Confinamiento: análisis de una experiencia piloto de obediencia en masa

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Juan Manuel Olarieta (mpr21.info).— En setiembre del año pasado dos sociólogos franceses, Nicolas Mariot y Theo Boulakia, publicaron un libro titulado “L’Attestation” sobre el confinamiento impuesto durante la pandemia en varios países.

Además, el miércoles Mariot concedió una entrevista a la revista del CNRS, el equivalente francés del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (*), un organismo que no se puede calificar de “conspiranoico” precisamente.

Los autores cuestionan lo ocurrido durante la primavera de 2020 con los confinamientos, que califican como una “experiencia de obediencia masiva” que provocó una importante privación de las libertades públicas.

El control social prevaleció sobre el aspecto sanitario, concluyen. “Durante la pandemia, asistimos al resurgimiento de viejos hábitos de gestión punitiva de la población”, afirma Mariot.

Tan importante como el castigo político y la sumisión en masa es poner de manifiesto que hubo gobiernos que no impusieron el confinamiento. Se trata de países nórdicos como Suecia, Finlandia, Dinamarca, Noruega, Países Bajos, pero también Suiza y Bulgaria. Adoptaron medidas sanitarias como en todas partes (mascarillas, prohibición de reuniones, recomendación de lavarse las manos), pero dejaron las puertas abiertas”, comenta el sociólogo francés.

Hubo otros que se pasaron de rosca con los toques de queda, imponiendo medidas muy estrictas o muy prolongadas en el tiempo. Se trata de los países del sur de Europa, como España, que quisieron ser más papistas que el Papa y donde la policía entró en las viviendas derribando las puertas y deteniendo a los moradores.

En tal caso, es obvio preguntarse si los países que impusieron un confinamiento más largo o más estricto, lo hicieron por motivos sanitarios, es decir, si lo hicieron porque en ellos se estaban produciendo más muertes o más hospitalizaciones.

La respuesta es negativa, dicen los autores. “Los países que adoptaron las normas más estrictas no estaban en mayor riesgo, desde el punto de vista sanitario, que los demás. La diferencia de reacción está claramente ligada a los hábitos coercitivos de los gobiernos […] Cuanto más policías por habitante tienen los Estados europeos, o cuanto más están acostumbrados a liberarse de las libertades públicas, más han encerrado a su población”.

No es casualidad, por lo tanto, que el confinamiento haya sido característico de aquellos países, como España, de raigambre fascista y represiva, donde ni el gobierno tuvo escrúpulos de ninguna clase, ni la población hábitos de resistencia, ni los jueces coraje para frenar algo que a todas luces era completamente ilegal. En este tipo de países con subculturas despóticas es relativamente fácil que la población se encarcele a sí misma y se convierta, además, en policía de sus vecinos.

La otra pregunta también es obvia: si el confinamiento se hubiera dictado por motivos sanitarios, en los países que no impusieron ningún encierro, la pandemia habrá causado mayores estragos que en los otros, más muertes o más hospitalizaciones.

La respuesta vuelve a ser negativa. Las medidas de encierro no tuvieron efectos positivos para la salud. Según Mariot, algunos países, como Japón, Taiwán y Dinamarca, no confinaron y registraron un déficit de mortalidad durante el periodo, mientras que otros que confinaron mucho tuvieron un elevado exceso de mortalidad que, en el caso de España alcanza cifras espectaculares.

En Europa y en los países occidentales, en general, los gobiernos se han acostumbrado a imponer el miedo -aparte de la mentira- como política de Estado, y la pandemia se resume en eso: inculcar miedo a los virus y miedo a la policía y al castigo.

No obstante, “el miedo al virus no es suficiente, por sí solo, para explicar la obediencia masiva a las normas”, dicen los sociólogos. Una encuesta realizada en Francia al principìo de la pandemia mostró que más de la mitad de la población no respetaba las recomendaciones sanitarias.

El factor decisivo fue, pues, el miedo al castigo, a la represión y a la policía, aunque intervino un tercer elemento, que también fue importante: no aparecer como la oveja negra, seguir al rebaño. “Las reglas no se cuestionan cuando su aplicación parece que no es arbitraria”, dicen los autores. También es un hábito viejuno: mal de muchos, consuelo de tontos.

(*) https://lejournal.cnrs.fr/articles/covid-19-bilan-dune-surveillance-massive

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