José L. Quirante (Unidad y Lucha).— A bote pronto este Edmundo González Urrutia, excandidato de la ultraderecha a la presidencia en las elecciones venezolanas del pasado 28 de julio, da ganas de reír, o de llorar, que una cosa puede traer la otra. Alicaído, cabizbajo, de mirada lánguida, titubeante y tembloroso cada vez que forzado interviene en público; así veo yo a este carcamal de 75 tacos y de larga trayectoria política al servicio del amo del patio trasero latinoamericano. Medroso, espantadizo, como si estuviera cogido por los cojones en permanencia. Después, profundizando en el examen del pájaro en cuestión, uno comprende que se trata del nuevo pupilo del Tío Sam para desbancar, o literalmente defenestrar si pudieran, al presidente electo por seis años más (hasta 2031) de la República Bolivariana de Venezuela, Nicolás Maduro Moros. Contra quien, todos los exabruptos e improperios valen. Y entonces, “la cosa” adquiere un cariz más solapado, más perverso. Sí, el de la intolerable injerencia yanqui en los asuntos internos de un país soberano, cuyos problemas – que los hay – deben resolver los venezolanos y nadie más. Mangoneo corroborado por el fiel lacayo Pedro Sánchez, quien tras conceder asilo político al referido discípulo del Imperio, lo elevó, sin avergonzarse, al rango ilustre de “héroe”. ¿Y por qué no?, al fin y al cabo sabía perfectamente que nadie del “gobierno más a la izquierda de la historia de España” iba a disentir. Faltaría más. Pero ¿quién es realmente Edmundo González Urrutia más allá de la humillante sumisión de Sánchez a la Doctrina Monroe de “América para los americanos (del norte, claro)”?
Lo llamaban matacuras
Individuo de largo deambular diplomático, fue, según el sacerdote colombiano Ramiro Arango, un directo colaborador en el asesinato de seis jesuitas de la teología de la liberación mientras ocupaba, entre 1979 y 1985, el cargo de primer secretario de la embajada de Venezuela en el Salvador. Crímenes, por otro lado, cometidos salvajemente durante el arzobispado de monseñor Óscar Arnulfo Romero: “el obispo de los pobres”; asesinado vilmente el 24 de marzo de 1980. Posteriormente, por si alguien alega no ser cierto lo que escribo, documentos desclasificados por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en 2009, aseguran que Edmundo González Urrutia junto a Leopoldo Castillo, “coordinaron, financiaron y dieron la orden para la ejecución de la operación Centauro, que consistió en acciones violentas del ejército salvadoreño y los escuadrones de la muerte para eliminar físicamente a las comunidades religiosas”. Pues bien, este asesino de curas – lo llamaban matacuras – ha merecido no solo la condición insigne de “héroe”, sino que el Congreso de los Diputados, con los votos del PP, Vox, UPN, CC y PNV, lo reconozca como presidente electo de Venezuela. ¡Manda huevos!, como diría el otro. Deferencia y show mediático, que no ha meritado, por ejemplo, el perseguido Puigdemont, que por querer votar por la autodeterminación de Catalunya, traga exilio en Bélgica si no quiere acabar en chirona. ¡Qué cosas!, ¿verdad? Y es que la “madre patria” siempre se ha ocupado de Latinoamérica con particular interés. Hace siglos, saqueando sus riquezas naturales y asesinando masivamente a quienes se oponían a ello, ahora, designando presidentes o cobijando a su escoria (Leopoldo López, Edmundo González, Antonio Ledezma, Juan Guaidó, etc.), y siempre con el mismo hedor colonial. En estas dos últimas decisiones, además, con el visto bueno del Imperio.
Queda por ver la respuesta – si el miserable culebrón se tensa todavía más – de la clase obrera venezolana y de sus organizaciones revolucionarias en defensa de su soberanía y por la consolidación y profundización del “Socialismo del siglo XXI”. Para nosotros/as no cabe ninguna duda, Chávez sigue vivo en el pueblo revolucionario de Venezuela.
