Lenin sobre la municipalización de la tierra y el llamado «socialismo municipal» de los mencheviques

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«La aproximación de lo uno v lo otro es obra de los propios mencheviques, que consiguieron hacer pasar su programa agrario en Estocolmo, Basta mencionar a dos mencheviques notorios, Kostrov y Larin.

«Algunos camaradas decía Kostrov en Estocolmo parece como si oyesen hablar por primera vez de la propiedad municipal. Les recordaré que en Europa occidental hay toda una corriente [¡nada menos!], el «socialismo municipal» [Inglaterra], que consiste en ampliar la propiedad de los municipio! urbanos y rurales y a favor de la cual están igualmente nuestros camaradas. Muchos municipios poseen bienes inmuebles, y esto no contradice a nuestro programa. Ahora tenemos la posibilidad! de conseguir [!] para los municipios, a título gratuito [!!], riqueza inmobiliaria y debemos aprovecharnos de ella. Naturalmente, las tierras confiscadas deben ser municipalizadas». (Kostrov; Discurso en el Vº Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, 1906) 

El ingenuo punto de vista acerca de la «posibilidad de conseguir riquezas a título gratuito» está expresado aquí de un modo incomparable. En lo único en que no pensó el orador es en la razón de por qué esta «corriente» del socialismo municipal, precisamente como corriente especial y sobre todo en Inglaterra, el país tomado en calidad de ejemplo, es una corriente de oportunismo extremo. ¿Por qué Engels, al caracterizar en las cartas a Sorge este oportunismo intelectualista extremado de los fabianos ingleses, señaló el significado pequeñoburgués de sus tendencias «municipalizadoras» [*]?

Larin, al unísono con Kostrov, dice en su comentario al programa menchevique:

«Es posible que en algunos lugares la administración autónoma local popular pueda con sus propias fuerzas explotar estas grandes: fincas por su cuenta de la misma manera que, por ejemplo, las dumas urbanas llevan la gestión de los tranvías de caballos y de los mataderos, y entonces toda (!) la población dispondría de todo el beneficio de las mismas». (Y. Larin; El problema campesino y la socialdemocracia, 1907)

¿Y no la burguesía local, estimado Larín? Se echan de ver al punto las Ilusiones pequeñoburguesas de los héroes pequeñoburgueses del socialismo municipal del Occidente europeo. ¡Se olvida la dominación de la burguesía, se olvida también que sólo en las ciudades que cuentan con un alto porcentaje de población proletaria, se consiguen para los trabajadores algunas migajas de la administración municipal! Pero esto lo decimos de pasada. La falsedad principal de la idea «socialista municipal» de la municipalización de la tierra radica en lo siguiente…

La intelectualidad burguesa de Occidente, a semejanza de los fabianos ingleses, erige el socialismo municipal en una «corriente» aparte, precisamente porque sueña con la paz social, con la conciliación de las clases, y quiere desviar la atención pública de los problemas fundamentales de todo el régimen económico y de toda la estructura del Estado, haciendo que se concentre en las cuestiones menudas de la administración autónoma local. Es en la esfera de los problemas de este primer género donde las contradicciones de clase son más agudas; como ya hemos indicado, es precisamente esta esfera la que afecta a las bases mismas de la dominación de la burguesía como clase. Por eso, es en este punto precisamente donde la utopía filistea y reaccionaria de la realización parcial del socialismo aparece con singular claridad como una causa perdida. Se traslada la atención a la esfera de las cuestiones menudas de la vida local, no al problema de la dominación de la burguesía como clase, no al problema de los instrumentos principales de esta dominación, sino al problema referente a cómo gastar las migajas arrojadas por la burguesía para «atender a las necesidades de la población».

Se comprende que si se destacan estos problemas relacionados con el gasto de sumas insignificantes –en comparación con la masa total de plusvalía y con la suma total de gastos estatales de la burguesía– que la propia burguesa accede a entregar con destino a la sanidad pública –Engels señalaba en «El problema de la vivienda» (1873) que las epidemias contagiosas en las ciudades asustan a la propia burguesía–, con destino a la instrucción pública –¡la burguesía no puede prescindir de obreros instruidos, capaces de adaptarse al elevado nivel de la técnica!–, etc., en la esfera de problemas tan menudos es posible perorar acerca de la «paz social», de los efectos nocivos de la lucha de clases, etc. ¿De qué lucha de clases se puede hablar aquí, si la propia burguesía gasta dinero para «atender a las necesidades de la población», para sanidad y para instrucción pública? ¿Para qué hace falta la revolución social, si a través de la administración autónoma local se puede ampliar poco a poco y gradualmente la «propiedad colectiva», «socializar» la producción: los tranvías de caballos y los mataderos a que hace referencia tan a propósito el honorable Y. Larin? El oportunismo filisteo de esta «corriente» consiste en que se olvidan los estrechos límites del llamado «socialismo municipal» –de hecho, capitalismo municipal, como dicen con razón los socialdemócratas ingleses, al rebatir a los fabianos–. Se olvidan que, mientras la burguesía domine como clase, no puede permitir que se toque ni siquiera desde el punto de vista «municipal» las verdaderas bases de su dominación; que si la burguesía permite, tolera el «socialismo municipal», es justamente porque éste no toca las bases de su dominación, no lesiona las fuentes serias de su riqueza, abarca exclusivamente la estrecha esfera local de gastos que la propia burguesía entrega a la gestión del «pueblo». Basta conocer siquiera sea un poco el «socialismo municipal» de Occidente para saber que todo intento de los municipios socialistas de salirse un tanto así del marco de la administración habitual, es decir, menuda, mezquina, que no aporta un alivio esencial a los obreros, tocio intento de lesionar un tanto así el capital, motiva siempre, de un modo indefectible, el veto decidido del poder central del Estado burgués. Y nuestros municipalizadores hacen suyo precisamente ese mismo error fundamental, ese oportunismo filisteo de los fabianos, posibilistas y bernstenianos de Europa Occidental.

El «socialismo municipal» es un socialismo limitado a los problemas de la administración local. Todo cuanto se sale del marco de los intereses locales, del mareo de las funciones de la administración estatal, es decir, todo cuanto afecta a las fuentes principales de ingreso de las clases gobernantes y a los medios fundamentales de asegurar su dominio, todo cuanto afecta no a la administración del Estado, sino a la estructura del Estado, se sale, por lo mismo, de la esfera del «socialismo municipal». ¿Y nuestros sabios varones eluden la agudeza del problema de la tierra –problema que es de interés para toda la nación y afecta del modo más directo a los intereses cardinales de las clases gobernantes–, incluyéndolo entre los «problemas de la administración local»! En el Occidente se municipalizan los tranvías de caballos y los mataderos; ¿por qué no municipalizar nosotros la mejor parte de todas las tierras? Así razona el intelectualillo ruso. ¡Esta medida viene bien, tanto para el caso de una restauración como para el caso de que sea incompleto el democratismo del poder central!

Resulta así un, socialismo agrario en la revolución burguesa, un socialismo de lo más filisteo, que cuenta con que el amortiguamiento de la lucha de clases en torno a los problemas agudos se conseguirá mediante la transferencia de dichos problemas a la categoría de los asuntos menudos, que sólo incumben a la administración local. De hecho, el problema de la explotación de las tierras mejores no puede ser ni un problema local ni un problema de la administración. Es un problema de interés nacional, un problema de estructura no sólo del Estado terrateniente, sino del Estado burgués. Y seducir al pueblo con la idea de que, antes de que sea llevada a cabo la revolución socialista, es posible el desarrollo del «socialismo municipal» en la agricultura, equivale a hacer gala de la demagogia más inadmisible. El marxismo permite introducir en el programa de la revolución burguesa la nacionalización, porque la nacionalización es una medida burguesa, porque la renta absoluta estorba al desarrollo del capitalismo, porque la propiedad privada de la tierra es un obstáculo para el capitalismo. Pero hace falta convertir el marxismo en oportunismo intelectual fabiano para incluir en el programa de la revolución burguesa la municipalización de las grandes fincas.

En este punto precisamente aparece ante nosotros la distinción entre los métodos pequeñoburgueses y los métodos proletarios en la revolución burguesa. La pequeña burguesía, hasta la más radical –incluido el partido de nuestros socialistas-revolucionarios–, no prevé la lucha de clases después de la revolución burguesa, sino la prosperidad y la satisfacción general. Por eso «se prepara su nido» de antemano, presenta planes de un reformismo pequeñoburgués en la revolución burguesa, habla de distintas «normas», de «regular» el régimen de posesión del suelo, de consolidar el principio del trabajo y la pequeña hacienda basada en el trabajo, etc. El método pequeñoburgués es el método de la organización de unas relaciones basadas en la mayor paz social posible. El método proletario consiste exclusivamente en desbrozar el camino de todo lo medieval, en desbrozar el camino para la lucha de clases. Por eso, el proletario puede dejar a cargo de los pequeños propietarios el examen de toda clase de «normas» de posesión de la tierra: al proletario sólo le interesa la destrucción de los latifundios terratenientes, sólo le interesa la destrucción de la propiedad privada sobre la tierra, como el último obstáculo a la lucha de clases en la agricultura. A nosotros no nos interesan en la revolución burguesa el reformismo pequeñoburgués, el «futuro» nido de los pequeños propietarios satisfecho, sino las condiciones de la lucha proletaria contra toda satisfacción pequeñoburguesa sobre bases burguesas». (Vladimir Ilich Uliánov, LeninPrograma agrario de la socialdemocracia en la primera revolución rusa de 1905-1907, 1907)

Anotación de Bitácora (M-L):

[*] «Aquí, en Londres, los fabianos son una pandilla de arribistas que, sin embargo, tienen bastante sentido común para comprender que la revolución social es inevitable; mas, al no querer confiar esta gigantesca labor únicamente al tosco proletariado, se dignan ponerse a la cabeza de él. El temor a la revolución constituye su principio básico. Son «intelectuales» por excelencia. Su socialismo es un socialismo municipal: el municipio y no la nación, al menos en los primeros tiempos, debe adueñarse de los medios de producción. Pintan su socialismo como una consecuencia extrema, pero ineluctable, del liberalismo burgués. De ahí su táctica: no combatir a los liberales con denuedo, como a adversarios suyos, sino llevarlos a las conclusiones socialistas, es decir, embaucarlos, «impregnar de socialismo el liberalismo», no oponer los candidatos socialistas a los liberales, sino pasárselos de contrabando a los liberales, es decir, hacer que salgan elegidos con artimañas. (…) Pero es claro que no comprenden que, obrando así, los engañados serán ellos mismos, o lo será el socialismo. Los fabianos han publicado, además de distintas porquerías, algunos libros buenos de propaganda, y eso es lo mejor de cuanto han hecho los ingleses en este campo. Pero tan pronto como vuelven a su táctica peculiar, la de velar la lucha entre las clases, la cosa va mal. Por causa de la lucha de clases, los fabianos nos odian con fanatismo a Marx y a todos nosotros. Como es natural, los fabianos cuentan con muchos partidarios burgueses, por lo que disponen de «mucho dinero». (Friedrich Engels; Carta a F. Sorge, 18 de enero de 1893)

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