Guille Vilar (Granma).— Cada vez que el Presidente Díaz-Canel ha reconocido que atravesamos por momentos difíciles, pero no imposibles de vencer, muestra la continuidad del legado de Fidel, una señal en el camino a la que tenemos que volver una, otra y tantas veces como sea necesario, para no dudar jamás de que somos sus legítimos herederos.
La historia de nuestra Patria hay que interiorizarla, profundamente, para comprender mejor el presente y vislumbrar con más claridad el porvenir del mundo en que nos ha tocado vivir. Preservar la impronta fidelista en el accionar cotidiano nos aporta la mayor claridad ante los asuntos más diversos, por complejos que estos sean.
Frente a los recientes intentos de golpe de Estado tanto en Bolivia como en Venezuela, resulta inevitable pensar en la lucha que sostuvo desde los días primeros del triunfo revolucionario, en favor de la soberanía y la independencia, contra los intereses monopolistas del gobierno de ee. uu. en Cuba.
Si medidas radicales como la Ley de Reforma Agraria y la nacionalización de 26 compañías norteamericanas en Cuba provocaron la ira del imperio a través de la frustrada invasión mercenaria de Playa Girón, y la implementación del bloqueo económico, comercial y financiero a la Isla, desde hace más de seis décadas, cómo no asociar la actual situación de los pueblos bolivianos y venezolanos con una historia que ya los cubanos de Fidel nos sabemos de memoria.
Hace tan solo días, se supo que una empresa estadounidense de contratistas, estaba dispuesta a pagar millones de dólares por el asesinato del presidente Nicolás Maduro, quien ya fue víctima de un fallido intento de magnicidio en 2018. De nuevo nos viene el recuerdo de Fidel, con el que fracasaron nada menos que en más de 600 ocasiones para tratar de eliminarlo físicamente.
Lo caracterizaba una aguda sensibilidad ante los problemas de la cultura en la nación, y nos habla mucho al respecto aquella anécdota de marzo de 1959, en medio de tantas batallas por la supervivencia de la Revolución.
En altas horas de la noche, se presenta, junto al capitán Antonio Núñez Jiménez, en la casa de Fernando Alonso, uno de los fundadores del Ballet Nacional de Cuba, para preguntarle que cuánto dinero necesitaba para reorganizar el ballet. Este le dice, temeroso, que 100 000 pesos, a lo que Fidel le responde: «Les vamos a dar 200 000, pero tiene que garantizar que va a ser una buena compañía». Y así ha sido.