Raúl Antonio Capote (Granma).— Cuando Donald Trump asumió la presidencia de EE. UU., el 20 de enero de 2017, pocas personas valoraron en toda su extensión las consecuencias que tendría para el país y para el mundo.
No se trataba de un magnate de excursión en la Casa Blanca, de un miembro de la jet set con deseos de divertirse haciendo política, como algunos creyeron. El hombre iría por todo.
Inseguro en sus primeros pasos, como el «clásico elefante en la cristalería», pero con mucho ego y deseos de poder, comenzó a hacer de las suyas, sobre todo en política internacional, rodeándose de lo «más duro» del aparato político republicano.
A lo interno de EE. UU. poco hizo, y al marcharse dejó el caos tras de sí. Nadie debe olvidar, por ejemplo, la muerte de unos 400 000 estadounidenses por la covid-19, al momento en que debió abandonar su gestión.
Falsear la realidad es parte de la forma de hacer política en ese país, pero Trump rompió todos los récords en esa materia. Mentir para él es algo natural, forma parte de su «manera» de gobernar.
Por si fuera poco, finalizó su primer mandato implicado en el asalto al Capitolio, algo que parecía imposible en la «democracia ejemplar» estadounidense.
Sin embargo, se elevó sobre el desastre. Fue tan mala la administración demócrata, tan poco atractiva la candidatura presentada por el Partido Azul, que logró lo que parecía imposible: ser elegido como nuevo presidente.
Durante la campaña electoral prometió que sacaría a Estados Unidos de todas las guerras, pero no especificó bien a qué guerras se refería.
Regresa mucho más seguro de sí mismo, empoderado por lo más retrogrado y conservador de la sociedad estadounidense, fortalecida su imagen de «líder antisistema» que viene a «drenar el pantano de Washington», rodeado por servidores, conocidos no por sus talentos, sino por su incondicionalidad al magnate anaranjado.
Por ejemplo, propuso a Marco Rubio al frente del Departamento de Estado. El político reaccionario tendría a su cargo el liderazgo de cuestiones como la guerra entre Rusia y Ucrania; la agresión de Israel a Palestina; el nuevo «Gobierno» en Siria; las relaciones con China, Rusia, Irán, Venezuela, Cuba y Nicaragua; la migración desde México y el narcotráfico; entre otras cuestiones.
Rubio fue el diseñador de la «política de máxima presión contra Cuba» en la anterior administración de Donald Trump, y ya tiene nuevas propuestas listas para causar mayor sufrimiento al pueblo cubano, en nombre del gran negocio de la liberty yanqui.
Para rematar, el presidente electo anunció, recientemente, que nombró a Mauricio Claver-Carone como Enviado Especial del Departamento de Estado para América Latina.
Claver-Carone –revisemos su historial– en 2003 fundó un grupo de acción política para promover un cambio de Gobierno en Cuba, us-Cuba Democracy pac, que ha donado fondos a las campañas de Trump y de Marco Rubio.
Desde septiembre de 2018, ocupó el cargo de Asistente Especial del Presidente y de Director Principal de la Dirección de Asuntos del Hemisferio Occidental del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos.
En 2020 fue elegido como el primer presidente estadounidense del Banco Interamericano de Desarrollo (bid), cargo que mantuvo hasta septiembre de 2022, cuando fue destituido por incumplir el código de ética del organismo, según reportó entonces AP.
Ese dúo anticubano augura un periodo de gobierno trumpista muy agresivo, para América Latina, sobre todo.
LAS GUERRAS DE TRUMP
El próximo inquilino de la Casa Blanca no es para nada un pacifista; ya anunció que ee. uu. considera que la posesión y el control de Groenlandia es una necesidad absoluta. Recordemos que, durante su anterior administración, quiso comprar la isla más grande del mundo, perteneciente a Dinamarca.
«Para los objetivos en seguridad nacional y libertad en todo el mundo, Estados Unidos de América considera que la posesión y el control de Groenlandia es una necesidad absoluta», dijo.
Además, advirtió que Washington puede exigir la recuperación del control sobre el canal de Panamá.
«El canal de Panamá se considera un Activo Nacional vital para Estados Unidos, debido a su papel crítico para la economía y la seguridad nacional», escribió Trump en su plataforma Truth Social.
El republicano subrayó que el canal desempeña un papel crucial para el comercio y para el rápido despliegue de la Armada estadounidense desde el Atlántico hasta el Pacífico, al tiempo que reduce significativamente los plazos de envío a los puertos del país norteamericano.
«Quiero expresar de manera precisa que cada metro cuadrado del canal de Panamá y su zona adyacente es de Panamá, y lo seguirá siendo», respondió rápidamente el presidente panameño, José Raúl Mulino, a lo que Trump, encarnando el verdadero y secular espíritu de ese imperio que tantos consideran «luz de libertad y respeto a los derechos de los pueblos», devolvió, arrogante y amenazante: «Ya veremos».
Se trata del mismo halcón que bromea sobre convertir a Canadá en el estado 51, y sugiere anexar México a EE. UU.
Entendamos que, cuando habla el magnate, con aires de monarca absoluto, de hacer grande a EE. UU., se refiere a hacer a ese país más poderoso mediante el uso de la fuerza, la amenaza, la invasión, el saqueo de las economías de otras naciones, a fin de prevalecer, a toda costa, como hegemón mundial.
