LLUC SOLER. Un obituario comunista del Proceso catalán

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Los perros del régimen español instruyendo a la población catalana sobre los valores europeos.

Un obituario comunista del Proceso catalán

Uno de octubre, ni olvido ni perdón. Es una consigna compartida por todas las personas que participaron del referéndum de autodeterminación de 2017 y que, directa o indirectamente, sufrieron golpes y represión por parte de los cuerpos policiales. Un hito político del movimiento independentista con pocas comparaciones recientes en toda Europa, una jornada que condensa contradicciones, que politiza a toda una generación y que, para ser fructífera en un sentido político más amplio, debe ser analizada y criticada.

No olvidar ni perdonar no puede significar guardar ese día en una vitrina: el significado que debe tener por los revolucionarios, por los comunistas, es el de extraer lecciones estratégicas y una lectura de coyuntura propia. Es necesario para cualquier movimiento que aspire a hegemonizarse en territorio catalán (y en todas partes) pensar estratégicamente en los últimos 15 años y distinguir qué problemas ha presentado el proceso de autodeterminación fallido en Cataluña, una expresión de lucha que deja en una situación complicada en todo un Estado y que presenta potencialidades y limitaciones, al menos desde la perspectiva de quienes aspiramos a la construcción del socialismo.

En este artículo se intentará realizar un análisis político del Proceso, analizar el papel de las diferentes clases que participan con sus proyectos e intereses antagónicos, las lecciones estratégicas básicas que se pueden extraer de algunos de los momentos clave y los elementos centrales de la coyuntura que abra la muerte del Proceso.

Vida y muerte del Proceso: la clase media y el proletariado ausente

La hipótesis que ha sostenido el Movimiento Socialista es que el Proceso ha sido la expresión del proyecto político de la clase media en Cataluña en respuesta a una doble crisis social y nacional marcada por la crisis del 2008 y la sentencia contra el Estatut del 2010 .Esta afirmación se sostiene con elementos sociológicos, de cultura política y de contenido programático e intereses a los que responde. Por supuesto, no significa que la clase media sea necesariamente el sector social mayoritario que participa en el Proceso sino que es el que ejerce su liderazgo político, la clase que tiene la capacidad de hacer pasar sus intereses por el interés general y por tanto subordinar al resto: en este caso, la clase trabajadora, que fue el otro sector social principal que participó del Proceso, aunque de forma subalterna y sin una posición propia.

El proyecto independentista ha sido una respuesta coyuntural que debemos intentar conectar con tendencias de fondo. El viraje independentista de parte de las élites políticas catalanas representa un cambio histórico en su relación con el Estado: históricamente, el catalanismo político dominante ha oscilado entre integración y ruptura, pero también ha representado un puntal de la consolidación de Estado español y del modo de producción capitalista ; incluso los sectores burgueses catalanistas aspiraron históricamente a ser una facción dominante entre la clase dirigente en el Estado.

Las dos tendencias de fondo más relevantes que creemos que se conectan con el giro independentista son, por un lado, el declive económico relativo a consecuencia del debilitamiento industrial y el cambio a una economía orientada a los servicios ya la burbuja inmobiliaria que colapsará a finales de la primera década, coincidiendo con la apuesta del Estado por Madrid como centro financiero y nuevo polo del poder económico; y, por otra parte, la tensión histórica de un proyecto estatal unitario con descentralización administrativa en el que cada concesión es vista como una derrota política del Estado central. Ambas aliñadas por un momento de crisis identitaria global causada por un mundo acelerado y un nacionalismo español cada vez más agresivo con una reformulación neoconservadora que es capaz de arrastrar en sus ideas nucleares prácticamente todo el espectro político español.

En este contexto, en Cataluña el independentismo se convierte en un proyecto viable para las élites políticas catalanistas (nunca por la gran burguesía que mantiene su fidelidad estatal) en su doble objetivo de aumentar la competitividad económica del tejido empresarial catalán (vía Estado propio) y esquivar las consecuencias de su propia gestión austericida de la crisis económica (Convergencia y sus nombres sucesivos). Por una parte de la población en Cataluña, especialmente para las clases medias indentitariamente catalanas, pero también por una parte relevante de la clase trabajadora, la independencia se convierte en una opción ilusionante precisamente porque es capaz de proyectarse como una solución tanto a la pérdida de poder adquisitivo constante como la agresión contra determinados elementos de su identidad nacional, pero también porque contribuye al anhelo de romper con un régimen autoritario (en continuidad con el 15M) que irá normalizando registros, registros, despliegues policiales en todo el territorio y violencia masiva como acabó ocurriendo el día del referendo.

En 2012, con la primera manifestación masiva convocada por la nueva herramienta de trinca del independentismo, la ANC, la independencia quedará planteada como un proyecto mayoritario que choca con el régimen político surgido de la transición de 1978. Asimismo , se establecerá una dinámica élite-demasiado en la que todo desbordamiento empujado por la sociedad civil será institucionalizado y captado por los políticos profesionales: una tensión desbordamiento-institucionalización que en realidad está inscrita en la cultura política de la clase media y que se encuentra en el núcleo del punto de partida estratégico del Proceso, absolutamente apegado a la lógica de la delegación y la representación.

La consulta del 9N, el experimento de Junts pel Sí y todo el trayecto hasta el primero de octubre del 2017 son atravesados ​​por la centralidad estratégica de dos ideas: la desconexión y la transición de la ley, ambas para sostener que la independencia sería un tráfico tranquilo. En este caso, hay que reconocer honestamente que la Izquierda Independentista acertó al señalar que el Estado respondería con represión y reafirmando su poder y que era absurdo plantear un transición no conflictiva hacia la independencia; ahora bien, el EI nunca abandonó su subordinación política a los actores que personificaban la estrategia que ellos mismos criticaban y, por tanto, nunca fueron consecuentes a la práctica con lo que parcialmente, pero acertadamente, señalaban en comunicados y declaraciones. Se siguieron invirtiendo presidentes y se siguieron votando presupuestos, aunque se hiciera con un sí crítico, con un sí vigilante o con la gesticulación táctica que conviniera. ***

El 6 y 7 de septiembre de 2017, con las votaciones en el Parlament de Catalunya, se entra en una situación de doble legitimidad. Más allá de destacar el papel de En Comú Podem en aquel pleno, con su rama más españolista actuando explícitamente como cómplice de la represión, habría que apuntar cómo todos los políticos profesionales siguieron sosteniendo la fantasía de una legitimidad sin poder, esto es, de una legitimidad que no se dotaba de los medios necesarios para existir y que, por tanto, al confrontar con la otra legitimidad (esta sí, armada tal y como lo está un Estado), quedaría deshecha inmediatamente.

El primero de octubre y su realización impuesta a última hora por el desbordamiento (vía un nuevo actor, los CDR hegemonizados por las tesis más rupturistas) a entidades y partidos que no querían abrir las escuelas (Junts, ERC, ANC, Òmnium), rompen el hechizo de una estrategia fantasiosa engullida permanentemente por el tacticismo: no había plan, todo era un engaño que había ido demasiado lejos, no había capacidad para resistir el embate represivo del Estado ni para implementar los resultados. La violencia policial en todo el territorio se convirtió en una imagen que rápidamente captó la atención de todos los medios de comunicación internacionales a la vez que indignaba a sectores políticos que hasta ese momento se habían mostrado reacios al referéndum; la verdadera defensa del referéndum, cuerpo a cuerpo y articulada al margen de los partidos, aguantaba los golpes por culpa de la respuesta agresiva del Estado empujada por el nacionalismo español, mientras los políticos profesionales ya sabían que no aplicarían nada de lo prometido. El día tres de octubre con la huelga general se consolida una dinámica de lucha masiva contra la represión en torno a la cual empezarán a orbitar los siguientes pasos del movimiento, aunque sin corregir estrategia y sin cuestionar los liderazgos que habían llevado a la situación. La capacidad de paralizar a Catalunya demostrada de forma recurrente por la clase trabajadora durante los años siguientes podría ser fuente de aprendizajes en la lucha de clases, pero siempre acabó manteniéndose subordinada, sin un programa propio y sin desbordar los objetivos de los políticos procesistas .

La aplicación del 155 fue un ejemplo concreto de la normalidad del Estado capitalista, que arbitra entre legitimidades confrontadas y consolida su poder, aunque en su gestión se pudieran observar expresiones de tensiones entre facciones de la clase dominante ‘Estado español sobre cómo abordar la crisis territorial. La respuesta del Estado el día del referéndum y la gestión del 155, así como la aplicación descarnada del derecho penal del enemigo que llevaría a las sentencias, son hechos que deberían hacer abandonar a todo el mundo cualquier visión ingenua de lo que es un Estado capitalista : la forma política de la clase dominante en un territorio específico, una forma del poder capitalista. Para mucha gente que salga a soñar por el autoritarismo específico del Estado español, debe tenerse presente que la gestión autoritaria de los conflictos sociales no es una especificidad española sino que es la norma general de los Estados capitalistas, también de las modernas democracias liberales europeas que los partidos catalanistas de orden ponen como modelo y contraponen al atrasado Estado español.

Las elecciones del 21 de diciembre fueron aceptadas por todos los partidos y comenzó una rueda interminable de chantaje emocional e investiduras extrañas (las que sólo se intentaban y las que sí se conseguían) que se rompió con las sentencias a los presos políticos del Proceso. Juntos, ERC, ANC o Òmnium intentaron controlar el estallido social, e incluso compareció una pantalla activista fantasmagórica (Tsunami Democrático) que convocó movilizaciones audaces y, sin embargo, sin recorrido definido más allá de la protesta. Nadie era capaz de contener a los jóvenes cabreados a los que habían robado horizonte social y nacional que protagonizaban un nuevo ciclo de movilizaciones caracterizado por el cansancio, la frustración y la puesta en marcha de métodos de lucha que tensaban el independentismo oficial. El procesismo se dedicaba a colaborar activamente con la represión a través de Govern y Mossos (comandados por Junts) y pedía (con educación y sin tirar un papel al suelo) el retorno de la performance permanente. La criminalización contra la juventud se convirtió en la receta para intentar paliar el nerviosismo de los líderes del Proceso, que veían posible que las masas por primera vez se les giraran en contra y perdieran el control absoluto. El cierre de filas con la legalidad del Estado español y, por tanto, con el orden burgués, podría resumirse con Gabriel Rufián, Joan Tardà o cualquier otro de su cuerda progresista pequeñoburguesa saliendo a proteger a los pobres Mossos d’ Escuadra. Las fotos de la plana mayor de ERC situándose entre manifestantes y policía en Urquinaona, señalando a los «violentos» y contribuyendo a detenerlos, deberían permitir entender de forma definitiva cuál es el papel de este tipo de fuerzas y de la clase social a la que representan políticamente.

Las maniobras políticas de las élites políticas independentistas para sortear las consecuencias de sus acciones y tapar sus miserias tuvieron éxito hasta cierto punto: parte de la base social del Proceso quedó idiotizada, ligada emocionalmente a unos líderes sagrados, pero también es cierto que algunos sectores, más armados de valentía que de rumbo propio, rompieron definitivamente. Como en toda explosión espontánea, carecía de articulación y coherencia en la juventud que protagonizaba los días más sonados de las protestas, pero podía vislumbrarse una posibilidad nueva: porque lo que les atravesaba como generación era una ruptura social profunda y unas contradicciones de clase que la paz en nombre de la unidad nacional ya no podía contener. Se daban las condiciones para que la clase trabajadora experimentara una forma de hacer política diferente y reventara los consensos de la política procesista y su moralismo barato.

Los partidos de la pequeña burguesía repetían su papel histórico en Catalunya y más allá: nunca podrán ser consecuentes con su palabra, nunca podrán cumplir las amenazas y siempre temblarán ante las consecuencias de llevar los principios hasta el final. Han protestado, han sido los vencedores morales y han continuado mandando a los de siempre. Macià 1931, Compañeros 1934, Puigdemont-Junqueras 2017 ; curiosamente, todos y cada uno de los momentos de efervescencia del catalanismo político a través de la historia contemporánea han acabado haciendo pasar el interés particular de la pequeña burguesía como interés universal de la nación, subordinando a la clase trabajadora, en última instancia, a operaciones de reparto de la tarta entre los diferentes bloques de la burguesía en España.

El pensamiento fantasioso de la pequeña burguesía es una tónica histórica, se trata de una clase social atrapada entre proyectos antagónicos que no puede resolver ningún problema, tampoco la opresión nacional. Convergencia (y los nombres sucesivos que ha tenido hasta convertirse en Junts) es un partido neoliberal convertido a independentista por la situación, pero siempre ha tenido una base social conservadora pequeñoburguesa y ha sido un partido de orden. ERC, con una base social de clase media progresista exceptuando a algunos sectores de la clase trabajadora ligados al sector público o de zonas rurales, siempre se ha mantenido fiel a una concepción del cambio social socialdemócrata, institucionalizada y temerosa de grandes movilizaciones. Ambos partidos representan sociológica y políticamente los límites intrínsecos de toda aventura liderada por esta clase social, y toda fuerza política que no ponga en el centro la articulación del proletariado como sujeto político independiente, estará aceptando por activa o por pasiva jugar a su juego.

De la sentencia contra el Estatut al referéndum del 1 de octubre, pasando por manifestaciones, 9N y presupuestos; de las elecciones al Parlamento de diciembre de 2017, pasando por las investiduras fallidas de Puigdemont y Turull (con la CUP levantando el puño por el Presidente), las presidencias de Torra y Aragonès y las protestas contra las sentencias, hasta llegar al truco de magia procesista durante la investidura de Isla, las posiciones en el seno del independentismo se han ido clarificando. Mientras, el tronismo implementismo de la DUI extendido a buena parte de la base independentista primero y ahora más recluido en la base convergente, las jugadas maestras constantes propias de una concepción infantil de la política, el simbolismo exagerado, el chantaje emocional permanente y la represión ejercida directamente por la Generalidad contra manifestantes por defender la autodeterminación, el derecho a la vivienda u otros. Una mezcla perfecta para sumar a la creciente desafección entre la clase trabajadora.

El independentismo combativo o el independentismo que en principio se entrecruza con el hilo rojo ha tenido serios problemas para articular una verdadera política de clase independiente, incompatible por definición con el nacionalismo. La incapacidad para interpelar al conjunto del proletariado y convertirse en una alternativa revolucionaria tienen que ver con sus puntos de partida, algunos de los cuales pueden verse muy claramente también en las fallas estratégicas del Proceso.

La primacía de la cuestión nacional, entendida como una síntesis política del resto de problemáticas (independencia para cambiarlo todo), extendía entre los trabajadores la idea de que los catalanes pueden ser una comunidad armónica con intereses compartidos y que, para beneficio de todo el mundo, cuando surgieran problemas puntuales deberían arbitrarse en un Estado propio y en catalán. El interclasismo propio de toda comunidad nacional , aún más cuando ésta se sitúa como puntal que sostiene toda la acción política, siempre debe implicar la subordinación política de la clase trabajadora a intereses ajenos, especialmente en un contexto histórico de derrota del proyecto político comunista y de desarticulación del proletariado como sujeto ; si no existe como sujeto independiente, con unas síntesis estratégicas y programáticas propias, con unas organizaciones propias, parece aún más absurdo plantear su liderazgo respecto a otras clases que tienen una cultura política hegemónica hoy, como lo son las clases medias.

Además, pese al contenido eminentemente democrático de las reivindicaciones que inician el Proceso, las tesis independentistas han terminado arraigando dependiendo en gran medida de la adscripción nacional. Una parte del proletariado en Cataluña, especialmente en el AMB, identitariamente español, con identidad catalana subordinada a otra, o provenientes de determinadas comunidades migrantes, ha sido huérfano de proyecto político e incluso instrumentalizado por la reacción españolista. Indiferencia u oposición a la independencia han sido posiciones mayoritarias con un claro reflejo electoral y los partidos políticos espanyolistas han aprovechado para atizar el odio entre la clase trabajadora. Que existiera esta posibilidad tiene que ver con la incapacidad del independentismo para ofrecer un proyecto para toda la clase trabajadora, independientemente de la adscripción nacional, origen, lengua materna o fe, un proyecto que se anclara en una realidad organizativa tangible y que reconstruyera los lazos que el movimiento obrero histórico había logrado generar . Cierta fractura identitaria, que se vislumbraba en los mapas electorales, es consecuencia y no causa de la desaparición de grandes organizaciones que integraban al proletariado en su conjunto. El «un solo pueblo» pasó a ser una referencia casi exclusiva al «pueblo independentista», no tanto por voluntad de quienes lo proclamaban sino por la inexistencia de tejido organizado y propuesta política que englobara los intereses de la clase trabajadora en su diversidad.

Esta versión roja del independentismo o de nacionalismo revolucionario también tiene un problema importante en su concepción del Estado, en este caso del Estado propio, que es visto como un instrumento neutral y no como una herramienta de dominio de clase. En la propuesta de «primer independencia, después el resto» se obvia que quien controla la transición controla buena parte de los resultados, pero incluso en las formulaciones más maximalistas de lo que podría implicar un Estado propio para Catalunya parece que no se tiene ningún análisis de la naturaleza de clase de los Estados capitalistas. En una fantasía secesionista que es propia del nacionalismo económico (no sólo de la versión independentista, también de las izquierdas estatales en generales) se es incapaz de ver qué apremios limitan la acción estatal, qué condiciones generales hacen posible las políticas bienestaristas o cuáles posibilidades reales ofrece un Estado insertado en el entramado internacional del modo de producción capitalista y su concreción política y militar geoestratégica. «Soberanías», política monetaria y fiscal propias o similares, son apuestas que no hacen más que velar la realidad de las instituciones políticas al modo de producción capitalista y, por tanto, son contrarias a la edificación de un proyecto político que las supere . Los sueños húmedos de Dinamarca del sur o de Venezuela del Mediterráneo, según a quien le preguntes, son responsabilidad de un análisis erróneo de la naturaleza del capitalismo, de sus leyes generales y de las posibilidades estratégicas que se derivan ; es sustituir a Marx y Lenin por departamentos universitarios eclécticos e intelectuales a sueldo de fundaciones.

En definitiva, todas las grandes proclamas, promesas y discursos confrontativos con los que los partidos de la pequeña burguesía abrieron el Proceso se han ido diluyendo en un mar de «compromisos tácticos», claudicaciones «realistas» y, en definitiva, excusas para la derrota y la retirada a toda prisa desordenada y fratricida. A día de hoy estos partidos han vuelto a la casilla de salida, abordando el problema nacional como un juego de reparto de competencias, pactos fiscales y sillas en las instituciones burguesas de la monarquía española. Las expresiones organizativas del nacionalismo revolucionario mantienen una posición subordinada y el proyecto comunista se convierte en la única apuesta por una política independiente. El proletariado que participó activamente en el Proceso, siempre desde una posición subalterna y sin voz ni voto en la orientación de la lucha, ha captado la impotencia y desinterés de los partidos de políticos profesionales al resolver de raíz la situación de opresión: esto es, de destruir la sociedad de clases, de acabar con el capitalismo, de derrocar al Estado burgués español y el bloque imperialista occidental y de dotar a la clase trabajadora de una forma política nueva que responda a sus intereses .

La gestión del duelo, el nuevo ciclo y las tareas de los comunistas

El Proceso ha fallecido porque las condiciones que le vieron nacer han desaparecido, porque el movimiento independentista ha sido derrotado y sus principales actores han estado integrados en el funcionamiento institucional normal; por supuesto no ha muerto porque ya no exista la opresión nacional, esto no se ha resuelto, pero la investidura de Isla pone el último clavo en el ataúd del procesismo. La muerte es natural y el sufrimiento excesivo muchas veces viene de la no aceptación, por eso es importante pensar en todo lo relativo a gestionar el duelo que abra el nuevo ciclo político y sus corrientes de fondo.

Para entender el contexto podríamos hablar de crisis estructural, de neokeynesianismo de guerra, de una nueva austeridad europea que llega, de auge de la reacción y de normalización de un creciente autoritarismo, pero también es interesante hablar de todo esto a través de analizar en qué punto se encuentran las diferentes fuerzas políticas del circo parlamentario catalán, entender el momento que atraviesan estos partidos y qué tendencias se manifiestan.

El PSC más españolista y abiertamente favorable a la patronal (siempre lo ha sido, pero ahora lo dice sin tapujos) se consolida como la fuerza política de referencia del orden burgués en Cataluña, disputando el papel de intermediario entre instituciones y empresariado catalán a un Junts enloquecido que ya no transmite tanta confianza; la sociovergencia vuelve de facto con los nombramientos al Govern de perfiles como Miquel Sàmper o Ramon Espadaler, con el silencio cómplice de los Comunes que han aceptado una subalternidad completa y entusiasta hacia todo lo que diga o haga el PSC. Este partido será el encargado de liderar un nuevo tiempo de concordia y pacificación post-Proceso, todo ello mientras traslada a nivel nacional el proyecto político que ya hace años que pone en marcha en las alcaldías del AMB : políticas reaccionarias y antiproletarias de corte higienista (como el Pla Endreça a Barcelona), especialmente dirigidas a la población migrante, ataques contra las condiciones de organización de la clase trabajadora, puesta en práctica de los puntos programáticos centrales de la extrema derecha securitarista con maquillaje progresista.

La investidura de Isla no habría sido posible sin el bajón electoral de ERC, su debilidad interna causada entre otros por los ataques de falsa bandera (los carteles contra Maragall que confirman una estructura paralela para atacar a rivales políticos internos) y el impacto que ha tenido su gestión en el gobierno de la Generalitat, con los ya famosos desahucios republicanos, así como la subalternidad hacia el gobierno español encabezado por el PSOE de Pedro Sánchez. Juntos gesticula contrariado y genera espectáculo, pero al igual que ha pactado con Sánchez acabará pactando con Isla durante la legislatura, ya que ambos partidos coinciden en casi todas las políticas que tienen que ver con mantener la miseria creciente entre la clase trabajadora y con posibilitar las condiciones para la ganancia capitalista en un contexto europeo que prescribe recortes forzosos y el fin del expansionismo presupuestario pospandémico.

Los partidos mayoritarios del independentismo se dedican a disputarse las rentas electorales que quedan del Proceso, pero su descrédito es generalizado, como lo es también el de una ANC que, encabezada por Lluís Llach, se debate entre la defensa de la República fantasma, frotar el ridículo con sombreros de paja y comprar las tesis de la extrema derecha sobre control migratorio. Aliança Catalana se alimenta de la desafección y es ya una fuerza electoral muy relevante especialmente en las zonas con base social mayoritariamente independentista, cuyos electores ven en este Vox a la catalana el mejor canal para expresar sus pánicos morales y su cobardía , mientras juegan a la minoría nacional étnica que combate al invasor musulmán y pasan de defender la independencia a defender el catalán contra los migrantes. Un panorama desalentador que hace de la Catalunya post-Proceso un país mucho más similar al resto de Europa.

La Izquierda Independentista permanece incapaz de hacer una crítica de un paradigma político derrotado e intenta pacificar unas tensiones internas que posiblemente estallen en los próximos años (como ocurrió durante los anteriores); la CUP se proclama oposición durante la investidura pero arrastra un importante descrédito que le impide ser reconocida como referente político entre grandes capas de la clase trabajadora. Su sector más explícitamente nacionalista, Poble Lliure y la ya casi desaparecida La Forja, giran a la derecha y reclaman públicamente un gobernismo posibilista, una CUP ganamizada y alianzas patrióticas: orgullo de gobernar con Junts i Esquerra y compromiso cerrado con los pequeños negocios y el orden social . La llamada por una nueva izquierda nacional renovada coincide temporalmente con la candidatura rovirista a ERC del mismo nombre y en política no suelen existir las coincidencias.

El sector interno más a la izquierda, quien de facto controlaba las sucesivas direcciones de la CUP que ejecutaban (con matices) las hojas de ruta de Poble Lliure, quiere volver a los orígenes del independentismo de combate, como el día de la marmota , y seguirá chocando con los límites de una política nacionalista e interclasista que incapacita el proceso necesariamente internacional de volver a hacer del comunismo un proyecto político de masas: las restricciones de Salses a Guardamar y de Fraga a Maó, el internacionalismo entendido como suma de folclores y el proletariado como una clase más de su sujeto popular. Mientras reclaman un debate de movimiento que no llega (ni llegará seguramente), el Proceso Garbí, que debía ser el viento que impidiera que el barco se hundiera, deja de soplar y llega a su fin para liquidar definitivamente la forma-movimiento y , al menos eso parece, para poner en el centro una CUP cada vez más integrada en el entramado institucional burgués: ningún viento es bueno si no sabes hacia dónde navegas.

Las opciones políticas del ciclo anterior carecen de credibilidad para resolver el problema nacional y, a ojos de una parte creciente del proletariado, no tienen credibilidad para resolver ningún problema en general. La tarea de los comunistas es recomponer una fuerza política independiente, una fuerza que sólo responda a los intereses de la clase trabajadora en todos los asuntos que atraviesan. Ante el problema nacional en el Estado español, que encra es una cuestión estructural, la estrategia revolucionaria debe pasar por la defensa del derecho a la autodeterminación y de la unidad de clase, ambos puntos entendidos como condiciones inseparables para una política comunista.

La autodeterminación debe ser entendida como el derecho a la separación política y debe ser defendida por los trabajadores independientemente de la adscripción nacional, en estrecha relación con la necesaria organización a escala internacional y la más estrecha unidad de los proletarios de todos los países : enfrentar los caracteres opresores de los Estados como engranajes que aplican los mandatos de la oligarquía financiera europea, garantizar que podemos confrontar la escala de poder de la UE y la OTAN como herramientas de poder de nuestro bloque geoestratégico. Debe concretarse también al hacer frente a la negación de derechos y libertades políticas que es constitutiva del Estado español, ya que se fijan las condiciones de organización en las que los comunistas deberemos trabajar: debemos ser los primeros en denunciar los límites y contradicciones de la democracia liberal que nos permitan apuntar hacia la superioridad de una democracia para nuestra clase.

La unidad de clase debe ser entendida como una transformación del sentido político de la consigna «un solo pueblo», una unidad que sólo puede ser resultado del reconocimiento de la diversidad, de procesos de lucha y articulación organizativa y política . Esta unidad debe permitir combatir la fractura identitaria, la discriminación hacia el catalán y toda forma de reaccionarismo en general que se dé entre la clase trabajadora, educar contra la opresión nacional y también contra la influencia de la ideología burguesa. La clase trabajadora es la única clase que puede acabar con la opresión nacional en este estadio histórico y en este contexto geográfico, mientras que es también la única clase que al liberarse, libera a toda la humanidad.

Decir la verdad es siempre revolucionario y el Movimiento Socialista preferimos ese camino a seguir vendiendo falsas soluciones. El procesismo ha muerto, que nazca ahora una alternativa política que combata la neutralización del conflicto y todos los diversos problemas que afronta la clase trabajadora. Una alternativa que debe oponerse al proyecto nacional de los partidos de orden de la burguesía (Estado español) pero también al interclasismo del nacionalismo de nación oprimida que relega al proletariado a la subalternidad.

Urge reorganizar las fuerzas dispersas del anterior ciclo y orientarlas a un nuevo centro político y estratégico, nítidamente revolucionario, nítidamente comunista, que relance la autodefensa cotidiana de la clase insertada en la construcción de un proyecto político definido. Ante un partido independiente, frente a un partido propio de la clase trabajadora consecuente con sus objetivos, temblarán la pequeña burguesía y sus partidos y por primera vez la clase dominante verá tambalearse sus estructuras políticas y sus Estados.

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Un obituari comunista del Procés català

U d’octubre, ni oblit ni perdó. És una consigna compartida per totes les persones que participaren del referèndum d’autodeterminació del 2017 i que, directament o indirectament, patiren cops i repressió per part dels cossos policials. Una fita política del moviment independentista amb poques comparacions recents arreu d’Europa, una jornada que condensa contradiccions, que polititza tota una generació i que, per ser fructífera en un sentit polític més ampli, ha de ser analitzada i criticada.

No oblidar ni perdonar no pot voler dir guardar aquell dia en una vitrina: el significat que ha de tenir pels revolucionaris, pels comunistes, és el d’extreure’n lliçons estratègiques i una lectura de conjuntura pròpia. És necessari per a qualsevol moviment que aspiri a hegemonitzar-se en territori català (i a tot arreu) pensar estratègicament en els darrers 15 anys i destriar quins problemes ha presentat el procés d’autodeterminació fallit a Catalunya, una expressió de lluita que deixa en una situació complicada a tot un Estat i que presenta potencialitats i limitacions, si més no des de la perspectiva dels que aspirem a la construcció del socialisme.

En aquest article s’intentarà fer una anàlisi política del Procés, analitzar el paper de les diferents classes que hi participen amb els seus projectes i interessos antagònics, les lliçons estratègiques bàsiques que es poden extreure d’alguns dels moments clau i els elements centrals de la conjuntura que obri la mort del Procés.

Vida i mort del Procés: la classe mitjana i el proletariat absent

La hipòtesi que ha sostingut el Moviment Socialista és que el Procés ha estat l’expressió del projecte polític de la classe mitjana a Catalunya en resposta a una doble crisi social i nacional marcada per la crisi del 2008 i la sentència contra l’Estatut del 2010. Aquesta afirmació se sosté amb elements sociològics, de cultura política i de contingut programàtic i interessos als quals respon. Per descomptat, no significa que la classe mitjana sigui necessàriament el sector social majoritari què participa al Procés sinó que és el que n’exerceix el lideratge polític, la classe que té la capacitat de fer passar els seus interessos per l’interès general i per tant subordinar la resta: en aquest cas, la classe treballadora, que fou l’altre sector social principal que participà del Procés, tot i que de forma subalterna i sense una posició pròpia.

El projecte independentista ha estat una resposta conjuntural que hem d’intentar connectar amb tendències de fons. El viratge independentista de part de les elits polítiques catalanes representa un canvi històric en la relació que tenen amb l’Estat: històricament, el catalanisme polític dominant ha oscil·lat entre integració i ruptura, però també ha representat un puntal de la consolidació de l’Estat espanyol i del mode de producció capitalista; fins i tot  els sectors burgesos catalanistes van aspirar històricament a ser una facció dominant entre la classe dirigent a l’Estat.

Les dues tendències de fons més rellevants que creiem que es connecten amb el gir independentista són, per una banda, el declivi econòmic relatiu a conseqüència del debilitament industrial i el canvi a una economia orientada als serveis i a la bombolla immobiliària que col·lapsarà a finals de la primera dècada, coincidint amb l’aposta de l’Estat per Madrid com a centre financer i nou pol del poder econòmic; i, per l’altra banda, la tensió històrica d’un projecte estatal unitari amb descentralització administrativa en què cada concessió és vista com una derrota política de l’Estat central. Ambdues amanides per un moment de crisi identitària global causada per un món accelerat i un nacionalisme espanyol cada vegada més agressiu amb una reformulació neoconservadora que és capaç d’arrossegar en les seves idees nuclears pràcticament tot l’espectre polític espanyol.

En aquest context, a Catalunya l’independentisme esdevé un projecte viable per a les elits polítiques catalanistes (mai per la gran burgesia que manté la seva fidelitat estatal) en el seu doble objectiu d’augmentar la competitivitat econòmica del teixit empresarial català (via Estat propi) i d’esquivar les conseqüències de la seva pròpia gestió austericida de la crisi econòmica (Convergència i els seus noms successius). Per una part de la població a Catalunya, especialment per a les classes mitjanes indentitàriament catalanes, però també per una part rellevant de la classe treballadora, la independència esdevé una opció il·lusionant precisament perquè és capaç de projectar-se com una solució tant a la pèrdua de poder adquisitiu constant com a l’agressió contra determinats elements de la seva identitat nacional, però també perquè contribueix a l’anhel de trencar amb un règim autoritari (en continuïtat amb el 15M) que anirà normalitzant registres, escorcolls, desplegaments policials a tot el territori i violència massiva com acabà passant el dia del referèndum.

L’any 2012, amb la primera manifestació massiva convocada per l’eina nova de trinca de l’independentisme, l’ANC, la independència quedarà plantejada com un projecte majoritari que xoca amb el règim polític sorgit de la transició de 1978. Així mateix, s’hi establirà una dinàmica elit-massa en què tot desbordament empès per la societat civil serà institucionalitzat i copsat pels polítics professionals: una tensió desbordament-institucionalització que en realitat està inscrita en la cultura política de la classe mitjana i que es troba al nucli del punt de partida estratègic del Procés, absolutament aferrat a la lògica de la delegació i la representació.

La consulta del 9N, l’experiment de Junts pel Sí i tot el trajecte fins al primer d’octubre del 2017 són travessats per la centralitat estratègica de dues idees: la desconnexió i la transició de la llei, ambdues per sostenir que la independència seria un trànsit tranquil. En aquest cas, cal reconèixer honestament que l’Esquerra Independentista l’encertà en assenyalar que l’Estat respondria amb repressió i reafirmant el seu poder i que era absurd plantejar un transició no conflictiva cap a la independència; ara bé, l’EI no va abandonar mai la seva subordinació política als actors que personificaven l’estratègia que ells mateixos criticaven i, per tant, no van ser mai conseqüents a la pràctica amb el que parcialment, però encertadament, assenyalaven en comunicats i declaracions. Es van seguir investint presidents i es van seguit votant pressupostos, encara que es fes amb un sí crític, amb un sí vigilant o amb la gesticulació tàctica que convingués. ***

El 6 i 7 de setembre de 2017, amb les votacions al Parlament de Catalunya, s’entra en una situació de doble legitimitat. Més enllà de destacar el paper d’En Comú Podem en aquell ple, amb la seva branca més espanyolista actuant explícitament com a còmplice de la repressió, caldria apuntar com tots els polítics professionals van seguir sostenint la fantasia d’una legitimitat sense poder, això és, d’una legitimitat que no es dotava dels mitjans necessaris per existir i que, per tant, en confrontar amb l’altra legitimitat (aquesta sí, armada tal com ho està un Estat), quedaria desfeta immediatament.

El primer d’octubre i la seva realització imposada a última hora pel desbordament (via un nou actor, els CDR hegemonitzats per les tesis més rupturistes) a entitats i partits que no volien obrir les escoles (Junts, ERC, ANC, Òmnium), trenquen l’encanteri d’una estratègia fantasiosa engolida permanentment pel tacticisme: no hi havia pla, tot era un engany que havia anat massa lluny, no hi havia capacitat per resistir l’embat repressiu de l’Estat ni per implementar els resultats. La violència policial arreu del territori es va convertir en una imatge que ràpidament va copsar l’atenció de tots els mitjans de comunicació internacionals a la vegada que indignava a sectors polítics que fins aquell moment s’havien mostrat reticents al referèndum; la vertadera defensa del referèndum, cos a cos i articulada al marge dels partits, aguantava els cops per culpa de la resposta agressiva de l’Estat empesa pel nacionalisme espanyol, mentre els polítics professionals ja sabien que no aplicarien res del que havien promès. El dia tres d’octubre amb la vaga general es consolida una dinàmica de lluita massiva contra la repressió al voltant de la qual començaran a orbitar les següents passes del moviment, tot i que sense corregir estratègia i sense qüestionar els lideratges que havien portat a la situació. La capacitat de paralitzar Catalunya demostrada de forma recurrent per la classe treballadora durant els anys següents podria ser font d’aprenentatges en la lluita de classes, però sempre va acabar mantenint-se subordinada, sense un programa propi i sense desbordar els objectius dels polítics processistes.

L’aplicació del 155 va ser un exemple concret de la normalitat de l’Estat capitalista, que arbitra entre legitimitats confrontades i consolida el seu poder, encara que en la seva gestió es poguessin observar expressions de tensions entre faccions de la classe dominant a l’Estat espanyol sobre com abordar la crisi territorial. La resposta de l’Estat el dia del referèndum i la gestió del 155, així com l’aplicació descarnada del dret penal de l’enemic que portaria a les sentències, són fets que haurien de fer abandonar a tothom qualsevol visió ingènua del que és un Estat capitalista: la forma política de la classe dominant a un territori específic, una forma del poder capitalista. Per molta gent que surti a somicar per l’autoritarisme específic de l’Estat espanyol, cal tenir present que la gestió autoritària dels conflictes socials no és una especificitat espanyola sinó que és la norma general dels Estats capitalistes, també de les modernes democràcies liberals europees que els partits catalanistes d’ordre posen com a model i contraposen a l’endarrerit Estat espanyol.

Les eleccions del 21 de desembre foren acceptades per tots els partits i va començar una roda interminable de xantatge emocional i investidures estranyes (les que només s’intentaven i les que sí que s’aconseguien) que es va trencar amb les sentències als presos polítics del Procés. Junts, ERC, ANC o Òmnium intentaren controlar l’esclat social, i fins i tot va comparèixer una pantalla activista fantasmagòrica (Tsunami Democràtic) que va convocar mobilitzacions audaces i, val a dir, sense recorregut definit més enllà de la protesta. Ningú era capaç de contenir els joves emprenyats a qui havien robat horitzó social i nacional que protagonitzaven un nou cicle de mobilitzacions caracteritzat pel cansament, la frustració i la posada en marxa de mètodes de lluita que tensaven l’independentisme oficial. El processisme es dedicava a col·laborar activament amb la repressió a través de Govern i Mossos (comandats per Junts) i demanava (amb educació i sense llençar ni un paper a terra) el retorn de la performance permanent. La criminalització contra el jovent va convertir-se en la recepta per intentar pal·liar el nerviosisme dels líders del Procés, que veien possible que les masses per primera vegada se’ls giressin en contra i perdessin el control absolut. El tancament de files amb la legalitat de l’Estat espanyol i, per tant, amb l’ordre burgès, podria resumir-se amb Gabriel Rufián, Joan Tardà o qualsevol altre de la seva corda progressista petitburgesa sortint a protegir els pobres Mossos d’Esquadra. Les fotos de la plana major d’ERC situant-se entre manifestants i policia a Urquinaona, assenyalant els «violents» i contribuint a detenir-los, haurien de permetre entendre de forma definitiva quin és el paper d’aquest tipus de forces i de la classe social a la que representen políticament.

Les maniobres polítiques de les elits polítiques independentistes per esquivar les conseqüències de les seves accions i tapar les seves misèries van tenir èxit fins a cert punt: una part de la base social del Procés va quedar idiotitzada, lligada emocionalment a uns líders sagrats, però també és cert que alguns sectors, més armats de valentia que no de rumb propi, hi van trencar definitivament. Com en tota explosió espontània, mancava articulació i coherència en el jovent que protagonitzava els dies més sonats de les protestes, però s’hi podia entreveure una possibilitat nova: perquè el que els travessava com a generació era una ruptura social profunda i unes contradiccions de classe que la pau en nom de la unitat nacional ja no podia contenir. Es donaven les condicions perquè la classe treballadora experimentés una forma de fer política diferent i rebentés els consensos de la política processista i el seu moralisme barat.

Els partits de la petita burgesia repetien el seu paper històric a Catalunya i més enllà: no podran ser mai conseqüents amb la seva paraula, no podran complir mai les amenaces i sempre tremolaran davant les conseqüències de portar els principis fins al final. Han protestat, han estat els vencedors morals i han continuat manant els de sempre. Macià 1931, Companys 1934, Puigdemont-Junqueras 2017; curiosament, tots i cadascun dels moments d’efervescència del catalanisme polític a través de la història contemporània han acabat fent passar l’interès particular de la petita burgesia com a interès universal de la nació, subordinant a la classe treballadora, en última instància, a operacions de repartiment del pastís entre els diferents blocs de la burgesia a l’estat espanyol.

El pensament fantasiós de la petita burgesia és una tònica històrica, es tracta d’una classe social atrapada entre projectes antagònics que no pot resoldre cap problema, tampoc l’opressió nacional. Convergència (i els noms successius que ha tingut fins a esdevenir Junts) és un partit neoliberal convertit a independentista per la situació, però sempre ha tingut una base social conservadora petitburgesa i ha estat un partit d’ordre. ERC, amb una base social de classe mitjana progressista exceptuant alguns sectors de la classe treballadora lligats al sector públic o de zones rurals, sempre s’ha mantingut fidel a una concepció del canvi social socialdemòcrata, institucionalitzada i temorosa de grans mobilitzacions. Ambdós partits representen sociològicament i políticament els límits intrínsecs de tota aventura liderada per aquesta classe social, i tota força política que no posi al centre l’articulació del proletariat com a subjecte polític independent, estarà acceptant per activa o per passiva jugar al seu joc.

De la sentència contra l’Estatut al referèndum de l’1 d’octubre, passant per manifestacions, 9N i pressupostos; de les eleccions al Parlament del desembre de 2017, passant per les investidures fallides de Puigdemont i Turull (amb la CUP aixecant el puny pel President), les presidències de Torra i Aragonès i les protestes contra les sentències, fins arribar al truc de màgia processista durant la investidura d’Illa, les posicions al si de l’independentisme s’han anat clarificant. Mentrestant, l’implementisme tronat de la DUI estès a bona part de la base independentista primer i ara més reclòs en la base convergent, les jugades mestres constants pròpies d’una concepció infantil de la política, el simbolisme exagerat, el xantatge emocional permanent i la repressió exercida directament per la Generalitat contra manifestants per defensar l’autodeterminació, el dret a l’habitatge o altres. Una mescla perfecta per sumar a la desafecció creixent entre la classe treballadora.

L’independentisme combatiu o l’independentisme que en principi s’entrecreua amb el fil roig ha tingut seriosos problemes per articular una vertadera política de classe independent, incompatible per definició amb el nacionalisme. La incapacitat per interpel·lar el conjunt del proletariat i per esdevenir una alternativa revolucionària tenen a veure amb els seus punts de partida, alguns dels quals poden veure’s molt clarament també en les falles estratègiques del Procés.

La primacia de la qüestió nacional, entesa com una síntesi política de la resta de problemàtiques (independència per canviar-ho tot), estenia entre els treballadors la idea que els catalans poden ser una comunitat harmònica amb interessos compartits i que, per a benefici de tothom, quan sorgissin problemes puntuals s’haurien d’arbitrar en un Estat propi i en català. L’interclassisme propi de tota comunitat nacional, encara més quan aquesta se situa com a puntal que sosté tota l’acció política, sempre ha d’implicar la subordinació política de la classe treballadora a interessos aliens, especialment en un context històric de derrota del projecte polític comunista i de desarticulació del proletariat com a subjecte; si no existeix com a subjecte independent, amb unes síntesis estratègiques i programàtiques pròpies, amb unes organitzacions pròpies, sembla encara més absurd plantejar el seu lideratge respecte altres classes que tenen una cultura política hegemònica avui, com ho són les classes mitjanes.

A més, malgrat el contingut eminentment democràtic de les reivindicacions que inicien el Procés, les tesis independentistes han acabat arrelant depenent en gran mesura de l’adscripció nacional. Una part del proletariat a Catalunya, especialment a l’AMB, identitàriament espanyol, amb identitat catalana subordinada a una altra, o provinents de determinades comunitats migrants, ha estat orfe de projecte polític i, fins i tot, instrumentalitzat per la reacció espanyolista. Indiferència o oposició a la independència han estat posicions majoritàries amb un reflex electoral clar i els partits polítics espanyolistes han aprofitat per atiar l’odi entre la classe treballadora. Que existís aquesta possibilitat té a veure amb la incapacitat de l’independentisme per oferir un projecte per a tota la classe treballadora, independentment de l’adscripció nacional, origen, llengua materna o fe, un projecte que s’ancorés en una realitat organitzativa tangible i que reconstruís els lligams que el moviment obrer històric havia aconseguit generar. Certa fractura identitària, que s’entreveia als mapes electorals, és conseqüència i no causa de la desaparició de grans organitzacions que integraven el proletariat en el seu conjunt. L’«un sol poble» va passar a ser una referència quasi exclusiva al «poble independentista», no tant per voluntat dels qui ho proclamaven sinó per la inexistència de teixit organitzat i proposta política que englobés els interessos de la classe treballadora en la seva diversitat.

Aquesta versió roja de l’independentisme o de nacionalisme revolucionari, també té un problema important en la seva concepció de l’Estat, en aquest cas de l’Estat propi, que és vist com un instrument neutral i no com una eina de domini de classe. En la proposta de «primer independència, després la resta» s’obvia que qui controla la transició controla bona part dels resultats, però fins i tot en les formulacions més maximalistes del que podria implicar un Estat propi per a Catalunya sembla que no es té cap anàlisi de la naturalesa de classe dels Estats capitalistes. En una fantasia secessionista que és pròpia del nacionalisme econòmic (no només de la versió independentista, també de les esquerres estatals en generals) s’és incapaç de veure quins constrenyiments limiten l’acció Estatal, quines condicions generals fan possible les polítiques benestaristes o quines possibilitats reals ofereix un Estat inserit en l’entramat internacional del mode de producció capitalista i la seva concreció política i militar geoestratègica. «Sobiranies», política monetària i fiscal pròpies o similars, són apostes que no fan més que velar la realitat de les institucions polítiques al mode de producció capitalista i, per tant, són contràries a l’edificació d’un projecte polític que les superi. Els somnis humits de la Dinamarca del sud o de la Veneçuela de la Mediterrània, segons a qui li preguntis, són responsabilitat d’una anàlisi errònia de la naturalesa del capitalisme, de les seves lleis generals i de les possibilitats estratègiques que se’n deriven; és substituir Marx i Lenin per departaments universitaris eclèctics i intel·lectuals a sou de fundacions.

En definitiva, totes les grans proclames, promeses i discursos confrontatius amb què els partits de la petita burgesia van obrir el Procés s’han anat diluint en un mar de «compromisos tàctics», claudicacions «realistes» i, en definitiva, excuses per a la derrota i la retirada a correcuita desordenada i fratricida. A dia d’avui aquests partits han tornat a la casella de sortida, abordant el problema nacional com un joc de repartiment de competències, pactes fiscals i cadires a les institucions burgeses de la monarquia espanyola. Les expressions organitzatives del nacionalisme revolucionari hi mantenen una posició subordinada i el projecte comunista esdevé l’única aposta per una política independent. El proletariat que va participar activament en el Procés, sempre des d’una posició subalterna i sense veu ni vot en l’orientació de la lluita, ha captat la impotència i desinterès dels partits de polítics professionals en resoldre d’arrel la situació d’opressió: això és, de destruir la societat de classes, d’acabar amb el capitalisme, d’enderrocar l’Estat burgès espanyol i el bloc imperialista occidental i de dotar a la classe treballadora d’una forma política nova que respongui als seus interessos.

La gestió del dol, el nou cicle i les tasques dels comunistes

El Procés ha mort perquè les condicions que el van veure néixer han desaparegut, perquè el moviment independentista ha estat derrotat i els seus principals actors han estat integrats en el funcionament institucional normal; per descomptat no ha mort perquè ja no existeixi l’opressió nacional, això no s’ha resolt, però la investidura d’Illa posa el darrer clau al taüt del processisme. La mort és natural i el patiment excessiu moltes vegades ve de la no-acceptació, per això és important pensar en tot allò relatiu a gestionar el dol que obri el nou cicle polític i els seus corrents de fons.

Per entendre el context podríem parlar de crisi estructural, de neokeynesianisme de guerra, d’una nova austeritat europea que arriba, d’auge de la reacció i de normalització d’un creixent autoritarisme, però també és interessant parlar de tot això a través d’analitzar en quin punt es troben les diferents forces polítiques del circ parlamentari català, entendre el moment que travessen aquests partits i quines tendències s’hi manifesten.

El PSC més espanyolista i obertament favorable a la patronal (sempre ho ha estat, però ara ho diu sense embuts) es consolida com la força política de referència de l’ordre burgès a Catalunya, tot disputant el paper d’intermediari entre institucions i empresariat català a un Junts embogit que ja no transmet tanta confiança; la sociovergència torna de facto amb els nomenaments al Govern de perfils com Miquel Sàmper o Ramon Espadaler, amb el silenci còmplice dels Comuns que han acceptat una subalternitat completa i entusiasta cap a tot el que digui o faci el PSC. Aquest partit serà l’encarregat de liderar un nou temps de concòrdia i pacificació post-Procés, tot això mentre trasllada a nivell nacional el projecte polític que ja fa anys que posa en marxa a les batllies de l’AMB: polítiques reàccionaries i antiproletàries de tall higienista (com el Pla Endreça a Barcelona), especialment dirigides a la població migrant, atacs contra les condicions d’organització de la classe treballadora, posada en pràctica dels punts programàtics centrals de l’extrema dreta securitarista amb maquillatge progressista.

La investidura d’Illa no hauria estat possible sense la davallada electoral d’ERC, la seva debilitat interna causada entre d’altres pels atacs de falsa bandera (els cartells contra Maragall que confirmen una estructura paral·lela per atacar rivals polítics interns) i l’impacte que ha tingut la seva gestió al govern de la Generalitat, amb els ja famosos desnonaments republicans, així com la subalternitat cap al govern espanyol encapçalat pel PSOE de Pedro Sánchez. Junts gesticula contrariat i genera espectacle, però de la mateixa manera que ha pactat amb Sánchez acabarà pactant amb Illa durant la legislatura, ja que ambdós partits coincideixen en gairebé totes les polítiques que tenen a veure amb mantenir la misèria creixent entre la classe treballadora i amb possibilitar les condicions pel guany capitalista en un context europeu que prescriu retallades forçoses i el final de l’expansionisme pressupostari postpandèmic.

Els partits majoritaris de l’independentisme es dediquen a disputar-se les rendes electorals que queden del Procés, però el seu descrèdit és generalitzat, com també ho és el d’una ANC que, encapçalada per Lluís Llach, es debat entre la defensa de la República fantasma, fregar el ridícul amb capells de palla i comprar les tesis de l’extrema dreta sobre control migratori. Aliança Catalana s’alimenta de la desafecció i és ja una força electoral molt rellevant especialment a les zones amb base social majoritàriament independentista, amb uns electors que veuen en aquest Vox a la catalana el millor canal per expressar els seus pànics morals i la seva covardia, mentre juguen a la minoria nacional ètnica que combat a l’invasor musulmà i passen de defensar la independència a defensar el català contra els migrants. Un panorama desencoratjador que fa de la Catalunya post-Procés un país molt més similar a la resta d’Europa.

L’Esquerra Independentista roman incapaç de fer una crítica d’un paradigma polític derrotat i intenta pacificar unes tensions internes que possiblement esclatin els propers anys (tal com va passar durant els anteriors); la CUP es proclama oposició durant la investidura però arrossega un descrèdit important que li impedeix ser reconeguda com a referent polític entre grans capes de la classe treballadora. El seu sector més explícitament nacionalista, Poble Lliure i la ja quasi desapareguda La Forja, giren a la dreta i reclamen públicament un governisme possibilista, una CUP guanyemitzada i aliances patriòtiques: orgull de governar amb Junts i Esquerra i compromís tancat amb els petits negocis i l’ordre social. La crida per una nova esquerra nacional renovada coincideix temporalment amb la candidatura rovirista a ERC del mateix nom i en política no solen existir les coincidències.

El sector intern més a l’esquerra, qui de facto controlava les successives direccions de la CUP que executaven (amb matisos) els fulls de ruta de Poble Lliure, vol tornar als orígens de l’independentisme de combat, com el dia de la marmota, i seguirà topant amb els límits d’una política nacionalista i interclassista que incapacita el procés necessàriament internacional de tornar a fer del comunisme un projecte polític de masses: les restriccions de Salses a Guardamar i de Fraga a Maó, l’internacionalisme entès com a suma de folklores i el proletariat com una classe més del seu subjecte popular. Mentre reclamen un debat de moviment que no arriba (ni arribarà segurament), el Procés Garbí, que havia de ser el vent que impedís que el vaixell s’enfonsés, deixa de bufar i arriba al seu final per liquidar definitivament la forma-moviment i, almenys això sembla, per posar al centre una CUP cada vegada més integrada en l’entramat institucional burgès: cap vent és bo si no saps cap a on navegues.

Les opcions polítiques del cicle anterior no tenen credibilitat per resoldre el problema nacional i, a ulls d’una part creixent del proletariat, no tenen credibilitat per resoldre cap problema en general. La tasca dels comunistes és recompondre una força política independent, una força que només respongui als interessos de la classe treballadora en tots els afers que la travessen. Davant del problema nacional a l’Estat espanyol, que encra és una qüestió estructural, l’estratègia revolucionària ha de passar per la defensa del dret a l’autodeterminació i de la unitat de classe, ambdós punts entesos com a condicions inseparables per a una política comunista.

L’autodeterminació ha de ser entesa com el dret a la separació política i ha de ser defensada pels treballadors independentment de l’adscripció nacional, en estreta relació amb la necessària organització a escala internacional i la més estreta unitat dels proletaris de tots els països: enfrontar els caràcters opressors dels Estats com a engranatges que apliquen els mandats de l’oligarquia financera europea, garantir que podem confrontar l’escala de poder de la UE i la OTAN com a eines de poder del nostre bloc geoestratègic. S’ha de concretar també en plantar cara la negació de drets i llibertats polítiques que és constitutiva de l’Estat espanyol, ja que es fixen les condicions d’organització en què els comunistes haurem de treballar: hem de ser els primers en denunciar els límits i contradiccions de la democràcia liberal que ens permetin apuntar cap a la superioritat d’una democràcia per a la nostra classe.

La unitat de classe ha de ser entesa com una transformació del sentit polític de la consigna «un sol poble», una unitat que només pot ser resultat del reconeixement de la diversitat, de processos de lluita i articulació organitzativa i política. Aquesta unitat ha de permetre combatre la fractura identitària, la discriminació cap al català i tota forma de reaccionarisme en general que es doni entre la classe treballadora, educar contra l’opressió nacional i també contra la influència de la ideologia burgesa. La classe treballadora és l’única classe que pot acabar amb l’opressió nacional en aquest estadi històric i en aquest context geogràfic, mentre que és també l’única classe que en alliberar-se, allibera tota la humanitat.

Dir la veritat és sempre revolucionari i el Moviment Socialista preferim aquest camí a seguir venent falses solucions. El processisme ha mort, que neixi ara una alternativa política que combati la neutralització del conflicte i tots els problemes diversos que afronta la classe treballadora. Una alternativa que ha d’oposar-se al projecte nacional dels partits d’ordre de la burgesia (l’Estat espanyol) però també a l’interclassisme del nacionalisme de nació oprimida que relega el proletariat a la subalternitat.

És urgent reorganitzar les forces disperses de l’anterior cicle i orientar-les a un nou centre polític i estratègic, nítidament revolucionari, nítidament comunista, que rellanci l’autodefensa quotidiana de la classe inserida en la construcció d’un projecte polític definit. Davant d’un partit independent, davant d’un partit propi de la classe treballadora conseqüent amb els seus objectius, tremolaran la petita burgesia i els seus partits i per primera vegada la classe dominant veurà trontollar les seves estructures polítiques i els seus Estats.

(Horitzó Socialista)

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