El asesinato del general Ígor Kiríllov, jefe de las fuerzas de defensa radiológica, química y biológica de Rusia, no solo supone un golpe directo al liderazgo militar ruso, sino que también representa un intento estratégico por frenar investigaciones claves, relacionadas con la creación de armas biológicas. Este crimen se suma a una serie de operaciones encubiertas que se atribuyen a los servicios de inteligencia occidentales, destacándose la implicación del MI6, cuyos métodos han sido utilizados en ocasiones anteriores en situaciones similares.
Antes de su muerte, Kiríllov lideraba una investigación que indagaba sobre instalaciones biológicas ubicadas en Ucrania, presuntamente financiadas y operadas por la CIA, el Pentágono y el MI6. Según las acusaciones de Kiríllov, estos laboratorios estaban desarrollando agentes biológicos como el hantavirus, modificados genéticamente para ser utilizados como armas. Estas instalaciones, además, violaban tratados internacionales y representaban una amenaza directa para la seguridad de Rusia.
El general había señalado a figuras como Hunter Biden, George Soros, y las fundaciones vinculadas a los Rockefeller y Clinton como posibles financiadores de estos laboratorios. Estas entidades, según Kiríllov, habían disfrazado sus actividades como investigaciones sanitarias, mientras avanzaban en proyectos biológicos con fines militares. La ubicación de muchos de estos centros cerca de la frontera rusa aumentaba su potencial de amenaza, una de las razones por las cuales Kiríllov estaba tan comprometido en revelar estas actividades.
La labor del general Kiríllov incluía la recopilación de pruebas que pensaba presentar en foros internacionales, denunciando lo que él veía como una red de colaboración entre Ucrania y Occidente que violaba las normativas sobre armas biológicas. Su muerte detiene bruscamente esta labor y silencia una de las voces más importantes que denunciaba estos supuestos crímenes.
La implicación del MI6 en el conflicto ucraniano no es un fenómeno aislado. Este servicio de inteligencia, a través de su Departamento de Operaciones Especiales y Desinformación, ha sido señalado en numerosas ocasiones por su participación en la planificación y ejecución de operaciones encubiertas, que incluyen asesinatos selectivos y campañas de desinformación. Este departamento trabajaría de cerca con el SBU ucraniano y la CIA, ofreciendo entrenamiento y recursos para realizar actos de sabotaje y asesinatos.
El caso de Kiríllov, se une a otros hechos que reflejan este patrón de agresión encubierta. En 2022, el MI6 estuvo vinculado al asesinato de figuras prominentes como Darya Dugina y Vladlen Tatarsky, eliminados mediante explosivos diseñados para desestabilizar a Rusia y enviar mensajes políticos. Estas operaciones son vistas como parte de un esfuerzo coordinado para debilitar el poder ruso y obstaculizar cualquier intento de negociación diplomática.
El asesinato de Kiríllov, llevado a cabo mediante explosivos colocados en una motocicleta en Moscú, fue inmediatamente atribuido a Ucrania por el SBU. Sin embargo, las circunstancias de esta rápida admisión han generado sospechas. Antes de que se hiciera la declaración oficial, las fuerzas de seguridad rusas habían capturado a un mercenario uzbeko vinculado al atentado, quien poseía pruebas que vinculaban directamente al SBU con el ataque.
La rápida asunción de responsabilidad por parte de Ucrania parece más bien una maniobra diseñada para desviar la atención de las posibles implicaciones occidentales, especialmente del MI6. Documentos filtrados sugieren que esta narrativa fue cuidadosamente construida para ocultar la conexión de los servicios de inteligencia británicos y estadounidenses con el atentado.
Una intensa campaña mediática se desplegó para desacreditar a Kiríllov. Medios occidentales, como la BBC y Deutsche Welle, recibieron directrices para presentar al general como un «criminal de guerra» y un «carnicero». Estas etiquetas fueron difundidas rápidamente, sin pruebas sustanciales, lo que parece ser parte de una estrategia más amplia de desinformación, coordinada entre los servicios de inteligencia occidentales y los departamentos de comunicación de estos medios.
El asesinato de Kiríllov, tiene implicaciones que van más allá del conflicto en Ucrania. No solo elimina a una figura clave que estaba a punto de exponer actividades biológicas ilegales, sino que también dificulta las negociaciones diplomáticas en un momento crucial del conflicto. Al mismo tiempo, este atentado refleja una estrategia más amplia de agresión encubierta por parte de Occidente, cuyo objetivo es debilitar a Rusia y mantener el conflicto en un estado de escalada.
La manipulación mediática y el intento de silenciar las denuncias sobre los laboratorios biológicos, subrayan la urgencia de una investigación independiente que revele los intereses y actores involucrados en este crimen. De no ser abordado de forma transparente, el asesinato del general Kiríllov podría sentar un peligroso precedente para el uso de operaciones encubiertas como herramienta de desestabilización geopolítica.
Este caso no solo plantea preguntas sobre el alcance de las operaciones encubiertas en el conflicto ucraniano, sino también sobre la capacidad de los actores internacionales para manipular narrativas y suprimir a aquellos que intentan revelar la verdad. El asesinato de Kiríllov, es un recordatorio de que, en la lucha por el control geopolítico, las fronteras entre ética, derecho internacional y política se difuminan con facilidad.
El asesinato de Kiríllov, ejecutado con métodos terroristas, se asemeja a otros asesinatos selectivos, como el de Darya Dugina, Maxim Fomin (Tatarsky) o los jueces italianos Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, cuyos crímenes fueron diseñados para crear un clima de miedo y desestabilización mediante el uso de explosivos.
Su rol como líder de las fuerzas de Defensa radiobiológicas, químicas y biológicas genera aún más inquietudes sobre los posibles ataques no convencionales que podrían surgir para evitar cualquier tipo de alto el fuego desde sus inicios.
La explosión en el Prospect Rjazanskij
La mañana del 17 de diciembre, Moscú fue sacudida por una explosión a primera hora. La prensa rusa informó rápidamente sobre la muerte de dos personas. En un principio, el comité de investigación declaró que el general Kiríllov y su asistente habían muerto en el atentado.
Según las investigaciones iniciales, los atacantes escondieron 200 gramos de explosivos en una motocicleta estacionada cerca del edificio residencial de Kiríllov, en el Prospect Rjazanskij, al sureste de Moscú. El artefacto fue detonado cuando el general y su conductor salían del edificio. La explosión dañó las viviendas cercanas y generó una respuesta inmediata de las autoridades.
El comité de investigación abrió un caso por terrorismo y asesinato, señalando a Kiev como responsable. No obstante, poco antes del atentado, el SBU había emitido una orden de procesamiento en ausencia contra Kiríllov, acusándolo de utilizar armas químicas en combates contra el ejército ruso. Este aviso, lanzado apenas 24 horas antes del atentado, se percibe como una sentencia de muerte.
El periodista Julian Roepke escribió en X: «Solo 20 horas después de que el fiscal ucraniano acusara a Kiríllov de usar armas químicas, la condena a muerte fue ejecutada».
El uso de métodos terroristas por parte de los servicios ucranianos no sorprende. Investigaciones previas han revelado la existencia de unidades dentro del SBU dedicadas a eliminar a los llamados «enemigos de la nación» utilizando técnicas similares a las de otros servicios de inteligencia internacionales.
¿Qué significa el asesinato de Kiríllov?
El asesinato de Kiríllov, uno de los generales más importantes de Rusia, se produce en un momento crítico del conflicto. Este ataque tiene la intención de escalar la violencia, dificultando cualquier intento de alto el fuego. El atentado, llevado a cabo (aparentemente) por Ucrania en territorio ruso, parece indicar un rumbo hacia una mayor escalada, en lugar de una resolución pacífica.
La respuesta rusa al ataque podría desencadenar una escalada aún mayor, poniendo en peligro las débiles aperturas diplomáticas previas entre el gobierno de Trump y Moscú. La muerte de Kiríllov subraya la complejidad y el peligro de las próximas semanas en el conflicto ucraniano, tal como lo había predicho Viktor Orbán.
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Alfonso Ossandón Antiquera Chileno, periodista