Este docudrama sobre la migración realizado en 2022 por el cineasta irlandés Frank Berry, que podría considerarse como un complemento de mi crítica, Yo capitán, del pasado mes de octubre, es una pequeña joya cinematográfica. Pero, sobre todo, es un revitalizador estímulo para aproximarse al universo migratorio e intentar entender las vicisitudes e infortunios que padecen miles de personas procedentes del expoliado continente africano. Un drama que en muchas ocasiones adquiere desarrollo y consistencia en la vieja Europa, esperanza de un futuro mejor magnificada por los propios inmigrantes. Es el caso, precisamente, de la joven nigeriana Aisha (etimológicamente “viva y sana”), huida de su país natal por un suceso traumático que asoló a su familia, y desembarcada en Irlanda en busca de asilo internacional. Una solicitud que se hace esperar hasta el abatimiento y la desesperación. Terreno escogido por el director y guionista dublinés para, basándose en hechos reales recogidos por él mismo, denunciar la burocracia irlandesa respecto al “problema migrante”, que, como en otros países europeos, exige urgente solución. De ese modo, Aisha, que tras dos años de espera no consigue el permiso de residencia, perdiendo así su trabajo temporal, se encontrará en una situación realmente kafkiana al no poder trabajar ni residir en el país. “Mi vida – dice afligida en un momento crucial del filme- no está donde tiene que estar”. Es decir, en un lugar donde realizarse y ser respetada. Sólo Conor, un joven irlandés que trabaja como vigilante en el centro de acogida, y de pasado complicado, le ofrecerá su ayuda. Él será su punto de apoyo, su pequeña tabla de salvación.
Silencios que hablan
La película aborda, por tanto, otro aspecto de la vilipendiada migración: el de su integración en la sociedad del país al que, dicen, llega “ilegalmente”. Lejos, en consecuencia, del drama al que asistimos diariamente con su secuela de muertos y desaparecidos en altamar. Y el director de Michael Inside (2017) lo materializa sabiamente en una puesta en escena sencilla y contenida pero no exenta de agudeza crítica. Con silencios que hablan y un realismo sin concesiones y a flor de piel. Es decir, dejando también que el espectador/a observe el devenir de los protagonistas (magníficamente interpretados por dos jóvenes actores británicos, Letitia Wright y Josh O’Connor) y se haga una idea del desgarro que representa vivir en una especie de limbo existencial. Asimismo, poder reflexionar sobre los países de origen de la emigración. En este caso, sobre Nigeria: un inmenso y rico país en el que la mayoría de su población vive con menos de un dólar al día. Causa real de las migraciones, a las que la parduzca UE con el brazo apenas veladamente en alto responde hoy con la edificación de prisiones y fortalezas.
Rosebud