de la producción, proyecto que fuera obviamente abortado por el golpe militar.

Si a la par de impulsar tan masiva y extensamente como fuese posible esta especie de relevamiento localizado de capacidades productivas y necesidades de consumo se fuese estableciendo contacto con los inconformes activos que además operan puntos clave del aparato de reproducción capitalista, se estarían creando los instrumentos para que la detención y reemplazo del sistema comenzase a tener condiciones de realización. Al referirnos a estos inconformes activos va de suyo que no pensamos, como suele suceder en la izquierda, descartar a todo aquel que no conozca de memoria El Manifiesto. No estamos pensando en sumar acólitos a algún nuevo grupo de izquierda ni establecer con precisión la frontera entre reformistas y auténticos revolucionarios, ni cualquiera de las tareas que las izquierdas partidarias suelen asumir con tanto ahínco y tan pobres resultados: solamente intentamos imaginar formas de destruir el orden social capitalista e ir por el socialismo.

Esto que apenas esbozamos aquí, previsiblemente, podría ser considerado como una muestra de puro voluntarismo. Quienes lo hagan tendrán toda la razón: hasta ahora, consistentemente, reconocidos marxistas suelen concluir sus análisis y desarrollos afirmando, tal como ya advertía Rosa Luxemburgo, la necesidad de la revolución como única salida frente al retorno a la barbarie. Son desarrollos perfectamente fundamentados, y la necesaria revolución es invocada con énfasis y convicción. Y eso es todo. A continuación, cada vez en un peldaño más abajo, seguimos esperando la combinación de condiciones objetivas y subjetivas, lo cual, en comparación con la velocidad con que la crisis general se expande, equivale a sentarnos a la puerta en espera de ver pasar el cadáver de nuestro enemigo. Sin duda pasará, pero no estaremos ahí sentados para verlo: iremos juntos. Previsiblemente también, a los partidos e intelectuales que desde hace años vienen siendo propietarios de las claves para la revolución estas líneas apenas podrían merecerles, si acaso, algún gesto de desdén. No contaría, por supuesto, con el apoyo de ninguna de las muchas Internacionales “reales” existentes, lo cual, a la luz de sus respectivas realidades, no debería implicar mayor incidencia práctica. De modo que, tal como los bolcheviques desoyeron las restricciones teóricas y, “voluntaristamente”, impulsaron la revolución socialista en un país atrasado, podríamos permitirnos una audacia similar.

Desde luego, semejante acción colectiva requeriría un trabajo de planificación y coordinación cuya magnitud sólo es comparable con el tamaño de la ruptura histórica que podría significar. Lo cual no hace más que justificar el esfuerzo. En particular, haría falta prever los mecanismos de suministro de los insumos básicos de subsistencia a toda la población durante el tiempo que durase la paralización operada desde esos puntos nodales de comando, y hasta que aquella economía ecosocialista alcance un nivel de funcionamiento suficiente a partir de la organización de los propios productores consumidores. Podrían concebirse alternativas diversas para solventar algunas de las dificultades cuyo surgimiento es fácil imaginar. Sólo a modo de ejemplo, el problema de la fuerza: no hace falta abundar en la función que cumplen las armas a la hora de conservar un determinado orden de cosas por parte de sus beneficiarios. Como es lógico, los procesos que han intentado cambios radicales, revolucionarios, han debido por lo tanto también recurrir a las armas. Ahora, en las condiciones actuales, si hubiésemos de aceptar que el único camino para derrotar al orden capitalista es confrontar a escala global con el poder armado, ya estaríamos derrotados. Pero, según decía Carlos Marx: “Es cierto que el arma de la crítica no puede sustituir a la crítica de las armas, que el poder material tiene que derrocarse por medio del poder material, pero también la teoría se convierte en poder material tan pronto como se apodera de las masas. Y la teoría es capaz de apoderarse de las masas…. cuando se hace radical”. Entonces, por ejemplo, desde esos nodos de control en manos de una organización de internacionalistas contra el capitalismo y por el socialismo, sería posible exigir la entrega de armamento y equipos por parte del personal de las fuerzas armadas y de seguridad como condición para el desbloqueo de sus cuentas salariales y su inclusión en las listas temporarias de distribución de suministros.

Superadas complejidades y contratiempos imposibles de prever, que sólo con la acción práctica se podrían ir descubriendo e intentando resolver, vendría, ahora sí, el momento clave, lo que daría sentido a todo el esfuerzo previo: la interrupción forzada del sistema. Ahora, en tiempos del capital globalizado, un parate igualmente global. Una paralización planetaria, capaz de multiplicar las consecuencias generales clásicas de toda huelga sacando partido de las nuevas vulnerabilidades del sistema: ¿cuándo, en tiempos anteriores, hubiera sido posible imaginar y provocar que, en esas enormes pizarras electrónicas que cubren las paredes de los antros de especulación y saqueo llamados bolsas de valores se mostrara, en cada ítem, un inmutable y riguroso número cero, por mencionar un ejemplo? ¿O que otro tanto sucediera con los registros bancarios de inversión donde los grandes expropiadores del trabajo ajeno conservan el fetiche de su botín, por mencionar otro ejemplo? ¿O que los gigantescos transportes de contenedores, cuyo contenido sólo tiene como propósito la valorización del capital, dejen de surcar los océanos con su carga de reemplazos de las mercancías de obsolescencia programada y se atasquen en los puertos?

Como reconocíamos más arriba, estas líneas pueden no tener más sustancia que la contenida en un sueño optimista y delirante. Podrían caberle al autor palabras similares a las que, allá por 1927, David Riazanov usó para caracterizar a Wilhelm Weitling: “..era un obrero muy capacitado, autodidacta, dueño de considerable talento literario, pero que adolecía de todos los defectos de los autodidactas…El autodidacta, en general, se empeña en extraer de su cerebro algo ultranovedoso, algún invento ingenioso en sumo grado, mas la experiencia le prueba luego que ha malgastado tiempo y fuerzas considerables para no hacer otra cosa que “descubrir América”. Llega a buscar un perpetuum mobile cualquiera, o el medio susceptible de volver feliz y sabio al hombre en un abrir y cerrar de ojos”. Pudiera ser también que la frontera que impone “la cordura” resulte demasiado estrecha como para encontrar una salida a este mundo también delirante y en franca descomposición. Salvo que se practique el autoengaño, no quedan dudas de que el futuro de la humanidad tiene los días contados, con o sin el avance de la ultra derecha, y de que las salidas “progresistas” que creen distinguir entre un capitalismo malo, “neoliberal”, y uno bueno, productivo y con rostro humano son parte de las falsas ilusiones que nos han traído hasta aquí. En cualquier caso, si el atrevimiento propuesto tuviera el efecto de estimular la imaginación de otros caminos para la derrota del régimen del capital y la construcción del socialismo, se podría considerar justificado el intento.

Referencias

1 Primera Internacional 1864

2 Segunda Internacional/ Internacional Socialista 1889/1951

3 Tercera Internacional 1919

4 Cuarta Internacional 1938

5 Secretariado Internacional SI-CI (abajo)/ Comité Ejecutivo CI-CI 1946 (arriba)

6 Cuarta Internacional Posadista 1962

7 Secretariado Unificado de la IV Internacional SU-CI 1963

8 Cuarta Internacional Lambertista

9 Comité por una Internacional de los Trabajadores CWI/CIT

10 Tendencia Cuarta Internacionalista TCI

11 International Socialist Tendency IST

12 Liga Internacional de los Trabajadores IV Internacional LIT-CI

13 International Comunist League ICL-FI

14 Fracción Trotskista- Cuarta Internacional

15 Corriente Marxista Internacional CMI

16 Unidad Internacional de Trabajadoras y Trabajadores – Cuarta Internacional UIT-CI

17 League for the Fourth International LFI

18 Izquierda Revolucionaria Internacional

19 Liga por la Quinta Internacional L5I

20 CWI/CIT Secretariado Internacional IS

21 CWI/CIT Comité Ejecutivo Internacional IEC

22 Izquierda Revolucionaria Internacional

23 Liga Internacional Socialista LIS-ISL

24 International Socialist Alternative ISA

25 Internationalist Standpoint IS

26 Coordinadora por la Refundación de la IV Internacional CRCI

27 Permanent Revolution Collective PRC

28 Corriente Comunista Revolucionaria Internacional RCIT

29 Comité por el Reagrupamiento Internacional Revolucionario CRIR

30 Tendencia por la Reconstrucción de la Cuarta Internacional TRCI

31 Comité de Vínculo pela Cuarta Internacional CVCI

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