No hay guerra sin propaganda de guerra

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Hace un par de años tres realizadores (Roger Stahl, Matthew Alford y Tom Secker) dirigieron el documental “Teatros de guerra”, en el que analizan el papal del Pentágono en la industria moderna del entretenimiento, que se ha convertido en gigantesca.

Las pantallas de la televisión son armas de guerra y por eso el Pentágono firma contratos con las productoras de Hollywood y controla los guiones del cine, pero también los espectáculos multimedia.

El origen de la propaganda de guerra está en la creación de la Oficina de Información de Guerra (OWI), un programa del Pentágono creado el 13 de junio de 1942, seis meses después de Pearl Harbor. Uno de sus directores, Elmer Davis, dijo que “la forma más fácil de inculcar propaganda en la mente de la mayoría de las personas es a través de una película de entretenimiento, porque entonces no se dan cuenta de que están siendo sometidos a la propaganda”.

En 1953, con la Guerra Fría en pleno apogeo, Eisenhower comentó sobre la propaganda de guerra que “la mano del gobierno debe ocultarse hábilmente”. Para ello el ejército debía firmar “acuerdos con multitud de empresas privadas en los campos del entretenimiento, la dramaturgia, la música y otros”.

Hoy florece la militarización de las diversiones. Gracias a Top Gun, la franquicia Marvel y programas de televisión, como Extreme Makeover, el Pentágono ha logrado influir en los guiones de más de 2.500 películas y series.

La OWI, a la que sucedió la Entertainment Liaison Office, comenzó a revisar los guiones de cine y a devolverlos a los estudios de cine y televisión con los correspondientes comentarios. Sólo entonces procedía a prestar los sistemas de armamento para los rodajes.

No sólo el Pentágono, también el FBI es conocido por reescribir los guiones de cine.

Esta práctica no ha cambiado. En “The Fate of the Furious”, la octava entrega de la franquicia Fast & Furious, el rapero y actor Ludacris lee en voz alta un anuncio publicitario de 30 palabras para promocionar el dron terrestre “Ripsaw” de Textron Systems. El texto de Ludacris no fue escrito por un guionista, sino por la Oficina de Enlace de Entretenimiento.

Se pueden encontrar imágenes de publicidad encubierta de este tipo en cientos de producciones, ya sea en la franquicia Transformers (uno de los personajes, Starscream, es un avión de combate F-22) o en las películas de Marvel.

El fabricante de viudas

En varias ocasiones hemos expuesto la chapuza del avión de combate F-35, el campeón de las armas futuristas mal diseñadas, que ha costado a los contribuyentes estadounidenses más de dos billones de dólares. Sin embargo, el documental del canal History “Secret access: Superpower 2011” pinta un panorama muy diferente. El F-35 es el único camino posible para mantener la hegemonía militar estadounidense, y en “El Hombre de Acero”, el mismísimo Superman vuela junto a una flotilla de F-35 durante su guerra contra los despiadados kryptonianos.

La producción de “Misión Imposible 7: Dead Reckoning” hubiera resultado impopsible sin la intervención del Pentágono. Además de permitir al equipo filmar en bases militares estadounidenses en Emiratos Árabes Unidos, el contrato autorizó el préstamo de un V-22 Osprey fabricado por Boeing, de modo que será utilizado en al menos al menos dos escenas durante las cuales se filmará el avión tanto por dentro como por fuera.

Lo mismo que el F-35, el Osprey, apodado el “fabricante de viudas”, es un desastre que costó 120.000 millones de dólares y ya está desmantelado porque ha causado la muerte de 62 miembros de las fuerzas armadas.

Alguna vez el Pentágono ha explicado que el objetivo de su participación en la industria del entretenimiento es promover una “presentación auténtica de las operaciones militares” y mantener un “nivel aceptable de dignidad” en la imagen del ejército, mejorar “los programas de reclutamiento y apoyo a las fuerzas armadas”, así como respetar “las políticas del gobierno de Estados Unidos”.

Impulsar y blanquear la guerra

La película de 2017 “The Long Road Home” retrata la operación militar del ejército estadounidense en Ciudad Sadr en 2004, durante la Guerra de Irak. Se saldó con la muerte de 22 soldados y 940 irakíes. En una escena, un coronel dice que la batalla fue esencial para liberar a dos millones de iraquíes de la opresión de un dictador y ofrecerles un “futuro mejor”.

La película pasa por encima de mentiras, como las armas de destrucción masiva o los supuestos vínculos de Irak con Al-Qaeda, que justificaron la agresión militar de Estados Unidos. Finalmente, el papel que desempeñan los imperialistas es el de proteger a las poblaciones contra los dictadores de todo el mundo. Ahora Irak está mejor que entonces.

La película “Argo”, de Ben Afleck, trivializa el papel de la CIA en en 1953 en el derrocamiento del primer ministro iraní democráticamente elegido, Mohammad Mossadegh.

“Black Hawk derrobado” oculta la desastrosa debacle de Somalia con actos individuales de sufrimiento y coraje.

En 1986 “Top Gun” restauró la imagen del ejército después de dos décadas de una desastrosa derrota en Vietnam.

En la segunda entrega de Jack Ryan, el adorable Jim de The Office pide a la CIA que derroque a un dictador venezolano con armas nucleares, con la esperanza de instalar a un Juan Guaidó de cartón.

En Estados Unidos sólo hay dinero público para la guerra y la propaganda de guerra. En el período posterior al 11 de septiembre, los presupuetos militares han devorado ocho billones de dólares.

Pero el dinero del Pentágono es un laberinto. No hay manera de saber en qué se despilfarra, aunque las sospechas son obvias. La sexta auditoría tampoco lo ha podido aclarar.

—https://responsiblestatecraft.org/theaters-of-war/

Fuente: mpr21.info

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