Forjar y vivir la Revolución

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La vida del revolucionario, sacrificada a los 28 años, fue la de los hombres de sangre rebelde, inquieta y soñadora

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José Luis Tasende, un joven lleno de vida. Foto: Archivo de Granma

Aldo Daniel Naranjo (Granma).— De un profundo pensamiento revolucionario, José Luis Tasende se formó en las luchas sindicales y luego en el Movimiento creado por Fidel Castro para la lucha antibatistiana. La dimensión de sus ideas se ajustaba a su formación martiana y a los alientos de la revolución independentista del siglo xix. Gustaba conversar sobre los grandes objetivos de la Revolución, la que debía ser labrada en duro batallar contra las fuerzas de la reacción y el imperialismo yanqui. Sabía que en el empeño muchos podían caer; pero, de sólidas convicciones revolucionarias y cívicas, sustentaba: «Entrar en la revolución es vivir en ella».

Nació el 15 de enero de 1925, en la ciudad de Manzanillo, en la antigua provincia de Oriente. Su familia gozaba de cierta solvencia económica. Era el cuarto hijo de Vicente Tasende, empleado de la Compañía Bacardí, de Santiago de Cuba, y de Gloria de las Muñecas Valdespino.

Las primeras letras las cursó en la Escuela Pública número 32, en Santiago de Cuba. A la muerte de su padre, en 1935, la madre emigró con sus hijos a La Habana. El adolescente José Luis ingresó como becario del colegio Inclán, en el barrio de La Víbora, hasta concluir el octavo grado. Seguidamente, matriculó en el colegio Salesiano, para obtener el título de electromecánico.

LA FIBRA DE LOS IRREDUCTIBLES

Era un apasionado del deporte, sobre todo de la pelota, la cual practicaba en el equipo de la escuela. En varias ocasiones su equipo celebró encuentros con la novena del Colegio de Belén, donde estudiaba Fidel Castro, un año menor que él, a quien conoció en una competencia. Su jovialidad le hacía ganar amigos constantemente, entre ellos Fidel, y luego, su hermano menor, Raúl Castro.

Después de graduarse en 1946, comenzó a trabajar en la fábrica de gomas Goodrich, y luego pasó al frigorífico de la Nela. Era de los que, junto a los demás trabajadores, reclamaba sus derechos a los patronos con rectitud, por lo que pronto ganó simpatías.

La administración trataría de atraerlo a su órbita y hasta le propusieron pasar cursos en instituciones de Estados Unidos. Pero el manzanillero tenía la fibra de los irreductibles ante los abusos de la clase burguesa, y decidió seguir su trabajo y sus luchas, conectado con las masas trabajadoras. Entre enero y septiembre de 1947 estuvo implicado en los preparativos, de conjunto con Fidel, en la expedición de Cayo Confites, con el objetivo de ir a luchar a Santo Domingo, dominada por la dictadura de Trujillo. A mediados de ese año, ingresó en el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), liderado por Eduardo Chibás. Dentro de la organización, contactó de nuevo con el ya abogado Fidel Castro, y entre ellos fraguó la confianza.

En julio de 1950, Tasende conoció a Elita Dubois, con quien se casó un año después. Vivieron en una humilde casa en Marianao. El 11 de abril de 1952 fue un día muy feliz para la pareja: nació su hijita Temis (Temita). Raúl Castro, su amigo querido, sería su padrino.

FRENTE A LA TIRANÍA DE BATISTA

El 1ro. de marzo de 1952, su amiga Pastorita Núñez le llamó a las 3:00 de la madrugada para comunicarle el golpe de Estado del senador, exjefe del Ejército y expresidente de la República, Fulgencio Batista. De inmediato se sumó a las repulsas populares.

Ante la consolidación de la reacción burguesa, los atropellos de las fuerzas armadas y la politiquería de los políticos conservadores, José Luis Tasende consideraba que había llegado la hora de comenzar en Cuba una revolución social, cuyo triunfo debía conducir a una nueva era para la clase de los campesinos y los obreros.

Tan pronto como Fidel Castro comenzó a hablar de violencia revolucionaria, José Luis se unió en el audaz proyecto. Nació el Movimiento, con un pequeño núcleo ejecutivo formado por Fidel, Abel Santamaría Cuadrado y Raúl Martínez Ararás. A este se subordinaba un comité militar formado por Pedro Miret, José Luis Tasende y Renato Guitart. Durante los preparativos bélicos, a José Luis Tasende le tocaba supervisar algunas prácticas de tiro en el salón de los mártires de la Universidad de La Habana. Esta misión también la desarrollaron Ñico López y Ernesto Tizol Aguilera. Los entrenamientos militares se trasladaron a varias fincas del entonces municipio de Artemisa, casi siempre los fines de semana.

EL VIAJE A ORIENTE

El 24 de julio, a las 8:00 de la noche, Tasende llamó a Raúl y le pidió que se le uniera rápidamente en la casa de Léster Rodríguez. Allí recogieron unas armas. Siguieron a la estación de ferrocarril y, junto a otros conspiradores, abordaron el tren rumbo a Oriente.

Fue Tasende quien le informó en el coche que el objetivo era atacar el cuartel Moncada. Acerca de esta revelación, Raúl contaba al año siguiente, desde la prisión en Isla de Pinos: «… allí él me informó del objetivo… se me paraliza el estómago y desaparece el apetito, yo conocía la magnitud y fortaleza de ese objetivo, por haber estudiado en Santiago de Cuba durante varios años; Tasende, riéndose, me decía: Come, Raulillo, que mañana no vas a tener tiempo».

Los recibieron en Santiago de Cuba Abel Santamaría y Renato Guitart, y fueron conducidos al hotel Perla de Cuba. El descanso fue breve, porque Fidel los mandó a concentrarse en la Granjita Siboney.

ANTE LOS MUROS DEL MONCADA

En la madrugada del 26 de julio de 1953, Fidel explicó el ataque al cuartel Moncada, y el control que debía tenerse del Palacio de Justicia y del Hospital Civil Saturnino Lora, como punto de apoyo al asalto de la fortaleza. Pidió un grupo de voluntarios, quienes debían neutralizar la posta número 3 de la fortaleza militar. Entre los primeros que dieron el paso al frente estuvo Tasende.

La tripulación de la primera máquina: el chofer Pedro Marrero, a su lado Jesús Montané, Pepe Luis y Renato al lado de la portezuela, todos en el asiento delantero; en el asiento de atrás viajaban Ramiro Valdés, Carmelo Noa y Flores Betancourt. En el viaje, Pepe logró cambiar su pistola por una subametralladora.

Ya junto a la posta 3, Renato gritó: «Abran paso al General». Los militares de guardia quitaron la cadena y franquearon el paso, pero el paso de la patrulla cosaca frustró la maniobra.

Los últimos estudios históricos han precisado que, en medio del tiroteo, Tasende estuvo entre los pocos que lograron penetrar al interior del cuartel, pero recibió un balazo en una pierna. Entonces le entregó la ametralladora a otro de los combatientes. Luego de cesado el fuego, salió a la calle. Entonces lo vio el soldado Mónico García, quien se lo echó a la espalda, hasta la Carretera Central y Trinidad. Allí abordaron una guagua hasta el Hospital de Emergencias. De su cura se ocuparon el doctor Aníbal Martínez Jústiz y el practicante de enfermería, Simón Odio.

Poco después, un grupo de soldados entró a Emergencias con un baleado. Cuando lo vieron en el cuarto de curaciones, descubrieron que se trataba de un atacante, por llevar zapatos de corte bajo, cinto de paisano y galones bordados a mano. En el acto, los esbirros le propinaron golpes, y lo llevaron para el Hospital Militar, a dos cuadras del Moncada.

El fotógrafo Senén Carabia Carey, del Negociado de Prensa y Radio del cuartel, a petición del coronel Alberto del Río Chaviano, visitó el Hospital Militar para retratar a los heridos del Regimiento. Por eso, su lente captó a Tasende, sentado en el piso de granito y junto a la puerta de la sala de enfermos, con la herida vendada, aunque teñida de sangre. Su mirada era recta, profunda, penetrante, serena, infinita, de porvenir.

Minutos después fue conducido al interior del Moncada de manera brutal, donde sufrió torturas. Luego lo sacaron al patio de la guarnición, y le dispararon cobardemente. El cuerpo presentaba múltiples heridas de balas, incluso dos en la región occipital media, casi en la nuca.

En la tarde, la prensa vio su cuerpo tirado en el interior de la fortaleza, con la cara en la yerba y un fusil al lado, al igual que otros asaltantes masacrados, con el objetivo de aparentar que habían caído en la acción. Solo seis revolucionarios cayeron en combate, y 55 fueron asesinados, luego de caer prisioneros.

Su vida, sacrificada a los 28 años, fue la de los hombres de sangre rebelde, inquieta y soñadora. Tuvo un corazón inmenso y mostró consagración y lealtad a toda prueba a la justa causa del pueblo, junto a Fidel y a Raúl.

La Revolución perdió con él a uno de sus grandes creadores.

Fuente: granma.cu

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