Luca Decola*.— En el Día Internacional de los Trabajadores, Gustavo Petro, el primer presidente de izquierdas de Colombia, anunció que el país rompería las relaciones diplomáticas con Israel por su actual ataque genocida contra Gaza. «Mañana romperemos relaciones diplomáticas con el Estado de Israel por tener un gobierno, por tener un presidente genocida (…). Si muere Palestina, muere la humanidad», afirmó Petro.
Petro ha sido uno de los principales críticos de Israel en América Latina. El 16 de octubre, Israel suspendió el envío de armas a Colombia tras una disputa diplomática entre Petro y el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores israelí, Lior Haiat.
En la disputa, Petro condenó el asedio y el bombardeo sanguinario de Israel sobre Gaza, así como la participación de mercenarios israelíes en el asesinato masivo de miembros del partido Unión Patriótica (UP) en Colombia. «Ni los Yair Klein, ni los Raifal Eithan podrán decir cual es la historia de la paz de Colombia. Desataron la masacre y el genocidio en Colombia», tuiteó Petro.
La participación del agente de inteligencia del Mossad Rafael Eitan y del teniente coronel israelí Yair Klein en el exterminio masivo de la UP es un capítulo enterrado de la historia colombiana. A raíz de la suspensión sin precedentes de los lazos diplomáticos del gobierno con Israel, es una historia que vale la pena revisar.
Unión Patriótica
La Unión Patriótica nació a raíz del Acuerdo de La Uribe, un acuerdo de paz de 1984 entre las FARC y el entonces presidente Belisario Betancur. Su aparición supuso una importante ruptura en la política colombiana, toda vez que representó la única alternativa de izquierdas a un arcaico duopolio electoral entre dos sectas de la élite dirigente del país. La plataforma electoral del partido promovía la reforma agraria, la cancelación de la deuda externa y de los programas de ajuste estructural del Fondo Monetario Internacional, y la nacionalización del petróleo, el gas y los recursos minerales colombianos.
La UP reunía a una coalición de estudiantes universitarios, sindicatos, miembros del Partido Comunista Colombiano y campesinos. Para muchos, la UP representaba el final potencial del conflicto interno colombiano, que duraba ya un cuarto de siglo.
Desde los inicios del partido, sus miembros, cargos electos y simpatizantes fueron objetivo de atentados. Durante casi dos décadas, «no pasó un mes sin que se produjera un asesinato o la desaparición de un miembro de la UP». A 2022, el saldo era de al menos 5733 muertos.
En febrero de 2023, la Corte Interamericana de Derechos Humanos declaró que el Estado colombiano era responsable de la eliminación del partido. La Sala de Justicia y Paz de Colombia dictaminó que el exterminio fue un genocidio político. Sin embargo, el papel desempeñado por los operativos israelíes en la masacre de la UP es a menudo suprimido o directamente negado por la prensa dominante de Colombia.
Nos cortaron las alas
En agosto de 1986, poco después de su elección, el presidente Virgilio Barco Vargas contrató en secreto al agente del Mossad devenido mercenario Rafael Eitan como asesor no oficial de seguridad nacional.
A Eitan se le encomendó la tarea de trazar un plan para erradicar a las FARC, a pesar del acuerdo de paz existente negociado por Betancur. Como argumenta el periodista Dan Cohen, la experiencia de Eitan en «hacer la guerra contra la población campesina palestina le convertía en el hombre perfecto para el trabajo».
Tras un viaje encubierto por todo el país financiado por el propio presidente Barco, Eitan dio su opinión sobre cómo erradicar la guerrilla. Su recomendación fue simple: «Eliminar a los miembros de la Unión Patriótica».
El veterano agente del Mossad se ofreció a llevar a cabo el exterminio del partido a cambio de un segundo contrato, el primero de los cuales estaba valorado en casi un millón de dólares (casi tres millones ajustados a la inflación).
El alto mando militar colombiano rechazó la oferta de Eitan para un segundo trato. Sería él mismo, y no un mercenario transitorio, quien llevaría a cabo el exterminio de la UP. Así, como describe el periodista de investigación Alberto Donadio, quien en 2021 dio a conocer la historia de la participación de Eitan, «en pocos minutos, se decidió la suerte de los militantes de izquierda que habían firmado la paz».
Durante los primeros 14 meses del mandato de Barco, más de 400 militantes de la UP fueron asesinados por fuerzas estatales y paramilitares, constituyendo el 60% de todas las víctimas de violencia política en Colombia entre 1986 y 1987.
El 2 de marzo de 1987, el embajador de Estados Unidos en Colombia, Charles A. Gillespie Jr., envió un cable a Washington con una proyección alentadora: «Si son asesinados suficientes líderes de la UP (cuántos serían suficientes, solo puede especularse), la UP se verá empujada a apartarse del Congreso, y las FARC, de lo que queda del proceso de paz».
Yaneth Corredor, que me contó que ella y miles de sindicalistas como ella en el sector público de Colombia «se lanzaron de cabeza a la Unión Patriótica», describió este periodo de la historia del partido con detalles vívidos y macabros. «El presidente Barco y su amigo del Mossad tenían una estrategia dramática, ¿no? Uno se pregunta por qué ocurrió el exterminio?. Porque teníamos vocación de poder. Tuvimos catorce congresistas, tuvimos concejales y alcaldías; es decir, empezábamos a gobernar. Pero claro, nos cortaron las alas, ¿no?».
El mejor alumno de Yair Klein
De diciembre de 1987 a mayo de 1988, Klein, teniente coronel retirado de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), entrenó a cincuenta hombres en una «escuela para asesinos» en el Magdalena Medio, a solo tres horas de Medellín.
Klein, que operaba con una licencia oficial del gobierno israelí, adiestró a sus alumnos para llevar a cabo tiroteos en coches, asesinatos con bombas y francotiradores y ataques puerta a puerta en pueblos enteros.
Klein ha alegado desde entonces que la CIA lo reclutó para entrenar a los colombianos y que se reunió con la ahora disuelta agencia de inteligencia colombiana, el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), al llegar al país. «Los norteamericanos tienen el problema de la opinión pública, de la imagen internacional. Nosotros no tenemos ese problema», dijo sobre la operación un israelí que trabajaba para la corporación mercenaria Spearhead, de Klein.
Cinco meses después, los aprendices de Klein Fidel y Carlos Castaño, Alonso de Jesús Baquero y otros treinta hombres llevaron a cabo una masacre en la ciudad minera de Segovia del departamento de Antioquia. Allí, Rita Ivon Tobón Areiza, una joven de la UP, había ganado las elecciones a la alcaldía de 1988 por un margen abrumador. Jesús Baquero, uno de los jefes paramilitares de los Castaño, dirigió la masacre en colaboración con las Fuerzas Armadas colombianas, apoyadas por Estados Unidos. Sus objetivos eran presuntos partidarios de la UP.
El 11 de noviembre, día de la masacre, los militares retiraron los puestos de control que habitualmente tenían a la entrada del pueblo. Según un informe de Amnistía Internacional, «guarniciones regulares de la policía y el ejército permanecieron a la espera mientras los asesinos se movían libremente por el pueblo durante más de una hora».
Las fuerzas de Jesús Baquero, armadas con una lista de objetivos, llevaron a cabo asesinatos puerta a puerta de presuntos simpatizantes de UP y un asalto a la plaza del pueblo, matando a cuarenta y tres personas e hiriendo a más de cincuenta. «Yair Klein siempre me consideró uno de sus mejores alumnos», recordaría más tarde Jesús Baquero.
Los Castaño acabarían formando las paramilitares Autodefensas Unidas (AUC). En 2001, Human Rights Watch determinó que las AUC eran en la práctica una división del Ejército colombiano y, según el autor John Lindsay-Poland, «el peor violador» de un conflicto que se cobró 262.197 vidas en seis décadas.
En 2002, GIRSA, una empresa israelí en Guatemala vinculada a las FDI, envió tres mil fusiles de asalto y 2,5 millones de cartuchos a las AUC, armas que utilizaron para masacrar a izquierdistas y desplazar a miles de personas.
El Israel de América Latina
En el mencionado informe de Amnistía Internacional sobre la matanza en Segovia aparece el dibujo de un niño, presagio casandrino de una masacre. Francisco William Gómez Monsalve, de diez años, lo dibujó ocho días antes de la matanza, después de que la imagen le apareciera en una pesadilla. Francisco fue uno de los tres niños asesinados en Segovia a manos del grupo paramilitar entrenado por Klein.
La presencia de Klein y Eitan en Colombia y su implicación en la violencia anticomunista contra la UP no fue casualidad. Colombia comenzó a comprar armas a Israel en la década de 1980, incluyendo veinte aviones de combate israelíes en marzo de 1989, un acuerdo facilitado por Eitan. Desde entonces, Israel ha entrenado a las Fuerzas Especiales colombianas en la lucha antiterrorista y, hasta ahora, ha proporcionado al país envíos masivos de armas.
Asimismo, Israel fue el «mayor distribuidor de armas» a Chile bajo la dictadura de Augusto Pinochet, entrenó a los Contras en Nicaragua, facilitó el genocidio guatemalteco y respaldó a las fuerzas reaccionarias en toda América Latina durante la Guerra Fría.
Colombia ha sido durante mucho tiempo el principal aliado del gobierno de Estados Unidos en la región, el «Israel de América Latina», como lo describió una vez el expresidente de Venezuela, Hugo Chávez. La implicación de operativos israelíes en el exterminio sistemático de la UP es una parte crucial de esa historia y sigue un patrón global de violencia anticomunista respaldada por Estados Unidos durante la Guerra Fría.
Aunque diferentes en escala, históricamente, tanto la izquierda colombiana como los palestinos han soportado la brutalidad calculada de Estados Unidos y de Israel. Colombia tiene la segunda mayor población de desplazados del mundo, con más de 6,8 millones de personas desplazadas debido al conflicto interno.
La violencia del desplazamiento es una experiencia compartida por los 5,9 millones de refugiados palestinos alrededor del mundo y los 2 millones de palestinos de Gaza desplazados por las FDI en tan solo los últimos seis meses.
Un argumento expuesto por el historiador Greg Grandin en Empire’s Workshop capta con justeza la situación actual de Colombia:
“Uno pensaría que los latinoamericanos, después de todo lo que han sufrido, todas las torturas y terrores de la Guerra Fría, habrían renunciado a la idea de que la historia es redimible. Resulta que la represión tuvo el efecto contrario, grabando a fuego en la cultura política de la región (…) una capacidad tanto para reconocer la dialéctica que se esconde tras la brutalidad como para responder a cada cadáver ensangrentado con afirmaciones cada vez más sólidas de humanidad.”
Hoy, una izquierda insurgente, que en su día fue objeto de asesinatos sistemáticos en masa a manos del ejército colombiano y de paramilitares entrenados por mercenarios israelíes, ocupa el cargo más alto del país y, en un novedoso acto de solidaridad, ha roto sus lazos diplomáticos con Israel por el genocidio que está cometiendo en Gaza.
* Periodista italiano
Que alguien aclare la enorme contradicción de Petro de «olvidarse» no sólo de las ¿9? Bases yankis en narco-Colombia, sino de AHORA regalarles 2 más en la Amazonía, para controlar los Recursos y espiar a toda Sudamérica, en especial las 2 «huérfanas». Bolivia y Venezuela.