Las puertas del infierno

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Las acciones terroristas contra Cuba han dejado el luto en más de 3 000 familias a lo largo de 60 años. Una de ellas fue el crimen de Barbados

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Luís Raúl Vázquez Muñoz (Juventud Rebelde).— El 6 de octubre de 1976 debió ser una jornada con cierto fresco en el Caribe. En la playa Paraíso, de la isla de Barbados, al atardecer, el viento mecía los cocoteros frente a un mar que lucía tonos más fuertes o claros, en dependencia de la profundidad y el fondo marino. Cuando se veía más azul, muy intenso era a lo lejos, en lo más hondo. Era tan fuerte, que la diferencia se veía enseguida.

Es, en verdad, un litoral bello, con arenas entre pardas y blancas, colinas llenas de vegetación y una ribera ancha, la adecuada para tenderse a tomar el sol o caminar tranquilos.

Pero ese día los paseantes vieron algo inusual. ¿Quién podía creer aquello? Sobre el mediodía, a lo lejos, un avión empezó a descender envuelto en un humo negro y espeso. Quizá a la distancia no se escuchara nada. Ni el rugido de los motores ni el silbido de la nave al caer en picado. Nada. Solo era la vista. La de un avión cayendo sobre la isla envuelto en llamas. De un pronto la nave dio un giro, y una columna de agua se levantó a los lejos, donde el mar era más azul. Fue el final. Eran las 12:24 p.m., hora de La Habana.

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Desde 1959 en el país se han documentado 681 acciones de terroristas, una cifra que crece. Como resultado de esos ataques, 3 478 cubanos han muerto y otros 2 099 recibieron lesiones permanentes. Ha sido una puerta a los infiernos.

Solo que el término es muy polémico. Todo el mundo sabe qué es el terrorismo, pero nadie se pone de acuerdo para definirlo. El ex secretario general de la ONU, Kofi Annan, trató de buscar una fórmula para unir voluntades en la lucha contra un flagelo que, como mínimo, hoy afecta a 31 países, de acuerdo con el Observatorio Internacional de Estudios sobre el Terrorismo. Al final no logró mucho, porque lo poco que alcanzó fue una fórmula, que los diplomáticos y jefes de Estado aceptan, aunque no la digieren por completo.

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Los expertos de la ONU dicen que el terrorismo es todo acto destinado a causar muerte o lesiones corporales graves a un civil o a cualquier otra persona que no participe directamente en las hostilidades en una situación de conflicto armado. Acto seguido, precisan: la acción del terror se dirige a intimidar a una población u obligar a un Gobierno o a una organización internacional a realizar un acto o a abstenerse a hacerlo.

La Real Academia de la Lengua Española dice que el terrorismo es la actuación criminal y desproporcionada de bandas organizadas para crear alarma social con fines políticos. La Interpol dice que es una actividad compleja con organizaciones y hasta personas que actúan en solitario. A finales de la década de 1980, los profesores Alex Schmidt y Albert J. Jongman, escribían un libro para definir qué era el terrorismo. Pidieron la opinión a cien investigadores y recibieron más de cien respuestas.

«No hay acuerdo porque es una definición política, es una definición que depende de quién la da y del momento histórico», explica Moussa Bourekba, investigador principal del Barcelona Centre for International Affairs, al sitio digital Newtral.es.

El Código Penal de Estados Unidos, en cambio, es muy preciso, quizá el más preciso de todos. Lo es tanto que desde 1983 los especialistas lo utilizan para estudios estadísticos. En el Título 22, sección 2656f (d), se lee: «Terrorismo: Violencia premeditada y con motivos políticos perpetrada contra objetivos civiles por grupos subnacionales o agentes clandestinos, generalmente con la intención de influenciar a un público determinado».

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Aquel 6 de octubre de 1976 Servando Hernández León estaba feliz. Él era el entrenador del equipo y sus muchachos habían ganado todas las medallas en el 4to. Campeonato Centroamericano y Caribeño de Esgrima. Ese día esperaba recibirlos. Entró a la Comisión Nacional de Esgrima y se dispuso a aguardar la hora de la llegada del vuelo procedente de Caracas.

Vaya a usted a saber los cuentos que harían. Cuando regresó de Moscú, a finales de 1973, y lo pusieron al frente del equipo, le aconsejaron que debía dar algunas bajas. «No van a llegar a nada, ya dieron todo lo que podían dar», dijeron. Servando se mantuvo firme: «Hay que trabajar con lo que tenemos».

Y ahí estaba el resultado. Julio Herrera Aldama, el «Yurka», era muy bueno, pero se confiaba mucho y perdía. De seguro que lo tenían en una lista para sacarlo. Servando, en cambio, vio un diamante.

«Tenía una velocidad y una fuerza en las piernas como ningún otro del equipo —contó a la periodista Julieta García Ríos para JR—. Antes había sido futbolista y de ahí venía esa explosividad. Tenía un fondo como solo se lo vi hacer a él y a un rumano. Julio tenía un defecto: se confiaba mucho; pero, cuando se proponía una meta, no había quién lo parara y en esa temporada estaba imbatible».

José Ramón Arencibia era otro de los grandes. Sus compañeros le decían el Baba por lo lindo que hablaba. «Parece un poeta», bromeaban. En los Juegos Panamericanos de México 1975, Cuba quedó en segundo lugar en esgrima. El Baba había sido el mejor y en el último asalto perdió ante un norteamericano. «Cuando terminó la competencia fue tanta su rabia —recordó Servando—, que con sus manos rompió el cable personal que estaba conectado a su espada y marcaba los toques. Nunca lo había visto así».

Ahora solo quedaba esperar, hasta que dijeron que algo había pasado. El avión tenía una escala en Barbados, de ahí volaba a Jamaica para luego aterrizar en Cuba; pero al salir de Barbados había ocurrido algo en pleno vuelo. Primero dijeron que era un accidente, a lo mejor alguien había sobrevivido. Después se confirmó: todos sus muchachos estaban muertos.

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El operador de vuelos de la torre de control del aeropuerto Seawell, en el sur de Barbados, quedó en un sobresalto. «Seawell, Cubana 455», escuchó. El 455 era un DC-8 de Cubana de Aviación que por lo usual volaba por Panamá, Venezuela, Guayana, Barbados y Jamaica. Era un viaje por el Caribe en un avión de un solo pasillo con filas de cinco asientos a cada lado, y capaz de volar a una velocidad crucero de 942 kilómetros por hora.

Hacía unos cinco minutos, aproximadamente, que había despegado con normalidad, pero en la voz del piloto se notaba algo extraño. «Cubana 455, Seawell», respondió. Lo que oyó debió dejarlo sin aliento: «¡Tenemos una explosión a bordo y estamos descendiendo inmediatamente! ¡Tenemos fuego a bordo…!». El operador trató de permanecer calmado: «Cubana 455, ¿regresarán a este campo?».

En el acto de recordación a las víctimas, Fidel expuso pruebas que comprometían a terroristas apoyados por la CIA en el sabotaje a la aeronave de Cubana de Aviación. Fotos: Archivo de JR

El éter quedó en silencio. Solo se oía el ruido de la estática y un pitido intermitente. El operador repitió: «Cubana 4-5-5», separando los números del indicativo del avión. Por el audio se volvieron a escuchar las palabras desde la nave, aunque ya no eran en inglés. Ya se mezclaban entre inglés y español: «Aquí Seawell, Cubana-four-five-five. We request landing…, y la urgencia se notaba con un fuerte acento hispano: “inmidiatli”, “inmidiatli”».

Desde la torre de control avisaron: «Cubana 455, autorizado». El «Roger that», el código de confirmación de mensaje recibido, se oyó entrecortado, muy confuso. Uno o dos segundos después se oyó el grito de terror: «¡Cierren la puerta, cierren la puerta!». «Cubana 455, tenemos emergencia total lista en espera». Quizá esperaba una confirmación, cuando oyó: «¡Eso es peor…! ¡Pégate al agua, Felo! ¡Pégate al agua!».

El sonido de la estática regresó. «Cubana 455», llamó el operador. No oyó respuesta. «Cubana 455…», repitió. «…Cubana 455…». El ruido del éter se sentía más fuerte. En la torre miraron al radar. El punto que identificaba al avión cubano había desaparecido de la pantalla.

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El mar estaba tranquilo. No tenía olas. Los barcos se mecían con suavidad y el camarógrafo trata de mantener el equilibrio en medio del suave balanceo. Filma a dos embarcaciones muy arrimadas. De la primera, la más alta, los especialistas se pegaban a las barandas de seguridad. Una mujer, vestida con una blusa de colores claros, sostenía una carpeta blanca. Todos estaban atentos a lo que se sacaba del bote más pequeño.

Eran unas piezas destrozadas: un fragmento de ala, otro de cabina, todas piezas astilladas de lo que fue un avión de cuatro turborreactores Pratt and Whitney, capaz de despegar con 85 toneladas de peso y volar hasta 6 400 kilómetros de distancia.

De todos los viajeros cubanos, solo ocho cuerpos pudieron rescatarse del fondo del mar. Fotos: Archivo de JR

A cada rato del barco pequeño sacaban algo, lo envolvían en unas sábanas y entre tres o cuatro hombres lo subían por una escalera hacia el interior del barco más grande. Eran los cuerpos. Más la tripulación, el avión despegó con 73 pasajeros: 57 cubanos, 11 jóvenes guyaneses (seis de ellos seleccionados para estudiar medicina en Cuba) y cinco ciudadanos de la República Popular Democrática de Corea. Solo se pudieron recuperar los restos de ocho cubanos. Los demás quedaron en el mar.

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Un informe de la CIA, del 13 de octubre de 1976, con la acotación «Terreno no. 7514», identifica a un antiguo funcionario del Gobierno de Venezuela, como una fuente habitual y confiable. El informe hace una alerta: «Esta información no es para discutirse con ningún funcionario extranjero, incluyendo aquellos del Gobierno de Venezuela».

Más adelante habla de un plan de derribo de un avión cubano. El informante de la CIA dijo: «Bosch [Orlando Bosch Ávila, líder de la Coordinación de Organizaciones Revolucionarias Unidas (CORU)] hizo la declaración: «Ahora que nuestra organización ha salido del trabajo Letelier con buena presencia, vamos a tratar algo más». A los pocos días, en una comida para recaudar fondos, Posada [Luis Posada Carriles, oficial CIA, entonces asesor de Inteligencia del Gobierno venezolano] fue escuchado diciendo: «Vamos a atacar a un avión cubano y Orlando tiene los detalles».

Cuatro meses antes, el 22 de junio de 1976, la CIA había entregado un documento al Departamento de Estado, la Inteligencia Militar de Estados Unidos y al FBI. El memorando decía:

«Informe de clase secreto, sensible, fuentes y métodos de inteligencia involucrados. No divulgar a nacionales extranjeros. No distribuible entre contratados o consultores contratados. Un hombre de negocios con vínculos estrechos con la comunidad de exiliados cubanos. Habitualmente es un informante confiable. Reveló que un grupo extremista de cubanos exiliados, del cual Orlando Bosch es el líder, planea colocar una bomba en un vuelo de la aerolínea Cubana de Aviación que viaja entre Panamá y La Habana. Los planes originales para esta operación planteaban que se pondrían dos bombas en el vuelo del 21 de junio de 1976, número 467, el cual estaba programado para salir de Panamá a las 11:15 a.m. de la hora local de Panamá».

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«Cuando confirmaron que todos habían muerto, me negué a creerlo —confesó Servando—. Me mantuve apartado, hasta que el presidente del Inder, Jorge García Bango, me dio la tarea de estar en el Hotel Habana Libre, atendiendo a los familiares de las víctimas que, desde el interior del país, habían venido a la capital. Las dos semanas que viví allí no se las deseo a nadie. Aquel era un hotel de zombis. Todos preguntaban por sus hijos, querían que les hablara de ellos… Algunos no dormían. Otros no querían estar en las habitaciones y andaban por los pasillos. Aún no puedo olvidar ese dolor».

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«Soy hijo de uno de los tripulantes de Cubana de Aviación que iban en el avión de Barbados el 6 de octubre. Papá tenía una facilidad extraordinaria para hacer voces, cantar. No era un profesional del arte, solo tenía un don que formaba parte de su naturaleza, un histrión natural. Era de esas personas que siempre alegran la vida. Si íbamos a ver una película japonesa, terminábamos comiendo en el piso, con cojines, bolas de arroz, palitos chinos. Para cocinar —que lo hacía muy bien— se ponía una careta y unas patas de rana para hacernos reír. Era así todo el tiempo.

«Un buen día nos habían vacunado en los Camilitos, la escuela donde estudiaba, tenía 16 años. Me sentía mal y por eso me acosté a dormir temprano. Como a las 12 de la noche un amigo me despierta y me dice que el Director de la escuela quería hablar conmigo. Pensé que era una broma, como las tantas que solíamos hacernos; pero decidí creerles. Mis amigos tenían caras muy serias, aunque yo desconfiaba.

«Cuando llegué a la dirección encontré a uno de los mejores amigos de mi papá, Omar se llama, con una cara muy descompuesta. Era un hombre también muy alegre y no podía imaginármelo con aquella expresión. No lo dejé hablar: “¿Quién fue, mi abuelo o mi mamá?”. “Tin, el avión en el que viajaba tu papá tuvo un accidente, pero dicen que hay siete sobrevivientes”.

«Pensé: “Mi papá es grande, mide más de seis pies, es fuerte, valiente, así que seguramente salvó a todos los que pudo, y está entre los sobrevivientes”. Estaba tan convencido de eso, que cuando voy a recoger mis cosas, me cruzo con mi hermano, que estudiaba en la misma escuela y le dije: “Hubo un accidente, pero no te preocupes que papi está vivo”.

«El cadáver, como ustedes saben, como casi todos los cadáveres, no apareció. Se quedó en el fondo del mar. Así que mi convencimiento de que no había muerto era cada vez mayor. Muchas veces, años y años después, llegamos a pensar que iba a llegar de pronto de una misión secreta, importante y que nos iba a sorprender otra vez. Ese es uno de mis sueños más recurrentes.

«A una persona tan viva no se le puede asociar nunca con la idea de la muerte. Muchas veces he pensado que mi papá debía ser el director de La Colmenita y no yo. Cada vez que los niños tienen algún éxito, aunque sea pequeñito, pienso: “Si mi papá está en algún lugar, seguro estará contento”.

«Enrique Núñez Rodríguez dijo que cada espectáculo que hace La Colmenita es una flor que ponemos en la tumba de mi papá. Es muy lindo eso; pero es más: es una noticia, es un mensaje, es un deseo. Lo que más lamento es que no está a mi lado con ese don de ser cien veces más muchacho que yo. Él era el ideal, un niño grande en quien se podía confiar».

Fuentes básicas:

Carlos Alberto Cremata. «Secretamente guardamos la esperanza de que nuestro padre algún día regrese», Rebelión, https://rebelion.org/secretamente-guardamos-la-esperanza-de-que-nuestro-padre-algun-dia-regrese.

Julieta García Ríos. Veinticuatro rostros del crimen de Barbados, en Juventud Rebelde, https://www.juventudrebelde.cu/deportes/2015-10-06/veinticuatro-rostros-del-crimen-de-barbados.

A 47 años: Dolor intacto en Cuba por el horrendo crimen de Barbados, en Escambray, https://www.escambray.cu/2023/a-47-anos-dolor-intacto-en-cuba-por-el-horrendo-crimen-de-barbados.

Sobre el derribo del avión cubano en Barbados, en CineReverso, https://cinereverso.org/sobre-el-derribo-del-avion-cubano-en-barbados.

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